domingo, 9 de noviembre de 2025

Lo que queda en pie (5)

 


Capítulo 5: Lo que queda en pie

Quince días.

Quince amaneceres en un cuerpo que aún no sentía suyo del todo. Quince noches en una cama demasiado grande y silenciosa, preguntándose si Elena alguna vez volvería, si esto era permanente, si estaba pagando un castigo divino o simplemente una broma demasiado cruel.

Pero en quince días también había aprendido a trenzarse el cabello sin llorar, a caminar con tacones sin tropezar cada tres pasos, a contestar el teléfono con voz femenina sin sonar forzada. Había aprendido a aplicar protector solar antes de cada tour, a no reaccionar ante los comentarios incómodos de algunos turistas, a usar la ropa adecuada para disimular sin esconderse.

Las miradas de los hombres seguían siendo lo peor. La seguían como moscas a un panal, incluso cuando no decía una palabra. A veces eran discretos, otras veces no tanto. Pero cada vez se sentía un poco menos vulnerable, un poco más... ella.

Ese día no hubo incidentes. El grupo fue amable, Joana se encargó de los lockers, Ricardo manejó la logística con eficiencia, y Eliot le enseñó un nuevo atajo por el sendero. Terminó el día sintiendo algo parecido a la paz. Cansancio, sí, pero no tormento.

Subió las escaleras del edificio con el cabello recogido, el rostro aún con rastros de bloqueador, y una bolsa de tela con su uniforme sucio al hombro. Al abrir la puerta del departamento, se quitó los zapatos, suspiró con alivio y caminó directo a la cocina con la intención de prepararse un té.

Pero al encender la luz de la cocina, se quedó petrificada.

Allí, de pie junto a la estufa, estaba una joven de cabello castaño claro, ojos grandes y expresión sorprendida. Vestía jeans y una camiseta con letras coreanas. Tenía el mismo lunar que Daniel en el pómulo derecho. Su hermana.

—Hola —dijo la chica, sonriendo con cortesía mientras dejaba una taza sobre la barra—. Soy Tania. ¿Tú debes ser la nueva novia de mi hermano, no?

Karina no pudo moverse. Sentía el corazón en la garganta. Sabía que Tania tenía llave del departamento. Sabía que venía de vez en cuando. Pero no estaba preparada. No para eso. No para mentirle.

—¿Sabes si él va a tardar? —preguntó Tania, sin perder la sonrisa.

... 

Más tarde dos señoritas estaban comiendo en un restaurante local. Una llevaba un uniforme deportivo pero empresarial y la otra, la menor, jeans y un top rosa. Eran dos mujeres guapas que atraían muchas miradas. 

Karina sentía cada mirada como una pequeña linterna sobre su piel. Había accedido a cenar con Tania después de prometerle respuestas. Pero no esperaba un interrogatorio.

—¿Qué te regalaron nuestros papás cuando cumpliste once? —preguntó Tania entre bocados de ensalada.

—Una PlayStation 1. ¿Cuántas preguntas más vas a hacer antes de aceptar que soy yo? —respondió Karina, cansada.

Tania se cruzó de brazos y exhaló fuerte.

—Es que es difícil de aceptar, hermanito… —bajó la voz—. Te dije muchas veces que las mujeres no somos objetos. Que si tenías una relación debías ser fiel. Siento que… esa Elena solo te dio tu merecido.

Karina sintió que una piedra pesada le caía en el pecho. Su hermana menor, la persona que más la había querido, también lo decía. Lo que había hecho estaba mal. Y ahora, además del cuerpo, tenía la culpa.

—¿Vas a todos lados con esa ropa deportiva? —preguntó Tania, cambiando el tono, quizá queriendo aligerar la conversación.

—Es lo único que tengo que me queda… eso y un vestido formal que espero no volver a usar.

—Las empresas siguen a nombre de Daniel, pero estás siendo la gerente de un negocio muy exitoso. No puedes andar por la vida vestida así. Mañana te ayudaré a vestir con estilo.

Karina dejó el tenedor a medio camino de su boca.

—¿Espera… qué?

Tania sonrió. Una sonrisa cómplice, como la de antes, cuando hacían travesuras y se cubrían las espaldas. Solo que ahora, las reglas del juego eran muy distintas.


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