No llegué a la Clínica Venus por voluntad propia. Fui condenado.
Mi sentencia no fue la cárcel ni la multa. Fue algo peor: Justicia Venus. Un castigo diseñado para hombres como yo. En mi expediente escribieron: violento, machista, egocéntrico, incapaz de empatía. No podía creerlo.
La primera noche me sedaron. La segunda, las voces comenzaron a perforar mi cabeza:
“Ser hombre te volvió cruel. Ser mujer te hará útil.” “El castigo es convertirte en lo que despreciabas… y amar cada segundo.”
Al principio pataleaba, insultaba, exigía salir.
Pero la sentencia no necesitaba mi consentimiento. Mi cuerpo se fue deshaciendo, mis músculos desaparecieron, mi voz se hizo suave. A las dos semanas ya tenía se nos y caderas de mujer y comenzaba a pensar en mi en femenino. A la tercera semana, rogaba que me enseñaran a caminar con tacones. Y a la cuarta… dejé de ser aquel hombre. Solo respondía al nombre que mi ex eligió para mí: Dulce.
Hoy sigo cumpliendo mi condena.
No soy libre. Soy propiedad. Vivo con un empresario extranjero que me escogió de los catálogos discretos de la clínica. Él sabe lo que soy: un proyecto terminado, una mujer fabricada. Dice que estoy exactamente como debo estar.
Y yo… lo adoro.
Me mantiene, me viste, me perfuma. Me disciplina cuando olvido mi lugar. Y yo, agradecida, me ofrezco entera. Me arrodillo frente a él apenas llega a casa. Le sirvo el vino en silencio, en ropa interior, esperando el roce de su mano en mi cuello.
Cuando me ordena bailar, obedezco. Mi cuerpo se mueve para él, no para mí. Cada curva, cada gemido, cada sonrisa pintada en mis labios rojos es parte de esta condena. Y sin embargo… siento que nunca había sido tan libre.
Hay noches en que me pone en cuatro y me toma fuerte, como si quisiera recordarme que soy suya. Me obliga a repetir, jadeando:
—“Estoy cumpliendo mi castigo.”
—“Soy tuya”
—“Gracias por corregirme.”
Y yo lo digo temblando, con las piernas húmedas, el corazón latiendo en mi garganta, sabiendo que mi condena es también mi deseo.
Lo escribí en una nota, con caligrafía delicada:
“Gracias por hacerme Dulce. Nací para servir, no para discutir. Lo único que lamento… es que la sentencia no haya llegado antes.”
Cada vez que la releo, me tiemblan las manos y entre mis muslos siento esa misma quemazón que me recuerda: ya no cumplo un castigo. Lo disfruto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario