lunes, 10 de noviembre de 2025

Cambio de imagen (6)



Capítulo 6: Cambio de imagen

El sol brillaba con fuerza cuando Tania y yo nos sentamos a desayunar en un café del centro comercial. Ya había pasado temprano por las instalaciones de MonteLibre EcoTours para dejar todo en orden. Le pedí a Ricardo que se hiciera cargo por el resto del día.

—La última vez que vine —empezó Tania, mientras untaba mermelada en una tostada— me hice una idea muy clara de lo que sueles hacer en tu día a día. Tienes los clásicos días con tours, así que necesitas ropa deportiva para eso.

—Tengo mucha ropa deportiva —respondí, algo a la defensiva.

—Error —dijo Tania, alzando una ceja—. Tienes mucha ropa deportiva de Daniel. Pero ahora eres Karina… y no te queda. Además ese nuevo cuerpo tienes que lucirlo, hermanita.

Me crucé de brazos y miré hacia otro lado. Tania tenía razón, pero no iba a admitirlo. 

—Hay días en los que no tienes tours programados ni actividades al aire libre. Esos días sería bueno que fueras con vestido a la oficina. Serías una jefa moderna.

—No voy a usar un vestido en la oficina —repliqué, frunciendo el ceño.

—Tienes que hacerlo —insistió Tania—. Eres la gerente. Eres la imagen de la empresa cuando alguien entra a la oficina. También tienes reuniones con gente importante. Ya tienes un vestido para esas ocasiones, pero necesitas al menos dos más.

Soltó un suspiro profundo. Tania no había terminado.

—También necesitas brasieres que no sean deportivos. Y con tu nueva ropa, no puedes seguir usando los viejos boxers de Daniel. Así que también iremos por bragas.

—No sé por qué tanto alboroto con la ropa interior —murmuré, incómoda, mientras recorría con la mirada las bragas de encaje que ella sostenía.

Tania sonrió, con esa chispa traviesa que siempre anunciaba una broma. —Bueno, hermanita, estás por conocer la comodidad del encaje. Los hombres solo usan prendas de algodón ahí abajo pero ahora tienes un mundo de telas por descubrir para cubrir tu intimidad.

Su comentario me pilló tan de sorpresa que, antes de pensarlo, le solté la verdad. —Para serte sincera, lo único que de verdad extraño… es a mi amiguito.

Tania soltó una carcajada, atrayendo algunas miradas curiosas de las demás compradoras. Luego se inclinó hacia mí y bajó la voz a un susurro cómplice. —Mira, imagino que tener uno debe ser muy práctico y cómodo, sobre todo para ir al baño. Pero te voy a contar un secreto de mujer: sentir uno dentro… eso es otra liga. Es muy placentero. Tal vez deberías probar uno en esta vida, hermana. ¿No tienes al menos algo de curiosidad?

Sentí que la sangre me subía a las mejillas de golpe, una oleada de calor que me hizo desviar la mirada inmediatamente hacia un montón de jerséis doblados. No pude articular palabra. Solo me limité a asentir con la cabeza, demasiado sonrojada y confundida incluso para refutar su atrevida sugerencia.

... 

El día fue largo y, para mí, bastante tortuoso. Al principio intenté negarme a todo. Me sentí expuesta en los vestidores, incómoda con cada prueba, insegura con cada sugerencia. Pero Tania no aflojaba. Sabía lo que hacía. Me di cuenta, a regañadientes, de que mi hermana tenía razón: aunque mi cuerpo fuera atractivo, vestida como Daniel parecía desarreglada, fuera de lugar.

Probamos decenas de prendas. Pantalones ajustados, blusas frescas, más de esa ropa interior femenina que todavía me hacía sentir como una impostora, vestidos casuales y de oficina. Compramos conjuntos deportivos que por fin me quedaban, zapatillas nuevas, un par de tacones elegantes. Tania también se llevó un par de cosas, como era su costumbre. Decía que ir de compras sin comprar nada para ella le daba ansiedad.

Ya era hora de comer cuando terminamos. Tania insistió en que pasáramos al baño del restaurante, donde me pidió que me pusiera uno de mis nuevos vestidos: uno color vino, entallado en la cintura, con una falda amplia que caía justo por encima de las rodillas.

Protesté, pero accedí.

Durante la comida, Tania me dio una clase exprés de feminidad práctica: cómo combinar tonos neutros y cálidos, cómo evitar que el brasier se marque bajo ciertas telas, cómo caminar con faldas sin parecer tiesa, cómo cruzar las piernas sentada, cómo sentarme sin preocuparme por mostrar de más.

Escuchaba, al principio con incomodidad, pero al final con algo de curiosidad.

Ya era de noche cuando regresamos al departamento. Dejé las bolsas junto a la cama, me quité los tacones sin siquiera desabrocharlos y me dejé caer boca arriba, vestida, exhausta. Ni siquiera cené. Solo cerré los ojos.

Y por primera vez en días, no soñé con Elena.

Solo soñé con el viento en la montaña, la risa de Tania y una extraña sensación de ligereza.

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