domingo, 31 de agosto de 2025

No soy niñera


Nunca pensé que unas simples palabras pudieran cambiar tanto mi vida. —¿Por qué siempre tengo que cuidarlo yo? —grité desde el sillón, intentando ignorar el llanto del bebé mientras jugaba en mi consola—. ¡Es tu hijo, no el mío!

Clara me miró con los ojos rojos, cansados, y la camisa manchada de papilla. Llevaba tres días sin dormir bien, y su esposo estaba de viaje. Su frustración se mezclaba con impotencia.

—Solo te pedí veinte minutos, Miguel —dijo con voz temblorosa—. Solo quería bañarme tranquila. Pero claro… eso es “cosa de mujeres”, ¿no?

Me sentí irritado, y contesté sin pensar:
—Exacto. No soy niñera.

Ella desapareció unos minutos y regresó con algo que brillaba entre sus manos: una pequeña cajita rosa.

—Muy bien —dijo con firmeza—. Si crees que cuidar a un niño es cosa de mujeres… entonces necesito que seas una.

Al principio pensé que era una broma. Mi risa fue corta cuando vi la seriedad en sus ojos. No dije nada mientras sostenía la pastilla entre los dedos. Y sin comprender del todo por qué, la tomé.

...

Desperté al día siguiente con una sensación extraña, como si mi piel no fuera mía. Corrí al espejo y me quedé sin aliento. Mi reflejo era otro: cabello largo, mejillas suaves, cuerpo pequeño y redondeado, curvas donde antes no había nada. Senos, caderas. Yo… no era yo.

Clara no dijo nada. Solo dejó ropa nueva en la cama: un vestido cómodo, unas bragas y un sujetador que tardé más de diez minutos en ponerme.

El llanto del bebé me sacó de mi shock. Fui yo quien lo cargó, con torpeza al principio. Y entonces, algo inesperado ocurrió: dejó de llorar. Fue la primera vez que sentí algo que no había sentido antes: una ternura intensa, un calor profundo que me llenaba el pecho y me hacía olvidar todo lo demás.

Los días pasaron y me encontré aprendiendo a preparar biberones, cambiar pañales, calmar cólicos con canciones suaves. Reía con cada gorgojeo, cada gesto, cada mirada del pequeño. Por primera vez, comprendí la profundidad de cuidar a alguien. Clara podía dormir un rato largo y yo… yo sentía que estaba haciendo algo que realmente importaba.


...

Todo cambió una tarde en el parque. Caminaba con el bebé en brazos, meciéndolo suavemente, cuando una voz amable interrumpió mi concentración:

—Parece que los dos necesitamos una tarde tranquila.

Era Andrés. Alto, con barba corta y una mirada cálida, cargaba a una niña dormida contra su hombro. Conversamos. Luego volvimos a encontrarnos. Día tras día, esas conversaciones se convirtieron en algo que esperaba con ansias. Andrés era viudo, trabajaba desde casa y traía a su hija al parque para que tomara sol. Su voz, su paciencia, su sonrisa… me hacían sentir segura, viva, deseada.

Cuando me invitó a salir, acepté. Caminamos, comimos un helado, y al final hubo un beso que me hizo temblar por dentro. Otro día me invitó a su casa. Sin el bebé. Música suave, cena lista, una intimidad que no había sentido nunca. Cuando nos quedamos solos, sentí la diferencia de fuerzas y ternura entre lo que Miguel hubiera sido y lo que Margarita podía sentir. Esa noche me sentí completamente mía y deseada.

...

Hoy, sigo cuidando a mi sobrino y también a la hija de Andrés. Vivo con él. Mi habitación tiene cortinas lilas, juguetes por todos lados y una mecedora junto a la ventana. A veces cocino, a veces canto, a veces me detengo a mirar a los niños y me pregunto cómo alguien que alguna vez fue Miguel pudo aprender a amar de esta manera.

Cuando alguien pregunta qué pasó con Miguel, Clara sonríe y sacude la cabeza:

—Miguel decía que cuidar niños era cosa de mujeres —dice, observándome jugar con los pequeños—. Y ahora… lo hace con el corazón.


viernes, 29 de agosto de 2025

Apuesta a Ciegas (7)

 


CAPÍTULO 7: APUESTA A CIEGAS

Un mes había pasado desde que Carlos se integró como asistente del equipo, y las Roller Rabbits habían vivido de todo: dos victorias peleadas, un empate con sabor amargo y una derrota que todavía dolía más de lo que querían admitir. La tabla de posiciones estaba más apretada que un short de entrenamiento recién lavado. En todo ese tiempo, Dulce evitó a Carlos todo lo que pudo. 

Ahora, jugaban contra Las Centellas del Norte, el equipo que iba un puesto por encima de ellas. Ganar ese partido significaba pasar al cuarto lugar y tener ventaja en la recta final de la temporada. Perder… era un quedarse en la sombra, una vez más.

La primera mitad fue un caos. El plan de juego no había funcionado como se esperaba. Las Centellas se movían como una tormenta eléctrica: veloces, impredecibles y, para colmo, su defensa era un muro que había dejado a Dulce fuera de juego más de una vez.

Cuando sonó el silbato del medio tiempo, las Roller Rabbits llegaron al banquillo jadeando, frustradas y cubiertas de tierra.

El Coach Ríos no tardó en hacer lo suyo: regaños, correcciones, arengas de general en plena guerra. Pero antes de cerrar su discurso, se giró hacia Carlos, que tenía cara de querer decir algo.

—¿Qué opinas tú, muchacho?

Carlos miró a Dulce antes de hablar. Luego, se agachó frente a la pizarra con movimientos rápidos.

—Están cubriendo el centro como si supieran lo que vamos a hacer. Sugiero abrir con las laterales en falso y traer el ataque por el fondo con una doble pantalla. Dejen a Dulce en el segundo plano y que venga en rompimiento cuando la defensa esté sobrecargada.

El Coach frunció el ceño. Miró el diagrama. No dijo nada durante unos segundos. Luego, se giró hacia Dulce.

—La decisión es tuya, Dulce. Eres quien mejor ve el juego desde dentro. ¿Seguimos con lo planeado o confiamos en tu asistente?

El banco quedó en silencio. Hasta las jugadoras dejaron de beber agua para mirar a Dulce. Ella tragó saliva.

Miró la pizarra. Miró a Carlos. El plan sonaba arriesgado, pero lógico. Y aunque algo en su estómago le pedía quedarse en la zona segura, su instinto le dijo otra cosa.

—Vamos con Carlos —dijo, con firmeza—. Pero rápido. Necesitamos sorprender.

Ríos asintió. No parecía convencido… pero tampoco lo negó.

—Muy bien. Que sea lo que la liebre quiera —dijo con una media sonrisa.

El segundo tiempo fue otra historia.

La jugada nueva confundió por completo a Las Centellas. Las Roller Rabbits se movieron con precisión quirúrgica, abriendo espacios por los costados y atrayendo a la defensa. Cuando el equipo rival se agrupó sobre las laterales, Dulce apareció como un rayo por el centro, recibiendo el pase justo a tiempo y marcando el primer gol.

Los siguientes minutos fueron una sinfonía. El equipo tomó el control, y aunque Las Centellas no eran fáciles de doblegar, el impulso emocional era suyo ahora. Cada jugada conectaba. Cada grito en la banca era de aliento.

El marcador final fue 3 a 2. Victoria. Agónica. Hermosa.

En cuanto sonó el silbato final, las chicas corrieron a abrazarse, gritar y hacer ese baile medio ridículo que se habían inventado como celebración. Dulce, todavía respirando con dificultad, caminó hacia Carlos, que la esperaba en el borde de la cancha con una sonrisa cansada pero satisfecha.

—Te debo una —le dijo ella, levantando el pulgar—. En serio. Fue tu jugada.

Carlos negó con la cabeza.

—Fue tu decisión. Yo solo tiré una idea loca.

—Y yo aposté por esa idea loca. Así que sí —insistió ella—. Te debo una.

Carlos la miró por un segundo más de lo que era socialmente normal. Luego sonrió, medio tímido.

—Tú lo dijiste, pensaré como cobrarte.

Dulce se rio, dándose cuenta de que el chico frente a ella la calmaba y le hacía olvidar quién era. Su entrepierna se humedecio y la del chico tenía un bulto que notó con cierto orgullo. Por primera vez en semanas, no estaba preocupada por esos pensamientos y los disfrutó. Más tarde usaría esos pensamientos para explorar su cuerpo femenino con sus manos. Introdujo los dedos de su mano en su vulva. Mientras imaginaba que era Carlos el que la poseía. 

El climax de su orgasmo fue un momento tan dulce. Pero la culpa que vino después se llevó su seguridad y le trajo mucha culpa. Sus fantasías femeninas se sentían incorrectas. En el fondo ella era un hombre. ¿O no? 


jueves, 28 de agosto de 2025

Mentes en el juego (6)

 



CAPÍTULO 6: MENTES EN EL JUEGO

El lunes después de la fiesta, el Coach Ríos llegó al entrenamiento con su habitual voz de mando, silbato al cuello y energía de cafetera industrial.

—¡Bien, bien! —gritó, mientras las chicas aún se desperezaban frente a la cancha—. ¡El fin de semana de celebración se acabó! A partir de hoy, cabeza en el juego.

Se giró hacia Dulce, que estaba ajustándose los patines.

—Dulce, necesito que veas a Carlos después de clases. Tiene que ponerse al día con las estrategias del equipo, jugadas, rotaciones, todo eso. Tú se lo vas a explicar.

—¿Yo? —preguntó ella, sonrojandose. El chico le había gustado y la historia de estar a solas con él le aterraba.

—Sí, tú. Sabes cómo funciona el equipo. Y tienes cabeza para esto, además hasta hace poco tú tenías su posición en el equipo. Enséñale bien, sin quemarle el cerebro. —Y con una palmada en el hombro, se fue a seguir gritando instrucciones.

Dulce se quedó mirándolo un segundo, incrédula, mientras pensaba: Genial. Una sesión de estudio de hockey con el guapo sobrino del coach que me miró las piernas y el culo toda la fiesta. ¿Qué podría salir mal?

... 

Más tarde, ya en una de las salas de juntas del centro deportivo, Dulce se encontraba frente a una pizarra blanca, marcador en mano, libreta con anotaciones sobre la mesa y un vaso de agua. Decidió usar pantalones. Esperando sentirse menos femenina con ellos. Fracaso miserablemente. Los pantalones se le ceñian al cuerpo y dejaban ver sus curvas femeninas, estilizando sus caderas y sus nalgas. "Al menos mis piernas no están desnudas" pensó. 

No sabía bien cómo actuar cuando llegara el chico. ¿Profesional? ¿Relajada? ¿Táctica? ¿O simplemente leerle lo mismo que venía en las hojas impresas?

Carlos entró puntual, con su sonrisa fácil y una bebida energética en la mano.

—¿Tú eres la maestra? —dijo con una media risa, dejándose caer en una de las sillas.

—Solo porque no tengo opción—respondió ella, rodando los ojos pero sin poder evitar sonreír.

Comenzaron con lo básico: las jugadas estándar, los códigos que usaban para los cambios de formación, las estrategias defensivas para equipos con delanteras rápidas. Dulce dibujaba sobre la pizarra mientras Carlos tomaba nota… y, para su sorpresa, hacía preguntas acertadas.

—¿Y si la defensa cierra con presión doble? —preguntó en una jugada de contraataque—. ¿No sería mejor tener una lateral de respaldo aquí?

Dulce se quedó en silencio un segundo.

—Eso… eso no está mal. Aunque habría que ajustar el ritmo del pase. Pero sí. Podría funcionar.

A medida que la sesión avanzaba, la charla se volvía más fluida. Carlos hablaba con pasión, con lógica, y con una especie de intuición natural que le permitía leer la cancha sin siquiera estar en ella. Cada sugerencia que hacía tenía sentido. 


Dulce empezó a verlo con otros ojos, sabía que el chico era agradable y guapo, aunque odiara admitir que notó eso de él, pero ahora también sabía que era inteligente. Pudo sentir cierta humedad en su entrepierna. Y se imaginó besándose con el chico. Ella sentada en sus piernas. Le gustaba su sonrisa y sus hombros marcados debajo de esa sudadera gris. Le miro  el bulto entre las piernas al menos seis veces.  Y comenzó a imaginar cosas más sugerentes que unos simples besos. Ambos hablaban el mismo idioma. Y a ella eso le fascinaba.

Hablaron por más de una hora. Inventaron una jugada nueva, discutieron ajustes a la “Zorra invertida”, se rieron del nombre de “Pantera abierta”, y Carlos hasta improvisó una variante de la “Liebre eléctrica”, la jugada estrella de Juana, que Dulce juró que probarían en la próxima práctica. La tensión entre ambos era evidente, el bulto en los pantalones de él y la humedad en las bragas de ella no mentían. Ambos acercaron mucho sus bocas y cuando estuvieron a punto de besarse... 

Sonó la campana anunciando la próxima clase. Dulce aprovechó el momento para alejarse de Carlos y salvar lo que le quedaba de masculinidad. 

Carlos hojeó su libreta por última vez antes de guardarla y soltó, casi sin pensar:

—Oye, una cosa… ¿cuánto llevas exactamente con el equipo?

Dulce sintió un leve pinchazo de alerta en el pecho. Disimuló con una sonrisa.

—¿Por qué?

Carlos la miró, curioso, sin malicia, pero con genuina sorpresa.

—Porque me estás explicando las jugadas como si las hubieras inventado tú. Y, si no me equivoco, tú entraste apenas hace dos semanas, ¿no?

Dulce parpadeó. No demasiado lento, no demasiado rápido. Solo lo justo para pensar una respuesta convincente.

—He sido rápida para aprender. Me metieron al equipo casi de inmediato, supongo que por eso. Además, las chicas me han ayudado un montón.

Carlos asintió, aún con cierta incredulidad amable en los ojos.

—Ya veo… Pues qué suerte la mía. Me tocó aprender de la mejor.

Ella sonrió. Pero por dentro, las cosqullas habían vuelto. Esa pequeña grieta en su coartada le recordó que todo esto —la cancha, las jugadas, la cercanía con Carlos— era un equilibrio frágil. Uno que podía romperse con una simple pregunta inocente.

Carlos se levantó, estirando los brazos.

—Gracias por el repaso. Me ayudaste más de lo que crees.

—De nada—respondió ella, recordando que casi besó a ese chico. 

Y mientras salían de la sala, caminando juntos como si fueran viejos compañeros de equipo, Dulce no podía sacarse de la cabeza una idea:

Carlos era brillante. Divertido. Apasionado por el deporte. Exactamente el tipo de persona con la que Esteban habría hecho equipo.

Pero Dulce no era Esteban. Y Carlos no la veía como lo hubiera visto a él. Le miraba las caderas, las piernas, el pecho y el culo. La veía como a una mujer. Ella se avergonzó al pensar que le había visto el bulto entre las piernas y que casi le daba un beso. Porque no estaba lista para eso. 

No todavía.

miércoles, 27 de agosto de 2025

Una fiesta, un nuevo rostro... y un short muy corto. (5)



CAPÍTULO 5: UNA FIESTA, UN NUEVO ROSTRO… Y UN SHORT MUY CORTO

Una semana después de su primera victoria —y apenas unos días después de haber conseguido una segunda más reñida pero igualmente gloriosa—, el Coach Ríos decidió que el equipo merecía un descanso.

—¡Nada de entrenamiento este viernes! —les había dicho al final de la práctica—. En vez de eso, ¡fiesta en mi casa! Se lo han ganado, con creces. Pero ojo: una sola noche de diversión, el lunes quiero a todas frescas y listas para entrenar como campeonas.

Las Roller Rabbits estallaron en gritos y vítores. Dulce no tanto. Aunque la idea de una fiesta no le molestaba, el concepto de “vida social femenina” seguía siendo una incógnita para ella. Se lo tomaba como una parte más del experimento: adaptarse, observar, sobrevivir.

El viernes por la tarde, se encontró frente a un espejo, mientras dos de sus compañeras la ayudaban a vestirse como, según ellas, “una chica lista para una noche divertida”. Tras muchas opciones rechazadas por “aburridas” o “demasiado recatadas” por parte de sus compañeras, el momento incómodo llegó cuando una de ellas sacó una falda corta de mezclilla, sonriente y decidida.

—¡Esta es perfecta! —dijo emocionada—. Sexy, pero casual. Ideal para una fiesta.

—Ni de broma —soltó Dulce con firmeza, cruzándose de brazos—. No me voy a poner una falda. —En el fondo, Dulce, no estaba lista para usar una.

Hubo un breve silencio. Las chicas intercambiaron miradas, pero ninguna insistió. Una de ellas suspiró con una sonrisa resignada y rebuscó otra prenda.

—Bueno, plan B entonces.

Y así fue como Dulce terminó con un short de mezclilla diminuto, una camiseta de mario bros sin mangas, y unos tenis blancos que al menos la hacían sentir mínimamente como ella misma. La tela del short apenas cubría lo necesario y dejaba sus piernas completamente expuestas. Dulce aún no se acostumbraba a la suavidad en su entrepierna pero este short la hacia tan evidente. Se sentía ridícula, vulnerable… y muy observada.

—¡Estás lista para robar corazones, Dulce! —dijo una de sus compañeras entre risas.

Dulce forzó una sonrisa. Quería esconderse debajo de la cama. Pero sabía que no tenía escapatoria. Así que respiró hondo, agarró su bolso y salió hacia la fiesta.

... 

La casa del Coach era más grande de lo que imaginaba, con un patio iluminado, bocinas pequeñas distribuidas por todos lados, música relajada y una gran mesa de botanas en el centro. Las chicas ya estaban llegando cuando Dulce entró, tratando de actuar normal mientras saludaba con una sonrisa nerviosa.

Unos minutos después, Ríos pidió la atención del grupo.

—Chicas, antes de que me retire y las deje divertirse como se merecen —dijo, con un vaso en mano—, quiero presentarles al nuevo asistente del equipo. ¡Mi sobrino, Carlos!

Un chico alto, delgado pero musculoso, con una sonrisa relajada y una gorra hacia atrás, levantó la mano en saludo. Tenía algo en su forma de moverse, en cómo saludaba, que hizo que Dulce lo mirara con curiosidad inmediata.

—Ya verán que se lleva bien con ustedes —añadió el Coach, guiñando un ojo—. Pero yo mejor me voy, que si me quedo soy el único hombre adulto en una fiesta llena de jovencitas... y eso puede meterme en problemas. ¡Diviértanse, y cuiden a Carlos, por favor!

Las chicas rieron, algunas soltaron aplausos, y el Coach desapareció por la puerta trasera.

Carlos no tardó en integrarse. Se acercó a la mesa con botanas, donde Dulce ya estaba con un vaso de limonada. Le ofreció un choque de puños, informal.

—Carlos —dijo—. Nuevo en el equipo, aparentemente.

—Dulce —respondió, intentando sonar más segura de lo que se sentía.

Hablaron unos minutos. Fue fácil. Demasiado fácil. Carlos tenía ese tipo de carisma tranquilo, sin esfuerzo, como si nada en el mundo lo apurara. A medida que conversaban, Dulce notó algo más: eran muy parecidos. Carlos hablaba de nutrición deportiva, de cómo quería ser coach, de cómo entrenaba desde niño y lo difícil que era no jugar más, pero seguir amando el deporte.

Cada palabra que decía le sonaba familiar. Como si estuviera hablando con una versión alternativa de sí misma.

Y por eso, cuando lo notó mirándole las piernas por tercera vez en diez minutos, una oleada de confusión le subió por el pecho.

No fue una mirada pervertida, ni descarada. Fue sutil, apenas una bajada rápida de ojos, pero suficiente para que Dulce lo notara.

El short. Maldito short.

Se removió ligeramente en su lugar, Carlos media al menos 25 cm más que ella y sin duda pesaría al menos 40 kilos más. Su cuerpo femenino era pequeño y delicado. Completamente femenino. El cuerpo de Carlos era esbelto pero no delicado. Se notaban sus músculos bajo la ropa y la espalda de él era el doble de la de ella. La diferencia entre sus géneros de repente se volvió demasiado evidente para Dulce. 

—¿Todo bien? —preguntó Carlos, sin darse cuenta.

—Sí… sí, claro —respondió ella, bebiendo un sorbo largo de limonada para no decir nada más.

En ese momento, lo entendió. Por más que Carlos y ella compartieran sueños, intereses y hasta sentido del humor… ella ya no era como él. Al menos no desde que tomó la pastilla. Ella ya no era un chico. Ni en apariencia. Sus pechos suaves y su entrepierna plana la relataban. No ocupaban el mismo rol en esa conversación. Y se notaba en cómo él la estaba viendo. Lo peor es que ese trató diferenciado no la molestaba. Incluso cuando Carlos fue a platicar con Sarah un rato ella tuvo una emoción conocida. Celos. 

Y aunque eso la desestabilizó, también le abrió los ojos: su sentir ya no era igual. Ahora le gustaban los chicos. Le gustaba Carlos. Entonces comprendió, si iba a sobrevivir los próximos meses, tendría que aprender a navegar con esa piel femenina y mucha inteligencia. 

La fiesta siguió entre risas, juegos de mesa improvisados, y música a alto volumen. Carlos terminó jugando un duelo de charadas con varias jugadoras, Dulce incluida, y terminó ganándose a casi todas con su torpeza encantadora.

Ella lo observó toda la fiesta. Sonrió. Le caía bien. Le caía demasiado bien. Pero ahora sabía algo que antes no: a su nuevo cuerpo le gustaban los chicos. Pero su mente seguía siendo la misma. No iba a seguir sus impulsos porque sería malo para su masculinidad. 

martes, 26 de agosto de 2025

Transformación dentro y fuera de la cancha (4)

 


CAPÍTULO 4: TRANSFORMACIÓN DENTRO Y FUERA DE LA CANCHA

La mañana siguiente fue… una experiencia completamente nueva para Dulce.

Aunque en la cancha se había sentido poderosa, hoy enfrentaba una realidad completamente diferente: el día a día en la universidad. Después de su primer entrenamiento con las Roller Rabbits, había sentido una extraña mezcla de emoción y ansiedad. El deporte estaba en su ADN, pero la vida universitaria… como chico era muy popular. Pero nadie sabía quién era ella en realidad así que para todo efecto sería la nueva en la escuela. 

Cuando la Dra. Vega la encontró en su habitación esa mañana, parecía estar esperando ese momento. Entró con una bolsa llena de productos y una sonrisa en el rostro.

—¡Dulce! —dijo la Dra. Vega, con una energía que sorprendió a Dulce—. Necesitamos hablar de algo importante. Vas a convivir con el equipo, y también vas a tener que adaptarte a las clases. No todo se trata de patines, cariño.

Dulce, que aún no se acostumbraba a su nuevo nombre ni a la ausencia de su amiguito entre las piernas, asintió, sin estar completamente convencida de qué se trataba.

—¿A qué te refieres? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

La Dra. Vega soltó la bolsa sobre la cama de Dulce. Dentro, había varios frascos de maquillaje, productos de cuidado de la piel y ropa de mujer. Dulce fruió el ceño, mirando los artículos como si fueran artefactos de otro mundo.

—Hoy, además de jugar, también tendrás que vestirte y maquillarte como una chica normal —dijo la Dra. Vega con una sonrisa traviesa—. Tienes que estar lista para interactuar con tus compañeras fuera de la pista. No basta con ser buena jugadora; tienes que encajar en el grupo. Esto incluye saber cómo vestirte, cómo llevarte con las demás, y sí, también cómo maquillarte un poco.

Dulce miró los productos con confusión. No sabía ni por dónde empezar. No había tenido tiempo de aprender sobre maquillaje ni sobre vestimenta femenina, todo esto le parecía un mundo completamente nuevo.

—Pero… no sé cómo hacerlo —respondió, sintiéndose incómoda.

La Dra. Vega la miró con comprensión.

—No te preocupes, yo te ayudo. No es tan complicado. Además, no tienes que transformarte en alguien que no eres, solo aprender a sentirte cómoda con esta nueva faceta de ti misma. Es solo una capa más. Ahora, a ponerse guapa.

... 

Después de una hora de consejos de vestuario y maquillaje, Dulce estaba lista. No se sentía completamente como una chica "normal", pero al menos no era la misma persona de la mañana. Se miró al espejo, con una leve sonrisa. La Dra Vega le hizo probarse varios vestidos pero Dulce no quería salir al exterior con ellos. Al final se puso un enterizo amarillo que le hacía lucir su figura. Sabía que el día de hoy sería un reto, pero sentía que tenía algo que darle al equipo.

A pesar de su nuevo look, Dulce no podía dejar de sentirse algo fuera de lugar. Al llegar a las clases, su mente estaba a mil por hora. Estaba rodeada de chicas que parecían tenerlo todo bajo control: sus ropas, sus conversaciones, su forma de ser. Mientras tanto, Dulce solo podía pensar en lo que había dejado atrás: su vida anterior, sus amigos, su identidad como Esteban.

A lo largo del día, las miradas curiosas de los chicos la hacían sentir incómoda. El mono que llevaba no era revelador pero aún así todos parecían verle las piernas o las curvaa de su cuerpo. Deseaba que la Dra Vega le hubiera dado una prenda más holgada. La mayoría sólo la miraba y seguía de largo pero un par de chicos le silbaron. No entendía como algunas personas podían ser tan desconsideradas. "No soy un perro para que me silben" pensó. 

Llegó la tarde, y la pista de hockey la estaba esperando. El equipo rival las visitaba. 

El primer partido de la temporada estaba por comenzar. Las Roller Rabbits estaban reunidas en el vestuario, poniéndose las camisetas ajustadas, los shorts de licra pegados, ajustando los patines y preparándose mentalmente. Las jugadoras murmuraban entre ellas, algunas confiadas, otras nerviosas. Dulce las observaba, con una mezcla de adrenalina y tensión. No solo estaba allí como jugadora, sino como alguien que todavía se preguntaba si era suficiente para formar parte de ese grupo.

El momento que había temido había llegado: tenía que ponerse el uniforme del equipo. Dulce miró el uniforme que le habían dado: un jersey rosa ajustado que destacaba su figura y un short ultrapegado que no dejaba mucho a la imaginación. El conjunto era revelador, mucho más de lo que ella había esperado.

La sensación de incomodidad fue instantánea.

Se miró en el espejo del vestuario, observando la tela ceñida a su cuerpo. El rosa no solo la hacía sentir más expuesta, sino también más vulnerable. La silueta de sus piernas y caderas, que apenas conocía, parecía más pronunciada de lo que se sentía cómoda mostrando. Y el hecho de que las chicas del equipo ya usaban este atuendo con tanta confianza solo la hacía sentir más fuera de lugar. ¿Cómo podía jugar al más alto nivel cuando no podía ni adaptarse a su propio cuerpo?

Una oleada de inseguridad la invadió, y por un momento, estuvo a punto de quitarse el uniforme y desaparecer. Pero entonces, vio a sus compañeras sonriendo, hablándose entre ellas y animándose para el partido. Sara, la capitana, se acercó y le dio un ligero golpe en el hombro.

—¡Vamos, Dulce! ¿Estás lista? —dijo con una sonrisa confiada.

Dulce asintió, tratando de esconder su incomodidad. En la cancha, todo sería diferente. Solo tenía que concentrarse en el juego. Respira hondo, y juega.

El partido comenzó, y la pista se llenó de ruido. Dulce no podía evitar sentir mariposas en el estómago mientras se deslizaba sobre el suelo. Pero pronto se dio cuenta de algo: no necesitaba estar nerviosa. Estaba en su elemento. Dentro de la pista, era ella misma, sin importar los cambios, sin importar su nuevo cuerpo o su nueva vida. El hockey sobre asfalto seguía siendo lo mismo.

En los primeros minutos, Dulce comenzó a moverse con una fluidez y rapidez asombrosas. Las jugadoras rivales intentaban bloquearla, pero ella parecía anticiparse a cada uno de sus movimientos. Al principio, nadie parecía entender cómo podía estar tan sincronizada con el resto del equipo, pero cuando logró hacer un pase perfecto a Sara, quien anotó el primer gol, las chicas comenzaron a murmurar entre ellas, sorprendidas.

—¡Eso es! —gritó la capitana, mientras celebraba el gol con Dulce.

Al final del primer tiempo, Dulce ya había hecho dos asistencias más, y su equipo estaba ganando 3-0. Las jugadoras empezaban a mirarla con asombro, sin poder creer lo que estaba sucediendo. No era solo su habilidad para moverse en la pista, era la manera en que parecía leer el juego, anticipándose a cada jugada.

En la segunda mitad, con el marcador 4-2, la presión aumentó. El equipo rival se acercaba peligrosamente, y las Roller Rabbits necesitaban un gol más para asegurar la victoria.

Fue entonces cuando Dulce se adelantó. Con el balón en los pies, esquivó a dos defensoras rivales, hizo un giro impecable y, con una precisión asombrosa, disparó el balón directo a la portería. La portera rival no pudo reaccionar a tiempo. El disco entró con un suave “plop” en la esquina de la red.

Gol.

Las Roller Rabbits estallaron en un rugido de victoria. El marcador final: 5-2. Dulce había marcado el gol de la victoria. Había demostrado lo que podía hacer.

... 

Al final del partido, mientras celebraban con alegría, Sara se acercó a Dulce, con una sonrisa de admiración.

—No sé cómo lo hiciste, pero hoy nos llevaste a la victoria. Bienvenida al equipo, Dulce.

Dulce sonrió, sintiendo una mezcla de alivio y satisfacción. Quizá aún no entendía por completo todo lo que había cambiado en su vida, pero al menos dentro de la cancha, todo parecía tener sentido.

Quizá no todo estaba tan mal después de todo.

lunes, 25 de agosto de 2025

Una jugadora prodigio (3)


CAPÍTULO 3: UNA JUGADORA PRODIGIO

Era miércoles por la tarde cuando las Roller Rabbits comenzaron su entrenamiento semanal en la pista del gimnasio. Las chicas estaban un poco más animadas de lo habitual.Sabían que la nueva jugadora se llamaba Dulce, pero aún no sabían muy bien qué esperar de ella. La nueva jugadora era enigmática: una estudiante de intercambio que había llegado de la nada, con una habilidad innata para patinar, como si hubiera estado entrenando con ellas desde siempre.

El Coach Ríos llegó temprano, como siempre, y se paró junto a la pista. Estaba vigilante, esperando a que Dulce llegara. Cuando la vio entrar, sin decir una palabra, fue directo a saludarla.

—Bienvenida, Dulce —dijo, dándole una palmada en el hombro.


Dulce, quién hace dos días había sido Esteban, sonrió, su rostro tranquilo, pero su mente aún un poco confundida. Llevaba puesta una blusa amarilla y un pantalón de mezclilla a la cadera. La ropa no era atrevida pero era decididamente femenina y eso la molestaba un poco. A pesar de los nuevos movimientos, el cuerpo con curvas, la ropa prestada, el nombre cambiado… algo en su interior se sentía como si estuviera en casa, como si todo esto fuera… natural.

Las jugadoras del equipo la miraban con expectación mientras ella se ponía las protecciones y los patines. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y admiración, aunque también había un aire de incertidumbre. No sabían qué esperar, pero algo les decía que Dulce no era solo una jugadora más. Fue al vestidor a cambiarse. Volvió con un un pants de licra pegado y negro. Un short corto rosa y una blusa holgada. También negra. El reflejo en el espejo le parecía otra persona, pero era ella. Cuando salía del vestidor escuchó unos gritos. 

—¡Vamos, chicas! —gritó el Coach—. ¡Calentamiento! ¡A correr!

Durante los primeros minutos del entrenamiento, Dulce fue como cualquier otra jugadora. Realizó los movimientos básicos sin dificultad, pero pronto se fue notando algo raro. No era solo que tuviera un buen manejo de los patines o que fuera rápida. Era que Dulce sabía exactamente lo que estaban haciendo las chicas, como si hubiera estado en todos los entrenamientos anteriores, como si conociera las jugadas de memoria.

Cuando las chicas pasaron a realizar ejercicios más complejos, como cambios rápidos de dirección y maniobras en equipo, Dulce parecía moverse con una naturalidad asombrosa. Estaba sincronizada con ellas de una manera que no tenía sentido para una jugadora que apenas las conocía.

—Dulce, ¿cómo sabes hacer eso? —preguntó una de las jugadoras, sorprendida mientras veían cómo se deslizaba por la pista con una gracia y destreza inesperada.

—¿Sabes las jugadas? —añadió otra, mirando desconcertada cómo Dulce se adelantaba a las estrategias del equipo sin que nadie le hubiera dicho nada.

Dulce sonrió y, con su tono tranquilo y calmado, respondió:

—Solo he estado observando.

Las chicas no podían creerlo. Dulce parecía tener una conexión casi telepática con el equipo. Cada vez que el Coach Ríos daba una nueva orden, Dulce ya estaba en el lugar adecuado, ejecutando los movimientos como si los hubiera practicado con ellas durante años. Había algo en ella, en su forma de moverse, de anticiparse a cada pase, a cada cambio, que las dejaba sin palabras.

Al final del entrenamiento, el Coach Ríos la observó con una sonrisa satisfecha. Estaba claro que Dulce había superado las expectativas de todos.

—Creo que las chicas ya tienen claro quién va a ser la estrella del próximo partido —dijo, mientras Dulce se acercaba a él con paso tranquilo.

—No exageres, Coach —respondió Dulce con una sonrisa tímida—. Aún tenemos mucho trabajo por hacer.

Las jugadoras se acercaron a ella, sorprendidas y emocionadas.

—No sé cómo lo hiciste, Dulce, pero parece que te conoces todo el plan —dijo una de las jugadoras, claramente impresionada.

—¿En serio? —respondió Dulce, manteniendo su postura relajada. Parecía no darse cuenta de lo impresionante que había sido su desempeño—. Solo soy buena para leer el juego, supongo.

Las chicas comenzaron a murmurar entre ellas.

—¿De verdad crees que…? —dijo una jugadora en voz baja, mientras miraba a sus compañeras.

—Sí, ¡es un prodigio! —respondió otra—. Es como si hubiera estado entrenando con nosotras desde siempre. ¡Esto es lo que necesitábamos!

Las palabras de sus compañeras recorrieron el vestuario, y aunque Dulce mantenía una actitud tranquila, un pequeño nudo se formó en su estómago. Sabía que estaba haciendo bien las cosas, pero también comprendía que nadie sabía lo que realmente estaba pasando: que, detrás de todo esto, era Esteban, un joven que ahora estaba viviendo una nueva vida, con un cuerpo que no reconocía como suyo, pero con un instinto natural para el deporte.

Mientras tanto, las chicas ya hablaban entre ellas con entusiasmo.

—Creo que vamos a ganar el próximo partido —dijo una, con una sonrisa confiada—. Si Dulce juega como lo hizo hoy, estamos listas para la victoria.

El entrenamiento terminó con un aire de optimismo renovado. Dulce había llegado para ayudar al equipo, pero algo le decía que las expectativas sobre ella estaban comenzando a crecer. El próximo partido sería clave, y no solo para el equipo, sino también para Dulce, que comenzaba a sentirse más atrapada en su nueva identidad.


domingo, 24 de agosto de 2025

Cambios en el juego (2)


CAPÍTULO 2: CAMBIOS EN EL JUEGO

El vestuario de las Roller Rabbits estaba en un silencio incómodo. Las jugadoras, aún procesando la derrota y la lesión de Juana, estaban sentadas, cada una perdida en sus pensamientos. El Coach Ríos, que parecía haber perdido años de vida en las últimas 24 horas, entró con paso firme y, al igual que siempre, tomó el control de la sala.

—Atención, chicas —comenzó con voz grave—. Tengo dos anuncios importantes.

Las jugadoras alzaron la mirada. El Coach tenía una expresión seria, como si estuviera a punto de enfrentar una batalla importante.

—El primero: Esteban tuvo que salir del Estado por una emergencia familiar. No podrá estar con nosotros durante un tiempo.

El murmullo recorrió la sala. Esteban no era solo el asistente. Era el tipo que las ayudaba con las tácticas, que las motivaba en los entrenamientos y que las conocía como nadie más. La noticia de su ausencia caló hondo.

—No pongan esas caras —continuó Ríos—: Para cubrir esa vacante, vendrá alguien que espero que se adapte rápido al equipo. Mi sobrino, Carlos, es un buen patinador, pero llegará en un par de semanas. Apenas pude convencerlo de dejar su campamento deportivo, pero creo que esta experiencia le servirá. Pero el anuncio más importante que les tengo es que tenemos a una jugadora para cubrir el resto de la temporada.

Las jugadoras lo miraron, intrigadas. Algunas levantaron una ceja, otras esperaban ansiosas.

—Una estudiante de intercambio, Dulce, acaba de llegar a la universidad. Es excelente para el deporte, así que espero que se integre rápido al equipo y nos ayude a salvar la temporada.

Un murmullo recorrió la sala nuevamente. Dulce, una nueva jugadora, ¿Quién era? ¿De dónde había salido?

—Confío en que este equipo lo puede hacer —finalizó Ríos, sin más explicaciones.

El ambiente era confuso, pero lo que nadie sabía era que la persona que el Coach acababa de presentar como Dulce no era una desconocida, sino alguien que llevaba en su interior toda la vida de Esteban.

... 

Unas horas antes...

El sol entraba débilmente por las cortinas, iluminando la pequeña habitación. Esteban despertó con la sensación de haber dormido más de lo habitual, pero algo no estaba bien. Abrió los ojos y no pudo evitar notar que todo a su alrededor parecía… diferente. La luz, las sombras, los sonidos. Pero lo más impactante fue el reflejo en el espejo frente a él.

No podía ser.

La persona que lo miraba desde el espejo no era él. Era una chica. Una chica de rostro suave, cabello largo y oscuro, con unos ojos grandes que lo observaban con la misma confusión que él sentía.

Esteban intentó levantarse rápidamente, pero se sintió raro. Inmediatamente, una serie de sensaciones recorrieron su cuerpo. Se levantó tambaleante y se acercó al espejo.

—¿Dulce? — escuchó una voz conocida mientras se observaba.

Fue entonces cuando la doctora Vega apareció, con una calma desbordante que Esteban nunca entendió.

—Buenos días, Dulce —dijo Vega, con tono sereno. Esteban (ahora Dulce) no podía comprender completamente lo que sucedía. Había pasado de ser un joven deportista a ser una mujer en cuestión de horas, y aún estaba procesando todo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Esteban, con voz temblorosa.

La Dra. Vega, impasible como siempre, le entregó unos papeles.

—Tus nuevos documentos. Dulce Hernández. Estás inscrita como estudiante en la universidad y, desde este momento, serás parte del equipo como jugadora. Tienes todo lo que necesitas: los papeles, los cursos, y ya hemos hablado con los administradores de la universidad. Podrás asistir a clases como estudiante femenina.

Dulce (Esteban en su nuevo cuerpo) no podía hablar. Miraba los papeles en sus manos. Estaba registrado, era una estudiante que había llegado para quedarse durante los próximos seis meses. Su vida había dado un giro de 180 grados. Dulce sería su nueva identidad durante todo el semestre.

—El tiempo pasa rápido —continuó Vega—. Tienes seis meses, y espero que aproveches esta oportunidad para adaptarte al equipo. Ya no eres Esteban. Ahora eres Dulce. Una jugadora de las Roller Rabbits.

Dulce tragó saliva, asimilando el peso de las palabras. Si había algo que había aprendido en la vida, era que las oportunidades nunca llegaban en el momento que uno las esperaba. Pero esta… esta no era una oportunidad cualquiera.

Ahora, era una mujer. Podía sentirlo en el pecho y en la entrepierna. Y estaba a punto de enfrentarse a un nuevo reto, dentro y fuera de la pista.

Golpe bajo a las Roller Rabbits (1)

 



CAPÍTULO 1: GOLPE BAJO A LAS ROLLER RABBITS

—¡Eso fue falta! ¡Faaaalta, árbitro, abre los ojos que no estás en un spa! —gritó el Coach Ríos, rojo de furia, como si el árbitro fuera su peor enemigo personal.

El árbitro lo ignoró, como era de esperar. En el centro de la pista, Juana “Rayo” Morales, la estrella de las Roller Rabbits, patinaba a una velocidad descomunal, como si estuviera en un videojuego. Pero justo cuando estaba por anotar su tercer gol, una defensa rival la barrió con la delicadeza de un tren en pleno freno.

El golpe fue brutal. El grito de Juana recorrió el campo como una alarma de incendio, y su rodilla se dobló de una manera que ni los videos de bloopers se atreverían a mostrar.

Desde la banca, Esteban Cordero, estudiante de Nutriología Deportiva, se levantó como un resorte. Esteban no solo era el asistente técnico del equipo: era un atleta completo con un sueño claro en mente: convertirse en entrenador profesional. Jugaba al fútbol, corría, practicaba boxeo y tenía la cabeza llena de estrategias. Pero en ese momento, lo único que quería hacer era correr hacia Juana.

—¡Doctora Vega! ¡Doctoraaaaa! —gritó, con su voz sonando como si fuera el eco de un velocista.

La doctora llegó de inmediato, puso las manos sobre la rodilla de Juana y, con voz firme, diagnosticó:

—Rotura de ligamentos cruzados. Tres meses fuera.

El equipo se sumió en un silencio mortal. Las Roller Rabbits perdieron el partido, pero lo peor era la noticia de que Juana estaría fuera por un largo tiempo.

... 

Horas después, en la sala de reuniones del gimnasio, el ambiente era tenso. El Coach Ríos caminaba de un lado a otro, claramente frustrado. Esteban estaba sentado en una de las sillas, mirando su libreta, sin poder concentrarse en nada.

Solo estaban ellos tres: el Coach, la Dra. Vega y Esteban. El resto del equipo aún no sabía la gravedad de la situación.

—Sin Rayo no vamos a llegar a ningún lado —dijo el Coach, su voz grave y preocupada.

—Lo sé —respondió Esteban, pero no tenía ninguna solución que ofrecer.

Un silencio pesado se cernió sobre ellos. La doctora Vega se detuvo y miró a ambos con una determinación nueva.

—Escuchen, sé lo que estoy a punto de proponer. No es fácil. Pero es nuestra última oportunidad para salvar la temporada.

La doctora caminó hacia una vitrina oculta al fondo del salón, la abrió con una llave y sacó una caja metálica. La puso sobre la mesa. La etiqueta brillante en la caja decía algo que hizo que Esteban frunciera el ceño:

PROTOCOLO AFRODITA — Solo abrir en situaciones de emergencia deportiva extrema.

—¿Qué es esto? —preguntó Esteban, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

La Dra. Vega se acercó con una calma inquietante.

—Es un tratamiento experimental. Una cápsula. Cambia temporalmente la fisiología masculina a femenina. Seis meses de transformación, luego todo vuelve a la normalidad.

Esteban miró la cápsula rosa con incredulidad.

—¿Seis meses? —repitió, como si no pudiera procesar lo que estaba oyendo.

—Exacto —respondió Ríos—. Justo el tiempo que queda de temporada. Y si la tomas, podrías ser parte del equipo. No como asistente. Como jugadora.

—¿Me estás diciendo que tengo que… transformarme en mujer? —preguntó Esteban, viendo la cápsula con un leve temblor en la mano.

—Es una oportunidad para que juegues. Para que entres al campo, para que sientas lo que es ser parte de este equipo, de verdad —explicó la Dra. Vega, sin inmutarse—. No es permanente. Y lo más importante: nadie en el equipo sabrá nada de esto. Solo tú, Ríos y yo.

Esteban se quedó en silencio, mirando la cápsula rosa sobre la mesa. Sus manos sudaban. Nunca imaginó que sus ganas de salvar al equipo tomaría este giro. Pero la opción de quedarse en las gradas era aún peor. Pensó en Juana, en su equipo… en las Roller Rabbits.

—¿Y después de seis meses volveré a ser yo? —preguntó Esteban con voz baja.

—Eso ya dependerá de ti —respondió Ríos, casi con un suspiro—. Pero por ahora, tenemos una sola oportunidad.

Esteban miró la cápsula una vez más, luego a la Dra. Vega y al Coach. Sus pensamientos iban a mil por hora. Podía ser la oportunidad de salvar al equipo. Pero a qué precio… ¿realmente estaba dispuesto a ser mujer por seis meses?

—¿Tiene agua? —preguntó, tratando de aliviar la tensión con una sonrisa nerviosa.

Ríos soltó una risa nerviosa.

—No, pero si lo necesitas, te la consigo.

viernes, 22 de agosto de 2025

Los girasoles


Todo empezó con aquella pastilla rosa que me dieron por error. Desde entonces, mi vida cambió de golpe: el cuerpo, la voz, las miradas… y mi relación con Adrián. Antes éramos solo amigos. Ahora, él me toca debajo de la falda y yo lo dejo. Él solo dice que estamos reforzando la amistad. No es nada romántico, al menos no lo era hasta que me invitó a salir. Acepté sin pensar y después entendí que iba a tener una cita con mi mejor amigo. ¡Y yo sería la chica!

Adrián llegó puntual esa noche, con una sonrisa descarada y un ramo de girasoles tan grande que apenas podía abrazarlo. El perfume dulce me llenó los sentidos mientras él me los entregaba, inclinándose lo suficiente para que sus labios rozaran mi mejilla.

—Son para ti —susurró.

Llevaba puesta la falda rosa. La corta. La que me deja las piernas desnudas hasta medio muslo. Sentí su mirada recorrerme y, por un instante, me pregunté qué habría pensado de mí si aún fuera hombre. Tal vez no me estaría mirando así… tal vez no me estaría deseando. Seguramente no, yo ni siquiera estaría usando una falda si siguiera siendo un hombre.

La cena fue un pretexto. Apenas probé la comida. Su rodilla rozó la mía bajo la mesa y su mano se cerró sobre mi muslo. Sentí un escalofrío, mitad placer, mitad nervios. La parte masculina que aún habita en mí quiso apartarlo. Mi parte femenina… se dejó ir. Nos besamos por primera vez en esa cita, pero no fue solo un beso, fueron tantos que perdí la cuenta.

Ya en su departamento, me apoyó contra la pared antes siquiera de cerrar la puerta. Mis pensamientos se agitaron: ¿es esto lo que quiero? ¿O solo lo que esta cosa entre mis piernas me obliga a sentir? Su boca bajó por mi cuello, y las dudas se hicieron más débiles que el calor subiendo entre mis piernas.

Cuando sus dedos se colaron bajo mi falda y rozaron mi sexo, entendí que no iba a detenerlo. Me besó con hambre, con urgencia, y yo respondí igual. El frío de la pared en mi espalda contrastaba con el fuego que él encendía en mí.

En ese momento supe que, aunque antes fui hombre, ahora había algo más fuerte que la nostalgia: el deseo, puro y urgente, de dejar que él me tuviera por completo.

--------------
Esta caption es parte de una serie.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Un cambio de actitud


Mi amigo siempre decía que mi problema para ligar era la actitud. “Tienes que ser más seguro, más atrevido”, repetía, como si fuera tan fácil. Un día, con una sonrisa que escondía algo, me dijo que tenía la solución definitiva.

No pensé que se refería a cambiar de cuerpo. Pero ahí estaba yo, enfundada en un vestido ajustado, con tacones que hacían sonar cada paso y unas curvas que no reconocía como mías… pero que él no podía dejar de mirar.

Salimos esa noche, como siempre, pero algo era distinto. Bailamos más juntos, reímos más cerca, y su mano en mi cintura ya no parecía inocente. Entre copa y copa, nuestros labios se encontraron; un beso largo, hambriento, que encendió todo. Terminamos en su departamento, sin pensar, dejándonos llevar hasta que la madrugada nos sorprendió exhaustos y revueltos entre las sábanas.

Dos días después, me confesó que había dejado a su novia. Ahora, cuando me besa, me recuerda con una sonrisa traviesa que todo empezó “solo” por mejorar mi actitud. Y yo me he vuelto más atrevida, pueden comprobarlo viendo el atuendo que usé en un festival de música. ¡Es lencería!

lunes, 18 de agosto de 2025

Jamás besado

 


Tenía dieciocho años y jamás había besado a una chica. No es que no quisiera, simplemente… nunca se había dado. Mi mejor amiga decía que era porque yo no sabía “mover mis encantos”, pero yo me encogía de hombros y cambiaba de tema.

Una tarde, mientras estábamos en su habitación, me dijo que tenía la solución a mi problema. Pensé que se refería a darme un consejo o presentarme a alguien, pero en cambio, sacó de su bolsillo una pequeña píldora rosa y me la puso en la mano.

—Confía en mí —sonrió, como si supiera exactamente lo que hacía.


Nunca pensé que me transformaría en una mujer… y mucho menos en una coqueta. Sentí mi cuerpo y mi voz cambiar, mi reflejo en el espejo me dejó sin aliento: pestañas largas, curvas suaves, labios irresistibles. Ella me enseñó a caminar, a mirar, a reírme de cierta forma.

No era lo que tenía en mente… pero debo admitirlo: funcionó. Y ahora, cuando cierro los ojos y recuerdo la cantidad de chicos que he besado desde entonces, me pregunto si de verdad quiero volver atrás.


sábado, 16 de agosto de 2025

Protección de testigos


Yo era uno de los mayores traficantes de drogas de nuestra ciudad hasta que la policía me atrapó. A pesar de mi reputación de duro, sabía que no duraría mucho en la cárcel; me había ganado demasiados enemigos. Me ofrecí, entonces, q delatar a todos mis competidores y socios a cambio de entrar a un programa de protección de testigos. Me prometieron una identidad que mis enemigos jamás podrían encontrar.El fiscal principal me prometió que no solo me daría una nueva identidad, ¡sino que sería tan buena que ni siquiera tendría que salir de mi ciudad! No podía creerlo, pero no tuve otra opción y acepté el trato. 



En cuanto terminó mi testimonio, me dieron un vaso con agua y una pastilla. Sentí que cambiaba apenas me la tome. Mi cuerpo se volvió más suave, redondo, débil y bonito. De repente ya no era yo y apareció Joana. Mis enemigos no tenían forma de encontrarme. Conseguí trabajo como consultora de negocios, como hombre habia estudiado algo de eso. Todo iba a ir bien, pero el fiscal se enamoró de mí y, bajo amenaza de revelar mi identidad a los que delate, me obligó a convertirme en su esposa. Ahora no sólo me estoy acostumbrando a usar pantimedias todos los días, sino que también cada noche me estoy acostumbrando a sentir la polla de mi marido en mi coño.

jueves, 14 de agosto de 2025

Nunca seré un hombre otra vez

 


Llevo tanto tiempo viviendo como mujer que ya no recuerdo cómo es ser hombre. Pensar que todo empezó contra mi voluntad porque mamá temía que me estaba volviendo un mal tipo. Pensó que sería más fácil educarme al convertirme en mujer...

No recuerdo cuándo fue la última vez que pensé en mi mismo como hombre. Ahora usar faldas y vestidos es lo más normal para mí. Lo he hecho todo: coquetear con hombres, salir con ellos, hacerme amiga de otras mujeres, enfrentarme a mi periodo, masturbarme. Me encanta oír que se dirijan a mí como: "Señorita", "damita", "niña". Si estoy en la cama con un hombre me gusta que me diga que soy "una niña buena". Estoy segura de que ya no hay vuelta atrás, nunca podré volver a ser un hombre.



Esta caption es parte de una serie:



Tercera parte: Vintage TG Caps: Soy la mujer más feliz

Caption Anterior: 

miércoles, 13 de agosto de 2025

Top 6. Lo mejor de 2025 (Semestre 1)


Terminó el primer semestre del año y por ello les traigo este post especial con las entradas más vistas de este periodo. Como son 6 meses decidí hacer un top 6:

1. ¡Eres una mujer para siempre y ahora serás mi esposa! con 714 vistas


3. Yo te ayudaré a ser una buena mujer con 607 vistas

4. Esta bien, mi niña con 565 vistas

5. A veces mi esposo necesita recordarme con 512 vistas y

6. Mejor pónganle una falda a la niña con 487 vistas

Algo que me llama la atención es que todas las entradas son captions y no hay ningún relato al menos en el top 6. Por lo cual daré un poco más de enfoque a las captions en los meses siguientes, aunque los relatos no desaparecerán del todo. Espero que sigan disfrutando mi contenido. 





martes, 12 de agosto de 2025

Clínica Venus 4


¿Vale la pena todo ese esfuerzo? ¿Realmente eres feliz siendo hombre?

Nuestro cliente 0441 fue un ejecutivo de alto nivel. Dirigía juntas, manejaba millones y creía tener el mundo en sus manos. Pero el estrés le cobró factura. Primero fue la calvicie. Luego, la disfunción eréctil. Finalmente, su esposa lo dejó por un hombre, con más pelo y más pasión.

Con una cuenta bancaria llena pero un alma rota, llegó a Clínica Venus.

“No quiero seguir así”, nos dijo. Y nosotros lo escuchamos. Y le dimos la pastilla rosa. 

Durante 21 días, lo sometimos a reprogramación sensorial, entrenamiento erótico, y feminización total. Cada noche, dormía mientras una voz le susurraba:

“No naciste para mandar, naciste para obedecer.”
“Ya no tienes que ser fuerte, solo tienes que ser bonita.”
“Ser mantenida es libertad.”



Cuando salió de la clínica, el traje gris fue reemplazado por lencería fina. El portafolio, por una cartera rosa. El estrés... por orgasmos.

Ahora se llama Isabella. Tiene un novio alto, guapo y dominante que la adora. Él trabaja. Ella se depila, se broncea y practica cómo complacerlo mejor.

“Antes tenía poder, ahora tengo placer”, nos escribió hace poco desde su nueva casa en la playa.

domingo, 10 de agosto de 2025

Valores tradicionales


Yo creía en los valores tradicionales: que una esposa debía obedecer a su esposo, cocinar y limpiar, usar faldas y medias, ser follada por su esposo todas las noches y, lo más importante, hacerle una mamada cuando se la pidiera. Mi mejor amigo Saúl me dijo que ya no existían mujeres así. Un día, Saúl compró un libro sobre ocultismo en un mercadillo. Al día siguiente, me desperté y era Mariana, la esposa de Saúl. 




Saúl dijo que me cambiaría de nuevo cuando cumpliera con los altos estándares que yo tenía para las mujeres, y le hiciera una mamada que lo dejará 100% satisfecho.

He pasado casi un año  en este cuerpo y hago todo lo posible por ser una esposa obediente con Saúl. ¡No tengo ni un solo par de pantalones, ni siquiera pantalones de mujer! Siempre uso solo vestidos o faldas y uso la lencería más provocativa para mi esposo, le cumplo todas sus fantasías. Todas las noches me abro de piernas para que mi esposo tome con su polla y siento su semen dentro de mi vientre. Y todos los días le hago una mamada a Saúl. 

Lo peor, creo, es cuando Saúl me da ordenes en público, me exige su cena o me da nalgadas delante de sus amigos. Yo sé que en este punto soyla reina de las mamadas, pero cada vez que le pido a Saul que me devuelva mi hombría, me dice que no esta 100% satisfecho. Sé que es una mentira, pero hace tiempo que dejo de importarme.

miércoles, 6 de agosto de 2025

La bailarina despistada (Parte 5)

 

Este relato es parte de una serie.
Este es el índice para leer todos los relatos de la serie:

----------------------------------------------

Capítulo 5 – La bailarina despistada

A la mañana siguiente, Shirley y Tony desayunaron. Como ya era costumbre, Shirley vistió a su primo con esmero: un delicado vestido blanco de verano con detalles en encaje rosa y varias capas de enaguas. Aunque a Tony aún le incomoda su rol como “Antonia”, no podía evitar sentirse cada vez más cómodo con esta rutina.

Tony se quedó en casa mientras las demás fueron a una práctica conjunta. Pasó la mañana disfrutando del sol en el jardín, con el vestido ondeando en la brisa, reflexionando sobre su encuentro con Melanie. El misterio que rodea a la joven lo tenía completamente absorto, y sentía que se estaba acercando cada vez más a ella.

Cuando Cheryl lo recogió para asistir a los ensayo, Tony volvió a encontrarse con la encantadora bailarina del tutú blanco, ensayando con su ropa de práctica. Él quedó impresionado por su presencia.

Durante los ensayos, Tony observó asombrado cómo su prima Shirley bailó un dúo con Gwen. La elegancia y profesionalismo de Shirley lo dejan boquiabierto. Luego, Cheryl ejecutó su su sólo con destreza. 

Entonces, llegó el turno de Melanie. Aunque sus movimientos eran técnicamente correctos, su ejecución carece de gracia. Sus gestos son rígidos, su sonrisa forzada, y su número no transmite emoción. Tony reconoce esa expresión en el rostro de Madame: la misma mirada que los maestros ponen cuando intentan elogiar un trabajo decepcionante. Melanie lo nota también y se retira al fondo del teatro.

Tony la sigue y ella lo conduce al pasillo, donde finalmente se abre un poco más:
—“Fue muy dulce de tu parte preocuparte por mí anoche... No quise sonar como si no lo apreciara.”
Tony dice:
—“Me di cuenta.”
Ella asiente con ternura:
—“Eres muy amable, querida amiga. Eres la única persona con la que siento que puedo hablar... pero no puedo contarte mis problemas. Sería demasiado terrible...”

El misterio persistía, pero Tony sentía que Melanie estaba comenzando a confiar en él. La conversación se interrumpió cuando Shirley vino a buscarlo. Madame quiere hablar con “Antonia”.

En el teatro, Madame expone una situación urgente: por la ausencia de algunas bailarinas, necesitaba reconfigurar una escena clave.
—“Nos falta una chica para completar un grupo. Y creo que tú, Antonia, podrías hacerlo muy bien.”
Tony entró en pánico. ¿Ella quería que él baile ballet? ¿En el escenario? ¿Con tutú?

Intentó excusarse:
—“Pero… no tengo la ropa para eso.”
Madame, con su encanto firme, responde:
—“El vestido que llevas puesto servirá perfectamente. ¿Lo harás?”

Tony, atrapado entre la presión del momento, la insistencia de Madame, y la sonrisa entusiasta de Shirley, apenas logró asentir.
—“Eso es genial” —dice Madame— “Vayan a la sala de práctica. Cheryl y Shirley te ayudarán.”

Así, Tony se dirige resignado a su primera lección de ballet, sintiendo cómo su identidad se desdibuja entre capas de tul, expectativas ajenas y emociones.
"¿Qué pensarían mis amigos en casa si me vieran ahora?", se pregunta. "Y mamá... ¿qué diría mamá?"

Un escalofrío le recorrió la espalda. La aventura apenas comienza, y Tony está más involucrado de lo que jamás imaginó.




lunes, 4 de agosto de 2025

La escuela de ballet americana (4)


Este relato es parte de una serie.
Este es el índice para leer todos los relatos de la serie:

----------------------------------------------

Capítulo 4 – La escuela de ballet americana

Después de una comida satisfactoria, Shirley y Tony regresaron a su habitación para prepararse para la visita a la escuela de ballet. Shirley, siempre entusiasta por causar buena impresión, insistió en que ambos se cambien de ropa. Tony, aún incómodo con su rol femenino, se muestra reacio:
—"¿Por qué tenemos que cambiarnos?"
—"Porque queremos causar buena impresión, tonta" —responde Shirley, dándole instrucciones con firmeza.

Shirley tomó el control del proceso: lavó y rizo el cabello de Tony, lo vistió con un vestido de fiesta color limón pálido y lo complementó con ropa interior de volantes, calcetines a juego y zapatos blancos. Aunque protestó, Tony secretamente disfrutó de la transformación, aunque se sentía atrapado en una mezcla de vergüenza y fascinación. Shirley remató el look con perfume, maquillaje y la sugerencia de llevar consigo una muñeca para reforzar su imagen femenina. Tony se resistió, pero terminó accediendo.

Antes de salir, él mismo añadió un detalle importante: su collar de hadas, su pequeño talismán de seguridad. Al mirarse en el espejo, suspiro con una mezcla de confusión e identidad incierta.

Ya listos, se reúnieron con el grupo. Cheryl halago a la pequeña Antonia:
—"Sabes que te ves realmente guapa con ese vestido. Eres como una muñeca de porcelana."

Al llegar a la escuela, quedaron impresionados por las instalaciones, que superaban en tamaño y modernidad a las de Madame en Inglaterra. El espectáculo de ballet comenzó y, entre las bailarinas, Tony quedó fascinado por una joven con un tutú blanco de lentejuelas. Se sentía hipnotizado por su gracia y belleza. Sin embargo, esa emoción le provocó una incomodidad interna, en sus bragas, que luchó por controlar mientras permanecía en su asiento estrecho.

Tras el espectáculo, los chicos conocieron a los bailarines. Tony queda embelesado al hablar con la bailarina del tutú blanco, aunque su atención pronto se redirige a Melanie, que ha desaparecido.

"Iré a buscarla", se ofreció Tony, aprovechando la oportunidad para acercarse a la misteriosa chica.

La encontró en el jardín, sola y llorando. Su instinto protector se activó:
—"¿Estás bien? ¿Hay algo que pueda hacer?"

Melanie, al principio distante, acaba tomando su mano. Hay un momento de conexión profunda entre ellos. Ella acarició la mejilla del detective travestido y, conmovida, le confesó:
—"No eres como las demás, ¿verdad? Si... si las cosas fueran más fáciles".

El momento culminó con un abrazo intenso y un beso tímido en los labios, cargado de ternura e incertidumbre. Melanie, sin revelar aún su secreto, expresó su frustración por no poder hablar libremente:
—"Todo terminará pronto, espero… ojalá las cosas pudieran volver a ser como eran el año pasado…"

De vuelta con el grupo, Mimi las llamó para regresar. Tony se despidió con una última mirada a la chica del tutú blanco y reflexionó, emocionado, sobre lo que ha vivido:
"¡Eso sí que fue un gran avance!"

Estaba convencido de que, poco a poco, descubriría el secreto que envuelve a Melanie.





sábado, 2 de agosto de 2025

Las vacaciones comienzan (3)

 

Este relato es parte de una serie.
Este es el índice para leer todos los relatos de la serie:

----------------------------------------------


Capítulo 3: Las vacaciones comienzan

La mañana del viaje a América comienza con emoción y nerviosismo. Frente al edificio que sirve como escuela de ballet, Tony y Shirley se encontraron con el autobús que los llevará al aeropuerto. La estructura, una extensión de la casa de Madame, está llena de actividad. Tony, ansioso y un poco incómodo, se encuentra rodeado de figuras nuevas y peculiares: las simpáticas gemelas Madge y May, quienes ayudan a Madame con la música y la organización; Cheryl y Barbara, exalumnas que ahora colaboran como asistentes; y finalmente, la imponente Madame, que irradia una autoridad majestuosa.

“Qué bien, han llegado a tiempo”, les dice con una sonrisa encantadora. Al ver a Tony le dijo: “Esta debe ser tu prima, Antonia. ¡Es una cosita tan bonita!”

Tony, incómodo con la atención, respondió apenas, deseando desaparecer.

Antes de subir al autobús, Shirley le entregó su muñeca. Aunque Tony frunció el ceño, aceptó el gesto sin protestar. Ya dentro, se acomodaron en la última fila, mientras una niña conocida —Gwen— los saludó cordialmente.

La conversación gira rápidamente en torno a Melanie, una misteriosa alumna de reciente ingreso. Shirley y Gwen describen a la niña como distante, torpe y sin carisma, pero favorecida por Madame, al parecer gracias a las generosas donaciones de su madre. Justo entonces, Melanie llega en un lujoso coche, escoltada por su madre severa. La niña sube al autobús y se aísla de inmediato, vestida con un atuendo que Shirley no puede evitar criticar.

“Lo siento”, le dice a Tony, al notar que el vestido de Melanie se parece mucho al que él mismo está usando. “Pero debes admitir que ella es demasiado grande para ese estilo.”

Tony solo asiente, sintiendo cierta empatía por la chica enigmática. Mientras el autobús parte hacia el aeropuerto, Cheryl se une a los niños en la parte trasera, saludando efusivamente a Tony.

“Eres muy bonita. ¡Ah, también has traído tu muñeca! ¡Qué dulce!”

Sonrojado, Tony responde con timidez. Cheryl revela que "ella", Shirley, Melanie, Madame y ella misma se alojarán en la casa de Mimi, directora de la escuela de ballet estadounidense.

Durante el vuelo, Tony se maravilla con el avión y logra finalmente entablar conversación con Melanie, compartiendo un interés genuino por la aeronáutica. Por un momento, cree haber superado la barrera que la niña ha construido a su alrededor, pero su intento por cambiar de tema hacia la ropa hace que Melanie se cierre de nuevo.

“Oh, Melanie, ¡me gusta mucho tu vestido! El mío es casi igual, solo que rojo.”

“Eso es lindo”, responde ella, volviendo a su libro con un suspiro.

Confundido, Tony se siente aún más intrigado por la actitud distante de su compañera. Algo no encaja, y su instinto le dice que hay un misterio escondido tras la aparente apatía de Melanie.

Finalmente aterrizan en Tampa, donde Mimi los recibe con calidez. La escuela americana resulta ser más informal y acogedora que la inglesa. Mimi les presenta un programa intenso de actividades, clases y espectáculos, pero también recalca que lo importante es disfrutar.

Tony empieza a notar las diferencias culturales, y también la incomodidad física de estar vestido con ropa inadecuada para el clima. En la casa de Mimi, Shirley lo ayuda a cambiarse por un vestido más ligero, aunque aún con los infaltables detalles infantiles: enaguas, bragas con volantes y zapatos de charol.

A regañadientes —pero con una secreta complacencia— Tony se deja vestir nuevamente como una muñeca. Shirley luce más madura con su maquillaje y perfume, contrastando con la apariencia de niña pequeña que insiste en imponerle a su primo.

Melanie los espera en la sala, igual de retraída y vestida casi idéntica a Tony. Pero el ambiente cambia con la llegada de Cheryl, siempre luminosa y chispeante.

“¡Hola, chicas! ¿Están acomodándose bien?”, pregunta alegremente. Al ver el lazo suelto en el vestido de Tony, se acerca para arreglarlo, lo elogia efusivamente, y sugiere con entusiasmo: “¡Tienes la figura perfecta para el ballet! Apuesto a que te verías adorable con un tutú”.

Tony, avergonzado, no puede protestar. Su cuerpo respondió con una excitación involuntaria que lo confunde y perturba, justo cuando Mimi y Madame regresan para llevarlos a cenar.

Mientras se dirigen a la enorme cocina, el joven protagonista siente que algo está cambiando dentro de él. Ya no tiene escapatoria ni un refugio seguro donde recuperar su identidad. Se encuentra atrapado en un mundo donde las apariencias y los papeles sociales son tan estrictos como las posiciones de ballet. Pero por primera vez en mucho tiempo, también se siente intrigado, vivo… y quizás, un poco esperanzado.