Éramos solo dos chicos frikis más. De esos que discuten si Asuka o Rei. Que sueñan con Japón sin haber salido del barrio. Que gastan más en figuras que en ropa.
Entonces apareció ese tipo. Raro, con lentes oscuros y una sonrisa demasiado perfecta.
—¿Quieren vivir del mundo friki? —dijo—. Pero de verdad.
Y aceptamos. Obvio que aceptamos.
Desperté con una peluca blanca, pestañas postizas y un corsé de princesa que me quedaba… escandalosamente bien. Y lo peor… es que no quería quitármelo.
Mi voz era dulce. Mis manos pequeñas. Y al verme en el espejo, entendí: ya no era Mario. Era Mía.
Y a mi lado, Sofía, que antes fue mi mejor amigo Saúl, se tomaba selfies con un atuendo muy similar al mío pero con body en vez de corsé y en color negro.
—Vamos a reventar TikTok hoy.
Ahora vivimos de esto. Hacemos cosplay. Bailamos, modelamos, nos invitan a eventos, nos regalan pelucas y maquillaje.
¿Volver atrás? Ni de broma. Nos transformaron en waifus. Y, sinceramente… era el plot twist que nuestra historia necesitaba.
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