martes, 4 de noviembre de 2025

El Gran Cambio: Hermana Mayor

 


Frente al espejo, Gabriela ajustaba el tirante de su vestido azul. La tela se ceñía a su cintura y se abría en ondas ligeras sobre sus piernas, resaltando cada curva que aún le costaba creer suyas. A su lado, su hermanita giraba sobre sí misma con un vestido igual, solo que en versión infantil, con moños en la espalda y zapatitos brillantes.

—¿Estoy bonita, Gabi? —preguntó la pequeña, con esa sonrisa inocente.

—Eres la más bonita de la fiesta —respondió Gabriela, y el corazón se le apretó con ternura.

Mientras se delineaba los labios, los recuerdos la golpearon con fuerza. Dos años atrás era Gabriel, cargador de oficio, brazos duros y la promesa de su padre moribundo pesándole en el pecho: “Sé el hombre de la casa.”

Ahora se balanceaba en tacones, con faldas cortas, archivando papeles en una oficina donde cada mirada la desnudaba. Y en esa oficina conoció a su jefe: joven, ambicioso, con una forma de poseerla que la hacía olvidar todo.

Gabriela cerró los ojos un instante, recordando la última vez en el despacho.

Él llegó tarde, con la corbata floja y los ojos encendidos. La tomó de la cintura y la sentó de golpe sobre el escritorio lleno de papeles. Con un tirón le subió la falda hasta la cintura.

—Nunca pensaría que alguna vez fuiste hombre, el Gran Cambio te dió un cuerpo perfecto —murmuró mientras metía la mano bajo su falda apartando la tela de su ropa interior. 

Un gemido se escapó de sus labios cuando el contacto húmedo la expuso por completo. La penetró sin demora, con un empuje profundo que la arqueó hacia atrás. Su espalda golpeó contra los documentos esparcidos, y sus uñas arañaron el escritorio al ritmo de sus embestidas.

El choque de sus cuerpos resonaba en el silencio de la oficina, mezclado con el jadeo de ella y el gruñido bajo de él. Cada vez que la tomaba de las caderas y la empujaba contra sí, Gabriela sentía que se abría más, que el placer la quemaba desde adentro.

Él sujetó sus tacones, levantándole las piernas, y entró más hondo todavía. Ella gritó sin poder contenerse, mordiéndose los labios para no dejar escapar todo lo que sentía. Al final se derrumbó en espasmos, con el orgasmo sacudiéndola entera, mientras él la llenaba con un gemido de triunfo.

Entre jadeos, escuchó su susurro en el oído:

—Eres mía, Gabriela. Me excita saber que el hombre que fuiste desapareció… y que ahora solo queda esta mujer que tiembla para mí.

Ese recuerdo la hizo estremecerse mientras se colocaba los aretes frente al espejo.

Su hermanita la abrazó por la cintura, levantando un poco la falda azul.

—Ya vámonos, Gabi, ¡quiero mi pastel!

Gabriela sonrió, tragándose la mezcla de ternura y deseo que le recorría el cuerpo. Sí, había traicionado la promesa de su padre. A pesar de si haber pagado las facturas no era el hombre de la casa. 

Era una mujer. Una mujer deseada, tomada, amada. Y al ver el brillo en los ojos de su hermanita, supo que, a pesar de todo, no cambiaría su vida por nada. 


¿Quieres que en una versión más adelante también exploremos cómo **su jefe juega con recordarle que fue Gabriel**, dándole un matiz de humillación erótica (como en los otros relatos de Danna), o prefieres que la dinámica siga siendo más romántico/pasional?


No hay comentarios:

Publicar un comentario