sábado, 6 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Mi nueva mamá


La transformación de papá en mujer, de Santiago a Sandra, fue inmediata gracias al Gran Cambio. Pero el cambio en su psique había sido gradual. Primero se había sentido extraña en su nuevo cuerpo, luego humillada la primera vez que usó una falda. Había sido una transición muy lenta. Pero esa noche en el restaurante ella, mi papá, lucia elegante, con su vestido de cóctel; y su mano tomada de la de Jacobo, sentí que presenciaba la consagración de Sandra. 

Yo iba con mi mejor vestido, y sentía que algo importante se cernía sobre nosotros. Jacobo nos esperaba en la mesa, impecable con su traje. La conversación fluyó con liviandad, hablando del trabajo, del clima, de cualquier cosa menos de lo que todos sentíamos latir en el aire entre los platillos y la suave música.

Fue entonces cuando Sandra dejó su copa de agua mineral. Sus ojos, ahora expertos en delinearse, me miraron con una mezcla de amor y nerviosismo.

"Tenemos algo que contarte", dijo, y su voz, tan afinada y suave, tembló ligeramente.

Jacobo tomó su mano, enlazando sus dedos con los de ella. Un gesto de apoyo, de unidad. "Nos vamos a casar", anunció él, con una sonrisa que le iluminaba el rostro. "Hemos encontrado algo muy especial el uno en el otro."

La noticia me golpeó, pero con una ola cálida. Lo vi venir. Lo que no esperaba era lo siguiente.

"Y hay algo más", añadió mi papá, llevando su mano libre hacia su vientre, todavía plano bajo la tela del vestido. "Estoy embarazada. De casi dos meses."

El mundo se detuvo. Yo iba a tener hermano. Mi papá... iba a ser madre. Santiago iba a ser mamá. Mi mente, por un instante, trató de encajar las piezas imposibles de la biología y el destino, pero se rindió ante la evidencia de la felicidad radiante que emanaba de ellos. 

Antes de que pudiera articular una palabra, una sombra de duda cruzó el rostro de Sandra. "Hay una última cosa", murmuró, bajando la mirada a sus manos unidas con Jacobo antes de volver a alzarla con determinación. "Seré mamá pronto. Y ambos creemos que será raro para el bebé oírte llamarme 'papá'." Hizo una pausa, conteniendo la emoción. "Me gustaría... que empieces a referirte a mí como 'mamá'."

El silencio que siguió fue más estruendoso que cualquier palabra. "Mamá". Esa palabra le pertenecía a otra, a la mujer cuyo perfume aún a veces creía percibir en un armario. Miré a Sandra, a su impecable maquillaje, a la curva de su vientre que empezaba a cambiar, a la forma en que Jacobo la miraba con una mezcla de devoción y posesividad que me dejaba pocas dudas sobre la naturaleza plena y satisfactoria de su intimidad.

En ese instante, con un dolor agridulce que me oprimió el pecho, entendí que Santiago, el hombre que me enseñó a montar en bicicleta, ya no existía. No quedaba nada de él. En su lugar estaba Sandra, completamente, irrevocablemente. Una mujer enamorada de un hombre, embarazada, que encontraba su realización en los vestidos, los tacones y la promesa de una nueva familia.

Las lágrimas nublaron mi vista, pero no eran solo de pérdida. Eran de aceptación. Tomé su mano, la misma que años atrás me aseguraba al cruzar la calle, y asentí.

"Lo que tú necesites... mamá."




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