El Gran cambio me sorprendió en plena clase de física. Tenía apenas 24 años y era el suplente más joven del colegio. Sentí un zumbido extraño y luego todo se volvió negro.
Desperté en la enfermería y me encontré con un cuerpo que no era el mío. El rostro del espejo era femenino, con labios carnosos, un busto generoso que tensaba mi playera y mis pantalones me quedaban enormes excepto de las caderas. Mis piernas eran suaves y firmes más de lo que jamás pensé tener. Diego, el joven maestro, había desaparecido; ahora parecía más una alumna.
Para evitar un escándalo, acordé con la directora fingir ser otra persona, una suplente de nombre Danna. Las profesoras tenían que usar falda formal blusa y tacones en la escuela, fue un martirio acostumbrarme a moverme con mis tacones aunque eran pequeños. Mi camuflaje estaba listo. Funcionó con todos mis alumnos, menos con Mauricio, uno de mis alumnos más inteligentes. Su mirada se detenía en mis caderas y en el movimiento de mis pechos al caminar. Sabía demasiado.
Una tarde, en el laboratorio, se acercó con esa sonrisa peligrosa. Mientras calificaba algunos trabajos.
—Profe Diego.
—Dime Mauricio —contesté sin pensar.
—Sabía que era usted... Si quiere que guarde su secreto, déjeme tocar su nuevo cuerpo.
Su mano subió por mi muslo, bajo la falda. Debí apartarlo, pero un escalofrío me paralizó. Su dedo rozó la tela húmeda de mi ropa interior y gemí, traicionada por mi cuerpo. Él aprovechó y deslizó la tela a un lado.
El primer contacto de su piel contra la mía me arrancó un suspiro tembloroso. Me tumbó sobre la mesa, echando a un lado los trabajos. Su boca devoraba la mía mientras sus dedos exploraban mi centro, haciéndome retorcer de placer. Yo jamás había sentido nada parecido: cada caricia era electricidad, cada movimiento me abría más a la experiencia de ser mujer.
Cuando me penetró, un gemido agudo escapó de mis labios. Me aferré a su espalda, recibiéndolo con un ardor que no sabía que existía. El ritmo fuerte, sus manos apretando mis caderas, el choque de su cuerpo contra el mío… todo me hacía temblar, hasta que el orgasmo me atravesó como una ola arrolladora, dejándome jadeando bajo él.
Al acomodarme la falda, aún con las piernas temblorosas, lo vi sonreír con complicidad.
—No se preocupe, profe… su secreto está a salvo conmigo.
Ese día entendí que el Gran cambio no solo me había transformado por fuera. También me había convertido en una mujer capaz de gozar como nunca lo habría imaginado.


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