domingo, 7 de diciembre de 2025

Clínica Venus: Consecuencias de una apuesta


Caminaba descalza por el piso pulido, sintiendo la suave tela de mi vestido rojo rozar mi piel. Me encantaba su delicado contacto. Me había puesto las botas porque a Rodrigo —mi antiguo amigo, ahora mi dueño y pareja— le encantaba vérselas puestas. Él había insistido en que usara este color porque, según decía, me hacía ver "suave y apetecible". A mí me encantaba obedecerle.

El aroma a vainilla y canela flotaba en el aire, un perfume que Rodrigo elegía personalmente para nuestra casa. Todo estaba en silencio, excepto por la música suave que salía del altavoz. Era la lista de reproducción que Rodrigo ponía para hacer el amor: “Para cuando estás sola y quiero que me pienses”. Yo la ponía todos los días, como si fuera una orden grabada en lo más profundo de mi ser, y recordaba a Rodrigo dentro de mí mientras realizaba mis labores domésticas.

Me acerqué al espejo del pasillo y retoqué mi gloss con cuidado. Rodrigo odiaba que se me borrara. Con una sonrisa que me nació naturalmente, me alisé el cabello largo y sedoso que ahora cuidaba con verdadera devoción. No por vanidad, sino por él, solo por él.

A las 6:30 en punto, escuché el sonido de las llaves en la puerta, ese sonido que siempre hacía que mi corazón latiera más rápido.

Corrí a la cocina, serví el vino y encendí la última vela justo a tiempo. Rodrigo entró con su traje ligeramente desordenado y con esa expresión de satisfacción que siempre me hacía temblar por dentro.

—Buenas tardes, muñeca.

Bajé la mirada y sonreí como me había enseñado la terapeuta de la clínica: ni demasiado tímida, ni demasiado confiada. El equilibrio perfecto de devoción.

—Buenas tardes, mi amor. ¿Cómo estuvo el trabajo?

—Largo. Pero pensé todo el día en esto —dijo mientras me jalaba por la cintura y me besaba, lento, dominante.

Me fundí en sus brazos como si fuera de papel, entregándome por completo. Cuando él terminó el beso, susurré:

—¿Te parezco linda?

Rodrigo me acarició el cuello y me abrió lentamente la bata, sin decir una palabra.

—Mucho. Pero aún no es hora de hablar —me dijo con una sonrisa que me encantaba.

—Entonces... ¿qué deseas que haga, mi amor?

—Ponte tu body negro, unas medias de red y tacones. Y espérame en la sala, arrodillada. Quiero que esta noche recuerdes quién ganó aquella apuesta.

Obedecí sin dudar, con una felicidad que me llenaba por completo. Porque lo mejor que me había pasado... fue perder.




sábado, 6 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Mi nueva mamá


La transformación de papá en mujer, de Santiago a Sandra, fue inmediata gracias al Gran Cambio. Pero el cambio en su psique había sido gradual. Primero se había sentido extraña en su nuevo cuerpo, luego humillada la primera vez que usó una falda. Había sido una transición muy lenta. Pero esa noche en el restaurante ella, mi papá, lucia elegante, con su vestido de cóctel; y su mano tomada de la de Jacobo, sentí que presenciaba la consagración de Sandra. 

Yo iba con mi mejor vestido, y sentía que algo importante se cernía sobre nosotros. Jacobo nos esperaba en la mesa, impecable con su traje. La conversación fluyó con liviandad, hablando del trabajo, del clima, de cualquier cosa menos de lo que todos sentíamos latir en el aire entre los platillos y la suave música.

Fue entonces cuando Sandra dejó su copa de agua mineral. Sus ojos, ahora expertos en delinearse, me miraron con una mezcla de amor y nerviosismo.

"Tenemos algo que contarte", dijo, y su voz, tan afinada y suave, tembló ligeramente.

Jacobo tomó su mano, enlazando sus dedos con los de ella. Un gesto de apoyo, de unidad. "Nos vamos a casar", anunció él, con una sonrisa que le iluminaba el rostro. "Hemos encontrado algo muy especial el uno en el otro."

La noticia me golpeó, pero con una ola cálida. Lo vi venir. Lo que no esperaba era lo siguiente.

"Y hay algo más", añadió mi papá, llevando su mano libre hacia su vientre, todavía plano bajo la tela del vestido. "Estoy embarazada. De casi dos meses."

El mundo se detuvo. Yo iba a tener hermano. Mi papá... iba a ser madre. Santiago iba a ser mamá. Mi mente, por un instante, trató de encajar las piezas imposibles de la biología y el destino, pero se rindió ante la evidencia de la felicidad radiante que emanaba de ellos. 

Antes de que pudiera articular una palabra, una sombra de duda cruzó el rostro de Sandra. "Hay una última cosa", murmuró, bajando la mirada a sus manos unidas con Jacobo antes de volver a alzarla con determinación. "Seré mamá pronto. Y ambos creemos que será raro para el bebé oírte llamarme 'papá'." Hizo una pausa, conteniendo la emoción. "Me gustaría... que empieces a referirte a mí como 'mamá'."

El silencio que siguió fue más estruendoso que cualquier palabra. "Mamá". Esa palabra le pertenecía a otra, a la mujer cuyo perfume aún a veces creía percibir en un armario. Miré a Sandra, a su impecable maquillaje, a la curva de su vientre que empezaba a cambiar, a la forma en que Jacobo la miraba con una mezcla de devoción y posesividad que me dejaba pocas dudas sobre la naturaleza plena y satisfactoria de su intimidad.

En ese instante, con un dolor agridulce que me oprimió el pecho, entendí que Santiago, el hombre que me enseñó a montar en bicicleta, ya no existía. No quedaba nada de él. En su lugar estaba Sandra, completamente, irrevocablemente. Una mujer enamorada de un hombre, embarazada, que encontraba su realización en los vestidos, los tacones y la promesa de una nueva familia.

Las lágrimas nublaron mi vista, pero no eran solo de pérdida. Eran de aceptación. Tomé su mano, la misma que años atrás me aseguraba al cruzar la calle, y asentí.

"Lo que tú necesites... mamá."




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Esta caption pertenece a una serie:





viernes, 5 de diciembre de 2025

Recuerda, ahora eres una mujer




¡Qué femenina te ves! ¡Qué buena chica! ¡Qué obediente eres conmigo! —me elogió Andrés—. Cuando mis amigos vengan a la fiesta esta noche, querida, quiero que recuerdes que eres mi esposa. Nada de miradas de disgusto. ¡Eso sería una falta de respeto! ¡Y tú nunca le faltarías el respeto a tu esposo!


Ya no te enfades, mi amor, llevarás este vestido rosa y mostrarás las piernas. Sí, cariño, ¡desde hoy presumirás tus piernas todo el tiempo! ¡Ya basta! Quiero que esta noche me demuestres amor de todas las maneras posibles. Mis amigos y sus esposas tienen que ver tus miradas amorosas dirigidas a mí. Te sentarás en mi regazo y responderás a mis besos. Todos mis amigos tienen hijos y cuando alguna de sus esposas te pregunte si quieres ser madre, dirás que estamos trabajando en ello todas las noches.



Recuerda siempre que ahora eres una mujer. Ya no eres un hombre. Y yo soy tu amado esposo...

jueves, 4 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Sumisa ante mi alumno


Ha pasado casi un año desde que el gran cambio me convirtió en mujer. Y algunos meses desde aquella tarde en mi departamento, desde que Mauricio volvió a tomarme como si nunca hubiéramos dejado de ser los mismos: el alumno travieso y la profesora que ahora era suya. Dejé de luchar contra lo evidente: que yo ya no era Diego, el maestro respetado, sino Danna, la mujer que él moldeó con sus manos, sus palabras y su fuerza.

Lo nuestro nunca fue un noviazgo común. Mauricio disfruta recordarme quién fui. En la intimidad, aún me llama “profe”, con esa sonrisa insolente. La primera vez que lo hizo pensé que me moriría de vergüenza… pero luego descubrí que me excitaba. Me encantaba que él no me permitiera olvidar mi origen, que me redujera a su fantasía y me hiciera gemir como su mujer.

Esa noche, después de cenar, me ordenó:
—Ponte la lencería roja. Y los tacones.

Obedecí. Cuando regresé al cuarto, él estaba sentado en la orilla de la cama, mirándome como un depredador.
—De rodillas, profe Diego. —La forma en que lo dijo me quemó por dentro.

Me arrodillé frente a él, el encaje apretando mis pechos, sintiéndome expuesta. Sonrió mientras me acariciaba el rostro.
—Nunca imaginé ver al profe Diego así… con medias, tacones y a punto de servirme.

Sentí el rubor en mis mejillas, una mezcla de humillación y deseo que me abría más a él. Mientras lo liberaba de su pantalón, no pude evitar susurrar, temblorosa:
—Dime… ¿cuando era el profe Diego… la tenía más grande que tú?

Él soltó una carcajada baja, cruel y excitante.
—Tal vez sí… pero ahora no tienes nada ahí. —Me sujetó del cabello y acercó mi boca a él—. No te preocupes por ya no tener pene, profe… yo te presto el mío cuando quieras.

Su miembro duro rozó mis labios y gemí de pura necesidad. Lo tomé en mi boca, obediente, saboreando esa mezcla de humillación y entrega que me volvía adicta. Cada vez que él me recordaba quién había sido, mi cuerpo respondía con más fuerza, como si quisiera borrar al viejo Diego a base de placer.

Luego me levantó de un tirón, me giró y me inclinó sobre la mesa. Su mano marcó mi piel con una nalgada sonora antes de entrar en mí con fuerza.
—Dime quién eres ahora.

—Soy tuya… solo tuya —jadeé, aferrándome al borde mientras sus embestidas me partían en dos.

El orgasmo me atravesó como una descarga eléctrica, dejándome temblando, consciente de que ya no podía vivir sin esa mezcla de ternura y dominio, de humillación y adoración que él me daba.

Después, mientras cocinaba aún en lencería, lo escuché detrás de mí:
—Me encanta que me atiendas después de que te hice mía.

Y yo, con la voz rota pero sincera, respondí:
—Soy Danna… soy tu mujer.

A veces me pregunto qué pensaría aquel joven profesor si pudiera verme ahora. Tal vez se horrorizaría… pero yo sé la verdad: el Gran Cambio no me robó nada. Me liberó.







miércoles, 3 de diciembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (36)

 



Capítulo 36. Un estado de confusión,

Mi madre me tenía en la palma de su mano después de mis desventuras con Danny y su hermana. Reiteró su insistencia en que pasara todo el tiempo, después de la escuela, en tacones y vestidos. Incluso salió a comprarme un nuevo disfraz de sirvienta. Digo "disfraz" porque ninguna sirvienta habría usado algo tan diminuto. La falda era tan corta y ajustada que apenas cubría la parte superior de mis medias, lo cual me resultaba muy molesto. Pero mamá decía que me hacía ver linda e insistió en que la usara para hacer los deberes, mis trabajos de limpieza en casa de los Johnston y mis fines de semana trabajando para la señora McCuddy.

Un día, al llegar a casa de la escuela, vi las fotos de Christine colgadas en la repisa de la chimenea del salón. Mamá les compró marcos a todas y las tenía expuestas donde todos podían verlas. Ya era bastante malo que fueran fotos de Danny y yo actuando como dos niñas con nuestros atuendos femeninos, pero la foto mía besando a Gary Lowe me ponía mal físicamente.

—¡Mamá! —grité avergonzado—. ¡Por favor, quítalas!

—Oh, cállate, 'Pamela'. Me parecen lindas —Mi madre se encogió de hombros con total indiferencia—. No sé cuál es tu problema, señorita. Tú eras la que andaba por ahí persiguiendo chicos. Se nota que te lo estabas pasando bien. ¿Puedes negarlo?

A juzgar por las fotos, mi madre tenía razón. Todas las fotos me mostraban sonriendo. Excepto en la que estaba besando a Gary. Un caleidoscopio de emociones me recorrió el cuerpo...

Hundí el pie en la alfombra e intenté pensar.

—Ese no es el punto. Sí, nos estábamos divirtiendo, pero eso no significa...

—¡Ves, es justo como me lo esperaba! —espetó—. Eres una hipócrita, 'Pamela'. Te quejas de que te estoy convirtiendo en una niña. Pero, cuando me doy la vuelta, te vistes como una colegiala y te besas con unos chicos.

—¡Mamá, eso no fue lo que pasó!

Una mirada fría me hizo callar.

—¡No te atrevas a mentir!

—Lo siento, mami —susurré.

Mi madre sonrió. Luego ordenó la colección de fotos, colocando la mía besando a Gary de forma destacada delante.

—Estas fotos se quedarán aquí. Son un recordatorio de lo que le gusta hacer a mi hijo, el macho, cuando está con sus amigos.

—Mami, por favor... ¡noooooo...!

—Ay, no vengas llorando, 'Pamela'. Tus acciones hablan más que tus palabras, cariño.

Mis tareas domésticas incluían limpiar el polvo, lo que significaba que tenía que quitar todas esas fotos tontas y pasarles el trapo. Se sentía extraño estar allí de pie con mi vestidito negro de sirvienta y ese delantal ridículo, mirando los recuerdos de ese día tan raro y reavivando una oleada de incomodidad en mi interior.

—¡Greg besó a un chico! ¡Greg besó a un chico! —gritaba mi hermano pequeño Dave una y otra vez cada vez que me veía limpiando las fotos—. ¡Greg tiene novio! ¡Greg es una niña con trasero gordo!

—¡Mamá, que pare! ¡Está siendo malo! —me quejé.

—¡Dave, eso no está bien! Tu hermano no es una niña con trasero gordo —Me miró y sonrió—. Solo tiene mejillas grandes.

Recuerdo que me ardían los ojos mientras mi hermanito bailaba y reía como un loco.

—¡Greg tiene novio! ¡Greg tiene novio!

—Mamá, por favor, haz que pare —supliqué en voz baja.

Mi madre se encogió de hombros.

—Solo está diciendo la verdad. Es más de lo que recibo de ti la mayoría de las veces, 'Pamela'.

...

Con el paso de los días, las oportunidades de usar ropa de chico disminuían. Salvo para ir a la escuela, nunca me ponía pantalones. Mamá insistía en que me cambiara en cuanto llegaba a casa, aunque ella no estuviera. No me atrevía a desobedecer. Simplemente asentía con la cabeza y me ponía las faldas y los vestidos.

Hice todo lo posible por asegurarle que estaba cooperando, pero siempre actuaba como si pensara que mentía. Incluso en esos raros momentos que pasaba solo en mi habitación, me vestía de "Pamela". Quizás solo llevaba puesto mi sostén y bragas, ¡y una generosa capa de lápiz labial y maquillaje, por supuesto!, mientras realizaba mi lectura nocturna asignada de revistas de moda y novelas románticas.

No pude callarme, por supuesto, y tuve que quejarme.

—Mamá, ya tengo catorce años. Ya no soy un niño pequeño. Los chicos no hacen estas cosas. ¿Puedo parar?

—No me mientas, 'Pamela'. Todavía eres una niña y, sí, los chicos hacen estas cosas. Conozco al menos a dos: tú y tu noviecito, Dani.

Respiré hondo.

—¡No me refería a eso! ¡Odio tener que estar encerrado en casa vestido como una niña todo el tiempo! ¡No hay nada que hacer!

Pensé que mi mamá se enojaría, pero solo sonrió.

—Si te aburres, 'Pamela', puedo darte algo constructivo que hacer —fue su respuesta—. Podemos hacer como antes. Todavía tengo un armario lleno de ropa que necesita planchado. O si quieres salir de casa, puedes ponerte tu disfraz de sirvienta y ayudar a la Sra. McCuddy con sus costuras. Le encantaría la compañía y sé que te vendría bien el dinero. Podemos encontrar la manera de mantenerte ocupada.

—No me refería a eso —dije con lágrimas en los ojos—. Solo quiero salir de casa de vez en cuando.

Mi madre levantó una ceja y sonrió.

—Bueno, no dejes que te detenga. ¿Por qué no das una vuelta por la manzana? Hace buen tiempo. Con gusto iré contigo si quieres. Puedes ir tal como estás.

—No importa, estoy bien —respondí.

Me ajusté el tirante del sujetador y suspiré.

—Creo que quizá debería reacomodar mis labiales o algo así.

Mamá sonrió.

—¡Qué idea tan maravillosa! Eres tan inteligente como guapa.

En ese momento de mi vida, simplemente no sabía qué pensar. "Greg" se me escapaba y "Pamela" se apoderaba cada vez más de todo. Y eso me asustaba. Se acabaron los partidos de béisbol, salir con "los chicos" y hacer cosas de chicos. Estaba atrapado en una rutina que habría aterrorizado a cualquier niño de mi edad.

Para complicar aún más las cosas, Danny ya formaba parte de mi vida. Debo admitir que disfrutaba tener un amigo "chico" con quien hablar en el colegio, aunque fuera un poco raro. Su reputación era respetable, a diferencia de la mía. Todos en el colegio pensaban que era un chico tranquilo que estudiaba mucho, era educado y nunca causaba problemas. A diferencia de mí, era prácticamente un macho a ojos de nuestros compañeros.

Cuando estábamos solos o fuera del alcance de los demás estudiantes, el lado secreto de Danny salía a la luz. Le encantaba la "charla de chicas". Me ponía nervioso oírlo hablar sin parar sobre el vestido nuevo que le había comprado su tía o sobre qué tipo de sujetador le gustaba más.

Además, le encantaba demostrar su cariño por mí y se comportaba como un enamorado. Se convirtió en un problema, sobre todo cuando estábamos solos. Me gustaba mucho besarlo. Pero no quería que nadie nos viera.

—Le gustas mucho a la tía Marlene —me dijo un día durante la clase de estudio—. Ella cree que formamos un equipo estupendo. ¿Recuerdas que hablamos de mudarnos juntos después del instituto y abrir una peluquería, yo peinando y tú maquillando? Christine se lo contó todo y la tía cree que deberíamos hacerlo. Dijo que me ayudaría a ir a la escuela de belleza si quería. Seguro que a tu madre le gustaría, ¿verdad?

—No lo sé. Puede ser —No me entusiasmaba la idea de hacer nada femenino después del instituto. Quería jugar en un equipo de béisbol o quizá ser piloto de carreras. ¡Cualquier cosa que no tuviera que llevar pintalabios y faldas!

Danny se rió.

—¡Anda ya! ¡Sería genial! Podríamos disfrazarnos de chicas todo el tiempo y decirle a todo el mundo que somos hermanas o algo así —Su sonrisa casi daba miedo mientras seguía con su plan—. Si alquiláramos un apartamento juntos, podríamos divertirnos tanto como quisiéramos. ¡Sé que te gustaría! Y si alguna vez nos aburriéramos, ¡hasta podríamos tener un par de novios de verdad con los que jugar! ¿No suena divertido?

—No me parece buena idea —susurré débilmente.

No podía permitirme que mi madre se enterara de la idea de Danny. Me la imaginaba arruinándolo todo obligándome a ir a la escuela de belleza.

—¿Prométeme que lo pensarás? —suplicó Danny.

Me retorcí cuando se acercó y me dio un apretón juguetón en el muslo. Empecé a decirle que parara cuando se inclinó y me dio un beso en los labios. Menos mal que nadie nos vio.

—¿Lo prometes?

—Lo pensaré —dije en voz baja.

martes, 2 de diciembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (35)

 



Capítulo 35. Confesiones.

Mi mamá se quedó parada y me observó mientras comenzaba a quitarme todas las cosas que me hacían sentir como Pamela, empezando por las cintas que ataban mi cabello.

—Muy bien, señorito, cuénteme qué pasó —dijo, dándome una palmadita en el trasero.

Me costó mirarla a los ojos, por supuesto.

—Mm, no sé por dónde empezar.

Le conté paso a paso lo que había sucedido esa tarde, desde el momento en que entré en la casa de Danny hasta que puse un pie en la mía. Todavía no sé cómo lo hizo, pero mi madre era capaz de hacerme hablar de casi todo. Ella siempre tuvo ese poder sobre mí. Omití algunos detalles, como los besos de esa noche.

—Parece que lo pasaste muy bien, cariño —dijo de una manera cálida y encantadora—. Sólo tengo un par de preguntas…

Luego vino el interrogatorio. Ella hacía eso: preguntando y volviendo a preguntar una y otra vez hasta que me pillaba mintiendo. Había sucedido cuando era pequeña y estaba sucediendo ahora. Cuanto más hablaba, más estúpido me sentía. Fue como si el mundo se derrumbara a mi alrededor y no tuviera dónde esconderme.

—Te ves muy linda con la linda ropa de tu novio —dijo mamá—. Lo apruebo, por supuesto. El único problema que tengo es por qué me mentiste.

—Pero yo… yo… yo no mentí. —Intenté tragar, pero me dolió demasiado la garganta—. ¡Te lo prometo!

—¡Ni una palabra más, jovencita! Quiero que lo pienses bien antes de decir nada más. ¡Te conozco mejor que tú misma y sé que no me estás contando todo lo que pasó esta noche!

Mis ojos comenzaron a arder y resistí la tentación de arreglarme el maquillaje.

—Bueno, quizá no te conté todo —susurré—. Pero no estaba mintiendo…

—¡Pamela! Sabes muy bien que mentir por omisión es mentir —dijo mi madre—. Déjame ver qué hay en tu bolso.

Con manos temblorosas, cogí el bolso que Danny me había dado. Observé atentamente mientras mi madre revisaba el contenido; su sonrisa se hacía cada vez más grande a lo largo del proceso.

—Tampones, compresas, lápiz labial... Mmm, ¿no robaste nada de esto, verdad?

—No, mamá… Danny me dio todo eso. Te lo prometo.

—Me pregunto por qué haría eso. Deben ser muy cercanos.

Me encogí de hombros.

—¿Qué acabo de decir sobre mentir? —dijo con furia.

Parpadeé y luego asentí.

—Sí, señora. Somos… amigas.

Mamá sacó el sobre con las fotos. Me puse pálido mientras ella las hojeaba.

—Mira, esto es exactamente de lo que hablo. He intentado que salgas vestida de 'Pamela' y lo único que consigo es un "¡No puedo hacer eso!" "¡Soy un chico!" y mira lo que pasa cuando te dejo sola.

Lágrimas de frustración comenzaron a correr por mi cara. Estaba tan confundido, tan desconcertado por toda la situación, que no podía pensar en nada inteligente que decir. Lo único que se me ocurrió fue: «Lo siento, mamá. No fue idea mía...».

—¡Ni se te ocurra echarle la culpa a otro, Pamela! Se nota que lo estabas pasando genial. ¡Tengo fotos que lo demuestran! ¡Mira qué sonrisa tienes!

Lo pensé por un momento y asentí. En la fotografía estaba sonriendo. Me gustó esa imagen, aunque en ese momento estaba muerto de miedo. Me aclaré la garganta para hablar.

—Mamá, mira... Era una especie de broma para ese chico. No sabía que no éramos chicas... solo nos estábamos divirtiendo un poco.

Mamá me dedicó una mirada gélida.

—¡Escúchame bien, Pamela! ¡No quiero volver a oírte quejarte de que te he convertido en una mariquita! ¡Mira lo que haces cuando sales con tus amigos!

Fueron palabras duras, pero sabía que las merecía. Me había dejado caer en una trampa llena de tentaciones y fantasías, y ahora estaba pagando por ello.

—Sin duda has tenido una gran aventura hoy, ¿verdad, cariño?

Asentí y las lágrimas corrieron por mis mejillas.

—Sí, señora —dije sollozando.

—Creo que pasarás más tiempo con tu tía Marlene y las niñas. Parecen tener una influencia positiva en ti. Danny es, sin duda, el tipo de chico con el que creo que deberías estar. Y esa Christine es una jovencita inteligente. Me recuerda un poco a mí misma a esa edad.

Asentí en silencio.

Mordiéndome el labio, me limpié las lágrimas con la mano y asentí de nuevo.

—Lo estoy intentando, mamá. De verdad. No quise mentirte. Lo haré mejor, te lo prometo. Te lo contaré todo. De verdad.

—Esa es mi chica.

Mi mamá asintió con la cabeza y pensó por un momento. De repente sonrió y me guiñó un ojo.

—Te diré algo, Pamela. ¿Por qué no te lavas la cara y te das una ducha refrescante y caliente mientras voy a prepararnos un chocolate caliente? Cuando termines, puedes ponerte un camisón bonito y volver a contarle a mamá todo sobre tus nuevos novios.

Me llené de pavor cuando mi madre me condujo al baño. Allí rebuscó en el armario y sacó una caja de cartón.

—Mira, te acabo de comprar un nuevo kit de higiene femenina. Te va a encantar. ¡La nueva bolsa de ducha viene con una boquilla extragrande que le va a dar un cosquilleo a mi pequeña! Ah, y compré tampones nuevos.

Ignoré las cajas de tampones y toallitas que tenía en mis manos. En cambio, sentí que mi corazón se aceleraba mientras mi madre blandía una bombilla y una boquilla nuevas de color rosa a pocos centímetros de mi cara. Entonces vi la enorme bolsa de goma y la enorme boquilla color marfil. Ella tenía razón; ¡era gigantesco! Mi trasero se estremeció mientras trataba de imaginar cómo se sentiría algo así dentro de mí.

—Parece tan grande —susurré, completamente asombrado por el tamaño de la boquilla fálica.

Mamá sonrió.

—Bueno, ya eres mayorcita, así que debía comprarte algo más apropiado para tu edad. No seas tan asustadiza. Funciona igual que el que tenías antes. Me lo agradecerás después. Créeme.

Respiré hondo y asentí.

—Supongo que sí...

Y, por mucho que me cueste admitirlo, ella tenía razón: esa nueva boquilla más grande era más placentera.



lunes, 1 de diciembre de 2025

Disciplina del lápiz labial (34)

 



Este relato es parte de una serie, para ver todos los capítulo haz clic en:

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Capítulo 34: Una chica y sus amigas

No sé cómo ni por qué, pero hice todo automáticamente, como si fuera lo correcto. Ahí estaba yo, vestida como una colegiala besando a un chico. En un momento, abrí la boca y ahí fue cuando la cosa se puso fea. Ese hormigueo familiar me golpeó entre las piernas y mi respiración se alteró. Gary también abrió la boca, desatando su lengua adolescente para mezclarla con la mía. Nos besamos durante, bueno, un par de minutos, supongo. Luego me fallaron las rodillas y casi me voy de espaldas sobre mis bragas.

"¿Estás bien?"

El chico, sobresaltado, parecía preocupado mientras me agarraba por la cintura y me sostenía. No pude evitar notar que su mano se deslizó por debajo de mi falda y me rozó el trasero mucho más tiempo del necesario. Me miró con culpa y me puso ambas manos alrededor de la cintura para evitar que volviera a caer.

Asentí. "Claro. Sí. Supongo. Solo me mareé, supongo". Estaba muy avergonzada. “Creo que debería irme.”

Gary parecía decepcionado. “Pero… acabamos de empezar.”

Christine intervino rápidamente: “¡Oh, está bien! ¡Lo hiciste tan bien que también puedes darle una lección de besos a mi hermana!”.

Danny parecía un ciervo deslumbrado. Christine rió y lo empujó hacia Gary, que sonreía con una sonrisa, y él estaba encantado. Me quedé allí, mirando. Fue como un accidente de coche. Sabía que alguien iba a salir herido, pero no podía apartar la mirada.

Gary parecía como si hubiera ganado la lotería o lo hubieran coronado rey del mundo. Lo observé, desconcertado, mientras abrazaba a mi amigo travestido. Danny me miró rápidamente y esbozó una tímida sonrisa, apenas un poquito. No pude apartar la vista de la escena mientras los dos chicos juntaban sus bocas y se besaban durante un par de segundos. Una vez que terminaron, volvieron a juntar sus bocas y se besaron durante un buen rato. Me impresionó tanto la capacidad de Danny para contener la respiración como el hecho de que estuviera besando a otro chico allí mismo, ante mis ojos. Debo admitir que me puse un poco celoso pero no supe si por Gary o por Danny.

Para cuando terminó,ambos chicos  tenían caras de estupefacción. Danny retrocedió un paso y me tomó la mano en silencio. Gary se quedó de pie, mudo, con la boca sonriente manchada de pintalabios y, por mucho que me cueste admitirlo, la parte delantera de sus pantalones formando una pequeña tienda de campaña. Obviamente, tenía una erección brutal. Y, a su vez, sentí ese temido cosquilleo entre mis piernas.

El chico, sonrojado, miró a Christine. ¿Y tú? ¿Quieres practicar besar también?

La chica se rió. "No. No me gustan los chicos", dijo con orgullo.

Al separarnos, Christine volvió a verme. Seguí su mirada hacia Gary y me di cuenta de que ella también había notado el bulto en sus pantalones. Con los ojos muy abiertos, la miré a ella y luego a Danny. Ambos rieron, me agarraron de las muñecas y me arrastraron calle abajo hacia nuestro destino.

"¡Eso fue lo máximo!", rió Christine mientras caminábamos por la acera tan rápido como nos permitían nuestros tacones. "¡No puedo creer que lo hayan besado!"

Danny también rió. Igual que su hermana. "¡Oye, no fui la única! Aquí estaba sintiendo lástima por 'Pamela' esta noche, después de que se comportara con timidez y lágrimas. ¡Y de repente se besó con un chico que conoció en la calle! ¡Guau... te subestimé de verdad!"

Me enfadé un poco con lo que insinuaba. Pero no sabía que responder.

La hermana de Danny se reía histéricamente. "¡No pensé que ninguno de los dos lo haría, tontos! Pensé que 'Pamela' se pondría a llorar de nuevo. ¡Lo dejaste darte un beso frances y tocarte el trasero!"

Sentí que me ponía rojo,

Danny sonrió. "Yo me alegro, quería besar un chico, sé que hoy bese a Greg, pero él es más chica que chico."

Avergonzada y un poco enfadada, me bajé el dobladillo de la falda. 

Llegamos a la heladería sin más incidentes y fuimos directos al baño a maquillarnos. Llevaba un bolso prestado de la habitación de Judy y dentro tenía algunos labiales, rímel y otros artículos esenciales que ella había tomado prestados. 

Disfrutamos de un helado cada uno y paseamos un rato por la tienda, pasando la mayor parte del tiempo examinando los cosméticos y hojeando revistas de moda. Nos veíamos y actuábamos como tres típicas adolescentes saliendo un viernes por la noche. Menos mal que éramos los únicos en la tienda. No quería encontrarme a nadie más.

Antes de irme, Christine pasó por el mostrador de fotografía. Había dejado un rollo de película mientras Danny y yo estábamos en el baño. Me quedé más que sorprendido al ver varias fotos mías haciendo payasadas con ropa de niña y haciendo tonterías. Incluso había un par de Danny y yo besándonos y varias de los dos besándonos con Gary Lowe, lo cual me pareció extrañamente fascinante. No tenía ni idea de que las había sacado, pero en parte me alegré. Christine las revisó y me dio algunas, que guardé rápidamente en mi bolso. No lo habría admitido en ese momento, pero en el fondo estaba contento y me preguntaba dónde podría escondérselas de mi madre.

"Un pequeño recuerdo para esas noches de insomnio", dijo con una risita.

Eran casi las nueve cuando por fin llegamos a casa. Me acerqué a la escalera de entrada con inquietud, con las manos temblorosas y la boca tan seca como el cemento.

"¡Bienvenidas!", dijo mi madre más gracia y encanto. "¡Me alegra tanto que hayan podido venir, chicas!".

Y así fue. Mamá derrochó carisma esa noche, halagando a Christine y Danny con cada palabra y llamándome alternativamente "Greg" y "Pamela", lo que fuera más inapropiado en ese momento.

"¡Gregory Parker, te ves tan adorable con tu disfraz de niña! Pareces una niña de película adolescente, ¿verdad, chicas?".

Danny y Christine asintieron al unísono.

"Claro que sí, Sra. Parker", dijeron ambos.

"¡Le encanta disfrazarse de 'Pamela'! A veces tengo que recordarle que es un chico."

Mi madre insistió en hacer el recorrido completo. E invitó a mis amigos a pasar a mi dormitorio. Danny y Christine parecían asombrados de lo femenino que se veía, aunque disimulaban bastante bien su emoción cuando ella abrió mis cajones y armario y les mostró la colección de mi lencería y cosas femeninas.

"¡Guau! Nunca pensé que el dormitorio de Greg se vería así", dijo Christine asombrada.

Danny permaneció  allado.

Casi me ahogo al darme cuenta de que ambas estaban mirando ese estúpido póster de "Hot Buns" que Rita me había regalado por mi cumpleaños. Intenté actuar con indiferencia, pero estoy bastante seguro de que no engañaba a nadie.

"¡Ay, esa cosa horrible!", dijo mi madre con fingido disgusto. "Odio esa foto fea, pero 'Pamela' le encanta. Le gustan mucho los chicos2

Sentí que me ardían las mejillas mientras intentaba pensar en algo que decir.

Christine miró a mi madre y luego a mí. "Oh, creo que debería dejarlo ahí, Sra. Parker. Apuesto a que a 'Pamela' le encanta mirarlo todas las noches antes de dormir".

La sala se llenó de risas. Me sentí tan estúpido mientras todos me miraban. Mi mamá, Christine e incluso Danny se deleitaron con mi vergüenza. Hablaron y charlaron un buen rato mientras yo me quedaba allí de pie como un maniquí, preguntándome si así sería el infierno.

"¡Mejor nos vamos, Sra. Parker!", dijo Christine finalmente. "Gracias de nuevo por dejar que Pamela viniera a visitarnos. ¡Lo pasamos genial!"

Danny sonrió. "Yo también, Sra. Parker. ¡Usted también es muy genial!"