Ha pasado más de un año desde el Gran Cambio. Y aunque el mundo la ve como Sandra yo aún le digo "papá", porque en el fondo eso sigue siendo, el hombre que me crió. Aunque ahora viva en el cuerpo de una mujer.
Cada día que pasa, Santiago se desdibuja un poco más para dar paso a Sandra. Ya no lucha contra los vestidos; ahora los elige con gusto. Su mano, antes torpe con el delineador, traza una línea perfecta y segura. Su voz ha suavizado sus aristas y su risa es diferente, más ligera.
Nuestra dinámica también ha cambiado. Tenemos "charlas de chicas" en la cocina, y el otro día, en el baño, me pidió una toalla sanitaria como si fuera lo más natural del mundo. Y para ella, ahora lo es. Lo que no era tan natural para mí fue verla, desde mi ventana, besando a Jacobo en el auto. Jacobo, su viejo amigo del trabajo, quien ahora siempre la trae a casa. Un beso suave en los labios, cariñoso. Tierno.
Una parte de mí brinca de alegría. Después de que mamá murió, pensé que la felicidad así, romántica, se había esfumado para siempre para mi papá. Para ella. Ver esa luz en sus ojos es un regalo. Pero otra parte de mi cerebro se encoge, confundida. Es raro. Es profundamente raro que la persona que me enseñó a montar en bicicleta ahora usa pintalabios y se bese con un hombre frente a nuestra casa.
Sin embargo, esa rareza palideció ante lo que encontré en el cesto de la basura del baño esta mañana: una prueba de embarazo. Mi mente se disparó, haciendo cálculos imposibles. ¿Un bebé? ¿Un hermanito? ¿Cómo? Los médicos dijeron que el Cambio era completo, funcional... pero nunca se me ocurrió pensar en esas... consecuencias.
Bajé a la cocina, donde ella preparaba té. Me miró, y en sus ojos—esos ojos que ahora saben aplicar sombras de mil colores—leyó mi conmoción. Una sonrisa tímida, nerviosa, asomó a sus labios.
"Tengo que hablar contigo", comenzó, mirando sus uñas pintadas y evitando verme a los ojos. "Sé que encontraste esa prueba de embarazo... Salió negativa. No voy a tener otro hijo, por ahora."
No pude evitar mirar su vientre, todavía plano bajo el vestido. Un suspiro de alivio que no sabía que contenía escapó de mis labios. Pero su mirada seguía firme.
"Sin embargo, hay algo más que debes saber", continuó, tomando mi mano. "Jacobo y yo... tenemos una relación. Una relación de pareja, de mujer y hombre."
La confusión me golpeó de inmediato. Ver a mi papá—a Sandra—con un hombre era un territorio desconocido y abrumador. Si había usado una prueba de embarazo significaba que ambos ya habían tenido relaciones. Me costaba imaginar al hombre que me crió, incluso si ahora era una mujer, dándole placer a otro hombre y gimiendo de forma femenina. Pero al ver la luz de felicidad y vulnerabilidad en sus ojos, una luz que no veía desde antes de que mamá muriera, supe que mi papel no era entenderlo todo, sino apoyarla.
"Lo único que importa es que seas feliz, papá", le dije, apretando su mano.
Y en su sonrisa, llena de un alivio y una paz profundos, supe que, a pesar de lo extraño del camino, todo iba a estar bien.
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