Capítulo 13: Lo que somos
Habían pasado dos meses desde aquella primera cita con Ricardo. Desde la cena bajo las estrellas, los besos tibios, las confesiones tímidas. Karina ya no contaba los días desde que despertó siendo otra persona. Ahora solo vivía.
Era sábado por la mañana cuando la cerradura del departamento giró y Tania apareció con su maleta rodante. Entró como si fuera su casa —y de alguna forma lo era—, pero se detuvo de golpe al ver la escena en la sala: su hermana, con un vestido corto y sin tirantes, sentada en las piernas de un hombre sin camisa, ambos besándose con hambre contenida.
Fingió una tos exagerada.
—Ajá —dijo Tania, arqueando una ceja mientras dejaba las llaves sobre la barra de la cocina—. Perdón por interrumpir la telenovela.
Karina se bajó de un salto, mientras Ricardo se incorporaba, buscando con la mirada su camisa.
—Soy Tania, hermana de Karina —dijo, acercándose con una sonrisa divertida—. Y tú debes ser Ricardo. Ya veo por qué traes loca a mi hermana.
Karina frunció los labios. Juraría que esa palabra, loca, venía cargada de un doble filo. Pero decidió dejarlo pasar.
Desayunaron los tres juntos. Huevos con jamón, pan tostado y café. La charla fue ligera: trabajo, el clima, películas. Pero Karina notó a Ricardo más callado de lo habitual. Menos bromista, más reservado.
Después de recoger los platos, él se acercó a Karina, le dio un beso rápido y dijo:
—Voy a casa, tengo unos pendientes que sacar. Las dejo para que se pongan al día, señoritas.
—¿Seguro que todo bien? —preguntó Karina en voz baja.
—Sí, claro. Solo... cosas pendientes. Te llamo más tarde.
Cuando se fue, Tania se cruzó de brazos y miró a su hermana con picardía.
—¿Y bien? ¿Es tan bueno en la cama como parece?
Karina le lanzó un cojín, pero rió.
—Eres una desubicada.
—Lo soy —admitió, sentándose en el sillón—. Pero soy tu hermana. Y la curiosidad me mata. Dime, ¿es mejor el sexo como hombre o como mujer?
Karina la miró un momento. No con enojo, sino con algo más profundo. Como si esa pregunta la obligara a abrir una puerta que había dejado entrecerrada por semanas.
—Es... diferente. Como hombre, era más sencillo. Más directo. Pero como mujer... siento todo distinto. Todo se intensifica. No solo el sexo. La manera en que me miran, lo que me provoca una caricia, el miedo, el deseo, el cariño. Todo tiene capas.
Tania asintió, esta vez más seria.
—Nunca pensé ver a mi hermano el mujeriego con vestido en las piernas de un hombre —dijo divertida—¿Y estás bien así? O sea… ¿quieres quedarte así?
Karina bajó la mirada. Llevaba semanas evitándose esa misma pregunta. Pero no podía mentirle a Tania.
—Al principio pensaba que era temporal. Que solo tenía que sobrevivir, fingir, adaptarme. Pero ahora… hay días en que me miro al espejo y ya no me reconozco como antes. Me reconozco así. No sé si soy mejor o peor, pero soy yo. Y lo que siento por Ricardo también es real.
—¿Y él lo sabe?
Karina dudó. Recordó la mirada de Ricardo esa mañana. La distancia, el silencio.
—No completamente —dijo—. Tal vez sospecha cosas, pero nunca lo hablamos a fondo. No sé si está listo. No sé si yo estoy lista.
Tania se levantó y la abrazó.
—Pues ya va siendo hora de que lo hablen, ¿no crees? No puedes vivir una vida a medias por miedo.
Pasaron una tarde de chicas. Tania se probó ropa de Karina, criticó su selección de zapatos, y le hizo una manicura mientras hablaban de los exnovios de Tania, dramas familiares y sueños que parecían de otra vida.
En medio de las risas y las bromas, Karina recibió un mensaje en su celular. Era de Ricardo.
“Tenemos que hablar.”
El estómago se le encogió al leer esas tres palabras. Lo supo de inmediato: algo había pasado.
Acompañó a Tania hasta su departamento y, con una excusa breve, se dirigió al de Ricardo. Tocó la puerta y él abrió sin sonreír.
—¿Todo bien? —preguntó ella, con voz suave.
—¿Cuándo pensabas decírmelo? —soltó Ricardo, sin rodeos.
Karina frunció el ceño, confundida.
—¿Decirte qué?
Ricardo respiró hondo.
—Conozco a Tania. No mucho, pero la he visto antes. Es la hermana de Daniel. Pero se presentó como tu hermana y tú dijiste que Daniel era tu primo. ¿Qué está pasando?
El silencio cayó como una piedra entre ellos. Karina sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. Tania se había presentado como su hermana sin pensar en la historia que Karina había construido cuidadosamente.
Acorralada, Karina supo que ya no podía seguir ocultándolo.
—Está bien —dijo, sentándose en el borde del sofá—. Te voy a contar todo.
Y lo hizo.
Le habló de la mañana en que despertó siendo otra persona. De la carta de Elena. De los primeros días de caos, miedo, y rabia. De cómo había inventado a Karina para sobrevivir. Del trabajo, los empleados, los errores, los tropiezos. Y luego, de él. De lo que Ricardo había significado en su nueva vida. De los sentimientos, los momentos, el amor que había florecido sin planearlo.
Cuando terminó, Ricardo estaba sentado frente a ella, los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas, la mirada baja.
—¿No pensabas decírmelo jamás? —preguntó, sin levantar los ojos.
—Lo consideré muchas veces —respondió Karina—. Pero no es fácil decirle a tu novio que hace ocho meses tenías pene. Y que, además, eras su jefe.
Ricardo soltó una risa seca, mezcla de ironía y incredulidad.
—Todo este tiempo… yo pensando que te estaba conociendo. Que había encontrado a alguien con quien construir algo real.
—Todo lo que viví contigo fue real —insistió Karina—. Mis sentimientos son reales. No elegí que me pasara esto. Solo… me convertí en alguien que no esperaba ser y me enamoré de ti.
Él guardó silencio por un largo rato.
—Necesito tiempo para pensar.
Karina asintió. Se levantó con lentitud, como si su cuerpo pesara el doble. Caminó hacia la puerta, la abrió, y antes de salir, se volvió hacia él.
—Lo que hagas con lo que sabes ahora es tu decisión. Pero lo que viví contigo… para mí, fue lo más verdadero que he sentido en toda mi vida.
Y se fue.

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