miércoles, 1 de octubre de 2025

Cuando alguien cree en ti (11)

 


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CAPÍTULO 11: CUANDO ALGUIEN CREE EN TI

Los cuartos de final eran una montaña rusa de nervios. Las Roller Rabbits se enfrentaban a las Valkyrias del Norte, un equipo conocido por su defensa implacable y su portera, que había sido imbatible durante más de cinco juegos.

El partido había sido un forcejeo constante, con roces, empujones y marcas dobles sobre Dulce desde el primer minuto. La presión era brutal.

Y ahora, con menos de dos minutos en el reloj, las Rabbits iban un punto abajo.

La banca estaba de pie. El coach Ríos no gritaba instrucciones —ya no había nada más que explicar. Camila jadeaba a un lado de Dulce, y las demás corrían como si tuvieran fuego en los talones. Pero algo faltaba. Un empujón. Un impulso.

Desde la banda, Carlos la miró. Solo a ella.

—¡Dulce! —gritó con una voz que atravesó todo el ruido—. ¡Tú puedes!

Ella lo escuchó. Sintió cómo la voz le perforaba la tensión del pecho, cómo el calor subía de las piernas a los brazos, cómo el miedo retrocedía solo un paso. No era una orden. No era una presión. Era… confianza.

Dulce apretó los dientes, hizo un amague hacia la izquierda, rompió la marca y se lanzó al ataque.

Gol.

El empate encendió a la banca. El público estalló. El partido se alargó a tiempos extra, pero el momentum ya era de las Rabbits.

En la segunda mitad del tiempo extra, Dulce recibió un pase al borde del área. No podía disparar. La portera ya estaba saliendo a achicar el ángulo. Pero entonces, como si todo estuviera en cámara lenta, vio a Camila cortar por la derecha.

Asistencia perfecta.

Gol de la victoria.

Las Rabbits gritaron como si hubieran ganado el campeonato. Se abrazaron, se tiraron al piso, lloraron, rieron. Dulce se quedó unos segundos de pie, jadeando, mirando hacia la banca.

Carlos tenía las manos en los bolsillos, pero sus ojos estaban fijos en ella. Sonriente. Orgulloso. Cómplice.

Dulce bajó la mirada y sonrió también, sin poder evitarlo. Sintió una humedad entre las piernas que ya era común cuando estaba cerca de Carlos. 

Había ganado más que un partido.

... 

Habían pasado 40 minutos desde el final del partido y aún quedaban unas personas deambulando por ahí. Aunque la gran mayoría de las personas se habían ido a casa. Dulce y Carlos iban tomados de la mano. Intentando no hacer ruido, el chico sacó la llave del vestuario de hombres, que en esos días sólo usaban él y el entrenador. Sin embargo su tío se había ido hace unos 10 minutos, así que estaría vacío. Entraron ambos y Carlos volvió a cerrar el vestuario con llave. 

Estando a solas comenzaron a besarse apasionadamente. Dulce seguía sólo con el mini short de licra y el top deportivo. Sintió que Carlos le quitaba el top y quedó con el pecho desnudo. Entonces él comenzó a tocarle los senos. Ella en sentía en un éxtasis desconocido hasta ese momento. 

—Traes protección—preguntó Carlos. 

—No— contestó dulce con sinceridad. 

Ambos sabían que sin protección sería irresponsable tener relaciones. Sin embargo Carlos no se había tomado tantas molestias para nada. 

—Usaré los dedos.— dijo el chico y comenzó a bajarle el short a Dulce.

También le quitó las bragas dejándola completamente desnuda. Era una sensación nueva para la chica que apenas hace unos meses había sido un chico. Cuando introdujo sus dedos dentro de ella sintió tanto placer que no pudo evitar gemir. 

—No tan fuerte —dijo el chico, haciendo que ella se sonrojara. Continuó con el movimiento constante de sus dedos, dentro y fuera de ella. 

Unos minutos y unos órgasmos después ella estaba recostada en una toalla sobre una banca. Pensando en el placer que acababa de experimentar. De repente sintió que Carlos también merecía sentir un poco de placer. 

Puso la toalla en el piso y sus rodillas sobre la toalla. Se acercó a la bragueta de Carlos. Y dijo, "es tu turno de gozar". Carlos desabrocho su pantalón y sacó su miembro. Firme, enorme. Dulce sintió un poco de duda al verlo. Pero estaba decidida. Introdujo el miembro en su boca y comenzó a masajearlo. El sabor era salado y la sensación cálida. Carlos tenía una cara de placer. Y en un espejo Dulce pudo verse, desnuda, de rodillas, con el pene de Carlos en su boca. Sintió que su masculinidad se quebraba. Y la mujer se imponía. Se sentía plena dentro y fuera de la cancha. Se lo había ganando.