miércoles, 10 de diciembre de 2025

El vestido blanco

 


El día amaneció sin una nube. La luz que se filtraba por las cortinas de la suite nupcial era dorada, prometedora. Yo estaba mirándome en el espejo, definitivamente ya no era Jairo, ahora era Janine... y pronto me volvería una esposa.

Las chicas llegaron temprano, cargando bolsas, risas y una energía contagiosa.

“¡Vamos, novia, que el tiempo vuela! Debes vestirte de inmediato” dijo Carla, a quién engañé con su mejor amiga cuando fui un hombre.

El vestido colgaba de la puerta del armario, una obra de encaje y seda. Era más pesado de lo que imaginaba. La primera gran batalla fue con el corsé interior.

“Respira hondo… y ahora suelta el aire,” instruyó Valeria, quien se había arrodillado detrás de mí mientras yo me aferraba a un poste de la cama. Sentí las cintas apretarse, moldeando mi cintura, levantando mi busto. Una sensación de contención y, a la vez, de una feminidad exquisitamente definida. Jadeé un poco.

“Duele un poco,” admití, con una risa nerviosa.

“Es la belleza, querida. Duele por unos minutos pero vale la pena” dijo Sofía, ajustando un tirante con manos expertas. “Además, cuando veas la expresión de Andrés, se te olvidará todo.”

Entre las cuatro, con paciencia y un par de bromas para distraerme, lograron cerrar el corsé. Luego vino el vestido en sí, un suave y pesado manto que levantaron con reverencia y deslizaron sobre mi cuerpo. Cuando lo abrocharon, sentí un escalofrío. El encaje rozaba mi piel, la cola se extendía detrás de mí con majestuosidad. Era real.

Los tacones fueron el siguiente desafío. Altos, delgados, elegantes. Como hombre, jamás habría imaginado el equilibrio y la fortaleza que requerían.

“Acostúmbrate a caminar con ellos antes de la ceremonia,” sugirió Laura, observándome desde la puerta con una expresión que no lograba descifrar: era orgullo, nostalgia y algo más…

Di mis primeros pasos vacilantes. Una de ellas me ofreció su brazo, otra arreglaba el ruedo de mi vestido. Sentí la red sólida y cálida de la amistad femenina. Me estaban guiando, no por venganza, sino por mi felicidad.

“Estás radiante, Janine,” murmuró Carla. Las demás asintieron. El perdón y la aceptación se habían sellado en ese instante, entre risas, consejos picantes y la ayuda con los broches complicados.

Llegó el momento. La música comenzó a sonar a lo lejos, el murmullo de los invitados se convertía en un susurro expectante. Mi padre, me esperaba al final del pasillo. Había sido un dolor convencerlo de que su su hijo ahora era su hija pero cuando lo entendió estuvo feliz de llevarme al altar.

Antes de salir, Laura se acercó y me tomó de las manos.

“Él te quiere, Janine,” dijo, su voz seria y clara. “Lo que empezó como mi venganza… se convirtió en algo verdadero. Sé feliz.” Su apretón fue fuerte. Ya no era la hechicera vengativa, sino mi amiga que, de la forma más retorcida posible, me había dado el mayor regalo: a mí misma.

La caminata por el pasillo fue un sueño. Las miradas de los invitados, las sonrisas, el mar de rostros borrosos. Pero al fondo, bajo un arco de flores blancas, estaba él. Andrés. Su traje color vino hacía resaltar su sonrisa, ancha y desarmada. Sus ojos, llenos de una admiración tan profunda que me hizo olvidar el peso del vestido y el pinchazo de los tacones. Solo existía él.

Ese día me casé, lo hice sin ningún arrepentimiento, ya no era más Jairo en lo absoluto, solo existía la mujer que nació de él. La mujer a la que le encanta tener relaciones con su novio, la que aceptó su propuesta de matrimonio y está en el altar a punto de casarse. La mujer que soy: Janine.



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Esta Caption es parte de una Serie

Parte 1: Ayuda
Parte 2: Las Damas

martes, 9 de diciembre de 2025

Contrato



Mi jefe me llamó justo cuando llegué al trabajo. Cuando llegué a su oficina, mi jefe me dio un contrato. Lo leí y pensé que era algún tipo de broma. Yo era nuevo aquí y era mi primer trabajo, pero el contrato me ofrecía dinero más allá de mi imaginación, un coche de lujo y una villa donde podía vivir. Fui lo suficientemente ingenuo para creerlo. Sin leer hasta el final, firmé, sellando así mi destino.



Ha pasado un año y todavía tengo dudas. Por supuesto que obtuve las riquezas prometidas, pero también perdí algo: mi dignidad y hombría, ya que tuve que convertirme en la esposa trofeo de mi jefe, satisfaciendo todas sus necesidades. Tan pronto como me inscribí me vi obligada a pasar por una transición que me convirtió en mujer. Luego conseguí una nueva identidad y me casé con mi jefe. 



Aunque no tengo que preocuparme por el dinero o el trabajo, prefería renunciar a todo y volver a mi antigua vida en pantalones. Pero ya es demasiado tarde, el contrato era de por vida y además todos los días mi esposo me toma sin protección. Es cuestión de tiempo para convertirme en madre de nuestro primer hijo. Supongo que es cuestión de tiempo para aceptar que pasaré el resto de mi vida en vestido y medias. 

domingo, 7 de diciembre de 2025

Clínica Venus: Consecuencias de una apuesta


Caminaba descalza por el piso pulido, sintiendo la suave tela de mi vestido rojo rozar mi piel. Me encantaba su delicado contacto. Me había puesto las botas porque a Rodrigo —mi antiguo amigo, ahora mi dueño y pareja— le encantaba vérselas puestas. Él había insistido en que usara este color porque, según decía, me hacía ver "suave y apetecible". A mí me encantaba obedecerle.

El aroma a vainilla y canela flotaba en el aire, un perfume que Rodrigo elegía personalmente para nuestra casa. Todo estaba en silencio, excepto por la música suave que salía del altavoz. Era la lista de reproducción que Rodrigo ponía para hacer el amor: “Para cuando estás sola y quiero que me pienses”. Yo la ponía todos los días, como si fuera una orden grabada en lo más profundo de mi ser, y recordaba a Rodrigo dentro de mí mientras realizaba mis labores domésticas.

Me acerqué al espejo del pasillo y retoqué mi gloss con cuidado. Rodrigo odiaba que se me borrara. Con una sonrisa que me nació naturalmente, me alisé el cabello largo y sedoso que ahora cuidaba con verdadera devoción. No por vanidad, sino por él, solo por él.

A las 6:30 en punto, escuché el sonido de las llaves en la puerta, ese sonido que siempre hacía que mi corazón latiera más rápido.

Corrí a la cocina, serví el vino y encendí la última vela justo a tiempo. Rodrigo entró con su traje ligeramente desordenado y con esa expresión de satisfacción que siempre me hacía temblar por dentro.

—Buenas tardes, muñeca.

Bajé la mirada y sonreí como me había enseñado la terapeuta de la clínica: ni demasiado tímida, ni demasiado confiada. El equilibrio perfecto de devoción.

—Buenas tardes, mi amor. ¿Cómo estuvo el trabajo?

—Largo. Pero pensé todo el día en esto —dijo mientras me jalaba por la cintura y me besaba, lento, dominante.

Me fundí en sus brazos como si fuera de papel, entregándome por completo. Cuando él terminó el beso, susurré:

—¿Te parezco linda?

Rodrigo me acarició el cuello y me abrió lentamente la bata, sin decir una palabra.

—Mucho. Pero aún no es hora de hablar —me dijo con una sonrisa que me encantaba.

—Entonces... ¿qué deseas que haga, mi amor?

—Ponte tu body negro, unas medias de red y tacones. Y espérame en la sala, arrodillada. Quiero que esta noche recuerdes quién ganó aquella apuesta.

Obedecí sin dudar, con una felicidad que me llenaba por completo. Porque lo mejor que me había pasado... fue perder.




sábado, 6 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Mi nueva mamá


La transformación de papá en mujer, de Santiago a Sandra, fue inmediata gracias al Gran Cambio. Pero el cambio en su psique había sido gradual. Primero se había sentido extraña en su nuevo cuerpo, luego humillada la primera vez que usó una falda. Había sido una transición muy lenta. Pero esa noche en el restaurante ella, mi papá, lucia elegante, con su vestido de cóctel; y su mano tomada de la de Jacobo, sentí que presenciaba la consagración de Sandra. 

Yo iba con mi mejor vestido, y sentía que algo importante se cernía sobre nosotros. Jacobo nos esperaba en la mesa, impecable con su traje. La conversación fluyó con liviandad, hablando del trabajo, del clima, de cualquier cosa menos de lo que todos sentíamos latir en el aire entre los platillos y la suave música.

Fue entonces cuando Sandra dejó su copa de agua mineral. Sus ojos, ahora expertos en delinearse, me miraron con una mezcla de amor y nerviosismo.

"Tenemos algo que contarte", dijo, y su voz, tan afinada y suave, tembló ligeramente.

Jacobo tomó su mano, enlazando sus dedos con los de ella. Un gesto de apoyo, de unidad. "Nos vamos a casar", anunció él, con una sonrisa que le iluminaba el rostro. "Hemos encontrado algo muy especial el uno en el otro."

La noticia me golpeó, pero con una ola cálida. Lo vi venir. Lo que no esperaba era lo siguiente.

"Y hay algo más", añadió mi papá, llevando su mano libre hacia su vientre, todavía plano bajo la tela del vestido. "Estoy embarazada. De casi dos meses."

El mundo se detuvo. Yo iba a tener hermano. Mi papá... iba a ser madre. Santiago iba a ser mamá. Mi mente, por un instante, trató de encajar las piezas imposibles de la biología y el destino, pero se rindió ante la evidencia de la felicidad radiante que emanaba de ellos. 

Antes de que pudiera articular una palabra, una sombra de duda cruzó el rostro de Sandra. "Hay una última cosa", murmuró, bajando la mirada a sus manos unidas con Jacobo antes de volver a alzarla con determinación. "Seré mamá pronto. Y ambos creemos que será raro para el bebé oírte llamarme 'papá'." Hizo una pausa, conteniendo la emoción. "Me gustaría... que empieces a referirte a mí como 'mamá'."

El silencio que siguió fue más estruendoso que cualquier palabra. "Mamá". Esa palabra le pertenecía a otra, a la mujer cuyo perfume aún a veces creía percibir en un armario. Miré a Sandra, a su impecable maquillaje, a la curva de su vientre que empezaba a cambiar, a la forma en que Jacobo la miraba con una mezcla de devoción y posesividad que me dejaba pocas dudas sobre la naturaleza plena y satisfactoria de su intimidad.

En ese instante, con un dolor agridulce que me oprimió el pecho, entendí que Santiago, el hombre que me enseñó a montar en bicicleta, ya no existía. No quedaba nada de él. En su lugar estaba Sandra, completamente, irrevocablemente. Una mujer enamorada de un hombre, embarazada, que encontraba su realización en los vestidos, los tacones y la promesa de una nueva familia.

Las lágrimas nublaron mi vista, pero no eran solo de pérdida. Eran de aceptación. Tomé su mano, la misma que años atrás me aseguraba al cruzar la calle, y asentí.

"Lo que tú necesites... mamá."




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viernes, 5 de diciembre de 2025

Recuerda, ahora eres una mujer




¡Qué femenina te ves! ¡Qué buena chica! ¡Qué obediente eres conmigo! —me elogió Andrés—. Cuando mis amigos vengan a la fiesta esta noche, querida, quiero que recuerdes que eres mi esposa. Nada de miradas de disgusto. ¡Eso sería una falta de respeto! ¡Y tú nunca le faltarías el respeto a tu esposo!


Ya no te enfades, mi amor, llevarás este vestido rosa y mostrarás las piernas. Sí, cariño, ¡desde hoy presumirás tus piernas todo el tiempo! ¡Ya basta! Quiero que esta noche me demuestres amor de todas las maneras posibles. Mis amigos y sus esposas tienen que ver tus miradas amorosas dirigidas a mí. Te sentarás en mi regazo y responderás a mis besos. Todos mis amigos tienen hijos y cuando alguna de sus esposas te pregunte si quieres ser madre, dirás que estamos trabajando en ello todas las noches.



Recuerda siempre que ahora eres una mujer. Ya no eres un hombre. Y yo soy tu amado esposo...

jueves, 4 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Sumisa ante mi alumno


Ha pasado casi un año desde que el gran cambio me convirtió en mujer. Y algunos meses desde aquella tarde en mi departamento, desde que Mauricio volvió a tomarme como si nunca hubiéramos dejado de ser los mismos: el alumno travieso y la profesora que ahora era suya. Dejé de luchar contra lo evidente: que yo ya no era Diego, el maestro respetado, sino Danna, la mujer que él moldeó con sus manos, sus palabras y su fuerza.

Lo nuestro nunca fue un noviazgo común. Mauricio disfruta recordarme quién fui. En la intimidad, aún me llama “profe”, con esa sonrisa insolente. La primera vez que lo hizo pensé que me moriría de vergüenza… pero luego descubrí que me excitaba. Me encantaba que él no me permitiera olvidar mi origen, que me redujera a su fantasía y me hiciera gemir como su mujer.

Esa noche, después de cenar, me ordenó:
—Ponte la lencería roja. Y los tacones.

Obedecí. Cuando regresé al cuarto, él estaba sentado en la orilla de la cama, mirándome como un depredador.
—De rodillas, profe Diego. —La forma en que lo dijo me quemó por dentro.

Me arrodillé frente a él, el encaje apretando mis pechos, sintiéndome expuesta. Sonrió mientras me acariciaba el rostro.
—Nunca imaginé ver al profe Diego así… con medias, tacones y a punto de servirme.

Sentí el rubor en mis mejillas, una mezcla de humillación y deseo que me abría más a él. Mientras lo liberaba de su pantalón, no pude evitar susurrar, temblorosa:
—Dime… ¿cuando era el profe Diego… la tenía más grande que tú?

Él soltó una carcajada baja, cruel y excitante.
—Tal vez sí… pero ahora no tienes nada ahí. —Me sujetó del cabello y acercó mi boca a él—. No te preocupes por ya no tener pene, profe… yo te presto el mío cuando quieras.

Su miembro duro rozó mis labios y gemí de pura necesidad. Lo tomé en mi boca, obediente, saboreando esa mezcla de humillación y entrega que me volvía adicta. Cada vez que él me recordaba quién había sido, mi cuerpo respondía con más fuerza, como si quisiera borrar al viejo Diego a base de placer.

Luego me levantó de un tirón, me giró y me inclinó sobre la mesa. Su mano marcó mi piel con una nalgada sonora antes de entrar en mí con fuerza.
—Dime quién eres ahora.

—Soy tuya… solo tuya —jadeé, aferrándome al borde mientras sus embestidas me partían en dos.

El orgasmo me atravesó como una descarga eléctrica, dejándome temblando, consciente de que ya no podía vivir sin esa mezcla de ternura y dominio, de humillación y adoración que él me daba.

Después, mientras cocinaba aún en lencería, lo escuché detrás de mí:
—Me encanta que me atiendas después de que te hice mía.

Y yo, con la voz rota pero sincera, respondí:
—Soy Danna… soy tu mujer.

A veces me pregunto qué pensaría aquel joven profesor si pudiera verme ahora. Tal vez se horrorizaría… pero yo sé la verdad: el Gran Cambio no me robó nada. Me liberó.







miércoles, 3 de diciembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (36)

 



Capítulo 36. Un estado de confusión,

Mi madre me tenía en la palma de su mano después de mis desventuras con Danny y su hermana. Reiteró su insistencia en que pasara todo el tiempo, después de la escuela, en tacones y vestidos. Incluso salió a comprarme un nuevo disfraz de sirvienta. Digo "disfraz" porque ninguna sirvienta habría usado algo tan diminuto. La falda era tan corta y ajustada que apenas cubría la parte superior de mis medias, lo cual me resultaba muy molesto. Pero mamá decía que me hacía ver linda e insistió en que la usara para hacer los deberes, mis trabajos de limpieza en casa de los Johnston y mis fines de semana trabajando para la señora McCuddy.

Un día, al llegar a casa de la escuela, vi las fotos de Christine colgadas en la repisa de la chimenea del salón. Mamá les compró marcos a todas y las tenía expuestas donde todos podían verlas. Ya era bastante malo que fueran fotos de Danny y yo actuando como dos niñas con nuestros atuendos femeninos, pero la foto mía besando a Gary Lowe me ponía mal físicamente.

—¡Mamá! —grité avergonzado—. ¡Por favor, quítalas!

—Oh, cállate, 'Pamela'. Me parecen lindas —Mi madre se encogió de hombros con total indiferencia—. No sé cuál es tu problema, señorita. Tú eras la que andaba por ahí persiguiendo chicos. Se nota que te lo estabas pasando bien. ¿Puedes negarlo?

A juzgar por las fotos, mi madre tenía razón. Todas las fotos me mostraban sonriendo. Excepto en la que estaba besando a Gary. Un caleidoscopio de emociones me recorrió el cuerpo...

Hundí el pie en la alfombra e intenté pensar.

—Ese no es el punto. Sí, nos estábamos divirtiendo, pero eso no significa...

—¡Ves, es justo como me lo esperaba! —espetó—. Eres una hipócrita, 'Pamela'. Te quejas de que te estoy convirtiendo en una niña. Pero, cuando me doy la vuelta, te vistes como una colegiala y te besas con unos chicos.

—¡Mamá, eso no fue lo que pasó!

Una mirada fría me hizo callar.

—¡No te atrevas a mentir!

—Lo siento, mami —susurré.

Mi madre sonrió. Luego ordenó la colección de fotos, colocando la mía besando a Gary de forma destacada delante.

—Estas fotos se quedarán aquí. Son un recordatorio de lo que le gusta hacer a mi hijo, el macho, cuando está con sus amigos.

—Mami, por favor... ¡noooooo...!

—Ay, no vengas llorando, 'Pamela'. Tus acciones hablan más que tus palabras, cariño.

Mis tareas domésticas incluían limpiar el polvo, lo que significaba que tenía que quitar todas esas fotos tontas y pasarles el trapo. Se sentía extraño estar allí de pie con mi vestidito negro de sirvienta y ese delantal ridículo, mirando los recuerdos de ese día tan raro y reavivando una oleada de incomodidad en mi interior.

—¡Greg besó a un chico! ¡Greg besó a un chico! —gritaba mi hermano pequeño Dave una y otra vez cada vez que me veía limpiando las fotos—. ¡Greg tiene novio! ¡Greg es una niña con trasero gordo!

—¡Mamá, que pare! ¡Está siendo malo! —me quejé.

—¡Dave, eso no está bien! Tu hermano no es una niña con trasero gordo —Me miró y sonrió—. Solo tiene mejillas grandes.

Recuerdo que me ardían los ojos mientras mi hermanito bailaba y reía como un loco.

—¡Greg tiene novio! ¡Greg tiene novio!

—Mamá, por favor, haz que pare —supliqué en voz baja.

Mi madre se encogió de hombros.

—Solo está diciendo la verdad. Es más de lo que recibo de ti la mayoría de las veces, 'Pamela'.

...

Con el paso de los días, las oportunidades de usar ropa de chico disminuían. Salvo para ir a la escuela, nunca me ponía pantalones. Mamá insistía en que me cambiara en cuanto llegaba a casa, aunque ella no estuviera. No me atrevía a desobedecer. Simplemente asentía con la cabeza y me ponía las faldas y los vestidos.

Hice todo lo posible por asegurarle que estaba cooperando, pero siempre actuaba como si pensara que mentía. Incluso en esos raros momentos que pasaba solo en mi habitación, me vestía de "Pamela". Quizás solo llevaba puesto mi sostén y bragas, ¡y una generosa capa de lápiz labial y maquillaje, por supuesto!, mientras realizaba mi lectura nocturna asignada de revistas de moda y novelas románticas.

No pude callarme, por supuesto, y tuve que quejarme.

—Mamá, ya tengo catorce años. Ya no soy un niño pequeño. Los chicos no hacen estas cosas. ¿Puedo parar?

—No me mientas, 'Pamela'. Todavía eres una niña y, sí, los chicos hacen estas cosas. Conozco al menos a dos: tú y tu noviecito, Dani.

Respiré hondo.

—¡No me refería a eso! ¡Odio tener que estar encerrado en casa vestido como una niña todo el tiempo! ¡No hay nada que hacer!

Pensé que mi mamá se enojaría, pero solo sonrió.

—Si te aburres, 'Pamela', puedo darte algo constructivo que hacer —fue su respuesta—. Podemos hacer como antes. Todavía tengo un armario lleno de ropa que necesita planchado. O si quieres salir de casa, puedes ponerte tu disfraz de sirvienta y ayudar a la Sra. McCuddy con sus costuras. Le encantaría la compañía y sé que te vendría bien el dinero. Podemos encontrar la manera de mantenerte ocupada.

—No me refería a eso —dije con lágrimas en los ojos—. Solo quiero salir de casa de vez en cuando.

Mi madre levantó una ceja y sonrió.

—Bueno, no dejes que te detenga. ¿Por qué no das una vuelta por la manzana? Hace buen tiempo. Con gusto iré contigo si quieres. Puedes ir tal como estás.

—No importa, estoy bien —respondí.

Me ajusté el tirante del sujetador y suspiré.

—Creo que quizá debería reacomodar mis labiales o algo así.

Mamá sonrió.

—¡Qué idea tan maravillosa! Eres tan inteligente como guapa.

En ese momento de mi vida, simplemente no sabía qué pensar. "Greg" se me escapaba y "Pamela" se apoderaba cada vez más de todo. Y eso me asustaba. Se acabaron los partidos de béisbol, salir con "los chicos" y hacer cosas de chicos. Estaba atrapado en una rutina que habría aterrorizado a cualquier niño de mi edad.

Para complicar aún más las cosas, Danny ya formaba parte de mi vida. Debo admitir que disfrutaba tener un amigo "chico" con quien hablar en el colegio, aunque fuera un poco raro. Su reputación era respetable, a diferencia de la mía. Todos en el colegio pensaban que era un chico tranquilo que estudiaba mucho, era educado y nunca causaba problemas. A diferencia de mí, era prácticamente un macho a ojos de nuestros compañeros.

Cuando estábamos solos o fuera del alcance de los demás estudiantes, el lado secreto de Danny salía a la luz. Le encantaba la "charla de chicas". Me ponía nervioso oírlo hablar sin parar sobre el vestido nuevo que le había comprado su tía o sobre qué tipo de sujetador le gustaba más.

Además, le encantaba demostrar su cariño por mí y se comportaba como un enamorado. Se convirtió en un problema, sobre todo cuando estábamos solos. Me gustaba mucho besarlo. Pero no quería que nadie nos viera.

—Le gustas mucho a la tía Marlene —me dijo un día durante la clase de estudio—. Ella cree que formamos un equipo estupendo. ¿Recuerdas que hablamos de mudarnos juntos después del instituto y abrir una peluquería, yo peinando y tú maquillando? Christine se lo contó todo y la tía cree que deberíamos hacerlo. Dijo que me ayudaría a ir a la escuela de belleza si quería. Seguro que a tu madre le gustaría, ¿verdad?

—No lo sé. Puede ser —No me entusiasmaba la idea de hacer nada femenino después del instituto. Quería jugar en un equipo de béisbol o quizá ser piloto de carreras. ¡Cualquier cosa que no tuviera que llevar pintalabios y faldas!

Danny se rió.

—¡Anda ya! ¡Sería genial! Podríamos disfrazarnos de chicas todo el tiempo y decirle a todo el mundo que somos hermanas o algo así —Su sonrisa casi daba miedo mientras seguía con su plan—. Si alquiláramos un apartamento juntos, podríamos divertirnos tanto como quisiéramos. ¡Sé que te gustaría! Y si alguna vez nos aburriéramos, ¡hasta podríamos tener un par de novios de verdad con los que jugar! ¿No suena divertido?

—No me parece buena idea —susurré débilmente.

No podía permitirme que mi madre se enterara de la idea de Danny. Me la imaginaba arruinándolo todo obligándome a ir a la escuela de belleza.

—¿Prométeme que lo pensarás? —suplicó Danny.

Me retorcí cuando se acercó y me dio un apretón juguetón en el muslo. Empecé a decirle que parara cuando se inclinó y me dio un beso en los labios. Menos mal que nadie nos vio.

—¿Lo prometes?

—Lo pensaré —dije en voz baja.

martes, 2 de diciembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (35)

 



Capítulo 35. Confesiones.

Mi mamá se quedó parada y me observó mientras comenzaba a quitarme todas las cosas que me hacían sentir como Pamela, empezando por las cintas que ataban mi cabello.

—Muy bien, señorito, cuénteme qué pasó —dijo, dándome una palmadita en el trasero.

Me costó mirarla a los ojos, por supuesto.

—Mm, no sé por dónde empezar.

Le conté paso a paso lo que había sucedido esa tarde, desde el momento en que entré en la casa de Danny hasta que puse un pie en la mía. Todavía no sé cómo lo hizo, pero mi madre era capaz de hacerme hablar de casi todo. Ella siempre tuvo ese poder sobre mí. Omití algunos detalles, como los besos de esa noche.

—Parece que lo pasaste muy bien, cariño —dijo de una manera cálida y encantadora—. Sólo tengo un par de preguntas…

Luego vino el interrogatorio. Ella hacía eso: preguntando y volviendo a preguntar una y otra vez hasta que me pillaba mintiendo. Había sucedido cuando era pequeña y estaba sucediendo ahora. Cuanto más hablaba, más estúpido me sentía. Fue como si el mundo se derrumbara a mi alrededor y no tuviera dónde esconderme.

—Te ves muy linda con la linda ropa de tu novio —dijo mamá—. Lo apruebo, por supuesto. El único problema que tengo es por qué me mentiste.

—Pero yo… yo… yo no mentí. —Intenté tragar, pero me dolió demasiado la garganta—. ¡Te lo prometo!

—¡Ni una palabra más, jovencita! Quiero que lo pienses bien antes de decir nada más. ¡Te conozco mejor que tú misma y sé que no me estás contando todo lo que pasó esta noche!

Mis ojos comenzaron a arder y resistí la tentación de arreglarme el maquillaje.

—Bueno, quizá no te conté todo —susurré—. Pero no estaba mintiendo…

—¡Pamela! Sabes muy bien que mentir por omisión es mentir —dijo mi madre—. Déjame ver qué hay en tu bolso.

Con manos temblorosas, cogí el bolso que Danny me había dado. Observé atentamente mientras mi madre revisaba el contenido; su sonrisa se hacía cada vez más grande a lo largo del proceso.

—Tampones, compresas, lápiz labial... Mmm, ¿no robaste nada de esto, verdad?

—No, mamá… Danny me dio todo eso. Te lo prometo.

—Me pregunto por qué haría eso. Deben ser muy cercanos.

Me encogí de hombros.

—¿Qué acabo de decir sobre mentir? —dijo con furia.

Parpadeé y luego asentí.

—Sí, señora. Somos… amigas.

Mamá sacó el sobre con las fotos. Me puse pálido mientras ella las hojeaba.

—Mira, esto es exactamente de lo que hablo. He intentado que salgas vestida de 'Pamela' y lo único que consigo es un "¡No puedo hacer eso!" "¡Soy un chico!" y mira lo que pasa cuando te dejo sola.

Lágrimas de frustración comenzaron a correr por mi cara. Estaba tan confundido, tan desconcertado por toda la situación, que no podía pensar en nada inteligente que decir. Lo único que se me ocurrió fue: «Lo siento, mamá. No fue idea mía...».

—¡Ni se te ocurra echarle la culpa a otro, Pamela! Se nota que lo estabas pasando genial. ¡Tengo fotos que lo demuestran! ¡Mira qué sonrisa tienes!

Lo pensé por un momento y asentí. En la fotografía estaba sonriendo. Me gustó esa imagen, aunque en ese momento estaba muerto de miedo. Me aclaré la garganta para hablar.

—Mamá, mira... Era una especie de broma para ese chico. No sabía que no éramos chicas... solo nos estábamos divirtiendo un poco.

Mamá me dedicó una mirada gélida.

—¡Escúchame bien, Pamela! ¡No quiero volver a oírte quejarte de que te he convertido en una mariquita! ¡Mira lo que haces cuando sales con tus amigos!

Fueron palabras duras, pero sabía que las merecía. Me había dejado caer en una trampa llena de tentaciones y fantasías, y ahora estaba pagando por ello.

—Sin duda has tenido una gran aventura hoy, ¿verdad, cariño?

Asentí y las lágrimas corrieron por mis mejillas.

—Sí, señora —dije sollozando.

—Creo que pasarás más tiempo con tu tía Marlene y las niñas. Parecen tener una influencia positiva en ti. Danny es, sin duda, el tipo de chico con el que creo que deberías estar. Y esa Christine es una jovencita inteligente. Me recuerda un poco a mí misma a esa edad.

Asentí en silencio.

Mordiéndome el labio, me limpié las lágrimas con la mano y asentí de nuevo.

—Lo estoy intentando, mamá. De verdad. No quise mentirte. Lo haré mejor, te lo prometo. Te lo contaré todo. De verdad.

—Esa es mi chica.

Mi mamá asintió con la cabeza y pensó por un momento. De repente sonrió y me guiñó un ojo.

—Te diré algo, Pamela. ¿Por qué no te lavas la cara y te das una ducha refrescante y caliente mientras voy a prepararnos un chocolate caliente? Cuando termines, puedes ponerte un camisón bonito y volver a contarle a mamá todo sobre tus nuevos novios.

Me llené de pavor cuando mi madre me condujo al baño. Allí rebuscó en el armario y sacó una caja de cartón.

—Mira, te acabo de comprar un nuevo kit de higiene femenina. Te va a encantar. ¡La nueva bolsa de ducha viene con una boquilla extragrande que le va a dar un cosquilleo a mi pequeña! Ah, y compré tampones nuevos.

Ignoré las cajas de tampones y toallitas que tenía en mis manos. En cambio, sentí que mi corazón se aceleraba mientras mi madre blandía una bombilla y una boquilla nuevas de color rosa a pocos centímetros de mi cara. Entonces vi la enorme bolsa de goma y la enorme boquilla color marfil. Ella tenía razón; ¡era gigantesco! Mi trasero se estremeció mientras trataba de imaginar cómo se sentiría algo así dentro de mí.

—Parece tan grande —susurré, completamente asombrado por el tamaño de la boquilla fálica.

Mamá sonrió.

—Bueno, ya eres mayorcita, así que debía comprarte algo más apropiado para tu edad. No seas tan asustadiza. Funciona igual que el que tenías antes. Me lo agradecerás después. Créeme.

Respiré hondo y asentí.

—Supongo que sí...

Y, por mucho que me cueste admitirlo, ella tenía razón: esa nueva boquilla más grande era más placentera.



lunes, 1 de diciembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (34)

 



Este relato es parte de una serie, para ver todos los capítulo haz clic en:

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Capítulo 34: Una chica y sus amigas

No sé cómo ni por qué, pero hice todo automáticamente, como si fuera lo correcto. Ahí estaba yo, vestida como una colegiala besando a un chico. En un momento, abrí la boca y ahí fue cuando la cosa se puso fea. Ese hormigueo familiar me golpeó entre las piernas y mi respiración se alteró. Gary también abrió la boca, desatando su lengua adolescente para mezclarla con la mía. Nos besamos durante, bueno, un par de minutos, supongo. Luego me fallaron las rodillas y casi me voy de espaldas sobre mis bragas.

"¿Estás bien?"

El chico, sobresaltado, parecía preocupado mientras me agarraba por la cintura y me sostenía. No pude evitar notar que su mano se deslizó por debajo de mi falda y me rozó el trasero mucho más tiempo del necesario. Me miró con culpa y me puso ambas manos alrededor de la cintura para evitar que volviera a caer.

Asentí. "Claro. Sí. Supongo. Solo me mareé, supongo". Estaba muy avergonzada. “Creo que debería irme.”

Gary parecía decepcionado. “Pero… acabamos de empezar.”

Christine intervino rápidamente: “¡Oh, está bien! ¡Lo hiciste tan bien que también puedes darle una lección de besos a mi hermana!”.

Danny parecía un ciervo deslumbrado. Christine rió y lo empujó hacia Gary, que sonreía con una sonrisa, y él estaba encantado. Me quedé allí, mirando. Fue como un accidente de coche. Sabía que alguien iba a salir herido, pero no podía apartar la mirada.

Gary parecía como si hubiera ganado la lotería o lo hubieran coronado rey del mundo. Lo observé, desconcertado, mientras abrazaba a mi amigo travestido. Danny me miró rápidamente y esbozó una tímida sonrisa, apenas un poquito. No pude apartar la vista de la escena mientras los dos chicos juntaban sus bocas y se besaban durante un par de segundos. Una vez que terminaron, volvieron a juntar sus bocas y se besaron durante un buen rato. Me impresionó tanto la capacidad de Danny para contener la respiración como el hecho de que estuviera besando a otro chico allí mismo, ante mis ojos. Debo admitir que me puse un poco celoso pero no supe si por Gary o por Danny.

Para cuando terminó,ambos chicos  tenían caras de estupefacción. Danny retrocedió un paso y me tomó la mano en silencio. Gary se quedó de pie, mudo, con la boca sonriente manchada de pintalabios y, por mucho que me cueste admitirlo, la parte delantera de sus pantalones formando una pequeña tienda de campaña. Obviamente, tenía una erección brutal. Y, a su vez, sentí ese temido cosquilleo entre mis piernas.

El chico, sonrojado, miró a Christine. ¿Y tú? ¿Quieres practicar besar también?

La chica se rió. "No. No me gustan los chicos", dijo con orgullo.

Al separarnos, Christine volvió a verme. Seguí su mirada hacia Gary y me di cuenta de que ella también había notado el bulto en sus pantalones. Con los ojos muy abiertos, la miré a ella y luego a Danny. Ambos rieron, me agarraron de las muñecas y me arrastraron calle abajo hacia nuestro destino.

"¡Eso fue lo máximo!", rió Christine mientras caminábamos por la acera tan rápido como nos permitían nuestros tacones. "¡No puedo creer que lo hayan besado!"

Danny también rió. Igual que su hermana. "¡Oye, no fui la única! Aquí estaba sintiendo lástima por 'Pamela' esta noche, después de que se comportara con timidez y lágrimas. ¡Y de repente se besó con un chico que conoció en la calle! ¡Guau... te subestimé de verdad!"

Me enfadé un poco con lo que insinuaba. Pero no sabía que responder.

La hermana de Danny se reía histéricamente. "¡No pensé que ninguno de los dos lo haría, tontos! Pensé que 'Pamela' se pondría a llorar de nuevo. ¡Lo dejaste darte un beso frances y tocarte el trasero!"

Sentí que me ponía rojo,

Danny sonrió. "Yo me alegro, quería besar un chico, sé que hoy bese a Greg, pero él es más chica que chico."

Avergonzada y un poco enfadada, me bajé el dobladillo de la falda. 

Llegamos a la heladería sin más incidentes y fuimos directos al baño a maquillarnos. Llevaba un bolso prestado de la habitación de Judy y dentro tenía algunos labiales, rímel y otros artículos esenciales que ella había tomado prestados. 

Disfrutamos de un helado cada uno y paseamos un rato por la tienda, pasando la mayor parte del tiempo examinando los cosméticos y hojeando revistas de moda. Nos veíamos y actuábamos como tres típicas adolescentes saliendo un viernes por la noche. Menos mal que éramos los únicos en la tienda. No quería encontrarme a nadie más.

Antes de irme, Christine pasó por el mostrador de fotografía. Había dejado un rollo de película mientras Danny y yo estábamos en el baño. Me quedé más que sorprendido al ver varias fotos mías haciendo payasadas con ropa de niña y haciendo tonterías. Incluso había un par de Danny y yo besándonos y varias de los dos besándonos con Gary Lowe, lo cual me pareció extrañamente fascinante. No tenía ni idea de que las había sacado, pero en parte me alegré. Christine las revisó y me dio algunas, que guardé rápidamente en mi bolso. No lo habría admitido en ese momento, pero en el fondo estaba contento y me preguntaba dónde podría escondérselas de mi madre.

"Un pequeño recuerdo para esas noches de insomnio", dijo con una risita.

Eran casi las nueve cuando por fin llegamos a casa. Me acerqué a la escalera de entrada con inquietud, con las manos temblorosas y la boca tan seca como el cemento.

"¡Bienvenidas!", dijo mi madre más gracia y encanto. "¡Me alegra tanto que hayan podido venir, chicas!".

Y así fue. Mamá derrochó carisma esa noche, halagando a Christine y Danny con cada palabra y llamándome alternativamente "Greg" y "Pamela", lo que fuera más inapropiado en ese momento.

"¡Gregory Parker, te ves tan adorable con tu disfraz de niña! Pareces una niña de película adolescente, ¿verdad, chicas?".

Danny y Christine asintieron al unísono.

"Claro que sí, Sra. Parker", dijeron ambos.

"¡Le encanta disfrazarse de 'Pamela'! A veces tengo que recordarle que es un chico."

Mi madre insistió en hacer el recorrido completo. E invitó a mis amigos a pasar a mi dormitorio. Danny y Christine parecían asombrados de lo femenino que se veía, aunque disimulaban bastante bien su emoción cuando ella abrió mis cajones y armario y les mostró la colección de mi lencería y cosas femeninas.

"¡Guau! Nunca pensé que el dormitorio de Greg se vería así", dijo Christine asombrada.

Danny permaneció  allado.

Casi me ahogo al darme cuenta de que ambas estaban mirando ese estúpido póster de "Hot Buns" que Rita me había regalado por mi cumpleaños. Intenté actuar con indiferencia, pero estoy bastante seguro de que no engañaba a nadie.

"¡Ay, esa cosa horrible!", dijo mi madre con fingido disgusto. "Odio esa foto fea, pero 'Pamela' le encanta. Le gustan mucho los chicos2

Sentí que me ardían las mejillas mientras intentaba pensar en algo que decir.

Christine miró a mi madre y luego a mí. "Oh, creo que debería dejarlo ahí, Sra. Parker. Apuesto a que a 'Pamela' le encanta mirarlo todas las noches antes de dormir".

La sala se llenó de risas. Me sentí tan estúpido mientras todos me miraban. Mi mamá, Christine e incluso Danny se deleitaron con mi vergüenza. Hablaron y charlaron un buen rato mientras yo me quedaba allí de pie como un maniquí, preguntándome si así sería el infierno.

"¡Mejor nos vamos, Sra. Parker!", dijo Christine finalmente. "Gracias de nuevo por dejar que Pamela viniera a visitarnos. ¡Lo pasamos genial!"

Danny sonrió. "Yo también, Sra. Parker. ¡Usted también es muy genial!"

domingo, 30 de noviembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (33)

 


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Capítulo 33: Noche de chicas

Lo siguiente que supe fue que estaba caminando por la calle con Danny de un brazo y su hermana del otro. Me sentí como si estuviera en una pesadilla mientras me alejaban de su casa y de los últimos restos de mi identidad masculina.

No podía hablar por los nervios. “Danielle” y Christine charlaban de lo lindas que nos veíamos. Yo estaba demasiado ocupado buscando personas que pudieran reconocerme. Las pocas personas que encontramos en el camino nos prestaron poca atención.

Estábamos a unos diez minutos de la casa de Danny cuando su hermana, Christine, se detuvo de repente. Miré a mi alrededor y vi que estábamos junto a un camino de entrada bordeado por un espeso bosque de arbustos. No había un alma a la vista.

—Tengo que hacer algo —dijo la chica rubia con un tono serio.

Tomó mi muñeca y me arrastró hacia ella.

—Danny, espero que no te importe, pero tengo que hacer esto al menos una vez.

Sentí un par de manos agarrándome y haciéndome girar. Lo siguiente que supe fue que Christine me estaba besando. La sensación era agradable. Luego se apartó y sonrió satisfecha.

—¡Estuvo mejor que la primera vez! ¡Besas como una chica!

El rostro de Danny se oscureció.

—¿La primera vez? ¿Qué quieres decir? ¿Lo habías besado antes?

La muchacha sonriente se encogió de hombros.

—En casa, mientras te estabas cambiando de ropa... No te preocupes, no te lo voy a quitar. Repetías mucho lo bien que besa y... solo quería ver si era tan bueno. Eso fue todo.

—¿Y?

Ella asintió con la cabeza.

—Tu linda “Pamela” besa muy bien.

Danny me giró y acercó mi cara a la suya. No pude distinguir si estaba realmente enojado o solo actuaba.

—¡Bueno, no puedo permitirlo! Si ya terminaste, querida hermana, ¡ahora me toca a mí! ¡Tengo que asegurarme de que sepa a quién debe besar!

Me sentí un poco raro al recibir el beso, parado allí en la acera con ese ridículo disfraz de niña, besando a otro chico que parecía tan lindo como yo. Se sentía realmente bien.

Danny y yo nos besamos durante mucho tiempo, allí mismo. Pensé que mamá aparecería en cualquier momento y me atraparía vestido como una adolescente en público, besando a Danny.

—Entonces, ¿quién besa mejor, yo o mi hermana? —susurró mi amigo travestido.

—Bueno, es difícil decirlo —grazné mientras jadeaba en busca de aire.

El chico travestido hizo una mueca.

—¿Qué quieres decir con eso?

Danny me atrajo para besarme de nuevo, pero escuchamos que alguien detrás de mí decía: "¡Guau!".

Por un instante pensé que me iba a dar un infarto; casi me orino en las bragas. Al mirar por encima del hombro, me quedé atónito al ver un rostro familiar. Era Gary Lowe, uno de mis compañeros de clase. Habíamos ido a la escuela el año anterior. Estaba parado a pocos metros de distancia, con los ojos abiertos. Al parecer, estaba caminando por la acera y se topó con nosotros en nuestro escondite.

Era la segunda vez que Gary me veía mientras yo era “Pamela”. Unos meses antes, justo después de mi decimocuarto cumpleaños, me había visto haciendo compras en el supermercado con mi madre, usando solo un diminuto bikini.

Gary seguía sin tener la menor idea de quién era yo. Sus ojos viajaban de mis pechos a mis piernas, y su rostro reflejaba un extraño deleite. Él pensaba que Danny y yo éramos dos chicas besándose.

—Eh, hola... No dejen que los interrumpa —dijo el chico con pena.

Danny estaba muy nervioso. Sentí que me agarraba la mano y me pregunté hasta dónde llegaríamos con nuestros tacones si intentábamos huir.

Christine decidió hablar.

—¡Hola! —le dijo a Gary—. Eres justo la persona que necesitamos. ¿Nos puedes hacer un favor?

Sobresaltado por la extraña pregunta, el niño nos miró a "todas" con curiosidad.

—Eh, claro, supongo. ¿Qué pasa?

La chica sonriente me miró y me guiñó un ojo.

—Tenemos un problemita. Mis hermanas y yo vamos de camino a ver a unos chicos y estamos un poco preocupadas. Verás, Pamela —me empujó un par de pasos hacia adelante— nunca ha besado a un chico y tiene miedo de arruinarlo, así que, bueno, decidimos practicar juntas.

El adolescente pensó por un segundo y luego sonrió en silencio.

Miré a Christine. Ella se rió.

—Como no teníamos chicos con los que practicar, “Danielle” se ofreció como voluntaria para practicar los besos.

Me sentí culpable al descubrirme mirando la parte delantera de sus pantalones. Sentí que se me secaba la boca al darme cuenta de que estaba viendo su creciente erección, que presionaba contra la tela.

El chico sonriente asintió.

—Vaya, eso tiene mucho sentido...

—¿Te importaría que él... eh, ella practique lo aprendido contigo? —dijo Christine con una sonrisa.

Miré a la hermana de Danny con enojo, pero ella me ignoró.

—Nos vendría bien tu ayuda. O sea, sé que es mucho pedir, y no queremos meterte en líos con tu novia, pero...

—Claro, me gusta ayudar —dijo el chico, incapaz de disimular su emoción.

Sentí otro empujón y me quedé a escasos centímetros del chico con la cara roja. Nos quedamos allí un minuto mirándonos. Recuerdo que intenté fijar la mirada en él, pero no dejaba de mover los ojos de izquierda a derecha y luego al suelo. No podía creerlo. A pesar de toda su charla y su comportamiento rudo y brusco, en realidad era tímido. De hecho, creo que estaba tan nervioso como yo.

—Entonces, eh... ¿cómo quieres hacer esto? —preguntó.

Me concentré en actuar lo más femenina posible. Gary me conocía como Greg y no quería que me descubriera.

El chico extendió la mano para tocarme el hombro.

—Eh... quiero decir... ¿quién empieza?

—¡Bésala, idiota! —dijo Christine con frustración.

Danny disfrutaba de mi situación tanto como Christine.

—¡Sí, bésala! —se burló—. ¡No seas cobarde!

Alentado por las bromas de mis amigos, Gary sintió una repentina inyección de confianza. Se irguió y me miró fijamente a los ojos. Luego sonrió con suficiencia, posó y me rodeó con el brazo como lo haría con una chica.

—No sé si es buena idea —dije en voz baja.

El chico sonriente se encogió de hombros.

—No te haré daño. Lo prometo.

Apenas podía creer lo que veía cuando acercó su rostro al mío. Suspirando profundamente, asentí y cerré los ojos.

El primer beso no fue gran cosa. Simplemente presionó sus labios contra los míos, los acarició un instante y luego se apartó. Abrí los ojos y vi su rostro aún a dos centímetros del mío. Algo dentro de mí tomó el control, volví a cerrar los ojos y seguí adelante. ¡Esta vez yo lo estaba besando a él!

sábado, 29 de noviembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (32)

 



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Este capítulo es bastante más explicito que los anteriores. Se recomienda discreción.

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Capítulo 32. Las chicas se preparan

—Si ya terminaron con su jueguito, miren lo que tengo —La hermana de Danny levantó una toalla sanitaria—. Como Pamela tiene la regla, pensé que esto la protegería.

—¿Por qué necesito eso? —dije, estudiando la extraña prenda con sospecha.

—Para tu "regla", tonta.

—¿Eso no es para chicas?

Christine me miró como si fuera de otro planeta.

—Sí, igual que los tampones, ¡y estabas usando uno!

La seguí al medio de la habitación como si fuera una muñeca de tamaño real. Me dio la toalla y una licra deportiva. Al ponerme las dos cosas, pude ver cómo mi anatomía masculina desaparecía de la vista. Es como si no tuviera nada allí. Al principio me sentí muy incómodo, pero estando acostumbrado a las fajas, me acostumbré al poco tiempo.

—¿Ves cómo lo esconde todo? —dijo orgullosamente Christine, luego continuó—. Esa licra y esa toalla son de Danny. Mi tía pensó que no sería bueno que un niño use tampones, pero gracias a ti, Pamela, sabemos que no tiene nada de malo. Pronto estarás usando tampones, hermanita.

Me sonrojé como un loco al sentirme tan expuesto ante mis nuevos amigos. Danny también se sintió apenado y cambió rápidamente de tema.

—Vamos a la habitación de Judy para buscar algo para salir.

Eso hicimos, y me vi caminando solo en licra y con una toalla femenina en medio de los dos hermanos adolescentes fuera de la habitación y por el pasillo. Recuerdo temblar nerviosamente cuando pasamos por el baño principal. Tenía miedo de que la tía Marlene me viera vestida de manera tan peculiar, y mis temores se justificaron rápidamente cuando Christine me agarró del brazo.

—¡Mira, quiero mostrarle a mi tía lo linda que te ves antes de vestirte!

Sus ojos brillaban con picardía cuando llamó a la puerta y la abrió. Antes de poder resistirme, ella me jaló y lo siguiente que supe fue que estaba mirando a esta hermosa mujer sumergida en burbujas de baño y leyendo un libro.

—¡Mira, tía Marlene! ¡Pamela tiene la regla!

Miré a Danny con impotencia, pero él simplemente sonrió. Luego me volví hacia su tía y vi una sonrisa curiosa en su rostro.

—¡Madre mía! Christine, cariño, seguro que Pamela no quiere andar por la casa solo en bragas. ¡Ve a ponerle ropa al pobre niño!

—¡Pero, tía Marlene, mira! —dijo, obligándome a darme la vuelta.

Estuve a punto de morir y ella se agachó y tiró de mi toalla, haciéndola evidente a través de la licra—. ¡Mira! ¡Es más niña que yo!

Hubo un momento de silencio y miré por encima del hombro para ver una expresión de asombro en el rostro de la mujer. Ella se sentó en la bañera, exponiendo sus pechos sin ninguna preocupación, y se quedó mirandome.

—Christine, Dios mío, niña, ¿lo hiciste usar una toalla?

—No, tía Marlene. ¡Él traía un tampón puesto! ¡Te lo prometo!

Levantando una ceja, la hermosa mujer me miró, se reclinó en la bañera y se rió entre dientes.

—¡Dios mío, Pamela! ¿Usas tampones? Te encanta fingir ser una chica, ¿verdad? Pensaba que Danielle era única, pero parece que tú eres algo muy especial. ¿Sabe tu madre que usas tampones?

Intenté aclararme la garganta.

—Sí, señora —grazné—. Ella me enseñó ese tipo de cosas.

La tía Marlene meneó la cabeza.

—Mmm. Aunque nunca pensé mucho en que Danny se disfrazara con las cosas de su hermana, los chicos y la higiene femenina siguen siendo un tema nuevo para mí. Quizás tenga que hablar con tu madre sobre esto algún día.

Me encogí de hombros.

—Sí, señora.

La mujer en la bañera se quedó mirando mis pechos.

—Dios mío, incluso pareces una chica sin ropa. Tienes unos pechos preciosos.

—¡Eso es lo que dije! —interrumpió Christine—. ¡Es más guapa que yo! ¡Estoy tan celosa!

—Es verdad —dijo Danny.

La tía Marlene se rió.

—Bueno, Pamela, parece que les has causado una gran impresión a mis dos hijos. ¿Por qué no se van ustedes tres y me dejan terminar de bañarme?

De alguna manera logramos llegar a la habitación de Christine, no estoy seguro exactamente de cómo, pero nunca me sentí tan aliviado como cuando estuvimos tras puertas cerradas. Me quedé parado allí mientras Danny se quitaba el vestido de cóctel y luego, usando solo un par de bragas, sujetador y lápiz labial, se unió a su hermana para buscar cosas para ponerse. Incluso en mi estado de vergüenza, tuve que sonreír al verlo.

—Acabo de descubrir qué deberíamos vestir —dijo Danny sin aliento—. Bueno, pues lo que deberías ponerte. Te va a encantar...

En un par de minutos llevaba un sujetador rosa a juego con mi licra. Mi pene no había reaccionado desde la experiencia con Danny, y ahora en el espejo me veía exactamente como cualquier jovencita de ahí abajo.

Danny me acercó y me dio un abrazo.

—¡Mira, somos gemelas! —dijo, vestido con un sujetador y unas bragas rosas como las mías.

Christine suspiró.

—Son iguales, eso seguro. Toma esto, niña.

La chica rubia me arrojó un pequeño paquete de blanco y automáticamente comencé a ponerme un par de medias hasta la rodilla. Mis piernas largas y suaves hormigueaban excitadamente bajo el roce de los bordes de encaje y los volantes en la parte superior de las medias. Animada por mi anfitrión y su hermana, me levanté y modelé mi lencería prestada.

—¡Esto no es justo! —Christine se quejó—. ¡Tus tetas son más bonitas que las mías y ahora tus piernas son más bonitas que las mías!

Danny se rió.

—No son solo tus piernas y tus tetas, hermanita. ¡Pamela es simplemente preciosa! ¡Nadie puede competir con eso!

No pude evitar sonreír. El elogio, por débil o inesperado que sea, le hace eso a una persona.

Unos minutos más tarde, me encontré parada frente al espejo del tocador de Christine, luciendo como una típica chica de secundaria. Danny había elegido una blusa fina y vaporosa que estaba atada en la parte delantera con un lazo rosa. Para acompañarlo me dio una pequeña falda plisada, apenas lo suficientemente larga para cubrir mi licra. Suspiré mientras tiraba de mi ropa nueva. ¡Mi mamá sin duda lo habría aprobado!

—No creo que pueda salir de casa vestido así —dije nervioso. Entre la minifalda diminuta y la blusa vaporosa, me sentí como si no llevara nada puesto.

—¡Oh, cállate! Te ves genial y lo sabes —la reprendió Christine—. Nadie en este planeta te confundirá jamás con un chico. Toma, pruébate esto.

Vi algo blanco volando por el aire. El niño en mí extendió la mano y lo agarró. Era un par de zapatos de charol blanco con grandes tacones cuadrados y una hebilla rosa estilo caricatura sobre la punta. Miré desde esos zapatos tontos y suspiré.

—¿Estás bromeando?

Christine me miró con una expresión de “no me importa nada”.

—Eso es lo que me pongo con ese conjunto. ¿Qué te pasa? ¿Eres demasiado buena para usarlos?

Me encogí de hombros.

—No, es solo que parecen algo que usaría una niña pequeña para ir al jardín de infantes.

La adolescente rubia parecía a punto de abofetearme cuando Danny me dio unas joyas de fantasía.

—¿Qué te parecen estas? No puedes salir sin algo brillante en los dedos y las orejas.

Me puse varios anillos y pulseras. También me ofrecieron algunos collares y aretes tontos y juveniles con corazones y cuentas rosas que me puse dejando de ofrecer resistencia.

—¿Me veo como una chica? —Me puse los zapatos y posé frente al espejo. 

Christine meneó la cabeza.

—¡Wow, Pamela! ¡Estás guapísima!

Danny me miró soñadoramente y suspiró.

—¿Te diste cuenta de que Greg tiene las orejas perforadas? ¡Quizás pueda ayudarme a convencer a la tía Marlene de que me las perfore!

Mientras yo me arreglaba y retocaba mi apariencia, Danny completó su transformación en “Danielle” poniéndose un vestido corto color coral pálido y medias. Ella eligió un par de tacones rosas que realmente lo hicieron lucir femenina. No pude evitar mirarlo mientras se movía con ese vestido ajustado. La tela se adaptaba a sus curvas adolescentes de forma favorecedora y se veía tan lindo… ¡sí, tenía que admitirlo, me gustaba! Me gustaba tanto que tenía ganas de besarlo.

—¡Y ahora, el evento principal! —Christine dijo con aire de suficiencia.

La observé mientras colocaba una gargantilla alrededor del cuello de su hermano y luego lo ayudó a ponerse una peluca color castaño rojiza.

—La tía Marlene le regaló esto a Judy para que lo usara en Halloween. ¿No le queda fantástica a Danny?

Asentí. También traté de no mirarlo fijamente, pero sentí una fascinación abrumadora cuando el chico de quince años de repente tomó la apariencia de una encantadora chica de secundaria.

La cara de Danny estaba inclinada hacia el suelo de manera tímida mientras se acercaba a mí. Casi me derretí cuando me miró a través de sus pestañas de una manera coqueta y aniñada.

—¿Podrías arreglarme el maquillaje, Pamela? ¿Por favor?

No pude negarme, por supuesto. Christine tenía todo lo que necesitábamos en su habitación y yo me puse a trabajar. Primero eliminé los restos de mis esfuerzos anteriores y luego suavicé el look de mi nueva amiga para que combinara mejor con los suaves colores pastel de su vestuario y su cabello. También retoqué mi propio maquillaje. Me sorprendió ver que me había vuelto aún más bonita que antes.

—Ustedes se ven muy lindas—se enfureció Christine—.  Usteses dos tendrán toda la atención, me sorprendería que no encuentren novio.

—¡Oye, no estoy buscando novio! —dije a la defensiva—. Solo no quiero que nadie me descubra.

—¡Ah, claro! —Christine me miró y meneó la cabeza. Entonces ella se acercó tanto que pensé que me iba a besar—. Sigues haciéndote la princesa reticente, ¡pero no me lo creo! Maquíllame también la cara, Pamela, y luego me pondré linda como ustedes.

En lugar de discutir, le hice un cambio de imagen rápido, haciéndola parecer mayor y, para mi propia sorpresa, más sexy. Mientras ella estaba sentada frente a mí, atenta y recatada por una vez, recuerdo haber pensado en lo bonita que era y cómo me había robado un beso. Christine podía ser una molestia enorme, pero mientras le pintaba los labios con brillo rojo, pensé en lo bien que se sentiría besarla una vez más...

Después de que terminé, la hermana de Danny se vistió. Christine charló y chismorreó mientras se quitaba la ropa delante de nosotros. Me sorprendió, pero ella actuó como si fuera la cosa más natural del mundo. No pude evitar mirarla mientras dejaba caer su ropa interior allí mismo, en la misma habitación que nosotros. Ella se pavoneó y posó frente al espejo del tocador y se miró los pechos. Incluso se inclinó para rascarse el pie, lo que me permitió ver justo entre sus nalgas. Me resultó difícil mantener el contacto visual mientras ella estaba parada completamente desnuda frente a mí, con sus manos en sus caderas y despotricando sobre un chico de la escuela.

—¿Puedes creerlo? ¡Una vez estuve sentada con él almorzando y ahora cree que está enamorado de mí! ¡Chicos, no los soporto!

—Ajá —dije sin decir nada, intentando no mirarlo fijamente. Di un respingo cuando algo me golpeó en la pierna. Danny soltó una risita—. ¿Te gusta lo que ves?

Me encogí de hombros y traté de actuar casual, pero tuve que sonrojarme. Esta era la primera chica que había visto completamente desnuda, por supuesto, quiero decir, había visto a mi madre y a varias de sus amigas en topless en la piscina; a Rita y sus magníficos. Christine estaba proceso de desarrollo, lo cual me pareció absolutamente fascinante.

—¡Ay! —Lloré. Me sorprendí cuando Danny me pateó en la espinilla—. Mantén la vista en tu trabajo, «Pamela». Estás mirando a mi hermanita.

Me sentí un poco avergonzado. Al principio pensé que Danny estaba siendo protector, pero creo qque solo  estaba más celoso.

Christine se puso el sujetador y habló.

—No te preocupes, Danielle. No creo que sea una amenaza. Tu nueva novia está enamorada de ti. Además, solo soy una chica.

El chico travestido reflexionó.

—Ese es el problema, hermanita. Sé cuánto te gustan las chicas.

La chica rubia hizo una mueca mientras se ponía un par de bragas diminutas.

—Eso es verdad, hermanito.

Mis oídos ardían cuando me di cuenta de lo que estaban diciendo. ¿A Christine le gustaban… las chicas? Reflexioné sobre ello por un momento.

El atuendo de Christine la hacía parecer más peligrosa que cualquier cosa que yo hubiera usado antes. Llevaba una camiseta negra ajustada, una falda plisada blanca y botas negras hasta el tobillo. Me sentí como una adolescente muy femenina en comparación con su aspecto más sofisticado, oscuro y maduro. Mientras admiraba sus pechos, noté que el logo en su blusa decía “Niña malcriada” en letras rojas brillantes.

Eso tiene sentido, pensé en silencio.

Cuando cogimos nuestros bolsos y nos arreglamos el pelo “una vez más”, ya estaba empezando a oscurecer. Miré el reloj y casi entré en pánico cuando me di cuenta de lo tarde que era. ¡Mi mamá se iba a poner furiosa si llegaba tarde! Danny y Christine me dijeron que me calmara.

—Haremos que la tía Marlene intervenga ante tu madre por ti —dijo Christine—. Haré que llame ahora mismo. No te preocupes. Es muy persuasiva cuando se lo propone.

Abajo, la tía Marlene acababa de terminar su baño y estaba descansando en el sofá con su libro y una taza de té. 

—Vaya, chicas, ciertamente lucen muy bien —dijo ella dulcemente—. Cuesta creer que sean chicos debajo de todo ese pintalabios y encaje.

—Gracias, tía Marlene —respondió Daniel.

—Oye, no soy un niño —dijo Christine fingiendo enojo.

La tía Marlene la miró con complicidad.

—No, pero a veces actúas como tal, ¿verdad, señorita?

Efectivamente, la tía de los adolescentes hizo una llamada en mi nombre y, para mi alivio y alarma combinados, logró que mi madre aceptara un toque de queda más tarde. Ella me estudió y colgó. Entonces ella sonrió.

—No te preocupes, cariño. Tu madre fue muy comprensiva. Las chicas pueden acompañarte a casa después de comprar el helado. Te esperará hasta dentro de una hora. Eso les da tiempo para divertirse.

Sentí un revoloteo en mi estómago.

—No lo sé. ¿Y mis cosas…?

Christine me empujó hacia la puerta.

—¡Ay, no seas tan nena, 'Pamela'! Puedes recogerlas luego. ¡Vamos ya!

Miré impotente hacia atrás a la tía Marlene. Ella tenía una sonrisa en su cara.

—Adiós, chicas. ¡No se metan en líos!

viernes, 28 de noviembre de 2025

Disciplina del lápiz labial. (31)

 



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Capítulo 31. Que desastre.

Después de cenar, lavé, guardé los platos y limpié, mientras Danny y Christine susurraban y observaban.  Luego limpié la cocina sin pensar.  Era prácticamente un experto en los deberes de una criada doméstica.  Una vez más, la tía Marlene quedó impresionada.

—Lo dije antes y lo diré otra vez: tu madre te enseñó bien, Pamela—, dijo con un guiño.  —Vas a tener que venir más a menudo. ¡Insisto!"

—¡Es una señorita!— Danny y Christine dijeron al unísono.

Finalmente todos volvimos a la habitación de Judy para cambiarnos de ropa.  Para mi horror, la tía Marlene aceptó dejarnos salir a tomar helado, pero sólo si nos poníamos algo menos llamativo.

—Pueden vestirse así en casa, chicas. Pero atraerán la atención equivocada si salen con tan poca ropa—, dijo.  —Elijan algo menos llamativo y pueden salir. Christine, tú te encargas de las chicas mientras yo me baño.

—Sí, tía Marlene —respondió la niña riendo.

A estas alturas estaba tan cansado y confundido que quería encontrar un lugar donde esconderme.  Por supuesto, eso no era una opción, así que hice escogí un par de cosas para probarme.  Luego me dirigí al baño.

—¿A dónde vas? —Christine preguntó.  —Puedes cambiarte aquí con nosotras.

—Voy al baño. Prefiero cambiarme yo solo.

—¡Puedes cambiarte aqui! ¡Sólo hay chicas aquí!

—Prefiero cambiarme solo— dije sonrojandome.

—Realmente eres una mariquita— dijo Christine.  —Actúas como si tuvieras miedo de tu propia sombra.

—Soy… soy un poco tímido — dije encogiéndome de hombros.

—No creo que puedas entrar al baño—, dijo Danny.  —La tía Marlene está ahí. Se está dando un baño de burbujas. Todas las noches se prepara un baño, enciende velas y se lleva un libro. Estará ahí al menos una hora.

—Está bien, niña—dijo Christine con una sonrisa.  —Puedes cambiarte aquí con nosotras. ¡Quítate ese vestido! ¡Hazlo, o llevaré todas estas fotos tuyas y les mostraré a todos lo niña que eres!"

Pensé en Todd, Joe y los otros niños y comencé a llorar.  —¡Por ​​favor no hagas eso!

—¡Christine, no seas mala! Danny se quejó, pero su hermana lo hizo callar.

—¡Calla!  ¡Te estoy haciendo un favor, hermana!— dijo la niña menor

Considerando las circunstancias, no tenía opción. Una vez más me resigné a mi destino. Todo mi cuerpo estaba rojo de pies a cabeza cuando me quité el vestido negro y me di la vuelta. Estaba tan avergonzado. Los hermanos se me quedaron viendo fijamente. 

Danny fue el primero en decir algo.  —Tú… tú tienes…

—… tetas— dijo Christine en voz alta.

—No se rían—, susurré, mis ojos ardían con lágrimas, cubrí mis pezones con los brazos y traté de no llorar. 

Danny intentó consolarme mientras le lanzaba a su hermana una mirada furiosa...

—No eres el primer chico que veo con pechos. Aunque la mayoría eran gordos en la clase de gimnasia. —dijo Danny — Aunque eres el primer chico que veo con pechos bonitos. Parecen de chica,

No sabía cómo explicarlo, así que me encogí de hombros y dije: —Sólo comenzaron a crecer.

Hubo un largo momento de silencio, y entonces Christine dijo —No es justo. ¡Tus tetas son más grandes que las mías! ¡Hasta tus pezones son más bonitos que los míos!

Christine se colocó detrás de mí. Hice un leve intento de bloquearla mientras ella se acercaba y tocaba mis pechos. Sumiso y débil, me rendí y me quedé allí y la dejé hacer lo que quería.  —Son mucho más grandes que los míos.

Intenté sin éxito apartarla de mí para que dejara de manosearme. Me sentí muy humillado al ser examinado de esa manera.

—Wow —Dijo Danny  y extendió la mano y frotó suavemente la punta del dedo contra mi pezón. 

—¡No es mi culpa!— Dije con mucha vergüenza. —No sé cómo pasó.

El chico asintió con los ojos muy abiertos. —Cómo sea que lo hayas hecho, ¡yo también estoy celoso!

La chica frustrada se lamió los labios. —Creo que podría ser una chica de verdad. Quiero ver qué más esconde. ¡Quítate esa faja, Pamela!.

Pensé en cómo Christine casi me arrancó el pene con las yemas de los dedos hace un rato y me estremecí. Ahora esperaba que me quitara el resto de la ropa. Traté de resistirme, pero tanto hermano como hermana me presionaron hasta que realmente no me importó. Es difícil quitarse una faja mientras intentas cubrir tus pechos desnudos, pero de alguna manera lo logré. El problema vino cuando me quite la faja y las bragas. 

Me sentí muy avergonzado mientras me miraban fijamente. —Por favor, no se rían de mí—, sollocé. Estaba completamente desnudo frente a un par de adolescentes de ojos brillantes y sonrientes que revoloteaban a mi alrededor.  No me había sentido tan indefenso desde que mamá me enseño a ducharme como una niña.

—Sí, ¡es un niño! Dijo Christine mientras trataba de cubrir mis pezones y mi erección.  Fue inútil, así que simplemente crucé los brazos sobre mis pechos y traté de no llorar.  Y parece que se lo está pasando bien.

—Sí, me di cuenta.—  Danny parecía sonrojarse mientras sus ojos rebotaban entre mis pechos desnudos y mi pene expuesto.  —Vaya, casi no tienes pelo alrededor del pene. ¿Te afeitas ahí también?

Asentí. Desde el Día de Sadie Hawkins, mi madre había insistido en que mantuviera no solo mis piernas y axilas suaves, sino también mi vello púbico en lo que ella llamaba "corte de bikini".    

A estas alturas yo era prácticamente masilla en manos de estos dos hermanos sonrientes.  Christine me ordenó que me diera la vuelta.  Desconcertado y fuera de mí por la vergüenza, obedecí.

—Quiero ver si tu trasero es tan femenino como tus tetas —dijo con una sonrisa.

Desafortunadamente, mi trasero resultó ser tan popular como mi pecho.  Me estremecí cuando unos dedos curiosos acariciaron mi trasero desnudo.

—¡El trasero más lindo que he visto jamás!

—¡Guau! ¡Pareces una chica de verdad, incluso sin ropa! ¡Es alucinante!

—¿Qué es esto?— Me alarmé cuando la voz de Christine cambió repentinamente del deleite a la curiosidad.  —¿Es eso lo que creo que es? ¡No puede ser!

Sentí el ligero roce de sus dedos recorriendo la grieta de mi trasero.  Sentí una especie de tirón y presión mientras algo dentro de mí no se sentía bien. La presión me golpeó de nuevo y sentí una pánico por todo mi cuerpo desnudo.  También sentí que mis músculos inferiores se tensaban fuertemente.  Eso significaba sólo una cosa…

—¡Llevas un tampón! ¡Qué asco!— Christine chilló.

Olvidé por completo que llevaba un tampón, Desde aquella primera vez que mi madre me mostró cómo le venía la regla a una chica, había experimentado con duchas vaginales y tampones una vez al mes.  Y se convirtió en una rutina.  Dejé de discutir con mi madre y comencé a hacerlo por mi cuenta para mantener la paz.  Y el día que me presenté en la casa de Danny, coincidió con “ese momento del mes”.  No importaba si estaba en casa en tacones o en la escuela tomando un examen, tenía un horario y mi madre se aseguraba de que lo cumpliera.

—Mi… mi mamá me obliga a usarlo—, susurré.  Hice una mueca cuando la hermana de Danny tiró otra vez de la pequeña cuerda que colgaba de mi trasero y se rió.   —¡Basta! ¡Deja de hacer eso!

—¡Eres más niña que yo!— afirmó con total asombro.  —No estoy segura de si debería tenerte miedo o simplemente sentir disgusto.

—Sé lo que pienso —dijo Danny con un brillo en los ojos.  Él tomó mi mano y me atrajo hacia él.  —Pamela… ¡eres la persona más increíble que he conocido!

Me dio un beso rápido en la boca para demostrar su punto.  Me sentí tan raro, parado allí, completamente desnudo frente a esos dos adolescentes risueños, con mis secretos más oscuros abiertos y expuestos.

Lo curioso de mi situación era que a los ojos de uno de los hermanos yo era un tonto; A los ojos del otro, yo era un héroe. 

—¡No puedo creer que te hayas metido una de esas cosas en el culo!— Christine reprendió.  —¡Eso es asqueroso! 

Danny, por supuesto, se puso de mi lado en el asunto.  —¡Ay, Christine! ¡Pamela tuvo que usar lo que tenía.—  Me apretó fuerte la mano y sonrió. —Siempre quise probar un tampón, pero me daba mucho miedo. ¡Greg, eres mi héroe!"

—¿Por qué no me sorprende?—, dijo la muchacha sonriente, sacudiendo la cabeza.

Como de costumbre, no sabía qué decir, así que me quedé allí parado como un tonto.  Después de una embarazosa lluvia de preguntas que no pude responder, los dos adolescentes decidieron que sería mejor vestirnos para salir a tomar un helado.

—Toma, pruébate esto—, dijo Danny, lanzándome un par de diminutas bragas rosas.

Agradecido de finalmente tener algo que ponerme, tomé las diminutas bragas y las deslicé por mis piernas desnudas.  Me horroricé al ver que eran tan pequeños que hacían muy poco para ocultar mi erección.

—Vamos a tener que hacer algo al respecto—, dijo Christine con voz ronca.

Sentí que se me hundía el estómago.  —Um, ¿como qué?— Pregunté nerviosamente.

Observé con horror cómo la niña sonriente le susurraba algo al oído a su hermano.  Danny rió y luego negó con la cabeza.

—¡No puedo!" Él protestó.  —No hablas en serio, ¿verdad?

La cara de Christine parecía malvada mientras se reía.  —¡Vamos, Danielle! Sabes que quieres. ¡Esta es tu gran oportunidad!

El chico travestido me miró y se sonrojó.  —No sé

La niña sonriente le susurró algo más a su hermano y ambos rieron.  Me quedé allí parado como y esperé... 

—Tal como lo practicamos. ¿De acuerdo?

El niño asintió.

—Creo que los dejaré solos —dijo Christine.  Salió de la habitación y cerró la puerta.

—¿A dónde va?— Por un momento temí que hubiera ido a buscar a su tía.

—Oh, va a charlar un rato con la tía Marlene. Así no nos interrumpirá.

Me retorcí en mis bragas.  —¿Interrumpir haciendo qué?

Danny me miró con ojos brillantes mientras se quitaba el pelo falso de los ojos y se ajustaba el vestido que llevaba puesto.  Sentí que mi corazón daba un vuelco al pensar en lo lindo que se veía.

—Mira, quédate quieto un momento. Hay algo que quiero probar.

Todo mi cuerpo, mi propio espíritu se derritieron obedientemente mientras él deslizaba sus dedos bajo la cintura de mis bragas y comenzaba a bajarlas.  Me sentí como un niño pequeño mientras la  ropa  caía alrededor de mis tobillos.  Luego Danny me empujó hacia la cama, donde me senté en una posición semi-reclinada. Me separó las rodillas.  Lo observé con total incredulidad mientras se arrodillaba frente a mí y sonreía.

—Nunca había tenido la oportunidad de hacer esto—, dijo, lamiéndose los labios.  —Lo he pensado mucho...

Me puse tan nervioso que, en el instante en que sus labios me tocaron, perdí el control y me corrí por todas partes. 

—¡Oh! ¡No me esperaba esto! se quejó.

¡Me sentí tan mal! Miré hacia abajo y vi a mi amigo limpiándose el semen de la cara y el cuello.  Pensé que se iba a enojar, pero en lugar de eso, simplemente puso los ojos en blanco y comenzó a reír.

¡Wow! ¡Esto es genial! ¡Es la primera vez que le hago una mamada a un chico!

Hice una mueca cuando me mostró sus manos.  Al parecer había atrapado la mayor parte antes de que llegara al vestido y la peluca de su hermana.

—Está bien. Eres más chica que chico, así que de todas formas no habría contado.

Me encogí de hombros y asentí.  En realidad me sentí aliviado.  En más de un sentido. Todd y Joe me habían llamado chupapollas .  Yo mismo había usado ese término algunas veces antes de que toda esta locura comenzara a suceder entre mi madre y yo. Era degradante y feo.  Lo curioso fue que Danny realmente quería ser uno.

De todos modos, mientras Danny limpiaba el desastre que hice, me quedé allí desnudo e indefenso como un bebé exhausto.  Estaba tan confundido, tan avergonzado y tan encantado: todos esos sentimientos contradictorios a la vez.  Me sentí una persona completamente diferente al niño que se despertó esa mañana y fue a la escuela.

Me senté y traté de pensar en algo que decir.  —Wow—, fue lo único que me vino a la mente.

Recuerdo que Danny me miraba con ojos soñadores y medio cerrados y por un momento quise que lo intentara de nuevo.  Realmente quería abrazarlo y besarlo y quién sabe qué más.  Una parte de mí incluso quería hacerle lo que él casi me había hecho a mí.  Y eso fue aterrador.

—Quizás podamos intentar esto de nuevo en algún momento —dijo, dándome un suave beso en los labios.

Recuerdo un olor penetrante en su boca y sentí una ola de disgusto y excitación invadirme mientras profundizaba el beso, girando su lengua contra la mía.  Mientras se alejaba, asentí con la cabeza y miré mi cuerpo desnudo.  Estaba hecho un desastre, eso seguro.

No pasó más que un minuto cuando Christine apareció con una sonrisa en su rostro y sus ojos brillantes de alegría.  Me sentí fatal cuando ella me miró, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.  Ella pensabs que sabía lo que pasó y no le importó lo que dijimos al respecto.

—Bueno, parece que alguien se ha calmado un poco —dijo la chica sonriente, mirando fijamente mi órgano caído.  —Me pregunto cómo pasó eso.

Danny simplemente sonrió y se quitó la peluca de la cabeza.  Sin ella, parecía extrañamente cómico con el vestido de cóctel de su hermana.

—No es lo que piensas—, dijo tímidamente. —Lo hemos arruinado.

Christine lo miró y meneó la cabeza.  —¡Debes estar bromeando! ¿No lo hiciste?

Ella me miró como si todo fuera culpa mía.  Sin saber qué más hacer, simplemente me senté allí y asentí con la cabeza.

—Eso es realmente triste—, dijo.  —De verdad esperan que me crea eso, niñas? Danny, incluso practicamos con paletas, tal como nos enseñó Judy. ¡Pensé que lo harían!

El chico travestido suspiró.  —Lo sé. Quizás pueda hacerlo algún día.

La chica rubia me miró fijamente.  —¡Y tú! ¡Pensé que serías un buen novio! ¿Qué te pasa? ¡Cómo pudiste hacer semejante cosa!

Intenté cubrir mi desnudez.  —No pude evitarlo. Supongo que me emocioné demasiado.

Danny se rió, como una niña.  —¡En serio! Casi le arruinas el vestido a Judy. ¡Qué bueno que tengo reflejos rápidos!

—¡Oh, qué asco! ¡Qué asco!— Christine hizo una mueca.

Pensé por un momento y fruncí el ceño.  —¿Cómo que practicaste con paletas? ¿Te refieres a que…?

El chico travestido asintió.  —Sí. Judy nos enseñó un montón de trucos geniales. Los aprendió en la universidad. No te preocupes, Pamela, yo  te los enseñaré. Así, cuando quieras hacerlo de verdad, ¡lo sabrás todo!

Pensé en lo que dijo y me estremecí.  Después de lo que acaba de pasar, no estaba seguro de si alguna vez volvería a mirar una paleta de la misma manera.




jueves, 27 de noviembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (30)

 


Este relato es parte de una serie, para ver todos los capítulo haz clic en:

Este capítulo es bastante más explicito que los anteriores. Se recomienda discreción.

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Capítulo 30. Pamela sale a la luz.

Debí saber que algo así sucedería. Mi madre siempre tuvo un extraño sentido del tiempo y yo nunca pude ocultarle nada. Todo lo que yo tenía que hacer era pensar en guardar un secreto y ella lo descubría, a veces antes de que yo mismo lo supiera. No sé por qué me sorprendí tanto cuando me sorprendió besando a Danny.

—No dejen que los interrumpa —dijo mamá—. Sigan como si no estuviera.

—Um, hola, mamá —dije tímidamente tratando de alejarme de Danny, pero él estaba aferrado a mi brazo.

Mamá se dio cuenta de esto y me miró con ojos acusadores—. No te esperábamos hasta más tarde —murmuré.

La respuesta de mamá tenía un claro tono sarcástico que me hizo sentir débil:

—Se te corrió el lápiz labial, «Pamela», querida.

Por reflejo bajé la mirada en señal de sumisión a mi madre y luego me toqué la boca con las yemas de los dedos. Como una buena “hija” alcancé el tubo de brillo que había usado antes y reparé el daño sufrido durante mi sesión de besos con Danny. Mamá llevaba su ropa de oficina, una blusa blanca sencilla y una falda oscura. Había venido directamente de la clínica antes de ir a casa. Recuerdo sus ojos recorriendo mi cuerpo de arriba abajo con sumo cuidado.

—Te ves muy bonita, ‘Pamela’. El color de ese vestido combina perfecto con tu pelo y tu maquillaje.

Asentí tímidamente.

—Um, gracias.

Eso fue todo lo que pude pensar. Danny y Christine continuaron en silencio.

Un silencio hosco cubrió la habitación.

Danny estaba casi en shock y el ambiente en la habitación de repente se aligeró.

—Bienvenida, señora Parker —dijo Christine con torpeza—. Solo estábamos divirtiéndonos un poco.

Mi mamá levantó una ceja y asintió.

—Ya veo. Supongo que eres Christine. ¿Y este jovencito tan guapo es tu hermano, Danny? Mucho gusto, Danielle. Eres una jovencita muy atractiva.

Christine soltó una risita. Danny se sonrojó y miró hacia sus pies.

—Gracias, Sra. Parker.

—De nada, señorita —Mamá dirigió toda su atención hacia mí—. Me alegro mucho de haber pasado por aquí. Ahora sabemos exactamente dónde estamos, ¿verdad, 'Pamela'? Antes te daba mucha vergüenza que te vieran con esa ropa bonita. Supongo que ya lo superaste.

Empecé a decir algo para defenderme. Pero no había mucho que pudiera decir... ¡Especialmente después de que me pillaron con un vestido besando a otro chico!

—Espero que no le importe, señora Parker —dijo Danny, pensando que venía en mi defensa—. Sé lo mucho que le gustaba a Greg arreglarse en casa, así que pensé que podría enseñarme algunas cosas, sobre moda y esas cosas. ¡No estábamos haciendo nada malo!

Mi mamá asintió.

—No tengo ningún problema con lo que hacen. «Pamela» lleva mucho tiempo siendo demasiado tímida. Me alegro de que por fin haya encontrado a alguien con quien compartir su jueguito. Supongo que será imposible mantenerla en casa ahora que tiene una amiga.

Me sorprendió la facilidad con la que cayeron bajo el hechizo mágico de mi madre. Danny estaba sonrojado de la emoción y Christine me miraba fijamente con cara de “¡Lo sabía!”. Allí de pie, con mi vestido prestado, mi faja y mi maquillaje, recé para que una bala de francotirador me sacara de mi miseria.

—Bueno, ahora que veo lo que haces, Pamela, creo que te dejaré con tus amigos —Mamá me dio una sonrisa malvada antes de dirigirse hacia la puerta—. Sé buena chica, «Pamela», y ten en cuenta lo que dice la Sra. Marsh. Ah, y no olvides que mañana tienes tus tareas de limpieza con la Sra. McCuddy, así que no olvides tu hora de queda.

¿Por qué mencionó mi trabajo con la señora McCuddy? Miré a Christine y a Danny, ambos con sonrisas curiosas, y asentí. Obviamente, tenía que dar algunas explicaciones más.

—Sí, señora —dije en voz baja.

—Hasta luego, Sra. Parker —dijeron mis nuevos amigos al unísono.

Mi mamá se detuvo en la puerta. Ella se giró y miró primero a Danny, luego a mí.

—Puedo salir sola. Diviértanse, chicas. No hagan nada que yo no haría —dijo, riéndose.

No lo podía creer. Después de toda esa ansiedad, después de todo ese pánico y miedo... mi mamá se fue casi tan rápido como apareció. Quiero decir, literalmente, un minuto ella estaba allí… ¡y al siguiente ya no estaba! Me pareció un sueño. Bueno, más bien una pesadilla.

—¡Guau, tu mamá es buenísima! —Danny dijo alegremente.

Christine simplemente me miró fijamente.

—¿Quién es «Pamela»? ¿Así te llama tu mamá cuando te vistes? ¿Pamela?

Sentí que mis mejillas se calentaban.

—Bueno, sí.

Su rostro brillaba de alegría.

—¡Sin duda es mejor que «Greg»! Nunca te había considerado una «Pamela». Pareces más una Leslie.

—¿Leslie? —Danny arrugó la nariz—. No le hagas caso, 'Pamela'. ¡Me encanta tu nombre de mujer! Mi hermana no sabe nada. ¡Es una tonta!

—Ah, ¿y tú no? —dijo su hermana.

De repente, los dos estallaron en risas como idiotas. Me quedé allí parado, preguntándome cómo iba a salir de todo ese lío.

Pasaron unos minutos hasta que la impresión por la visita de mi madre desapareció. Todo mi cuerpo aún temblaba por la experiencia. Supongo que estaban demasiado atrapados en la emoción por mi fiesta. Christine se rió y nos agarró a Danny y a mí del brazo.

—¡Sigamos con nuestro desfile de moda!

Me sentí agradecido cuando Christine sugirió que dejáramos de preocuparnos por mi mamá y nos divirtiéramos un poco. Danny estuvo de acuerdo rápidamente y yo solo asentí con la cabeza. Christine y Danny recorrieron el armario de su hermana mayor como un par de divas adolescentes. Fue como una especie de sueño. Me sentí mareado, casi entumecido mientras probaba y modelaba todo, desde vestidos de fiesta y vestidos de graduación hasta ropa escolar, y me encontré riendo en el último momento de la noche. Mientras bailábamos al ritmo de la música, sabía que debería haberme sentido como un tonto, especialmente con la imagen de mi madre todavía fresca en mi mente, pero lo disfruté.

—Veo que la niña con cara de puchero finalmente se está divirtiendo un poco —observó Christine cuando finalmente comencé a bailar.

—¡Esta es la mejor noche de mi vida! —Danny declaró, tirándome de las muñecas y besándome en la boca—. ¡Tenemos que hacer esto más a menudo!

En un momento dado, Danny llevaba un vestido de cóctel, una peluca marrón oscura, un par de tacones altos plateados y algunas joyas de fantasía, y parecía mucho a un niño pequeño que jugaba a "modelar con glamour" la ropa de su madre.

—¿Dónde conseguiste la peluca? —Pregunté.

Tenía genuina curiosidad.

—Mi tía solía usarlas cuando era más joven —explicó el chico travestido—. Las encontramos en el ático y me deja jugar con ellos cuando quiero. ¿Qué genial, verdad?

Asentí. Le quedaba muy natural y me pregunté por qué mi madre no había hecho lo mismo conmigo.

Christine me dio algo para ponerme y pronto me encontré sintiéndome muy expuesto con un vestido negro corto con una enagua con volantes y una falda acampanada.

—¿Qué se supone que es esto? —Empujé la falda hacia abajo pero rebotó hacia arriba—. ¡Esto es bastante escaso!

—Es un disfraz de sirvienta francesa, tonto —dijo Danny—. Judy lo compró hace mucho tiempo para una fiesta de Halloween.

Hice una cara fea.

—¿Usas esto? ¡Debes estar bromeando!

Danny se rió.

—Es muy divertido. Toma, ponte el delantal y el gorro.

—Dale esos viejos tacones sin tirantes, 'Danielle'. Una criada francesa tiene que usar tacones altos —Dijo Christine.

Un par de minutos después me encontraba mirando mi reflejo. No podía creer lo linda que me veía con ese disfraz. Con el vestido negro y el delantal adornado con encaje blanco y todo, el estilo me recordaba al uniforme de mucama que la señora McCuddy insistía que usara siempre que trabajaba en su casa.

Pero ahí terminaba la similitud. ¡Este atuendo era mucho más corto y ajustado que el que me hizo usar la señora McCuddy! En realidad me alegré de poder usar mi faja; era muy cómoda. Aún más preocupante era cómo la parte superior apenas cubía mis pechos en ciernes y dejaba mis hombros al descubierto. Además, los tacones ponen tensión en mis piernas, dándome una postura y un andar más femeninos mientras camino por la habitación. Fue uno de los conjuntos más reveladores que jamás había usado, sin mencionar el más sexy.

—¡Guau! —exclamó Danny—. ¡Te ves hermosa con ese atuendo!

Christine rió emocionada.

—¡Imagina lo que dirían los chicos del colegio si te vieran!

De repente, una punzada de culpa me golpeó mientras pensaba en lo que exactamente dirían los chicos si pudieran verme vestido de esa manera. Mi madre siempre hablaba de cómo a los chicos les encantaba masturbarse mientras pensaba en las chicas vestidas como yo en ese preciso momento.

¿Por qué estoy pensando en eso? Sentí un hormigueo abajo y me estremecí. ¡No quiero que los chicos se masturben por mi culpa! ¡Eso es repugnante!

Me desperté de mis pensamientos cuando la cámara de Christine me iluminó la cara.

—Oye, hablando de sirvientas, ¿qué es eso que decía tu mamá de que mañana serás una sirvienta? ¿Trabajas como sirvienta o algo así?

Sintiendo un revoloteo en el estómago, negué con la cabeza.

—Ay, solo intenta avergonzarme. Tengo que hacer algunas tareas en casa de una anciana. Eso es todo.

—Eso no suena muy divertido.

—Oh, no lo es. Créeme —dije con mi voz más aburrida.

Por supuesto, me alegré secretamente de ver que no estaba muy interesada. Christine Watson era la última persona en el mundo que quería que supiera que tenía un trabajo de fin de semana como empleada doméstica.

La muchacha que reía tomó otra fotografía.

—¡Me parecería muy gracioso que tuvieras que usar ese vestido para ir a trabajar! ¿Te imaginas la reacción de una señora mayor al verte con un vestido de sirvienta haciendo las tareas del hogar? ¡Sería divertidísimo!

Me retorcí en mi vestido.

—No lo creo. Puede que a la señora McCuddy no le guste. Además, esto es muy vergonzoso.

Danny levantó el dobladillo de mi falda y se rió.

—No creo que sea vergonzoso. ¡Me encanta! De hecho, me preocupé por el truco o trato del año pasado. Nadie sabía que era un niño y ¡me lo pasé genial!

Christine tomó varias fotografías más de mí vestido de mucama francesa y luego algunas más de su hermano con su vestido de cóctel y peluca.

—Ojalá hubiera algo más que hacer aparte de este estúpido desfile de moda. O sea, algo más divertido.

Danny pensó por un momento.

—Sé lo que podríamos hacer. Sigamos con lo que tenemos ahora y preparemos la cena para la tía Marlene. Después de cenar, podemos ir al centro comercial a comprar un helado. ¿Qué te parece?

Debí tener una expresión bastante graciosa en mi cara porque tanto Danny como Christine se echaron a reír ante mi reacción.

—Es perfecto —dijo la chica sonriente—. ¡A la tía Marlene le encantará que una guapa criada francesa le sirva la cena!

—¡Y yo puedo ser la anfitriona estrella de cine! —Danny dijo alegremente—. Christine, tú también te vistes como una estrella de cine, ¡y Pamela podrá atendernos a todos!

—No hablas en serio —dije en voz baja—. ¿Quieres que me pavonee delante de tu tía pareciendo una criada?

—No es una criada cualquiera —dijo Christine con una sonrisa—. ¡Una criada francesa!

La sonrisa de Danny era más amplia que la de su hermana.

—Por favor, 'Pamela'. ¿Lo haces por mí? ¡Seré tu mejor amiga! ¡Seré tu novia!

Me retorcí en mi disfraz prestado.

—¡Pero parezco tan estúpido!

El niño sonriente se rió.

—No, la verdad. Te ves guapísima. De verdad. Te ves muy bien con ese atuendo. ¡Parece que te hicieron de criada francesa!

Christine aplaudió.

—¡Vamos, Pamela! Y tu primera tarea será ayudar a tus jefes a vestirse para la visita. ¡Chop!

Y así fue como conocí a la tía Marlene de Danny y Christine. Cuando su auto entró en la entrada un rato después, yo estaba parado en la puerta principal vestida con ese ridículo disfraz de mucama. Danny y Christine estaban parados frente a mí, con vestidos de cóctel, maquillaje y joyas, representando el doble papel de “anfitriona” mientras su tía entraba a la casa.

—Oh, Dios mío, ¿estoy en la casa correcta? —dijo la atractiva mujer mientras su sobrina y sobrino la saludaban—. Buenas noches, señoritas. ¡Me alegro mucho de conocerlas! ¿Y quién es esta jovencita tan encantadora?

En realidad, funcionó bastante bien. La tía Marlene (como me atreví a llamarla) resultó ser una persona muy agradable, de mente muy abierta y que aceptaba la extraña costumbre de Danny de vestirse de niña. Ella también fue extremadamente amable conmigo.

—¡Mira quién me siguió a casa esta tarde, tía! ¡Es Greg, el chico del que te hablé! —Danny parecía un niño pequeño, su rostro reflejaba emoción mientras me acercaba a la mujer sonriente—. ¿Verdad que es guapísimo? Estuvimos jugando al desfile de moda y me enseñó a maquillarme y todo. ¿Puede quedarse a cenar? ¡Por favor, di que sí!

—Claro que sí, Danielle. Vas a reventar si no te tranquilizas un poco —La tía Marlene me dirigió una sonrisa curiosa y me entregó su abrigo y su bolso—. Así que usted es el famoso Greg Parker. He oído hablar mucho de usted, señor Parker.

—Sí, señora —dije con voz ronca.

Me sentí como una idiota con ese vestido ridículo. Me quedé allí parado un minuto sin decir nada.

—¡Oh, él no es un Greg, tía Marlene! —Christine chilló—. Su mamá lo llama "Pamela" cada vez que está vestido de niña.

—Está bien, entonces, es «Pamela» —La tía Marlene sonrió y me dirigió una mirada larga y estudiosa—. Pamela, querida, ¿puedes guardar mis cosas en el armario? Si te vas a vestir como una criada, supongo que podrías actuar como tal.

Me sonrojé ante lo ridículo de mi situación. La sonrisa en su rostro me recordó a Christine. Eso no fue una buena señal.

Mientras Danny entretenía a su tía en la sala de estar, desempeñando el papel de “anfitriona estrella de cine”, Christine me envió a la cocina, donde comencé a trabajar en la comida. De repente me encontré retrocediendo sumisamente, cayendo en el papel que desempeñaba cada día con mi madre y cada fin de semana con la Sra. McCuddy. Con una mínima instrucción preparé la mesa, incluyendo mantel, servilletas, vajilla, cubiertos y cristalería. Fui a la cocina y me encargué de preparar la ensalada.

La cena consistía en sobras que había calentado en el horno y puesto en los platos. Luego Christine me llamó al salón, donde serví bebidas y todo, desempeñando al máximo mi papel de mucama francesa. Esperé pacientemente mientras todos migraban al comedor y tomaban sus asientos.

¿Cómo termino en estas situaciones? Me dije a mí mismo.

—Dios mío, Pamela… La verdad es que no estoy acostumbrada a este tipo de servicio —dijo la tía Marlene mientras le refrescaba el té helado—. Eres tan elegante. Bonitas piernas, por cierto. Andas muy bien en tacones.

—Um, gracias, supongo —¿Qué se supone que debía decir?

—Estoy impresionada. Tu madre te ha enseñado bien. ¿No te unes a nosotros?

Eché un vistazo a la mesa y vi que estúpidamente la había preparado para sólo tres personas. Supongo que era solo una costumbre que hubiera omitido un lugar para mí. Me retorcí por un momento en mi diminuto vestido y me sonrojé.

—No, gracias, tía Marlene —respondí—. No tengo mucha hambre.

Sin saber qué más hacer, me quedé de pie mientras la mujer sonriente, sus sobrinos y sobrinas charlaban y cenaban. La tía Marlene me acribillaba a preguntas, haciendo callar a Danny y Christine cada vez que alguno de ellos intentaba responder por mí. Impotente ante la imposibilidad de responder a su natural autoridad, aullante y cuestionadora, había llegado a vestir ropa de niña bajo la atenta mirada de mi madre. No parecía sorprendida por casi nada de lo que decía.

—¿No viniste a la biblioteca este verano, Pamela? Seguro que vi a alguien igualita a ti rebuscando entre los estantes. Pelo corto, falditas y vestidos de verano muy bonitos, sonrisa preciosa; muy parecida a ti, estoy segura.

Danny y su hermana me miraron. Sentí que el calor subía a mis hombros y a mi cara desnudos.

—Sí, señora. Mi mamá me trajo varias veces, supongo. Le gusta que lea en vez de ver la televisión.

La mujer sonriente asintió y no dijo nada por un momento.

—Es difícil olvidar una cara como la tuya. Creo recordarte leyendo varias novelas románticas. Es muy interesante. ¿Disfrutas leyendo novelas para chicas?

Miré una vez más hacia los dos adolescentes y me sonrojé nuevamente.

—Mamá me hace leerlas.

La voz de la tía Marlene de repente se volvió muy severa.

—No respondiste a mi pregunta, Pamela. Te pregunté si te gustaba leer novelas románticas.

Sentí que el calor subía a mis mejillas. Asentí con la cabeza y respondí:

—Sí, señora, supongo que sí.

La mujer sonriente retomó su actitud amistosa.

—Bueno, eso sí que es interesante. Un chico al que le gusta leer novelas románticas. Danny, creo que por fin has encontrado a alguien con quien tienes algo en común —Los ojos de la tía Marlene se iluminaron—. Por cierto, «Pamela», te ​​divertirás al saber que tienes al menos otro admirador. El Sr. O'Connell te tiene mucho cariño.

Parpadeé y pensé por un momento.

—¿Señor O’Connell?

—Ah, sí, uno de nuestros voluntarios a tiempo parcial. El hombre alto y moreno al que siempre acudías en busca de ayuda. Deberías recordarlo, con todo el tiempo que pasaron juntos. A menudo menciona a la jovencita guapa que coquetea con él. Me pregunto qué pensaría si supiera que esa niña que le robó el corazón es en realidad un niño.

Pensé en el hombre de la biblioteca que me llamaba “cariño”. No sabía qué decir. La tía de Danny dijo que yo le "gustaba".

Pensé en los atuendos diminutos que mi madre me obligaba a usar y me estremecí al darme cuenta de lo aniñada que había actuado. Tenía que hacerlo. No quería que nadie supiera que era un chico con vestido.

Eso explicaba por qué siempre me daba palmaditas en el hombro y me tocaba la rodilla, pensé. ¡El señor O’Connell probablemente pensó que estaba coqueteando con él!

Tuve una imagen horrible en mi cabeza. Me pregunté si un hombre adulto podría masturbarse pensando en mí. El recuerdo del rostro sonriente del señor O’Connell apareció en mi mente. De repente me sentí mal del estómago.

—Sí, señora. Lo recuerdo —Parpadeé y pensé en algo que decir—. Él, eh… el señor O’Connell siempre fue muy amable conmigo.

Danny y Christine me miraron con asombro. Sin saber qué más hacer, me quedé allí parado e intenté actuar con normalidad.

—Bueno, no importa. De verdad, querida, me alegro mucho de que tú y Danny se hayan hecho amigos.

La elegante dama levantó su copa en mi dirección.

—A las chicas y a mí siempre nos ha preocupado que fuera demasiado… diferente… para hacer amigos de verdad. La mayoría de los chicos son unos bichos raros y no saben qué pensar de los chicos “sensibles”. Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad, ¿no te parece, Danny? ¿Christine?

Los dos adolescentes sonrientes asintieron con la cabeza. Luego continuaron charlando sobre lo gran día que había sido. Lo único que podía pensar era en lo que le diría a mi mamá cuando la viera más tarde esa noche.