CAPÍTULO 1: GOLPE BAJO A LAS ROLLER RABBITS
—¡Eso fue falta! ¡Faaaalta, árbitro, abre los ojos que no estás en un spa! —gritó el Coach Ríos, rojo de furia, como si el árbitro fuera su peor enemigo personal.
El árbitro lo ignoró, como era de esperar. En el centro de la pista, Juana “Rayo” Morales, la estrella de las Roller Rabbits, patinaba a una velocidad descomunal, como si estuviera en un videojuego. Pero justo cuando estaba por anotar su tercer gol, una defensa rival la barrió con la delicadeza de un tren en pleno freno.
El golpe fue brutal. El grito de Juana recorrió el campo como una alarma de incendio, y su rodilla se dobló de una manera que ni los videos de bloopers se atreverían a mostrar.
Desde la banca, Esteban Cordero, estudiante de Nutriología Deportiva, se levantó como un resorte. Esteban no solo era el asistente técnico del equipo: era un atleta completo con un sueño claro en mente: convertirse en entrenador profesional. Jugaba al fútbol, corría, practicaba boxeo y tenía la cabeza llena de estrategias. Pero en ese momento, lo único que quería hacer era correr hacia Juana.
—¡Doctora Vega! ¡Doctoraaaaa! —gritó, con su voz sonando como si fuera el eco de un velocista.
La doctora llegó de inmediato, puso las manos sobre la rodilla de Juana y, con voz firme, diagnosticó:
—Rotura de ligamentos cruzados. Tres meses fuera.
El equipo se sumió en un silencio mortal. Las Roller Rabbits perdieron el partido, pero lo peor era la noticia de que Juana estaría fuera por un largo tiempo.
...
Horas después, en la sala de reuniones del gimnasio, el ambiente era tenso. El Coach Ríos caminaba de un lado a otro, claramente frustrado. Esteban estaba sentado en una de las sillas, mirando su libreta, sin poder concentrarse en nada.
Solo estaban ellos tres: el Coach, la Dra. Vega y Esteban. El resto del equipo aún no sabía la gravedad de la situación.
—Sin Rayo no vamos a llegar a ningún lado —dijo el Coach, su voz grave y preocupada.
—Lo sé —respondió Esteban, pero no tenía ninguna solución que ofrecer.
Un silencio pesado se cernió sobre ellos. La doctora Vega se detuvo y miró a ambos con una determinación nueva.
—Escuchen, sé lo que estoy a punto de proponer. No es fácil. Pero es nuestra última oportunidad para salvar la temporada.
La doctora caminó hacia una vitrina oculta al fondo del salón, la abrió con una llave y sacó una caja metálica. La puso sobre la mesa. La etiqueta brillante en la caja decía algo que hizo que Esteban frunciera el ceño:
PROTOCOLO AFRODITA — Solo abrir en situaciones de emergencia deportiva extrema.
—¿Qué es esto? —preguntó Esteban, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
La Dra. Vega se acercó con una calma inquietante.
—Es un tratamiento experimental. Una cápsula. Cambia temporalmente la fisiología masculina a femenina. Seis meses de transformación, luego todo vuelve a la normalidad.
Esteban miró la cápsula rosa con incredulidad.
—¿Seis meses? —repitió, como si no pudiera procesar lo que estaba oyendo.
—Exacto —respondió Ríos—. Justo el tiempo que queda de temporada. Y si la tomas, podrías ser parte del equipo. No como asistente. Como jugadora.
—¿Me estás diciendo que tengo que… transformarme en mujer? —preguntó Esteban, viendo la cápsula con un leve temblor en la mano.
—Es una oportunidad para que juegues. Para que entres al campo, para que sientas lo que es ser parte de este equipo, de verdad —explicó la Dra. Vega, sin inmutarse—. No es permanente. Y lo más importante: nadie en el equipo sabrá nada de esto. Solo tú, Ríos y yo.
Esteban se quedó en silencio, mirando la cápsula rosa sobre la mesa. Sus manos sudaban. Nunca imaginó que sus ganas de salvar al equipo tomaría este giro. Pero la opción de quedarse en las gradas era aún peor. Pensó en Juana, en su equipo… en las Roller Rabbits.
—¿Y después de seis meses volveré a ser yo? —preguntó Esteban con voz baja.
—Eso ya dependerá de ti —respondió Ríos, casi con un suspiro—. Pero por ahora, tenemos una sola oportunidad.
Esteban miró la cápsula una vez más, luego a la Dra. Vega y al Coach. Sus pensamientos iban a mil por hora. Podía ser la oportunidad de salvar al equipo. Pero a qué precio… ¿realmente estaba dispuesto a ser mujer por seis meses?
—¿Tiene agua? —preguntó, tratando de aliviar la tensión con una sonrisa nerviosa.
Ríos soltó una risa nerviosa.
—No, pero si lo necesitas, te la consigo.
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