domingo, 28 de septiembre de 2025

Deuda (8)

 


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CAPÍTULO 8: DEUDA

El viernes después del entrenamiento, el Coach Ríos reunió a las chicas antes de que empezaran a guardar su equipo.

—Atención, conejitas veloces —dijo, haciendo sonar su silbato aunque nadie se estuviera moviendo—. No habrá práctica este sábado.

Un suspiro colectivo de alivio llenó el gimnasio.

—Voy a una boda familiar —agregó, mientras apuntaba con el pulgar a Carlos—. Se me casa un primo. 

Carlos levantó las manos, fingiendo inocencia.

—Yo solo soy el invitado elegante.

—¿Y tú también vas? —preguntó Dulce, levantando la ceja.

—Sí, claro. Estoy en el núcleo duro del drama familiar.

La conversación quedó ahí. Nadie le dio más importancia… hasta que más tarde Carlos invitó a Dulce a ir con él a la boda, esta vez con tono más serio.

—¿Y entonces? ¿Me acompañas a la boda?

Dulce se cruzó de brazos.

—...no tengo nada qué ponerme. Y no sé si quiero pasar la noche con gente que no conozco, vestida como si fuera a una entrega de premios.

Carlos sonrió, ya con la carta lista.

—¿Recuerdas que me debes una?

Y así, Dulce accedió. Con resignación, con dudas… y con un poco de curiosidad.

... 

El sábado por la noche, Carlos la esperaba frente al salón de eventos, revisando su celular. Traje azul marino, corbata gris claro, zapatos brillantes como si los hubiera pulido con magia. Cuando escuchó el sonido de tacones, alzó la mirada.

Y se quedó congelado.

Dulce caminaba hacia él con paso firme —o al menos eso aparentaba—, enfundada en un vestido negro de noche, ceñido pero elegante, de tela suave que atrapaba la luz. Medias negras de encaje, tacones altos que claramente le habían costado más de un ensayo, y un peinado recogido que dejaba su cuello y hombros al descubierto. Carlos se quedó atónito.

—¿Estás bien? —preguntó ella, al ver su expresión.

—Estoy... impresionado —dijo Carlos, con una sonrisa algo tonta—. No sabía que tenías este as bajo la manga.

—Una de las chicas del equipo me prestó el vestido… y los tacones —explicó, ajustando la pulsera en su muñeca—. Las medias y el maquillaje los tuve que comprar. Y aprendí a caminar en esto esta semana, así que... ahora tú me debes una.

—Trato justo —repitió Carlos, ofreciéndole el brazo.

Apenas entraron al salón, se encontraron con alguien inesperado: el Coach Ríos, bebiendo una copa de vino blanco y conversando con algunos tíos lejanos.

Cuando vio a Carlos, alzó la mano.

—¡Ahí está mi sobrino!

Pero cuando vio a Dulce... su sonrisa se congeló por medio segundo. Luego volvió, algo más confundida, aunque amable.

—¿Dulce? —preguntó, acercándose con una ceja levantada—. ¿Tú vienes con él?

—Así es, coach —respondió ella con una sonrisa educada—. Me cobró una deuda.

El coach soltó una risa grave, pero luego bajó la voz al acercarse a ella.

—Mira nomás… no te había visto tan... femenina. De verdad te ves... muy bien.

—Gracias —dijo Dulce, conteniendo los nervios bajo una sonrisa tranquila.

El Coach bajó el tono todavía más y murmuró:

—Nada de entrenamientos así, ¿eh? Podrías dejar ciego a medio equipo.

Ella soltó una risa ahogada, nerviosa pero genuina. El Coach guiñó un ojo y se retiró hacia su grupo.

—¡Diviértanse! Yo me largo antes de que alguien me ponga a bailar cumbia.

La boda era perfecta: música suave, luces colgantes, mesas de gala, pista de baile bajo una carpa blanca.

Carlos presentó a Dulce como “una amiga del equipo”, y eso bastó. Ella se movía con cautela, pero con cada minuto que pasaba se sentía más cómoda. El vestido y los zapatos la restringían pero apoyándose en el brazo de Carlos no era tan difícil estar así. Durante la cena, Carlos le contaba anécdotas familiares llenas de drama absurdo, y ella le compartía, entre risas, sus aventuras aprendiendo a caminar en tacones en pasillos universitarios vacíos.

—No sabía que supieras moverte así entre extraños —dijo él, sorprendido.

—Tampoco yo —respondió ella, mirando su copa—. Pero supongo que cuando tienes que reinventarte, aprendes... y te aguantas los tobillos.

El primer baile de los novios dio paso a que todos se unieran. Carlos la miró.

—¿Bailamos?

—¿Y si te piso?

—Vale la pena arriesgarse.

Bailaron. Primero lento, torpe, tanteando el terreno. Luego con soltura. Ella se dejaba guiar, algo que no solía permitir como Esteban, pero que, como Dulce, esta vez se sentía correcto.

Y entonces, sin aviso, sin diálogo previo, se besaron.

Un beso sencillo. Sin expectativas. Solo un momento que se había estado acumulando desde hacía semanas y que al fin, sin necesidad de justificaciones, se permitió ser.

Cuando se separaron, Dulce bajó la mirada con una sonrisa y notó un bulto en la entrepierna de Carlos, ella temblaba por dentro y por fuera.

—Ahora sí… me debes dos.

Carlos rio, bajando la mirada.

—Y feliz de seguir endeudándome.

Y mientras volvían a moverse al ritmo de la música, Dulce pensó que esa noche no estaba fingiendo. No estaba pretendiendo. La humedad en su entrepierna era real y lo confirmaba. 

Solo estaba siendo ella.

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