CAPÍTULO 10: PLUMAS Y TACONES
La temporada regular cerró con broche de oro: dos victorias consecutivas pusieron a las Roller Rabbits en tercer lugar general, asegurando su lugar en los playoffs. El vestidor fue una fiesta improvisada después del último silbatazo, y en el grupo de chat del equipo, las chicas votaron por algo más grande: una fiesta de Halloween.
La consigna fue clara:
“Nada de disfraces aburridos. Este año vamos como chicas de burdel de película retro. Drama, encaje y tacones altos. Confianza ante todo.”
Dulce quiso escabullirse del plan, pero fue emboscada por Camila y otras dos compañeras, quienes le mostraron su atuendo ya elegido: un vestido azul oscuro con una abertura alta en la pierna, medias negras, tacones y una bandana con pluma.
—Esto no es un disfraz, es una provocación —murmuró mientras se miraba en el espejo. Era más guapa de lo que quería ser. Considerando que hace algunos meses fue un hombre.
—Y por eso funciona —respondió Camila, guiñándole un ojo.
A pesar de las dudas, Dulce llegó a la fiesta. La casa estaba decorada con luces rojas, humo artificial y una pista improvisada donde ya sonaba música retro. Entre risas y vasos de ponche, el ambiente era perfecto. O al menos, lo sería... si no fuera por cómo se sentía dentro de ese vestido.
No era solo incomodidad física. Era algo más profundo: la sensación de estar jugando un papel que no sabía si le correspondía o si había elegido.
Y entonces, Carlos llegó.
No iba disfrazado, pero su camisa negra remangada, pantalones ajustados y chaleco oscuro lo hacían parecer salido de una novela de los años treinta. Cuando la vio, sus ojos se detuvieron. La sonrisa que le dirigió fue distinta. No burlona. No tonta. Sincera.
—No sabía si debía venir —le dijo, acercándose con timidez.
—Tienes pase libre, eres del equipo —respondió ella, acomodándose la pluma de la bandana para no tener que sostenerle la mirada demasiado.
Carlos la observó unos segundos más.
—No he querido hablar del beso. No porque no me importara, sino porque necesitábamos estar concentrados. Tú, especialmente.
—Lo sé —dijo Dulce—. Fue lo correcto.
—Pero me gustaría hablar contigo. Después del torneo. Cuando todo esto termine. Ver si tú… si nosotros…
—Lo hablaremos —asintió ella—. Pero esta noche no quiero pensar tanto. Quiero reír. Quiero bailar.
Carlos extendió la mano.
—Entonces, bailemos.
La pista improvisada estaba llena de chicas en corsets, plumas y medias de red. Dulce, con los pies adoloridos y la mente más ligera, se dejó llevar. Carlos no era un bailarín experto, pero tenía ritmo y la hacía reír cada vez que se equivocaba. Además la miraba de una forma que la hacia olvidar de todo lo demás.
Entre canción y canción, se colaban momentos de conversación real.
—¿Sabías que quería ser entrenador antes de ser asistente? —dijo él mientras la giraba torpemente.
—¿Sabías que soy buena con la comida, pero malísima con las matemáticas? —respondió ella.
Rieron, se empujaron, se abrazaron. Cada minuto se volvió más natural.
Ya más tarde, en el patio trasero, sentados bajo unas luces cálidas y alejados del bullicio, Carlos se quitó el chaleco y lo puso sobre los hombros de Dulce.
—Gracias —dijo ella, tiritando un poco.
—No quiero apresurarte. De verdad. Pero me gustas. Mucho.
Dulce bajó la mirada, pensativa.
—Y tú a mí. Pero no es tan simple. No para mí. Por eso me parece bien… que hablemos después. Cuando termine la temporada.
Carlos asintió con una sonrisa tranquila.
—Sin presión. Solo prométeme una cosa.
—¿Qué?
—No dejes de mirarme así cuando te hablo. Me gusta pensar que no soy el único que está enamorado aquí.
Dulce rio, se acercó y le plantó un beso lento, profundo. Uno que ya no buscaba confirmar nada. Solo vivir el momento. Las manos de Carlos le recorrieron la espalda, llegando a sus nalgas. Dulce lo sintió y lo dejó hacer, se sentía tan entregada que no protestó
Cuando se separaron, ella le tomó el bulto en la entrepierna, sobre la tela del pantalón y sonrió.
—Tienes razón. Lo mejor es hablarlo después. Pero esta noche... solo déjame disfrutar un poco el momento.
Lo soltó luego de unos segundos. Y juntos, en silencio, con los ecos de la música al fondo y el futuro todavía por escribirse.
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