jueves, 31 de julio de 2025

Varado (1)

 

Este relato es parte de una serie.
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Capítulo 1 – Varado

Tony miró el teléfono con el corazón hundido. Su viaje a Francia había sido cancelado. El entrenador lo llamó apenas unos minutos antes para darle la noticia: problemas con el lugar del torneo. Ya no habría viaje, ni fútbol, ni medio trimestre en París. Solo una maleta hecha y una agenda en blanco.

El chico de once años se sintió, por segunda vez ese año, sin rumbo. Desde que sus padres se separaron, su vida había dado un vuelco. Su padre, absorbido por su trabajo gubernamental, apenas lo veía. Su madre se había mudado a la ciudad costera donde vivían su tía Mary y su prima Shirley. Fue allí donde comenzó una etapa nueva, inesperadamente feliz: una nueva escuela, nuevos amigos, y sobre todo, el fútbol. Se convirtió en el portero titular y esperaba con ilusión ese viaje internacional… hasta ahora.

Shirley, por su parte, también tenía sus propios planes: se marchaba al día siguiente a Tampa con su escuela de ballet, donde se había convertido en una alumna destacada. Tony, aunque nunca lo decía en voz alta, sentía una mezcla de orgullo y... cierta envidia. Ella brillaba con naturalidad. Él aún estaba aprendiendo a encontrar su lugar.

Lo peor no era el viaje cancelado, sino la soledad. Su madre y su tía se habían ido a Escocia a esquiar, aprovechando que los niños estarían fuera. Pero ahora Tony estaba varado. Sin planes, sin compañía y sin una forma fácil de contactar a nadie.

Confundido, hizo lo único que pudo pensar: llamó a Shirley.

—Bueno, no eres el único con problemas —dijo ella después de escuchar su historia—. La madre de Sandra llamó. Tiene gripe. No vendrá esta noche, ni algunas otras. Así que estaré sola hasta que salga hacia el aeropuerto.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Tony, algo irritado.

—Que podrías venir a pasar la noche. No quiero quedarme sola. Al menos nos hacemos compañía.

Y así lo hizo. Con su maleta aún empacada para París, se abrigó, cerró su casa con llave y caminó hacia la de su prima, recordando el verano anterior. Ese verano cambió todo.

Recordaba cuando, por insistencia de Shirley, se convirtió en "Antonia", la prima pequeña. Recordaba los vestidos, los peinados, las aventuras, los secretos. Se había sentido ridículo, sí, pero también... extraño. Había algo seductor en fingir ser otra persona. O quizás, en dejar salir algo que llevaba dentro y que nunca se atrevía a mirar directamente.

"¿Estoy siendo más yo mismo cuando finjo ser otra persona?", se preguntaba a veces.

Aun con la confusión que le provocaban esos recuerdos, había algo reconfortante en ellos. Guardaba todo: las cartas de Fiona y Anthea, un álbum de fotos, un collar de oro con forma de hada que Anthea le regaló tras una peligrosa aventura. Todo eso iba en una pequeña caja de madera que ahora descansaba dentro de su maleta, como un secreto portátil.

Pasó frente a la casa de Fiona. Vacía. Ella estaba en Londres con su madre por motivos de salud. Tony suspiró. ¿La volvería a ver? ¿Y cómo? Fiona solo conocía a Antonia.

Cuando finalmente llegó, Shirley ya lo esperaba en la puerta.

—Hola, primita —dijo, con una sonrisa que lo hizo estremecer. Esa palabra aún lo descolocaba.

Shirley se veía más alta, más elegante, casi como una adolescente. Él, en cambio, seguía igual de pequeño que antes.

—Vaya maleta —comentó ella al verlo—. ¿Te mudas o qué?

—Ya estaba hecha. No iba a deshacerla para una noche.

—No te preocupes por nada —dijo ella con ese tono travieso tan familiar—. Creo que tengo una solución para tu pequeño problema.

—¿Qué pasa? —preguntó, dejándose el abrigo en el brazo.

—Hice unas llamadas. Te diré cuando me confirmen. Mientras tanto, acomódate. Vas a dormir en tu antigua habitación.

Tony subió con la maleta y al entrar, una oleada de nostalgia lo golpeó. Era el mismo cuarto donde había sido "Antonia". Abrió el armario, casi sin pensarlo, buscando... algo. Pero estaba vacío. Ni rastro de los vestidos, ni los zapatos. ¿Se habrían deshecho de todo?

La única reliquia era una pequeña bailarina de porcelana sobre el tocador. Un regalo de Fiona. La vio y sintió una punzada en el estómago. Se sonrojó, sin entender por qué.

—¿Por qué siento esto? —pensó—. ¿Por qué no puedo dejarlo atrás?

Quizás, porque una parte de él no quería.

A lo lejos, sonó el teléfono. Tal vez era la llamada que Shirley esperaba. Tal vez, su historia no había terminado del todo.

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