CAPÍTULO 3: UNA JUGADORA PRODIGIO
Era miércoles por la tarde cuando las Roller Rabbits comenzaron su entrenamiento semanal en la pista del gimnasio. Las chicas estaban un poco más animadas de lo habitual.Sabían que la nueva jugadora se llamaba Dulce, pero aún no sabían muy bien qué esperar de ella. La nueva jugadora era enigmática: una estudiante de intercambio que había llegado de la nada, con una habilidad innata para patinar, como si hubiera estado entrenando con ellas desde siempre.
El Coach Ríos llegó temprano, como siempre, y se paró junto a la pista. Estaba vigilante, esperando a que Dulce llegara. Cuando la vio entrar, sin decir una palabra, fue directo a saludarla.
—Bienvenida, Dulce —dijo, dándole una palmada en el hombro.
Dulce, quién hace dos días había sido Esteban, sonrió, su rostro tranquilo, pero su mente aún un poco confundida. A pesar de los nuevos movimientos, el cuerpo con curvas femeninas, la ropa ajustada, el nombre cambiado… algo en su interior se sentía como si estuviera en casa, como si todo esto fuera… natural.
Las jugadoras del equipo la miraban con expectación mientras ella se ponía las protecciones y los patines. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y admiración, aunque también había un aire de incertidumbre. No sabían qué esperar, pero algo les decía que Dulce no era solo una jugadora más.
—¡Vamos, chicas! —gritó el Coach—. ¡Calentamiento! ¡A correr!
Durante los primeros minutos del entrenamiento, Dulce fue como cualquier otra jugadora. Realizó los movimientos básicos sin dificultad, pero pronto se fue notando algo raro. No era solo que tuviera un buen manejo de los patines o que fuera rápida. Era que Dulce sabía exactamente lo que estaban haciendo las chicas, como si hubiera estado en todos los entrenamientos anteriores, como si conociera las jugadas de memoria.
Cuando las chicas pasaron a realizar ejercicios más complejos, como cambios rápidos de dirección y maniobras en equipo, Dulce parecía moverse con una naturalidad asombrosa. Estaba sincronizada con ellas de una manera que no tenía sentido para una jugadora que apenas las conocía.
—Dulce, ¿cómo sabes hacer eso? —preguntó una de las jugadoras, sorprendida mientras veían cómo se deslizaba por la pista con una gracia y destreza inesperada.
—¿Sabes las jugadas? —añadió otra, mirando desconcertada cómo Dulce se adelantaba a las estrategias del equipo sin que nadie le hubiera dicho nada.
Dulce sonrió y, con su tono tranquilo y calmado, respondió:
—Solo he estado observando.
Las chicas no podían creerlo. Dulce parecía tener una conexión casi telepática con el equipo. Cada vez que el Coach Ríos daba una nueva orden, Dulce ya estaba en el lugar adecuado, ejecutando los movimientos como si los hubiera practicado con ellas durante años. Había algo en ella, en su forma de moverse, de anticiparse a cada pase, a cada cambio, que las dejaba sin palabras.
Al final del entrenamiento, el Coach Ríos la observó con una sonrisa satisfecha. Estaba claro que Dulce había superado las expectativas de todos.
—Creo que las chicas ya tienen claro quién va a ser la estrella del próximo partido —dijo, mientras Dulce se acercaba a él con paso tranquilo.
—No exageres, Coach —respondió Dulce con una sonrisa tímida—. Aún tenemos mucho trabajo por hacer.
Las jugadoras se acercaron a ella, sorprendidas y emocionadas.
—No sé cómo lo hiciste, Dulce, pero parece que te conoces todo el plan —dijo una de las jugadoras, claramente impresionada.
—¿En serio? —respondió Dulce, manteniendo su postura relajada. Parecía no darse cuenta de lo impresionante que había sido su desempeño—. Solo soy buena para leer el juego, supongo.
Las chicas comenzaron a murmurar entre ellas.
—¿De verdad crees que…? —dijo una jugadora en voz baja, mientras miraba a sus compañeras.
—Sí, ¡es un prodigio! —respondió otra—. Es como si hubiera estado entrenando con nosotras desde siempre. ¡Esto es lo que necesitábamos!
Las palabras de sus compañeras recorrieron el vestuario, y aunque Dulce mantenía una actitud tranquila, un pequeño nudo se formó en su estómago. Sabía que estaba haciendo bien las cosas, pero también comprendía que nadie sabía lo que realmente estaba pasando: que, detrás de todo esto, era Esteban, un joven que ahora estaba viviendo una nueva vida, con un cuerpo que no reconocía como suyo, pero con un instinto natural para el deporte.
Mientras tanto, las chicas ya hablaban entre ellas con entusiasmo.
—Creo que vamos a ganar el próximo partido —dijo una, con una sonrisa confiada—. Si Dulce juega como lo hizo hoy, estamos listas para la victoria.
El entrenamiento terminó con un aire de optimismo renovado. Dulce había llegado para ayudar al equipo, pero algo le decía que las expectativas sobre ella estaban comenzando a crecer. El próximo partido sería clave, y no solo para el equipo, sino también para Dulce, que comenzaba a sentirse más atrapada en su nueva identidad.
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