jueves, 4 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Sumisa ante mi alumno


Ha pasado casi un año desde que el gran cambio me convirtió en mujer. Y algunos meses desde aquella tarde en mi departamento, desde que Mauricio volvió a tomarme como si nunca hubiéramos dejado de ser los mismos: el alumno travieso y la profesora que ahora era suya. Dejé de luchar contra lo evidente: que yo ya no era Diego, el maestro respetado, sino Danna, la mujer que él moldeó con sus manos, sus palabras y su fuerza.

Lo nuestro nunca fue un noviazgo común. Mauricio disfruta recordarme quién fui. En la intimidad, aún me llama “profe”, con esa sonrisa insolente. La primera vez que lo hizo pensé que me moriría de vergüenza… pero luego descubrí que me excitaba. Me encantaba que él no me permitiera olvidar mi origen, que me redujera a su fantasía y me hiciera gemir como su mujer.

Esa noche, después de cenar, me ordenó:
—Ponte la lencería roja. Y los tacones.

Obedecí. Cuando regresé al cuarto, él estaba sentado en la orilla de la cama, mirándome como un depredador.
—De rodillas, profe Diego. —La forma en que lo dijo me quemó por dentro.

Me arrodillé frente a él, el encaje apretando mis pechos, sintiéndome expuesta. Sonrió mientras me acariciaba el rostro.
—Nunca imaginé ver al profe Diego así… con medias, tacones y a punto de servirme.

Sentí el rubor en mis mejillas, una mezcla de humillación y deseo que me abría más a él. Mientras lo liberaba de su pantalón, no pude evitar susurrar, temblorosa:
—Dime… ¿cuando era el profe Diego… la tenía más grande que tú?

Él soltó una carcajada baja, cruel y excitante.
—Tal vez sí… pero ahora no tienes nada ahí. —Me sujetó del cabello y acercó mi boca a él—. No te preocupes por ya no tener pene, profe… yo te presto el mío cuando quieras.

Su miembro duro rozó mis labios y gemí de pura necesidad. Lo tomé en mi boca, obediente, saboreando esa mezcla de humillación y entrega que me volvía adicta. Cada vez que él me recordaba quién había sido, mi cuerpo respondía con más fuerza, como si quisiera borrar al viejo Diego a base de placer.

Luego me levantó de un tirón, me giró y me inclinó sobre la mesa. Su mano marcó mi piel con una nalgada sonora antes de entrar en mí con fuerza.
—Dime quién eres ahora.

—Soy tuya… solo tuya —jadeé, aferrándome al borde mientras sus embestidas me partían en dos.

El orgasmo me atravesó como una descarga eléctrica, dejándome temblando, consciente de que ya no podía vivir sin esa mezcla de ternura y dominio, de humillación y adoración que él me daba.

Después, mientras cocinaba aún en lencería, lo escuché detrás de mí:
—Me encanta que me atiendas después de que te hice mía.

Y yo, con la voz rota pero sincera, respondí:
—Soy Danna… soy tu mujer.

A veces me pregunto qué pensaría aquel joven profesor si pudiera verme ahora. Tal vez se horrorizaría… pero yo sé la verdad: el Gran Cambio no me robó nada. Me liberó.







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