viernes, 11 de julio de 2025

La decisión (7)



Esta entrada pertenece a una serie, puedes encontrar todos los capítulos aquí:

INDICE. ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA

Capítulo 7: La decisión

La comida estaba en la lumbre, a fuego lento. Nada que preocuparse.

Carolina se miró al espejo por última vez. El vestido rojo le ceñía la cintura con elegancia. Debajo, la lencería hacía juego, no estaba segura de que nadie más la fuera a ver pero quería sentirse hermosa para ella misma y quizá un poco para Paola. Tenía un tampón bien puesto —su ciclo ya no era un misterio— y todo eso que hace meses era impensable, ahora le resultaba natural.

Mientras se maquillaba, pensó en la primera vez que se vio al espejo como mujer. En lo extraño que se sintió al usar un brasier, en lo incómodo que fue caminar con tacones, en el terror de sentir que iba a equivocarse en cada palabra, cada gesto.

Y sin embargo, ahí estaba ahora. Pintándose los labios con la mano firme. Respirando tranquila.

Cuando Paola llegó, vestía también un vestido precioso, suelto y oscuro, con unos labios color vino que hacían juego con sus uñas. Ambas se miraron y sonrieron como si fueran adolescentes con cita.

—Huele delicioso —dijo Paola, abrazándola por la espalda.

—La comida o yo —dijo Carolina, girándose.

—Ambas.

Se saludaron con un beso como lo hacían siempre. Comieron como una pareja feliz. Se rieron. Brindaron con vino. Hablaron de películas, de libros, de un par de chismes del barrio. De todo... menos de lo que realmente ardía en el pecho de Carolina.

Cuando estaban terminando el postre, ella se quedó mirando a Paola en silencio por unos segundos. Tragó saliva.

—Te amo, Paola… —dijo al fin—. Y lamento hacerte esto. Pero necesito saber si tú también me amas.

Paola frunció el ceño, confundida.

Carolina respiró profundo y le contó todo. De nuevo. Pero esta vez lo más importante: que aún podía volver atrás. Que la pastilla que había tomado era temporal. Que había una segunda. Que si la tomaba, el cambio sería definitivo. Para siempre.

Paola no dijo nada. Se levantó, caminó hacia ella… y la besó. Largo. Dulce. Cargado de significado.

Cuando se separaron, Paola le acarició la mejilla con una mano.

—Claro que te amo, Caro. Qué pregunta tan tonta.

—¿Entonces…?

—Quédate como mujer —dijo, con los ojos brillantes—. Y hagamos una vida juntas

Entonces se fundieron en un beso profundo, que las llevó luego a tocarse, Carolina sintió las manos de Paola debajo de su vestido. Después todo fue un torrente de emociones que no paró hasta que ambas estuvieron desnudas en su cama. Después de eso quedaron dormidas y se abrazaron fuerte.

 La segunda pastilla esperaba en su cajón del baño. Ya no era una duda. Era un destino.



Epílogo: Nuestra vida

Cinco años después, Carolina atendía la cafetería con su panza de seis meses de embarazo sobresaliendo debajo de un vestido de maternidad exageradamente femenino. Había flores en su delantal, listones en su cabello y la piel radiante del embarazo.

Nunca se imaginó así. Nunca pensó que ese cuerpo sería suyo. Que esa vida sería la suya. Pero ahí estaba. Vistiéndose como madre, pensándose como esposa, sonriendo con la tranquilidad de quien eligió su propio camino.

Los clientes entraban y salían. Algunos la felicitaban, otros preguntaban por el sexo del bebé. Ella respondía con una sonrisa amplia:

—Es niño. Llega en noviembre.

El pensamiento de educar a un niño le daba algo de nostalgia. Podría enseñarle muchas cosas varoniles que el mismo había aprendido cuando fue Carlos, aunque tal vez a su hijo no le gustaría aprender esas cosas de su mamá. Su mente divagaba con esos temas pero no sentía arrepentimiento de su nueva vida. 

Aún podía moverse y trabajar, sabía que el final del embarazo le pediría descanso y amamantar y cuidar a un recién nacido tampoco sería fácil. Y justo mientras anotaba una orden en la libreta, Paola entró con flores frescas y una expresión entre ternura y reproche.

—¿Otra vez trabajando tanto? Carolina, deberías estar descansando ya.

Carolina se rió, dejando la libreta sobre el mostrador.

—Tienes razón.

Miró hacia la barra y llamó:

—¡Esteban!

El joven se acercó, limpiándose las manos con el delantal.

—¿Sí, jefa?

—Desde mañana eres el gerente de este negocio. Ya no puedo pasar tanto tiempo aquí. Cuídalo como si fuera tuyo.

Esteban se quedó boquiabierto.

—Wow... gracias, jefa. ¡No lo arruinaré!

Carolina se volvió hacia Paola, que la miraba con adoración, y le tomó la mano.

—Desde mañana soy toda tuya… —le dijo, acariciando la panza—. Y de nuestro hijo.

Se besaron en medio del local, entre el aroma del café, los rayos del sol y los murmullos felices de los clientes.

Y así comenzó su nueva vida. No como un experimento. No como una ilusión.

Sino como una mujer. Como madre. Como alguien profundamente amada.

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