jueves, 31 de julio de 2025

Engañado otra vez (2)



Este relato es parte de una serie.
Este es el índice para leer todos los relatos de la serie:

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Capítulo 2 – Engañado otra vez

Tony llegó justo a tiempo para ver a Shirley colgar el teléfono con una sonrisa en los labios. Su expresión satisfecha le hizo sospechar que había tramado algo. Ella lo invitó a la cocina para tomar una bebida caliente.

—Entonces está arreglado —anunció Shirley, misteriosa.
—¿Qué cosa?
—La solución a tu problema —respondió ella, encantada consigo misma.

Ante la imposibilidad de ir a Francia ni contactar a sus madres en un par de días, Shirley había hablado con Madame, la directora de la academia de ballet, quien aceptó incluirlo en el viaje a Florida con el resto del grupo. Al principio, Tony se mostró sorprendido y escéptico. No estaba seguro de querer pasar una semana entera rodeado de chicas bailarinas.

—¿Qué voy a hacer mientras ustedes bailan?
—Hay muchas cosas que ver, y podrías ayudarnos si te aburres. Vamos, ¡es una semana de vacaciones bajo el sol!

Aunque aún no confiaba del todo, la idea del clima cálido y de visitar Disney World era difícil de rechazar. Pero había algo en la sonrisa de su prima que le generaba dudas.

Más tarde, mientras cenaban, Tony dijo que necesitaba regresar a su casa para rehacer la maleta. Fue entonces cuando la trampa de Shirley se reveló:

—Oh, no hay necesidad de eso —dijo con una gran sonrisa—. Ya tenemos aquí todo lo que necesitas.
—¿Qué? ¡Eso es imposible! No tengo ropa de verano aquí… A menos que… No... No puedes querer decir…

Shirley confirmó lo impensable: Tony viajaría como Antonia, una niña más del grupo. Tony se quedó mudo, abrumado por la idea. Recordaba el verano anterior, cuando su prima lo había convencido de disfrazarse de niña. Había funcionado demasiado bien.

—¡Pero no puedo volver a hacer eso! —protestó.
—Claro que sí. Lo hiciste perfectamente la vez pasada. Nadie sospechó. ¡Y hasta lo disfrutaste!

Avergonzado, Tony intentó negar lo obvio, pero su propia expresión lo traicionaba. Shirley, triunfante, lo animó a dormir y tomar la decisión por la mañana. Él aceptó, aún indeciso.

Esa noche, Tony tuvo problemas para dormir. Le pesaba el engaño de su prima, pero más aún sus propios sentimientos. ¿Por qué no podía rechazar de plano la idea? Recordaba cómo se había sentido aquella vez… la ligereza, la emoción, incluso algo parecido al orgullo. Abrió su cajita secreta y contempló las fotos del verano anterior: allí estaba él, posando con sus amigas, luciendo como una niña de verdad. Se sonrojó al notar que ciertas sensaciones —las más íntimas— volvían con fuerza.

Finalmente, con el amanecer, Shirley lo despertó:

—¿Y bien? ¿Ya decidiste?

Tony desvió la mirada y, apenas audible, respondió:

—Supongo que tendré que seguir tu plan.

Shirley celebró con entusiasmo. Tenía todo listo: una maleta rosa repleta de ropa, moños, zapatos, incluso la muñeca del verano pasado. Ayudó a Tony a vestirse con un vestido escocés de lana, medias blancas, ropa interior femenina y un abrigo rojo con ribetes de piel. Le peinó el cabello y le ató lazos blancos a cada lado.

—Mírate —dijo admirada—. ¡Eres perfecta!

Él, al mirarse en el espejo, se encontró de nuevo con aquella niña. Era inquietante… pero también encantador.

Aunque algo avergonzado, Tony —ahora Antonia— terminó de alistarse. Cuando el taxi tocó la bocina, los dos salieron al aire frío. A pesar del abrigo, él sabía perfectamente quién era ahora. Durante el trayecto hacia el autobús, comenzó a asimilar lo que implicaba esta aventura: esta vez no habría escapatoria. Estaría al otro lado del océano, completamente sumido en un nuevo rol. Su identidad como Tony quedaría atrás por unos días.

Respiró hondo. No tenía idea de lo que vendría… pero sí sabía que, de ahora en adelante, daría lo mejor de sí. Sería la mejor niña que pudiera durante los próximos días.

Varado (1)

 

Este relato es parte de una serie.
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Capítulo 1 – Varado

Tony miró el teléfono con el corazón hundido. Su viaje a Francia había sido cancelado. El entrenador lo llamó apenas unos minutos antes para darle la noticia: problemas con el lugar del torneo. Ya no habría viaje, ni fútbol, ni medio trimestre en París. Solo una maleta hecha y una agenda en blanco.

El chico de once años se sintió, por segunda vez ese año, sin rumbo. Desde que sus padres se separaron, su vida había dado un vuelco. Su padre, absorbido por su trabajo gubernamental, apenas lo veía. Su madre se había mudado a la ciudad costera donde vivían su tía Mary y su prima Shirley. Fue allí donde comenzó una etapa nueva, inesperadamente feliz: una nueva escuela, nuevos amigos, y sobre todo, el fútbol. Se convirtió en el portero titular y esperaba con ilusión ese viaje internacional… hasta ahora.

Shirley, por su parte, también tenía sus propios planes: se marchaba al día siguiente a Tampa con su escuela de ballet, donde se había convertido en una alumna destacada. Tony, aunque nunca lo decía en voz alta, sentía una mezcla de orgullo y... cierta envidia. Ella brillaba con naturalidad. Él aún estaba aprendiendo a encontrar su lugar.

Lo peor no era el viaje cancelado, sino la soledad. Su madre y su tía se habían ido a Escocia a esquiar, aprovechando que los niños estarían fuera. Pero ahora Tony estaba varado. Sin planes, sin compañía y sin una forma fácil de contactar a nadie.

Confundido, hizo lo único que pudo pensar: llamó a Shirley.

—Bueno, no eres el único con problemas —dijo ella después de escuchar su historia—. La madre de Sandra llamó. Tiene gripe. No vendrá esta noche, ni algunas otras. Así que estaré sola hasta que salga hacia el aeropuerto.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Tony, algo irritado.

—Que podrías venir a pasar la noche. No quiero quedarme sola. Al menos nos hacemos compañía.

Y así lo hizo. Con su maleta aún empacada para París, se abrigó, cerró su casa con llave y caminó hacia la de su prima, recordando el verano anterior. Ese verano cambió todo.

Recordaba cuando, por insistencia de Shirley, se convirtió en "Antonia", la prima pequeña. Recordaba los vestidos, los peinados, las aventuras, los secretos. Se había sentido ridículo, sí, pero también... extraño. Había algo seductor en fingir ser otra persona. O quizás, en dejar salir algo que llevaba dentro y que nunca se atrevía a mirar directamente.

"¿Estoy siendo más yo mismo cuando finjo ser otra persona?", se preguntaba a veces.

Aun con la confusión que le provocaban esos recuerdos, había algo reconfortante en ellos. Guardaba todo: las cartas de Fiona y Anthea, un álbum de fotos, un collar de oro con forma de hada que Anthea le regaló tras una peligrosa aventura. Todo eso iba en una pequeña caja de madera que ahora descansaba dentro de su maleta, como un secreto portátil.

Pasó frente a la casa de Fiona. Vacía. Ella estaba en Londres con su madre por motivos de salud. Tony suspiró. ¿La volvería a ver? ¿Y cómo? Fiona solo conocía a Antonia.

Cuando finalmente llegó, Shirley ya lo esperaba en la puerta.

—Hola, primita —dijo, con una sonrisa que lo hizo estremecer. Esa palabra aún lo descolocaba.

Shirley se veía más alta, más elegante, casi como una adolescente. Él, en cambio, seguía igual de pequeño que antes.

—Vaya maleta —comentó ella al verlo—. ¿Te mudas o qué?

—Ya estaba hecha. No iba a deshacerla para una noche.

—No te preocupes por nada —dijo ella con ese tono travieso tan familiar—. Creo que tengo una solución para tu pequeño problema.

—¿Qué pasa? —preguntó, dejándose el abrigo en el brazo.

—Hice unas llamadas. Te diré cuando me confirmen. Mientras tanto, acomódate. Vas a dormir en tu antigua habitación.

Tony subió con la maleta y al entrar, una oleada de nostalgia lo golpeó. Era el mismo cuarto donde había sido "Antonia". Abrió el armario, casi sin pensarlo, buscando... algo. Pero estaba vacío. Ni rastro de los vestidos, ni los zapatos. ¿Se habrían deshecho de todo?

La única reliquia era una pequeña bailarina de porcelana sobre el tocador. Un regalo de Fiona. La vio y sintió una punzada en el estómago. Se sonrojó, sin entender por qué.

—¿Por qué siento esto? —pensó—. ¿Por qué no puedo dejarlo atrás?

Quizás, porque una parte de él no quería.

A lo lejos, sonó el teléfono. Tal vez era la llamada que Shirley esperaba. Tal vez, su historia no había terminado del todo.

martes, 29 de julio de 2025

Fiesta de disfraces


Mi hermano es apenas un año y medio menor que yo. Cuando nuestros papás salieron de vacaciones y nos dejaron solos por quince días, aprovechamos para hacer cosas juntos: cocinar, ver pelis, reír como cuando éramos niños.

Un viernes me invitaron a una fiesta de disfraces. Le pregunté si quería acompañarme.

—No tengo disfraz —me dijo, encogiéndose de hombros.
—Si te consigo algo para usar, ¿vienes conmigo?

Asintió, sin mucha emoción.

Papá es un químico farmacéutico reconocido. Tiene acceso a la píldora rosa: un fármaco experimental que transforma a los hombres en mujeres por tres meses con una sola dosis, o para siempre si se toma una segunda.

Esa tarde tomé una de sus muestras y preparé dos conjuntos idénticos: minifalda, blusa negra y sombrero vaquero. Íbamos a ser dos vaqueritas. Le dije que no estaría en casa al día siguiente, que pasaría unos días con amigos, y que no quería dejarlo solo.

—Solo di que tomaste la pastilla por error. Esperamos tres meses y todo volverá a la normalidad —le prometí.

Al final aceptó, a regañadientes.



La fiesta fue un éxito. Mi hermanito —bueno, hermanita— bailó toda la noche con Kevin, uno de mis amigos. Incluso juraría que los vi besándose.

Los días siguientes estuvimos en casa de Kevin con más gente. Y ellos dos… parecían inseparables. De hecho, un par de veces se encerraron en la habitación de él durante un par de horas y pusieron música a todo volumen. Espero que ella sea consciente de que su cuerpo ahora es femenino y haya usado protección. No sé cómo le explicaríamos a mis papás un embarazo.

No sé si quiera volver a ser un chico.
Y, la verdad, espero que mis papás lo entiendan.
Porque yo ya la veo más feliz que nunca.
Y creo que ella también lo siente:
que ese cuerpo… le queda perfecto.


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Esta caption pertenece a una serie:

Segunda parte: Mi hermana, Kevin y la pastilla rosa


domingo, 27 de julio de 2025

Te convertire en mi esposa

 


"¡No me mires así!", me dijo un hombre desconocido. "Tú eres la que llevas bragas. Y falda. Y medias. Y maquillaje. Cuanto más avanzas, más te conviertes en mujer. ¡Qué patético! No, ya no eres un hombre. ¡Eres una mujer débil!

Y no te dejaré tener sexo con otra mujer jamás. Necesitas un hombre fuerte como yo, que te proteja y te folle. Te convertiré en mi esposa obediente."

viernes, 25 de julio de 2025

Tal vez mamá tenía razón

 


—¡Oh, sí, querida! —dijo mamá mientras ajustaba la falda sobre mis caderas—. Ahora estás completamente lista para convertirte en la esposa de Román.

—¡Pero mamá…no me puedo casar con él... soy un hombre! —balbuceé, viendo mis uñas pintadas y mi pecho presionando contra mi blusa.

Ella me miró con una sonrisa serena.
—¿De verdad lo eres? ¿Usas bragas, sujetador, medias de hombre? ¿Blusas y faldas de hombre?
¿Llevas maquillaje, tacones y las piernas depiladas… como lo haría un hombre?

Me quedé en silencio.

—¿Los hombres tienen caderas suaves, pechos redondeados y esa piel tan perfecta? —siguió— ¿Los hombres pueden ser mamás?

—¿Mamá? ¿Yo…?

—Por supuesto. Después de la boda, estoy segura de que Román hará suya cada noche. Seguro que te toma con fuerza en posiciones que nunca imaginaste. Me imagino que comenzará con algo sencillo como de perrito o montandote, querida.  Y cuando llegue el momento… estaré contigo. Te enseñaré todo lo que necesitas saber para ser una buena esposa. Y una madre maravillosa.

No supe qué decir. Solo sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Pero al verme en el espejo, vestida como una mujer delicada y perfecta, algo en mí… sonrió.

Tal vez mamá tenía razón.

miércoles, 23 de julio de 2025

Cambiar de carrera



Un día en el trabajo le dije a una compañera de trabajo que las mujeres hacen mejor carrera en la oficina, porque así pueden acostarse con el jefe. Ella se enojó y dijo: "¡Pronto lo aprenderás tú misma!". Ahora tengo 20 años y soy la secretaria personal de nuestro jefe Eduardo. Según el código de vestimenta de nuestra empresa, siempre tengo que ir a trabajar con falda y medias. Todos los días tengo que estar debajo de la mesa o sobre la mesa de mi jefe. 


Seguro que sabes de lo que estoy hablando. Hoy, Eduardo me pidió que cambiara de carrera: me pidió que me casara con él y viviéramos una vida como ama de casa y madre. No tuve más remedio que aceptar.

lunes, 21 de julio de 2025

Odio (casi) todo sobre ser mujer

 


Hace seis meses, me dieron por error una pastilla rosa en el centro médico. Desde entonces, todo cambió.

Y seré honesta: odio (casi) todo sobre ser mujer. La forma en que los hombres me miran en la calle. Mi estatura nueva, este cuerpo pequeño. Las caderas anchas. Los pechos que aparecieron de pronto. Mi voz, ahora tan aguda. Esa sensación constante de fragilidad.

Pero hay algo —algo pequeño— que sí me gusta. Las faldas cortas. Me encantan.

O mejor dicho… me encanta cómo me mira Adrián, mi mejor amigo, cuando las uso. Cómo sus dedos se deslizan por mis piernas y llegan hasta mi nuevo sexo cuando estamos a solas. Tal vez pronto le permita quitarme la falda y las bragas para volver a tener un pene entre las piernas, el suyo.


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Esta caption es parte de una serie.

Segunda parte: Los girasoles

sábado, 19 de julio de 2025

Clínica Venus 3



Nuestro cliente 0874 llegó lleno de inseguridades, frustraciones sexuales y una masculinidad rota. Creía que necesitaba terapia. Lo que realmente necesitaba era de nuestros servicios. 

Una pastilla rosa y tres semanas en nuestras instalaciones fueron suficientes. Cada noche dormía con audios diseñados para reprogramar su mente. Cada mañana despertaba con curvas más marcadas y pensamientos más suaves.

Al final de su tratamiento no quedaba nada de su masculinidad, en lugar de un pene ahora tenía una vagina funcional; 0874 ya no recordaba cómo era sentirse varón. Ahora se llama Valeria, usa encaje sin que nadie se lo pida y se sonroja cada vez que un hombre la elogia.



Mensajes implantados con éxito:
“No necesito ser fuerte. Solo quiero que me abracen y me digan que soy linda.”
“Mi cuerpo está hecho para dar placer. Nací para complacer, no para competir.”
“Los hombres piensan por mí, y yo solo me dejo llevar.”

Hoy, Valeria vive con su futuro esposo, lo llama “papi”, se sienta en sus piernas todo el tiempo y tiene prohibido usar pantalones en casa. Nos escribe feliz, contando cómo su rutina incluye maquillaje, gemidos y obediencia.


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ME TOMÓ MUCHO TIEMPO PERO VUELVE LA CLÍNICA VENUS, HABRÁ UNA ENTRADA DE ESTE ESTILO AL MENOS UNA VEZ AL MES, HABÍA SIDO DE LAS FAVORITAS DEL BLOG PERO LA TUVE OLVIDADA DURANTE MUCHO TIEMPO.

jueves, 17 de julio de 2025

Solo tenía curiosidad



Una vez me puse medias debajo de los pantalones. No era gay, solo me tenia curiosidad. ¡Y mi jefe Pablo se dio cuenta! Era un hombre corpulento, musculoso y con barba...


¡Ahora uso medias sin vergüenza! La verdad es que solo con faldas y vestidos. No me dejan usar pantalones. Al fin y al cabo, ¡ahora no soy un hombre, sino una mujer!




¡Pablo me feminizó a la fuerza y ​​me convirtió en su esposa! ¡Ahora entiendo lo cómodo que es cuando las medias se ajustan bien a la entrepierna!

martes, 15 de julio de 2025

Waifus


Éramos solo dos chicos frikis más. De esos que discuten si Asuka o Rei. Que sueñan con Japón sin haber salido del barrio. Que gastan más en figuras que en ropa.

Entonces apareció ese tipo. Raro, con lentes oscuros y una sonrisa demasiado perfecta.

—¿Quieren vivir del mundo friki? —dijo—. Pero de verdad.

Y aceptamos. Obvio que aceptamos.

Desperté con una peluca blanca, pestañas postizas y un corsé de princesa que me quedaba… escandalosamente bien. Y lo peor… es que no quería quitármelo.

Mi voz era dulce. Mis manos pequeñas. Y al verme en el espejo, entendí: ya no era Mario. Era Mía.




Y a mi lado, Sofía, que antes fue mi mejor amigo Saúl, se tomaba selfies con un atuendo muy similar al mío pero con body en vez de corsé y en color negro.

—Vamos a reventar TikTok hoy.

Ahora vivimos de esto. Hacemos cosplay. Bailamos, modelamos, nos invitan a eventos, nos regalan pelucas y maquillaje.

¿Volver atrás? Ni de broma. Nos transformaron en waifus. Y, sinceramente… era el plot twist que nuestra historia necesitaba.

domingo, 13 de julio de 2025

El disfraz



No sé cómo empezó todo. Recuerdo entrar a esa tienda buscando un disfraz para la fiesta… y tú estabas ahí, sonriendo, como si supieras exactamente lo que iba a pasar.

Dijiste que el espejo elegiría por mí. Y lo hizo.

Cuando abrí los ojos, ya no era yo. O al menos, no era como recordaba. La barba, la voz grave, los hombros pesados, mi pene… todo desapareció.

En su lugar estaba esta versión de mí. Más suave. Más ligera. Más… femenina.



Al principio grité. Lloré. Pero no por lo que crees.

Era miedo… mi cuerpo me parecía extraño y sin embargo me gustaba. Este cuerpo pequeño, estas suavidad entre las piernas, estos nuevos senos son todo un descubrimiento.

El disfraz que el espejo eligió no me servirá para la fiesta pero lo usaré para algo más divertido. Esta noche iré a tu casa y lo modelaré para ti. Luego me tomarás salvajemente y seré tuya para siempre.

viernes, 11 de julio de 2025

La decisión (7)



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INDICE. ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA

Capítulo 7: La decisión

La comida estaba en la lumbre, a fuego lento. Nada que preocuparse.

Carolina se miró al espejo por última vez. El vestido rojo le ceñía la cintura con elegancia. Debajo, la lencería hacía juego, no estaba segura de que nadie más la fuera a ver pero quería sentirse hermosa para ella misma y quizá un poco para Paola. Tenía un tampón bien puesto —su ciclo ya no era un misterio— y todo eso que hace meses era impensable, ahora le resultaba natural.

Mientras se maquillaba, pensó en la primera vez que se vio al espejo como mujer. En lo extraño que se sintió al usar un brasier, en lo incómodo que fue caminar con tacones, en el terror de sentir que iba a equivocarse en cada palabra, cada gesto.

Y sin embargo, ahí estaba ahora. Pintándose los labios con la mano firme. Respirando tranquila.

Cuando Paola llegó, vestía también un vestido precioso, suelto y oscuro, con unos labios color vino que hacían juego con sus uñas. Ambas se miraron y sonrieron como si fueran adolescentes con cita.

—Huele delicioso —dijo Paola, abrazándola por la espalda.

—La comida o yo —dijo Carolina, girándose.

—Ambas.

Se saludaron con un beso como lo hacían siempre. Comieron como una pareja feliz. Se rieron. Brindaron con vino. Hablaron de películas, de libros, de un par de chismes del barrio. De todo... menos de lo que realmente ardía en el pecho de Carolina.

Cuando estaban terminando el postre, ella se quedó mirando a Paola en silencio por unos segundos. Tragó saliva.

—Te amo, Paola… —dijo al fin—. Y lamento hacerte esto. Pero necesito saber si tú también me amas.

Paola frunció el ceño, confundida.

Carolina respiró profundo y le contó todo. De nuevo. Pero esta vez lo más importante: que aún podía volver atrás. Que la pastilla que había tomado era temporal. Que había una segunda. Que si la tomaba, el cambio sería definitivo. Para siempre.

Paola no dijo nada. Se levantó, caminó hacia ella… y la besó. Largo. Dulce. Cargado de significado.

Cuando se separaron, Paola le acarició la mejilla con una mano.

—Claro que te amo, Caro. Qué pregunta tan tonta.

—¿Entonces…?

—Quédate como mujer —dijo, con los ojos brillantes—. Y hagamos una vida juntas

Entonces se fundieron en un beso profundo, que las llevó luego a tocarse, Carolina sintió las manos de Paola debajo de su vestido. Después todo fue un torrente de emociones que no paró hasta que ambas estuvieron desnudas en su cama. Después de eso quedaron dormidas y se abrazaron fuerte.

 La segunda pastilla esperaba en su cajón del baño. Ya no era una duda. Era un destino.



Epílogo: Nuestra vida

Cinco años después, Carolina atendía la cafetería con su panza de seis meses de embarazo sobresaliendo debajo de un vestido de maternidad exageradamente femenino. Había flores en su delantal, listones en su cabello y la piel radiante del embarazo.

Nunca se imaginó así. Nunca pensó que ese cuerpo sería suyo. Que esa vida sería la suya. Pero ahí estaba. Vistiéndose como madre, pensándose como esposa, sonriendo con la tranquilidad de quien eligió su propio camino.

Los clientes entraban y salían. Algunos la felicitaban, otros preguntaban por el sexo del bebé. Ella respondía con una sonrisa amplia:

—Es niño. Llega en noviembre.

El pensamiento de educar a un niño le daba algo de nostalgia. Podría enseñarle muchas cosas varoniles que el mismo había aprendido cuando fue Carlos, aunque tal vez a su hijo no le gustaría aprender esas cosas de su mamá. Su mente divagaba con esos temas pero no sentía arrepentimiento de su nueva vida. 

Aún podía moverse y trabajar, sabía que el final del embarazo le pediría descanso y amamantar y cuidar a un recién nacido tampoco sería fácil. Y justo mientras anotaba una orden en la libreta, Paola entró con flores frescas y una expresión entre ternura y reproche.

—¿Otra vez trabajando tanto? Carolina, deberías estar descansando ya.

Carolina se rió, dejando la libreta sobre el mostrador.

—Tienes razón.

Miró hacia la barra y llamó:

—¡Esteban!

El joven se acercó, limpiándose las manos con el delantal.

—¿Sí, jefa?

—Desde mañana eres el gerente de este negocio. Ya no puedo pasar tanto tiempo aquí. Cuídalo como si fuera tuyo.

Esteban se quedó boquiabierto.

—Wow... gracias, jefa. ¡No lo arruinaré!

Carolina se volvió hacia Paola, que la miraba con adoración, y le tomó la mano.

—Desde mañana soy toda tuya… —le dijo, acariciando la panza—. Y de nuestro hijo.

Se besaron en medio del local, entre el aroma del café, los rayos del sol y los murmullos felices de los clientes.

Y así comenzó su nueva vida. No como un experimento. No como una ilusión.

Sino como una mujer. Como madre. Como alguien profundamente amada.

jueves, 10 de julio de 2025

INDICE: ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA L




Carlos que está enamorado de su mejor amiga, Paola, solo hay un problema, ella es lesbiana. Carlos decide tomar una pastilla rosa para tener una oportunidad con ella. Transformado en Carolina descubrirá un nuevo mundo como mujer a la par de que conoce más de cerca a Paola.


Son 7 Partes. Espero que les guste. 


Capítulo 1: Una posibilidad imposible

Capítulo 2: Condiciones temporales

Capítulo 3: El primer paso (en minifalda)

Capítulo 4: Café, vestidos y miradas nuevas 

Capítulo 5: Tacones tequila y un beso esperado

Capítulo 6: Un nuevo comienzo

Capítulo final: La decisión 

miércoles, 9 de julio de 2025

Un Nuevo Comienzo (6)



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INDICE. ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA

Capítulo 6: Domingos, decisiones y una segunda pastilla

Carolina despertó envuelta en sábanas suaves y con el camisón de Paola aún sobre su piel. Por un momento, olvidó quién era, quién había sido. Solo sentía el calor de la mañana, el olor a café recién hecho y algo dulce en el aire.

Se levantó, aún algo adormilada, y caminó descalza hasta la cocina. Allí estaba Paola, también en camisón, revolviendo una mezcla en un bowl mientras tarareaba una canción de los 2000.

—Buenos días, dormilona —dijo sin voltear.

—¿Estás haciendo waffles?

—Tus favoritos. Con chispas de chocolate. Ya te los ganaste.

Carolina sonrió y se acercó por detrás, rodeándola con los brazos, sintiendo cómo encajaban perfectamente. Eran pareja. Lo eran sin necesidad de decirlo. Porque después de aquella noche, los besos comenzaron a aparecer sin previo aviso. En el sofá. En la cocina. Al despedirse. Y también al despertarse juntas, como ese domingo.

Pasaron el día tiradas en el sillón, viendo películas de terror con mantas hasta la nariz, gritando en las escenas predecibles y riéndose de los efectos especiales. Hablaron de todo. De nada. Y entre conversaciones triviales, Paola la tomaba de la mano o le acariciaba el cabello, como si no pudiera evitarlo.

Después de ese día, se volvió común amanecer en la cama de una o de la otra. La rutina se reescribió con caricias matutinas, desayunos compartidos y despedidas con promesa de verse pronto. En esos días, Paola le enseñó a Carolina muchas cosas sobre su nuevo cuerpo. Lo que dolía, lo que no. Cómo moverse con más comodidad. Qué ropa ayudaba a sobrellevar el periodo. Qué tipo de brasier era el adecuado según la ocasión. Y también esos detalles que solo una mujer le puede decir a otra, susurrados con complicidad.

—Tú ya no eres un chico disfrazado —le dijo una tarde, mientras le abotonaba la blusa con una sonrisa torcida—. Eres una mujer completa. Aunque no lo aceptes del todo todavía.

Carolina, a veces, también lo sentía. Su reflejo en el espejo ya no le parecía extraño. Su voz, sus gestos, su forma de caminar… todo empezaba a ser natural. Paola incluso comenzó a llevarle flores por las tardes a la cafetería. A veces un girasol. A veces un ramo pequeño envuelto en periódico. Siempre con una sonrisa cómplice que le derretía el pecho.

Pero había algo que ensombrecía ese paraíso fugaz.

Quedaban quince días.

Quince días para que la pastilla rosa dejara de hacer efecto. Quince días para que todo volviera atrás. Quince días antes de que Carolina dejara de existir… y Carlos volviera a ocupar su lugar.

Ese pensamiento la acompañaba mientras preparaba café, tomaba pedidos, sonreía a los clientes o contaba los billetes al final del turno.

Y justo en medio de una tarde tranquila, mientras Marcos y Esteban limpiaban mesas y Paola no había llegado aún, un cliente inesperado entró a la cafetería: su tío.

Vestía como siempre: pantalones de mezclilla, bata blanca abierta y una libreta llena de garabatos científicos en la mano.

—¿Tienes un minuto? —preguntó, directo.

Carolina asintió, nerviosa. Lo hizo pasar a la trastienda.

—He seguido haciendo pruebas con la fórmula. Mejoras, simulaciones... y encontré algo. Si tomas una segunda dosis antes de que termine el efecto de la primera, el cambio se vuelve permanente. Irreversible. Tu cuerpo no volvería jamás a ser el de Carlos.

Sacó una cajita de su bolsillo. Ahí estaba. Otra pastilla rosa.

Carolina la sostuvo con manos temblorosas. Era tan pequeña. Tan... poderosa.

—No tienes que decidir ahora —le dijo su tío—. Pero si no haces nada, en quince días esto termina.

Y se fue.

Carolina guardó la pastilla en una bolsita que escondió entre los tarros de té. El corazón le latía como si hubiera corrido una maratón. Esa noche apenas pudo dormir.

Dos días después, mientras Paola reía con un café en mano y una rosa en la otra, Carolina la tomó de la mano.

—Necesitamos hablar —dijo con voz suave.

—¿Pasa algo?

—El domingo. Te invito a cenar a mi departamento. Cocinaré para ti… pero hay algo que necesito decirte.

Paola asintió, con una ceja alzada y una sonrisa curiosa.

—¿Tengo que preocuparme?

—No lo sé todavía —respondió Carolina, sincera—. Pero creo que sí.

Y el domingo se acercaba como una marea inevitable.



lunes, 7 de julio de 2025

Tacones, tequila y un beso esperado (5)



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Capítulo 5: Tacones, tequila y un beso esperado

Carolina estaba arrepentida. Muy arrepentida.

Decirle que sí a Paola para ir a bailar había sonado divertido... hasta que pasó toda la tarde en su departamento aprendiendo a caminar con tacones. Cada paso era un nuevo insulto a su equilibrio, y Paola se reía sin piedad mientras la hacía dar vueltas por la sala como si fuera una modelo principiante.

Pero lo peor fue el vestido.

Era corto. Muy corto. Y ajustado. Muy ajustado. Sin tirantes, con escote delantero, escote trasero, escote por todos lados posibles sin llegar a ser vulgar. Los pechos —que la pastilla le había dado con generosidad— estaban bien encajados, pero cada respiro profundo era una amenaza.

—¿Paola, estás segura de que esto no es demasiado? —preguntó Carolina, roja de vergüenza, mirándose en el espejo.

—Es perfecto. Si vas a salir como mujer, vas a hacerlo con todo. Además, ¿no querías vivir esta experiencia al máximo?

Carolina suspiró, resignada. Y entonces Paola se excusó para cambiarse, volvió en unos pocos minutos. Vestía algo igual de breve, con una falda negra de cuero que parecía cosida directamente a su piel y un top que apenas le cubría lo esencial. Se veían… bien juntas. Ridículamente sexys. Peligrosamente bien.

—Ahora no te puedes echar para atrás—dijo Paola, guiñándole un ojo—. Vamos a romper la pista.


Paola la llevó a una disco gay que estaba llena, vibrante de luces y cuerpos en movimiento. En cuanto entraron, Paola tomó a Carolina de la mano y la arrastró directo a la pista. Nadie les preguntó nada. Nadie las juzgó. De hecho, todo el mundo pareció asumir que eran pareja, lo cual resultó ser un alivio para Carolina.

Bailaron como si no hubiera mañana. Rieron, sudaron, bebieron un poco —Paola insistió con un par de shots de tequila— y siguieron bailando hasta que los pies les dolían. Carolina, para su sorpresa, se sintió libre. Ya no era un juego. Estaba viviendo algo real. Con Paola. En otro cuerpo, en otra piel… pero con el mismo corazón.

Más de una vez creyó que Paola iba a besarla. Cuando se acercaban mucho. Cuando los ojos de ella se quedaban un segundo más de lo necesario en sus labios. Pero el momento nunca llegaba.

Hasta que salieron.

La madrugada era fría. Ambas se tambaleaban un poco por los tacones y el alcohol.

—Te paso a dejar a tu apartamento y luego me voy al mío —dijo Carolina, automáticamente, como Carlos lo habría dicho.

Paola la miró como si hubiera dicho una estupidez.

—¿Estás loca? Ya no eres un hombre, Caro. Es muy peligroso que una chica ande sola a esta hora. Te vas a quedar conmigo. Vamos a mi departamento.


Paola entró quitándose los tacones como si fueran grilletes y luego Carolina la imitó apenas pudo reparar en la sensación de alivio de quitarse ese calzado porque luego, sin pudor alguno, Paola se deshizo de su vestido y quedó en ropa interior.

Carolina se quedó congelada. Era una escena de sus sueños más locos… pero ahí, tangible, real, en carne viva.

Paola se puso un camisón corto, suave, y sacó otro del armario.

—Ponte cómoda, nena.

Carolina imitó a Paola y se quitó el vestido enfrente de ella y luego con manos algo temblorosas, se puso el camisón. Paola la miró de arriba abajo, sonriendo.

—Te ves divina.

Carolina no alcanzó a decir nada. Paola se puso de pie, se acercó lentamente… y la besó.

Fue suave. Fue largo. Fue todo lo que Carlos había deseado durante años… pero no lo estaba viviendo como Carlos, sino como Carolina.

Cuando se separaron, Paola le acarició la mejilla y le dijo:

—No sé qué estamos haciendo. Pero me gusta.

Carolina sonrió, con el corazón latiendo como un tambor.

—A mí también.

Ambas se fundieron en un segundo beso. Mucho más apasionado, pensado y atrevido que el primero.

viernes, 4 de julio de 2025

Café, vestidos y miradas nuevas (4)

 


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INDICE. ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA

Capítulo 4: Café, vestidos y miradas nuevas

La vida de Carlos siempre había girado en torno a la pequeña cafetería que le heredaron sus padres. Abría temprano, preparaba café con precisión casi científica y charlaba con los clientes habituales como si fueran viejos amigos. Pero esa rutina sufrió un giro radical cuando llegó por primera vez como Carolina.

Con un vestido amarillo pastel, unos aretes discretos y el cabello recién alaciado —gracias a Paola, por supuesto—, Carolina se plantó frente a la puerta del local con las llaves en mano. Respiró hondo, empujó la puerta y empezó el primer día de su “nueva vida”.

Encendió las luces, revisó la máquina de espresso, acomodó las sillas y puso música suave, tal como lo hacía siempre. Pero esta vez, todo se sentía distinto. El eco de sus pasos con sandalias, el movimiento del vestido al caminar, el perfume floral que llevaba puesto… cada cosa parecía ajena y familiar al mismo tiempo.

Apenas había terminado de colocar los carteles de “abierto” cuando llegaron Marcos y Esteban, los dos empleados que Carlos había contratado meses atrás.

—¿Hola? —dijo Esteban, asomándose con desconfianza—. ¿Buscas a Carlos?

—No exactamente —respondió ella con una sonrisa ensayada—. Soy Carolina, la prima de Carlos. Carlos tuvo que salir de la ciudad por unas semanas y me dejó a cargo del negocio.

Ambos la miraron con cierta sorpresa. Pero tenía las llaves, la cafetería ya estaba abierta, y evidentemente sabía lo que hacía. Eso pareció bastar.

—Ah… bueno, bienvenida entonces, jefa —dijo Marcos, aún medio confundido.

—Si necesitas algo, avísanos —agregó Esteban.

Los primeros días fueron raros. Raros en el modo en que el uniforme habitual de Carlos —camisa suelta y jeans gastados— fue reemplazado por vestidos primaverales con escote moderado pero suficiente como para atraer miradas. Paola tenía mucho que ver en eso.

—Nada de esconderte en ropa holgada —le había dicho mientras revolvía el clóset con emoción peligrosa—. Tienes que abrazar tu figura. ¡Esa cinturita no se va a presumir sola!

Carolina protestó… y luego obedeció.

Con el paso de las semanas, empezó a notar ciertos cambios.

Los clientes aumentaban. Algunos de siempre venían más seguido. Otros nuevos se quedaban más tiempo. Y los hombres, en particular, parecían tener una habilidad misteriosa para “olvidar” algo y regresar a los minutos.

También notó otras cosas: ya no podía cargar las cajas llenas de coca de vidrio. Tampoco podía alcanzar los estantes altos sin tambalearse un poco. Pero para su sorpresa, Marcos y Esteban estaban más atentos que nunca. Le abrían las puertas, cargaban los objetos más pesados y se ofrecían a ayudar en todo.

—No sabes cuánto agradezco su ayuda —les dijo un día mientras acomodaban los vasos.

—Para eso estamos, jefa —le dijo Esteban con una sonrisa algo más amplia de lo habitual.

Y sí… la trataban diferente. Mejor, incluso. Pero diferente.

Paola, por su parte, comenzó a pasarse todas las tardes por la cafetería. Al principio, Carolina pensó que era para supervisarla. Para asegurarse de que cumpliera el “trato” y usara un vestido. Pero con el tiempo, esa idea fue cambiando.

Porque Paola no solo la observaba con atención. A veces la miraba como si la viera por primera vez. Como si algo dentro suyo estuviera reacomodándose. Como si Carolina, a pesar de ser Carlos… no fuera exactamente Carlos.

Una tarde, después de una conversación sin mucha importancia, Paola dejó su taza a medio terminar y soltó, casi sin pensarlo:

—Tengo ganas de bailar. Hace semanas que no salgo. Deberíamos ir a una disco.

Carolina levantó la vista, sorprendida pero encantada.

—¿Nosotras dos?

—Sí. ¿Por qué no? Necesitamos divertirnos. Además, quiero ver si te mueves tan bien como haces el café.

Carolina sonrió, sintiendo ese calorcito que le llegaba a las mejillas cuando Paola la elogiaba.

—Está bien —dijo—. Vamos.