CAPÍTULO 12: DECISIONES QUE NO SE PUEDEN PATEAR
El sol de la tarde caía con fuerza sobre el campo, pero Dulce apenas lo notaba. Estaba enfocada, sólida, más ella que nunca.
Era su tercera vez compitiendo durante su periodo, pero ahora ya no había drama, ni incomodidad, ni nervios. Solo un pequeño recordatorio en su calendario y un tampón entre las piernas. Como si, después de casi cuatro meses en ese cuerpo, su mente y su cuerpo hubieran aprendido a trabajar como un solo equipo.
Era la semifinal, y las Roller Rabbits salieron como si se jugara la final. Dulce no solo lideraba el ataque, también distribuía el juego, daba instrucciones, animaba, presionaba. Carlos la observaba desde la línea con una sonrisa que ya era difícil de ocultar.
Ganaron 5 a 2.
Una victoria contundente, sin lugar a dudas. El pase a la gran final estaba asegurado. Las chicas se abrazaban, gritaban, subían historias a redes, lloraban sin saber si era del sudor o de la emoción. Pero cuando Dulce estaba por entrar al vestidor, el coach Ríos se acercó.
—Dulce, ¿puedes venir a la oficina un momento? —dijo con tono neutral, casi serio—. Es importante.
Dulce asintió, limpiándose el rostro con una toalla, aún agitada.
Cuando entró a la oficina, encontró a la doctora Vega sentada frente al escritorio, con el rostro más rígido de lo habitual. El coach cerró la puerta detrás de ella y se apoyó junto al archivo de trofeos.
El ambiente cambió de inmediato.
—¿Todo bien? —preguntó Dulce, con una sensación incómoda creciendo en el pecho.
La doctora Vega fue directa.
—Lamento no esperar más para decirte esto. Pero tienes que saberlo cuánto antes.
Dulce frunció el ceño, su cuerpo aún caliente por el esfuerzo, ahora tenso por lo inesperado.
—La píldora rosa que tomaste… su efecto es de seis meses. Tú llevas poco menos de cuatro.
Dulce asintió lentamente. Hasta ahí, nada nuevo.
—Pero —continuó la doctora—, si una segunda dosis es administrada antes de que termine ese período… su efecto se vuelve permanente.
Dulce se quedó en silencio. El corazón le dio un pequeño salto.
—¿Permanente… cómo?
—De forma irreversible. A nivel hormonal, físico, y legal si decides registrar tu identidad de género como definitiva. Es decir… serías mujer de forma permanente.
Dulce tragó saliva. La habitación se sentía más pequeña.
El coach intervino entonces, con una voz más suave de la que Dulce le conocía.
—Sé que tú y Carlos son cercanos. Y que esta experiencia no ha sido solo deportiva para ti. Por eso no queríamos que esto se sintiera como una trampa. No lo es.
—La decisión es completamente tuya —añadió la doctora Vega—. Pero si quieres explorar esa posibilidad… tenemos que saberlo pronto. Para gestionar el seguimiento médico y los documentos.
Dulce bajó la mirada, procesando. El sudor de la cancha ya se había secado, pero una nueva tensión crecía en su pecho. Era como si todo lo que había estado evitando pensar a profundidad durante esos meses, viniera a golpearla ahora. Todo de golpe.
—No te estamos presionando —dijo el coach—. Solo creemos que esto... no debe terminar en dos meses, si tú no quieres que termine.
Dulce levantó la mirada. Primero a él, luego a la doctora.
—Gracias. Por decírmelo. Por confiar en mí.
Se levantó, un poco más firme de lo que se sentía por dentro.
—¿Puedo... pensarlo?
—Claro —respondió la doctora Vega—. Solo no lo ignores. Porque decidir no decidir... también es una decisión.
Dulce asintió una vez más, abrió la puerta, y salió en silencio.
El bullicio del vestidor seguía sonando a lo lejos. Carlos estaba ahí, riendo con las chicas, celebrando como uno más. Cuando la vio salir, le sonrió como si no existiera nada en el mundo más importante.
Y por un segundo, Dulce recordó el juego que habían tenido en el vestidor, el miembro de Carlos en su boca. Y deseó que todo pudiera seguir así. Simple. Intenso. Pero simple.
Se acercó sin decir nada. Él la notó seria.
—¿Todo bien?
Dulce le respondió con un beso. Largo. Firme. Lleno de algo que ni ella misma podía poner en palabras.
Cuando se separaron, ella apoyó su frente en la de él.
—Todavía no sé qué voy a hacer respecto a nosotros.
—No tienes que saberlo hoy —susurró él.
Ella asintió. Pero no se movió.
No todavía.
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