Capítulo 12: La cita pendiente
Karina despertó con una sonrisa. La luz entraba tímidamente por la ventana y, por primera vez en mucho tiempo, no sintió ese nudo en el pecho con el que había estado viviendo desde que despertó en ese cuerpo femenino que ahora reconocía como suyo. Se estiró como un gato y se sentó en la cama. Todavía podía sentir el peso de los brazos de Ricardo alrededor de su cuerpo, el calor de su aliento en su cuello, la ternura de sus besos.
Se levantó con energía y decidió ponerse un vestido. Uno sencillo, de tela ligera, pero que marcaba su silueta de forma suave. No era algo que usara a menudo en el trabajo, pero ese día quería sentirse guapa. Quería que Ricardo la viera. Que la deseara como la noche anterior.
Mientras manejaba hacia el centro ecoturístico, su celular vibró. Era un mensaje de Ricardo.
"Buenos días, Karina. Oye, ¿cómo debemos actuar respecto a lo de anoche en la oficina?"
Karina sonrió, sintiendo una mezcla de nervios y complicidad.
"Mantengamos las cosas normales, al menos un tiempo. Como si nada hubiera pasado."
La respuesta no tardó en llegar.
"Entendido, jefa. ¿Si estamos a solas te puedo besar?"
Karina soltó una carcajada. Ese hombre tenía una mezcla perfecta de ternura y atrevimiento que la desarmaba.
"Si no hay nadie cerca, podemos ponernos cariñosos, sí."
Llegó al centro con la sonrisa todavía en los labios. Eliot fue el primero en aparecer y la ayudó a abrir. Poco después llegó Joana, siempre puntual. Ricardo fue el último, con el cabello húmedo como si se hubiera duchado rápido y mal. Le lanzó una mirada cómplice que solo ella entendió. Karina sintió un calor en las mejillas que no tuvo que ver con el clima.
El día transcurrió con normalidad. Ella revisó algunas reservas, respondió correos, y al mediodía se cambió el vestido por ropa deportiva. Ese día le tocaba guiar un grupo pequeño en una caminata por el cerro. Aunque sudó y terminó agotada, no podía borrar la sonrisa de su rostro. Se sentía liviana, conectada con su entorno. Y consigo misma.
Al regresar, Joana la recibió en la recepción.
—Eliot está con un grupo en bicicleta —le informó—. Y Ricardo está en la parte de atrás, dándole mantenimiento a los kayaks.
—Perfecto, gracias —respondió Karina, aún jadeante, secándose el sudor con una toalla.
Fue a su oficina a tomar agua y revisó el celular. Un nuevo mensaje brillaba en la pantalla.
"Tenemos una cita pendiente. ¿El viernes te parece bien?"
Karina sintió mariposas en el estómago. No era común en ella. O en él. Pero ahí estaban, revoloteando como adolescentes.
"Claro. ¿A dónde vamos?"
"Es sorpresa. Pero ven con vestido bonito."
Karina se mordió el labio inferior y apoyó la cabeza contra el respaldo de la silla. Cerró los ojos un momento. La cita del viernes la esperaba como una promesa. Pero más allá de eso, algo dentro de ella había cambiado. Ya no estaba sobreviviendo. Estaba viviendo.
Y le estaba gustando.
. . .El viernes llegó más rápido de lo que Karina esperaba. Durante el día estuvo inquieta, distraída. Revisó dos veces su mochila de caminata, aunque no iba a usarla. Hasta Joana se dio cuenta.
—¿Tienes plan esta noche, jefa? —preguntó con una sonrisa cómplice.
Karina solo le respondió con una mirada traviesa y un “tal vez” antes de encerrarse en la oficina. A las cinco, se fue a casa para ducharse y prepararse. Eligió un vestido sencillo, de tela ligera, que dejaba sus hombros descubiertos. Se soltó el cabello y se puso un poco de perfume, el que casi nunca usaba.
A las siete en punto, su teléfono vibró.
—Estoy afuera —decía el mensaje de Ricardo.
Karina bajó con el corazón acelerado. Cuando abrió la puerta, lo vio recargado en su coche, con una camisa azul clara y el cabello aún húmedo. Sostenía una pequeña caja de cartón.
—¿Lista? —preguntó, ofreciéndole su mano.
—Más que lista —respondió ella, sonriendo.
Condujeron durante veinte minutos, saliendo del pueblo y subiendo por un camino de tierra hasta una zona que Karina reconoció: un mirador natural en la ladera del cerro, donde alguna vez había llevado un grupo al atardecer. Pero esa noche, todo era diferente.
Ricardo había colocado una mesa rústica de madera, un par de sillas plegables, una manta en el suelo con cojines y pequeñas luces colgantes entre los árboles. Sobre la mesa había una botella de vino tinto, dos copas y una cesta de picnic con pan, queso, frutas y algo más que no alcanzó a ver. También había velas encendidas, protegidas por frascos de vidrio.
Karina se llevó la mano al pecho, sorprendida.
—¿Hiciste todo esto tú?
—Con un poco de ayuda de Eliot. Pero sí. Quería que fuera especial —respondió él, bajando del coche y acercándose.
—Lo es —dijo ella, mirándolo a los ojos.
Se sentaron, brindaron por “una noche sin tormentas”, y comieron entre risas y silencios cómodos. La comida era sencilla pero deliciosa, y el vino ayudó a que Karina se relajara. El cielo se iba oscureciendo poco a poco, y las estrellas comenzaron a encenderse una a una.
—¿Sabes? —dijo Ricardo, después de un rato—. No había planeado sentir esto por ti.
Karina lo miró, con una mezcla de ternura y precaución.
Ella bajó la mirada, tocando el borde de su copa. Su corazón latía fuerte.
—Yo tampoco planeé nada de esto —dijo—. Es como si... la vida me hubiera obligado a parar y mirar desde otro ángulo. Y te vi a ti.
Ricardo se acercó. La besó despacio, con una mano en su mejilla. Fue un beso sin urgencia, como si el mundo pudiera quedarse quieto un momento solo para ellos.
Después, se sentaron sobre la manta, ella apoyada en su pecho, él acariciándole el cabello mientras miraban el cielo.
—¿Crees en las segundas oportunidades? —preguntó ella en voz baja.
—Creo que a veces la vida no te da otra cosa más que eso. La primera siempre se va sin más.
Karina cerró los ojos. No sabía cuánto duraría esa nueva versión de su vida. No sabía si el hechizo —fuera cual fuera— que la había convertido en Karina tenía fecha de caducidad. Pero por esa noche, no quería pensar en nada, solo quería estar con Ricardo. Ser una mujer acompañada de su hombre.
Pensó en la ironía que hace poco menos de un año hubiera deseado ser el hombre en una escena así. Pero había encontrado la felicidad en su nueva vida. Y Solo podía pensar en la brisa tibia. En las estrellas. Y en el cuerpo cálido a su lado.

No hay comentarios:
Publicar un comentario