Mi hermano es apenas un año y medio menor que yo. Cuando nuestros papás salieron de vacaciones y nos dejaron solos por quince días, aprovechamos para hacer cosas juntos: cocinar, ver pelis, reír como cuando éramos niños.
Un viernes me invitaron a una fiesta de disfraces. Le pregunté si quería acompañarme.
—No tengo disfraz —me dijo, encogiéndose de hombros.
—Si te consigo algo para usar, ¿vienes conmigo?
Asintió, sin mucha emoción.
Papá es un químico farmacéutico reconocido. Tiene acceso a la píldora rosa: un fármaco experimental que transforma a los hombres en mujeres por tres meses con una sola dosis, o para siempre si se toma una segunda.
Esa tarde tomé una de sus muestras y preparé dos conjuntos idénticos: minifalda, blusa negra y sombrero vaquero. Íbamos a ser dos vaqueritas. Le dije que no estaría en casa al día siguiente, que pasaría unos días con amigos, y que no quería dejarlo solo.
—Solo di que tomaste la pastilla por error. Esperamos tres meses y todo volverá a la normalidad —le prometí.
Al final aceptó, a regañadientes.
La fiesta fue un éxito. Mi hermanito —bueno, hermanita— bailó toda la noche con Kevin, uno de mis amigos. Incluso juraría que los vi besándose.
Los días siguientes estuvimos en casa de Kevin con más gente. Y ellos dos… parecían inseparables. De hecho, un par de veces se encerraron en la habitación de él durante un par de horas y pusieron música a todo volumen. Espero que ella sea consciente de que su cuerpo ahora es femenino y haya usado protección. No sé cómo le explicaríamos a mis papás un embarazo.
No sé si quiera volver a ser un chico.
Y, la verdad, espero que mis papás lo entiendan.
Porque yo ya la veo más feliz que nunca.
Y creo que ella también lo siente:
que ese cuerpo… le queda perfecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario