jueves, 6 de noviembre de 2025

Primer día en el cuerpo equivocado (2)

 


Capítulo 2: Primer día en el cuerpo equivocado

Joana caminaba a paso rápido, hablándole con entusiasmo a Karina mientras le mostraba las instalaciones del centro de ecoturismo. A pesar de su confusión y el temblor persistente en sus manos, Daniel—ahora Karina—asentía, intentando memorizar los espacios que él mismo había diseñado pero que ahora le parecían nuevos desde esa altura, desde esa perspectiva.

—Este es el vestidor de mujeres —dijo Joana, abriendo una puerta blanca—. Y acá está la oficina de Daniel, aunque supongo que ahora es tuya.

Karina asintió con una sonrisa forzada. El olor a desinfectante y sudor fresco la golpeó al entrar al vestidor, un espacio que jamás había pisado antes.

—Oye… jefa —empezó Joana, dudando un poco, mientras la miraba de pies a cabeza—, parece que Daniel te avisó con mucha urgencia y solo pudiste venir en pijama. Pero el grupo que vas a guiar es de clientes importantes, ¿sí? Te prestaré uno de mis uniformes limpios. Creo que tenemos más o menos la misma talla. Es ropa deportiva que estira.

Sin darle mucho tiempo para negarse, Joana abrió su casillero y sacó un conjunto: un short tipo biker negro y un top deportivo azul marino con el logo de la empresa. Karina los sostuvo como si fueran prendas radiactivas.

—Gracias… eres muy amable —dijo con voz suave, mirando la ropa con terror contenido.

Después de cambiarse a regañadientes en una de las cabinas, se sintió absurdamente expuesta. Su piel parecía más sensible, su cuerpo… ajeno. Se puso encima una sudadera gris claro con el logo de la empresa estampado en el pecho y el nombre "MonteLibre EcoTours" en la espalda. Al menos así no se sentía completamente desnuda.

Cuando salió del vestidor, se encontró con Eliot, quien ya estaba ajustando uno de los bastones de senderismo.

—¿Ya conoces la ruta que vamos a hacer hoy? —le preguntó con naturalidad, mientras probaba la resistencia del bastón—. Es la del mirador de los sauces, ¿no?

Karina tragó saliva.

—Sí, claro. Esa es la que me dijo Daniel… por mensaje —improvisó—. No te preocupes, la tengo muy bien estudiada.

Eliot asintió sin sospechas.

—Perfecto. Son clientes de la agencia GreenLeaf, están acostumbrados a tours de alto nivel. Pero tú te ves lista. Te va a ir bien.

Karina esbozó una sonrisa nerviosa. Sabía que conocía la ruta como la palma de su mano. Había guiado ese recorrido decenas de veces. Pero nunca con piernas tan delgadas, una coleta alta tirando de su cuero cabelludo y un top que dejaba poco a la imaginación.

Respiró hondo. No podía arruinarlo. Tenía que concentrarse. Aunque cada paso le recordara que ya no era Daniel.

El grupo era pequeño: cuatro hombres y una mujer, todos treintañeros. Solo uno de los hombres —delgado, moreno y de paso firme— y la chica —de complexión atlética y cabello recogido en una trenza— parecían estar en buena condición física. El resto jadeaba desde los primeros minutos del ascenso.

El ritmo fue lento, lo cual le vino perfecto. No estaba acostumbrada a su nuevo cuerpo; sus músculos respondían distinto, su centro de gravedad era otro y el brasier deportivo comenzaba a hacerle marcas en la espalda.

Como guía, debía caminar siempre al frente. Y fue allí cuando notó algo inquietante: los ojos de los cuatro hombres solían perderse en su trasero. Lo hacían discretamente —o eso creían— pero lo hacían. Cada vez que volteaba, alguno desviaba la mirada con una sonrisa torpe o fingía ajustar la mochila.

Nunca tuve que soportar algo así como hombre, pensó. ¿Así se siente ser observada como un objeto?

Había escuchado historias, claro. Pero vivirlo era otra cosa. No era un halago. Era... incómodo. Y por primera vez entendió por qué tantas mujeres caminaban con los brazos cruzados o ajustándose la ropa.

Cuando llegaron cerca de la cascada, se detuvieron a tomar fotos. El aire húmedo refrescaba y el rugido del agua tapaba cualquier conversación.

Luego subieron al mirador de los sauces, desde donde se veía el valle entero, verde y bañado por la luz del mediodía.

Uno de los hombres —alto, de sonrisa confiada y gafas oscuras— se le acercó mientras los demás admiraban el paisaje.

—Te felicito, Karina. Eres una gran guía —dijo—. ¿Te importa si nos tomamos una selfie?

—Claro, no hay problema —respondió ella, sin sospechar nada.

Él sacó el celular, activó la cámara frontal y antes de hacer clic, la tomó de la cintura, acercándola a su cuerpo.

Karina se tensó de inmediato. Su sonrisa en la foto fue más una mueca incómoda que otra cosa. Él no pareció notarlo.

—Gracias, preciosa —dijo, y se alejó como si nada.

Ella se quedó quieta unos segundos, con los brazos cruzados y el corazón acelerado. No había sido agresivo, no realmente. Pero sí invasivo. Inoportuno. Atrevido. Y le desagradó profundamente.

... 

De regreso en las instalaciones Karina sentíacuerpo agotado. Pero lo que más pesaba era su cabeza. Era demasiada información emocional, demasiadas sensaciones nuevas. Había caminado el mismo sendero que conocía desde siempre, pero esta vez fue completamente distinto. Fue mirada, fue deseada, fue invadida.

Les agradeció a los clientes, dio unas palabras de cierre y luego se despidió de sus empleados.

—Chicos, voy a estar en la oficina. Solo molesten si hay una emergencia, ¿sí?

—Claro, jefa —respondió Ricardo, con esa lealtad que parecía inquebrantable.

Karina cerró la puerta, corrió las cortinas y se dejó caer en el sillón. Respiró hondo y tomó su celular. Lo desbloqueó con su nuevo rostro —el reconocimiento facial aún funcionaba, para su sorpresa— y abrió el navegador.

"Hombre se convierte en mujer de la noche a la mañana."
"Cambio de sexo repentino sin cirugía."
"Hechizos de venganza que alteran el cuerpo."

Nada parecía tener sentido. Nada parecía real. Pero estaba ocurriendo.

Apretó los puños. No sabía cómo, ni por qué exactamente, pero tenía claro una cosa:

Elena tenía algo que ver.

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