Capítulo 3: El primer paso (en minifalda)
Carolina ya empezaba a sospechar que Paola iba a disfrutar demasiado este experimento.
—¿Una minifalda, Paola? —preguntó con ojos de súplica mientras sostenía la diminuta prenda como si fuera radioactiva.
—Sí. Negra, con tablones. Corta pero no vulgar. Combinada con esta playera blanca estampada de Sailor Moon. Femenina pero poderosa. Te va a quedar divina.
—No hay otra opción, ¿verdad?
—Claro que sí —respondió Paola, y por un instante Carolina sintió esperanza—. Puedo buscarte una aún más corta.
Carolina se rindió con un suspiro dramático.
Al menos, Paola le permitió usar unos tenis blancos. Eso sí, solo después de una intensa negociación que incluyó referencias a los derechos humanos y la Declaración Universal del Calzado Cómodo.
Después vino el maquillaje.
—No me quiero ver como un payaso —dijo Carolina mientras Paola sacaba pinceles, esponjitas y una paleta de colores que parecía una caja de acuarelas de artista profesional.
—Tranquila. Hoy vamos con algo suave: base ligera, delineador sencillo y un labial rosa que dice “coqueta, pero misteriosa”.
—¿Y hay uno que diga “no estoy listo para esto”?
Una hora y varios tutoriales de YouTube después, Carolina se miró al espejo.
—Wow —dijo bajito—. ¿Soy yo?
—Eres tú, pero con magia encima —respondió Paola con una sonrisa satisfecha—. Estás lista. Vámonos.
El plan era simple: cine, palomitas, charla. Algo casual. Pero el mundo exterior no lo entendió así.
Desde que salieron, Carolina notó las miradas. Algunas curiosas, otras admirativas, otras demasiado largas para su gusto. Incluso escuchó un par de piropos: uno la llamó “muñeca”, otro algo menos elegante. Paola solo los ignoraba.
—¿Siempre es así? —preguntó Carolina mientras caminaban por la plaza.
—Básicamente. El combo mujer + minifalda viene con ciertas advertencias. Pero no les des poder. Tú camina como si el mundo fuera tuyo.
—Estoy más concentrado en no enseñar los calzones.
Ya dentro del cine, eligieron una comedia tonta. Carolina se sintió extrañamente bien, sentada al lado de Paola, riéndose juntas como siempre, solo que ahora con otra energía en el aire. Había algo distinto, sí… pero también reconfortante. Por primera vez, no sentía una barrera invisible entre ambos. Estaba con Paola, siendo mirada, tratada, sentida, como una chica.
Al salir, caminaron bajo las luces cálidas del centro comercial, compartiendo una bolsa de dulces como si tuvieran quince años.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Paola.
Carolina pensó un segundo.
—Extrañamente feliz. Incómodo a ratos, pero… feliz. Y un poco libre.
—Es un buen comienzo.
Cuando llegó esa noche a su departamento, se quitó el maquillaje frente al espejo con una sonrisa cansada. Miró su reflejo, despeinada, con las mejillas enrojecidas por el limpiador, y pensó:
"Podría acostumbrarme a esto."
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