viernes, 4 de julio de 2025

Café, vestidos y miradas nuevas (4)

 


Esta entrada pertenece a una serie, puedes encontrar todos los capítulos aquí:

INDICE. ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA

Capítulo 4: Café, vestidos y miradas nuevas

La vida de Carlos siempre había girado en torno a la pequeña cafetería que le heredaron sus padres. Abría temprano, preparaba café con precisión casi científica y charlaba con los clientes habituales como si fueran viejos amigos. Pero esa rutina sufrió un giro radical cuando llegó por primera vez como Carolina.

Con un vestido amarillo pastel, unos aretes discretos y el cabello recién alaciado —gracias a Paola, por supuesto—, Carolina se plantó frente a la puerta del local con las llaves en mano. Respiró hondo, empujó la puerta y empezó el primer día de su “nueva vida”.

Encendió las luces, revisó la máquina de espresso, acomodó las sillas y puso música suave, tal como lo hacía siempre. Pero esta vez, todo se sentía distinto. El eco de sus pasos con sandalias, el movimiento del vestido al caminar, el perfume floral que llevaba puesto… cada cosa parecía ajena y familiar al mismo tiempo.

Apenas había terminado de colocar los carteles de “abierto” cuando llegaron Marcos y Esteban, los dos empleados que Carlos había contratado meses atrás.

—¿Hola? —dijo Esteban, asomándose con desconfianza—. ¿Buscas a Carlos?

—No exactamente —respondió ella con una sonrisa ensayada—. Soy Carolina, la prima de Carlos. Carlos tuvo que salir de la ciudad por unas semanas y me dejó a cargo del negocio.

Ambos la miraron con cierta sorpresa. Pero tenía las llaves, la cafetería ya estaba abierta, y evidentemente sabía lo que hacía. Eso pareció bastar.

—Ah… bueno, bienvenida entonces, jefa —dijo Marcos, aún medio confundido.

—Si necesitas algo, avísanos —agregó Esteban.

Los primeros días fueron raros. Raros en el modo en que el uniforme habitual de Carlos —camisa suelta y jeans gastados— fue reemplazado por vestidos primaverales con escote moderado pero suficiente como para atraer miradas. Paola tenía mucho que ver en eso.

—Nada de esconderte en ropa holgada —le había dicho mientras revolvía el clóset con emoción peligrosa—. Tienes que abrazar tu figura. ¡Esa cinturita no se va a presumir sola!

Carolina protestó… y luego obedeció.

Con el paso de las semanas, empezó a notar ciertos cambios.

Los clientes aumentaban. Algunos de siempre venían más seguido. Otros nuevos se quedaban más tiempo. Y los hombres, en particular, parecían tener una habilidad misteriosa para “olvidar” algo y regresar a los minutos.

También notó otras cosas: ya no podía cargar las cajas llenas de coca de vidrio. Tampoco podía alcanzar los estantes altos sin tambalearse un poco. Pero para su sorpresa, Marcos y Esteban estaban más atentos que nunca. Le abrían las puertas, cargaban los objetos más pesados y se ofrecían a ayudar en todo.

—No sabes cuánto agradezco su ayuda —les dijo un día mientras acomodaban los vasos.

—Para eso estamos, jefa —le dijo Esteban con una sonrisa algo más amplia de lo habitual.

Y sí… la trataban diferente. Mejor, incluso. Pero diferente.

Paola, por su parte, comenzó a pasarse todas las tardes por la cafetería. Al principio, Carolina pensó que era para supervisarla. Para asegurarse de que cumpliera el “trato” y usara un vestido. Pero con el tiempo, esa idea fue cambiando.

Porque Paola no solo la observaba con atención. A veces la miraba como si la viera por primera vez. Como si algo dentro suyo estuviera reacomodándose. Como si Carolina, a pesar de ser Carlos… no fuera exactamente Carlos.

Una tarde, después de una conversación sin mucha importancia, Paola dejó su taza a medio terminar y soltó, casi sin pensarlo:

—Tengo ganas de bailar. Hace semanas que no salgo. Deberíamos ir a una disco.

Carolina levantó la vista, sorprendida pero encantada.

—¿Nosotras dos?

—Sí. ¿Por qué no? Necesitamos divertirnos. Además, quiero ver si te mueves tan bien como haces el café.

Carolina sonrió, sintiendo ese calorcito que le llegaba a las mejillas cuando Paola la elogiaba.

—Está bien —dijo—. Vamos.

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