miércoles, 27 de agosto de 2025

Una fiesta y un short muy corto. (5)



Esta entrada es parte de una serie, para leer la serie completa haz clic aquí
------------------------------

CAPÍTULO 5: UNA FIESTA Y UN SHORT MUY CORTO

Una semana después de su primera victoria —y apenas unos días después de haber conseguido una segunda más reñida pero igualmente gloriosa—, el Coach Ríos decidió que el equipo merecía un descanso.

—¡Nada de entrenamiento este viernes! —les había dicho al final de la práctica—. En vez de eso, ¡fiesta en mi casa! Se lo han ganado, con creces. Pero ojo: una sola noche de diversión, el lunes quiero a todas frescas y listas para entrenar como campeonas.

Las Roller Rabbits estallaron en gritos y vítores. Dulce no tanto. Aunque la idea de una fiesta no le molestaba, el concepto de “vida social femenina” seguía siendo una incógnita para ella. Se lo tomaba como una parte más del experimento: adaptarse, observar, sobrevivir.

El viernes por la tarde, se encontró frente a un espejo, mientras dos de sus compañeras la ayudaban a vestirse como, según ellas, “una chica lista para una noche divertida”. Tras muchas opciones rechazadas por “aburridas” o “demasiado recatadas” por parte de sus compañeras, el momento incómodo llegó cuando una de ellas sacó una falda corta de mezclilla, sonriente y decidida.

—¡Esta es perfecta! —dijo emocionada—. Sexy, pero casual. Ideal para una fiesta.

—Ni de broma —soltó Dulce con firmeza, cruzándose de brazos—. No me voy a poner una falda. —En el fondo, Dulce, no estaba lista para usar una.

Hubo un breve silencio. Las chicas intercambiaron miradas, pero ninguna insistió. Una de ellas suspiró con una sonrisa resignada y rebuscó otra prenda.

—Bueno, plan B entonces.

Y así fue como Dulce terminó con un short de mezclilla diminuto, una camiseta de mario bros sin mangas, y unos tenis blancos que al menos la hacían sentir mínimamente como ella misma. La tela del short apenas cubría lo necesario y dejaba sus piernas completamente expuestas. Dulce aún no se acostumbraba a la suavidad en su entrepierna pero este short la hacia tan evidente. Se sentía ridícula, vulnerable… y muy observada.

—¡Estás lista para robar corazones, Dulce! —dijo una de sus compañeras entre risas.

Dulce forzó una sonrisa. Quería esconderse debajo de la cama. Pero sabía que no tenía escapatoria. Así que respiró hondo, agarró su bolso y salió hacia la fiesta.

... 

La casa del Coach era más grande de lo que imaginaba, con un patio iluminado, bocinas pequeñas distribuidas por todos lados, música relajada y una gran mesa de botanas en el centro. Las chicas ya estaban llegando cuando Dulce entró, tratando de actuar normal mientras saludaba con una sonrisa nerviosa.

Unos minutos después, Ríos pidió la atención del grupo.

—Chicas, antes de que me retire y las deje divertirse como se merecen —dijo, con un vaso en mano—, quiero presentarles al nuevo asistente del equipo. ¡Mi sobrino, Carlos!

Un chico alto, delgado pero musculoso, con una sonrisa relajada y una gorra hacia atrás, levantó la mano en saludo. Tenía algo en su forma de moverse, en cómo saludaba, que hizo que Dulce lo mirara con curiosidad inmediata.

—Ya verán que se lleva bien con ustedes —añadió el Coach, guiñando un ojo—. Pero yo mejor me voy, que si me quedo soy el único hombre adulto en una fiesta llena de jovencitas... y eso puede meterme en problemas. ¡Diviértanse, y cuiden a Carlos, por favor!

Las chicas rieron, algunas soltaron aplausos, y el Coach desapareció por la puerta trasera.

Carlos no tardó en integrarse. Se acercó a la mesa con botanas, donde Dulce ya estaba con un vaso de limonada. Le ofreció un choque de puños, informal.

—Carlos —dijo—. Nuevo en el equipo, aparentemente.

—Dulce —respondió, intentando sonar más segura de lo que se sentía.

Hablaron unos minutos. Fue fácil. Demasiado fácil. Carlos tenía ese tipo de carisma tranquilo, sin esfuerzo, como si nada en el mundo lo apurara. A medida que conversaban, Dulce notó algo más: eran muy parecidos. Carlos hablaba de nutrición deportiva, de cómo quería ser coach, de cómo entrenaba desde niño y lo difícil que era no jugar más, pero seguir amando el deporte.

Cada palabra que decía le sonaba familiar. Como si estuviera hablando con una versión alternativa de sí misma.

Y por eso, cuando lo notó mirándole las piernas por tercera vez en diez minutos, una oleada de confusión le subió por el pecho.

No fue una mirada pervertida, ni descarada. Fue sutil, apenas una bajada rápida de ojos, pero suficiente para que Dulce lo notara.

El short. Maldito short.

Se removió ligeramente en su lugar, Carlos media al menos 25 cm más que ella y sin duda pesaría al menos 40 kilos más. Su cuerpo femenino era pequeño y delicado. Completamente femenino. El cuerpo de Carlos era esbelto pero no delicado. Se notaban sus músculos bajo la ropa y la espalda de él era el doble de la de ella. La diferencia entre sus géneros de repente se volvió demasiado evidente para Dulce. 

—¿Todo bien? —preguntó Carlos, sin darse cuenta.

—Sí… sí, claro —respondió ella, bebiendo un sorbo largo de limonada para no decir nada más.

En ese momento, lo entendió. Por más que Carlos y ella compartieran sueños, intereses y hasta sentido del humor… ella ya no era como él. Al menos no desde que tomó la pastilla. Ella ya no era un chico. Ni en apariencia. Sus pechos suaves y su entrepierna plana la relataban. No ocupaban el mismo rol en esa conversación. Y se notaba en cómo él la estaba viendo. Lo peor es que ese trató diferenciado no la molestaba. Incluso cuando Carlos fue a platicar con Sarah un rato ella tuvo una emoción conocida. Celos. 

Y aunque eso la desestabilizó, también le abrió los ojos: su sentir ya no era igual. Ahora le gustaban los chicos. Le gustaba Carlos. Entonces comprendió, si iba a sobrevivir los próximos meses, tendría que aprender a navegar con esa piel femenina y mucha inteligencia. 

La fiesta siguió entre risas, juegos de mesa improvisados, y música a alto volumen. Carlos terminó jugando un duelo de charadas con varias jugadoras, Dulce incluida, y terminó ganándose a casi todas con su torpeza encantadora.

Ella lo observó toda la fiesta. Sonrió. Le caía bien. Le caía demasiado bien. Pero ahora sabía algo que antes no: a su nuevo cuerpo le gustaban los chicos. Pero su mente seguía siendo la misma. No iba a seguir sus impulsos porque sería malo para su masculinidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario