Todo empezó con aquella pastilla rosa que me dieron por error. Desde entonces, mi vida cambió de golpe: el cuerpo, la voz, las miradas… y mi relación con Adrián. Antes éramos solo amigos. Ahora, él me toca debajo de la falda y yo lo dejo. Él solo dice que estamos reforzando la amistad. No es nada romántico, al menos no lo era hasta que me invitó a salir. Acepté sin pensar y después entendí que iba a tener una cita con mi mejor amigo. ¡Y yo sería la chica!
Adrián llegó puntual esa noche, con una sonrisa descarada y un ramo de girasoles tan grande que apenas podía abrazarlo. El perfume dulce me llenó los sentidos mientras él me los entregaba, inclinándose lo suficiente para que sus labios rozaran mi mejilla.
—Son para ti —susurró.
Llevaba puesta la falda rosa. La corta. La que me deja las piernas desnudas hasta medio muslo. Sentí su mirada recorrerme y, por un instante, me pregunté qué habría pensado de mí si aún fuera hombre. Tal vez no me estaría mirando así… tal vez no me estaría deseando. Seguramente no, yo ni siquiera estaría usando una falda si siguiera siendo un hombre.
La cena fue un pretexto. Apenas probé la comida. Su rodilla rozó la mía bajo la mesa y su mano se cerró sobre mi muslo. Sentí un escalofrío, mitad placer, mitad nervios. La parte masculina que aún habita en mí quiso apartarlo. Mi parte femenina… se dejó ir. Nos besamos por primera vez en esa cita, pero no fue solo un beso, fueron tantos que perdí la cuenta.
Ya en su departamento, me apoyó contra la pared antes siquiera de cerrar la puerta. Mis pensamientos se agitaron: ¿es esto lo que quiero? ¿O solo lo que esta cosa entre mis piernas me obliga a sentir? Su boca bajó por mi cuello, y las dudas se hicieron más débiles que el calor subiendo entre mis piernas.
Cuando sus dedos se colaron bajo mi falda y rozaron mi sexo, entendí que no iba a detenerlo. Me besó con hambre, con urgencia, y yo respondí igual. El frío de la pared en mi espalda contrastaba con el fuego que él encendía en mí.
En ese momento supe que, aunque antes fui hombre, ahora había algo más fuerte que la nostalgia: el deseo, puro y urgente, de dejar que él me tuviera por completo.
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