domingo, 21 de diciembre de 2025

Está bien, mi niña


 "¡Mamá, tengo miedo! ¡Me da vergüenza caminar por la calle con falda, medias y tacones! ¡Los hombres me miran, he visto a algunos hombres con un bulto duro en los pantalones!"



"Está bien, mi niña, no seas tímida, ya no eres un chico, ¡sino una jovencita hermosa! ¡Acostúmbrate, los hombres ahora mirarán a menudo tus pechos femeninos, tus caderas redondeadas y tus piernas bien formadas!"




sábado, 20 de diciembre de 2025

Mejor ponganle una falda a la niña.


Cuando era pequeño me molestaban diciéndome en la escuela "mejor pónganle una falda a la niña", tienen que entender que entonces era pequeño y delicado, aunque nunca desee ser mujer. Por desgracia para mí, mi mamá decidió que nunca sería un hombre cuando a mis 20 años no había tenido ninguna novia y seguía siendo muy pequeño y delidmcado. Me dió una pastilla rosa 



Me costó algo de tiempo adaptarme pero ahora si uso faldas y vestidos y me siento muy orgullosa.


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Esta caption pertenece a una serie:

Primera parte: Vas a olvidar como era usar pantalones

Segunda Parte: Incluso con pantalones luzco muy femenina

Tercera Parte: Estoy feliz de que pase

Cuarta parte: Soy la mujer más feliz

Quinta Parte: Mejor Pónganle una Falda a la niña

Sexta Parte: La Venganza

Séptima Parte: Nunca volveré a ser hombre otra vez

viernes, 19 de diciembre de 2025

Ahora soy Melanie

 


¡Le dije que si! Casi sin pensarlo. Estaba muy feliz de que Gustavo me pidiera matrimonio. Cuando fui un hombre nunca besé siquiera a una chica. Quizá nunca fui del todo un hombre. La pastilla rosa fue lo mejor que me pudo pasar. Estoy segura que ahora soy Melanie.





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Parte Anterior: Vintage TG Caps: La propuesta

Primera parte: Vintage TG Caps: Todo por mi mamá



jueves, 18 de diciembre de 2025

miércoles, 17 de diciembre de 2025

Lo que elegimos (14)


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Capítulo 14: Lo que elegimos

Los días siguientes fueron extraños. Tania se fue unos pocos días después, evitó el tema con la delicadeza que solo una hermana que ha metido la pata puede tener. Karina, en cambio, no podía pensar en otra cosa. Cada rincón de la ciudad le recordaba a Ricardo: la banca del parque donde se habían besado por primera vez, el mercado donde él le compró flores sin razón, el aroma del café fuerte que le gustaba tomar por las mañanas. Encima tenía que verlo en la oficina todos los días, era más incomodo que nunca.

Fuera del contacto profesional, Ricardo, o lo llamaba. No insistía. Ella sabía que no podía forzar nada. Lo único que podía hacer era esperar. Y sobrevivir.


Ricardo, por su parte, no podía dormir.

Todo en su cabeza era un torbellino. Las imágenes de Karina riendo, cocinando, abrazándolo, desnuda en su cama. Y luego la revelación. El pasado. Daniel.

Una noche, fue al centro ecoturístico. Encontró a Eliot cerrando el lugar y lo invitó a tomar una cerveza.

—¿Pasa algo? —preguntó Eliot, tras un rato de silencio.

Ricardo dudó. Luego se lo contó todo. O casi todo.

—La mujer con la que he estado saliendo... me mintió sobre algo importante. No fue una mentira, me ocultó algo importante.

Eliot se quedó callado unos segundos. Luego dio un trago largo a su cerveza.

—¿Te fue infiel? ¿Hizo algo para lastimarte de alguna forma?

Ricardo lo miró con sorpresa.

—¿Qué?

—Contesta las preguntas. ¿Te fue infiel? ¿Hizo algo para lastimarte de alguna forma?

—No. No a ambas—contestó Ricardo.

—Entonces no pasa nada, tal vez solo no estaba lista para contártelo. —dijo Eliot, para luego darle un trago a su cerveza.

Ricardo se quedó pensativo

—¿Y la amas?

—Si. Nunca he amado a nadie como amo a Karina—contestó Ricardo.

Eliot escupió su bebida

—¿Te estas acostando con la jefa? Amigo, esa mujer es rica, pídele perdón, no importa lo que te haya ocultado mientras no haya sido un amante.

Ricardo y rieron. Ricardo esa. De repente no parecía tan importante lo que pasó entre él y Karina, estaba listo para volver con ella.


Una semana después, Karina volvía del supermercado cuando lo vio esperándola frente a su edificio. Ricardo, de pie, con una chaqueta de mezclilla y las manos en los bolsillos.

Su corazón empezó a latir con fuerza.

—Hola —dijo él.

—Hola.

Silencio. La ciudad parecía apagarse a su alrededor.

—He estado pensando mucho —dijo Ricardo, finalmente—. En todo lo que pasó. En lo que me dijiste. Y en lo que sentí desde el primer día que te vi. No niego que fue un golpe duro. No es fácil asumir que estás de pareja con tu exjefe. Pero estoy listo para intentarlo de nuevo.

Ella sintió un nudo en la garganta.

—Te quiero, como nunca había querido a nadie—continuó él—. Estoy dispuesto a intentarlo si prometes no volver a ocultarme algo importante.

Karina se acercó despacio. Lo miró con lágrimas en los ojos. Él la abrazó. Y en ese abrazo, ella sintió que, por fin, podía dejar de correr.

—Lo prometo, no te ocultaré nada importante —susurró.

Karina lo besó. No con urgencia, ni con deseo desesperado, sino con la calma de quien ha elegido quedarse.


Meses después, en una tarde dorada de otoño, Karina atendía a unos turistas junto a Eliot y Joana, mientras Ricardo tomaba fotos del atardecer.

Tania la había vuelto a visitar y se había disculpado formalmente con Ricardo. Todo era distinto. Nada era fácil. Pero todo era auténtico.

Ya no pensaba en el cuerpo que había perdido. Ni en el nombre que había dejado atrás. Pensaba en lo que había elegido construir. En lo que era ahora. En lo que sería mañana.

Porque la vida no siempre te pregunta quién quieres ser. A veces te obliga a descubrirlo.

Y Karina, finalmente, había elegido ser ella misma.



Epílogo: Encuentros

Habían pasado diez años. Karina acababa de dejar a su hija mayor en la escuela, una niña de seis años que tenía su misma sonrisa y la mirada serena de Ricardo. En sus brazos cargaba a su segundo hijo, un pequeño de menos de un año que dormía profundamente mientras ella conducía por las calles de una ciudad que ya sentía como suya.

En un semáforo, mientras tarareaba una canción infantil, vio un rostro conocido entre la multitud. Tardó un segundo en procesarlo, pero lo supo de inmediato. Era ella. Elena.

La siguió a distancia, con el corazón palpitando más fuerte de lo normal. La vio entrar a una cafetería discreta en una esquina. Sonrió con incredulidad.
—Qué suerte tengo —susurró, sin saber si hablaba con esperanza o con miedo.

Estacionó el auto, aseguró al bebé en la cangurera y entró también. Elena estaba sentada sola en una mesa del fondo, mirando el menú con indiferencia.

Karina se acercó sin dudarlo.

—Hola, Elena.

La mujer levantó la vista, confundida. Había pasado tanto tiempo que el nombre ya no le sonaba familiar.

—¿Disculpa, te conozco?

Karina sonrió con suavidad, con algo de ternura, como si perdonara antes de acusar.

—Soy Daniel. Bueno… lo fui. Hasta hace once años. Tú me convertiste en mujer, ¿recuerdas?

Elena se quedó helada. Su rostro perdió color. Se puso de pie de inmediato, mirando hacia la salida.

—Yo… me tengo que ir.

Karina le tomó la mano. No con fuerza, sino con calma.

—No te puedo perseguir con un bebé en brazos. Solo quiero platicar.

Elena bajó la vista al pequeño que dormía contra el pecho de Karina.

—¿Es tuyo?

—Sí —respondió ella, con una sonrisa maternal—. Es mi segundo hijo. La mayor está en la escuela. Me casé hace siete años con Ricardo, un hombre increíble.  Mi vestido fue blanco y todo. Después decidimos ser papás.

Elena se sentó, aún en shock. Su voz fue apenas un susurro.

—Yo no sabía que la pastilla funcionaría. Me la dio un amigo que es biólogo. Me dijo que era un fármaco experimental… irreversible. Yo… solo quería que entendieras lo que me hiciste. No quería arruinarte la vida.

Karina asintió lentamente. No había odio en su rostro. Solo una quietud que venía de muy lejos.

—Me la cambiaste —dijo—. Pero no la arruinaste.

El bebé se movió un poco, haciendo un suave sonido de hambre. Karina lo miró con ternura.

—¿Te importa si lo alimento?

Elena negó con la cabeza, todavía sin saber cómo reaccionar ante la mujer que tenía enfrente. La mujer que una vez fue el hombre que amó. Que la traicionó. A quien ella le había impuesto un destino insuperable. Y que, contra todo pronóstico, había encontrado la paz.

Karina se acomodó, con movimientos precisos y tranquilos, mientras el niño empezaba a mamar. Elena la observaba en silencio, con una mezcla de culpa, asombro y respeto.

—Nunca imaginé esto —dijo finalmente.

—Yo tampoco —respondió Karina—. Pero no cambiaría nada.

Hubo una pausa, y luego Karina preguntó:

—Entonces… usaste una pastilla para convertirme en mujer. ¿Y cómo hiciste para desaparecer? Te busqué, y no había rastro de ti.

Elena suspiró, bajando la mirada.

—Mi papá me invitó a vivir unos años en Europa. Estuve en Francia, Italia, España, Portugal… Él tiene una empresa transnacional y lo ayudé con papeleo y cosas así. Cambié mi nombre para que no me encontraras, pero no porque pensara que la pastilla funcionaría… sino porque me rompiste el corazón. Muy duro. Ahora me llamo Dulce. Volví al país hace unos meses. Estoy comprometida.

Karina sintió una punzada de culpa.

—Era literalmente otra persona —dijo con sinceridad—, pero lamento haberte hecho daño.

—Ya lo superé —dijo Dulce con firmeza, mientras reparaba en los detalles de la mujer que tenía enfrente: el vestido azul que se deslizaba con naturalidad por su hombro mientras sacaba el pecho para amamantar, el maquillaje discreto pero elegante, la pañalera bien organizada con todo lo necesario para atender a su bebé.

Karina la miró a los ojos, serena.

—Nunca fui un buen hombre. Era mujeriego, egoísta y, honestamente, un cretino. Me hiciste un favor al convertirme en mujer. Aprendí a ser mejor persona.

Siguieron poniéndose al día durante quince minutos, con breves sonrisas y miradas que se iban suavizando con cada palabra. Hasta que un hombre se acercó a la mesa y saludó a Dulce con una sonrisa cálida.

—Hola, querida. No sabía que nos acompañaría una amiga tuya.

—No —respondió Karina, poniéndose de pie—. Solo la vi pasar de casualidad. Me tengo que ir. Este niño ya se volvió a dormir, pero si no lo meto a su cama pronto, despertará y no me dejará dormir en la noche.

Se acomodó el vestido, cubriendo su pecho, y buscó algo en su bolso. Sacó una pequeña tarjeta.

—Por si quieres seguir la plática después —dijo, tendiéndosela a Dulce.

—Gracias —respondió Dulce, tomándola con una sonrisa tranquila.

Se despidieron con dos besos en las mejillas, como dos viejas amigas que alguna vez fueron otras personas.

Karina salió de la cafetería con el bebé aún dormido, el corazón ligero y la certeza de que, aunque su historia había comenzado como una venganza, había terminado como una vida nueva. Una mejor.

Y Dulce se quedó unos segundos mirando la tarjeta, pensativa, antes de guardarla con cuidado en su bolso.


martes, 16 de diciembre de 2025

Lo que somos (13)


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Capítulo 13: Lo que somos

Habían pasado dos meses desde aquella primera cita con Ricardo. Desde la cena bajo las estrellas, los besos tibios, las confesiones tímidas. Karina ya no contaba los días desde que despertó siendo otra persona. Ahora solo vivía.

Era sábado por la mañana cuando la cerradura del departamento giró y Tania apareció con su maleta rodante. Entró como si fuera su casa —y de alguna forma lo era—, pero se detuvo de golpe al ver la escena en la sala: su hermana, con un vestido corto y sin tirantes, sentada en las piernas de un hombre sin camisa, ambos besándose con hambre contenida.

Fingió una tos exagerada.

—Ajá —dijo Tania, arqueando una ceja mientras dejaba las llaves sobre la barra de la cocina—. Perdón por interrumpir la telenovela.

Karina se bajó de un salto, mientras Ricardo se incorporaba, buscando con la mirada su camisa.

—Soy Tania, hermana de Karina —dijo, acercándose con una sonrisa divertida—. Y tú debes ser Ricardo. Ya veo por qué traes loca a mi hermana.

Karina frunció los labios. Juraría que esa palabra, loca, venía cargada de un doble filo. Pero decidió dejarlo pasar.

Desayunaron los tres juntos. Huevos con jamón, pan tostado y café. La charla fue ligera: trabajo, el clima, películas. Pero Karina notó a Ricardo más callado de lo habitual. Menos bromista, más reservado.

Después de recoger los platos, él se acercó a Karina, le dio un beso rápido y dijo:

—Voy a casa, tengo unos pendientes que sacar. Las dejo para que se pongan al día, señoritas.

—¿Seguro que todo bien? —preguntó Karina en voz baja.

—Sí, claro. Solo... cosas pendientes. Te llamo más tarde.

Cuando se fue, Tania se cruzó de brazos y miró a su hermana con picardía.

—¿Y bien? ¿Es tan bueno en la cama como parece?

Karina le lanzó un cojín, pero rió.

—Eres una desubicada.

—Lo soy —admitió, sentándose en el sillón—. Pero soy tu hermana. Y la curiosidad me mata. Dime, ¿es mejor el sexo como hombre o como mujer?

Karina la miró un momento. No con enojo, sino con algo más profundo. Como si esa pregunta la obligara a abrir una puerta que había dejado entrecerrada por semanas.

—Es... diferente. Como hombre, era más sencillo. Más directo. Pero como mujer... siento todo distinto. Todo se intensifica. No solo el sexo. La manera en que me miran, lo que me provoca una caricia, el miedo, el deseo, el cariño. Todo tiene capas.

Tania asintió, esta vez más seria.

—Nunca pensé ver a mi hermano el mujeriego con vestido en las piernas de un hombre —dijo divertida—¿Y estás bien así? O sea… ¿quieres quedarte así?

Karina bajó la mirada. Llevaba semanas evitándose esa misma pregunta. Pero no podía mentirle a Tania.

—Al principio pensaba que era temporal. Que solo tenía que sobrevivir, fingir, adaptarme. Pero ahora… hay días en que me miro al espejo y ya no me reconozco como antes. Me reconozco así. No sé si soy mejor o peor, pero soy yo. Y lo que siento por Ricardo también es real. 

—¿Y él lo sabe?

Karina dudó. Recordó la mirada de Ricardo esa mañana. La distancia, el silencio.

—No completamente —dijo—. Tal vez sospecha cosas, pero nunca lo hablamos a fondo. No sé si está listo. No sé si yo estoy lista.

Tania se levantó y la abrazó.

—Pues ya va siendo hora de que lo hablen, ¿no crees? No puedes vivir una vida a medias por miedo.

Pasaron una tarde de chicas. Tania se probó ropa de Karina, criticó su selección de zapatos, y le hizo una manicura mientras hablaban de los exnovios de Tania, dramas familiares y sueños que parecían de otra vida.

En medio de las risas y las bromas, Karina recibió un mensaje en su celular. Era de Ricardo.

“Tenemos que hablar.”

El estómago se le encogió al leer esas tres palabras. Lo supo de inmediato: algo había pasado.

Acompañó a Tania hasta su departamento y, con una excusa breve, se dirigió al de Ricardo. Tocó la puerta y él abrió sin sonreír.

—¿Todo bien? —preguntó ella, con voz suave.

—¿Cuándo pensabas decírmelo? —soltó Ricardo, sin rodeos.

Karina frunció el ceño, confundida.

—¿Decirte qué?

Ricardo respiró hondo.

—Conozco a Tania. No mucho, pero la he visto antes. Es la hermana de Daniel. Pero se presentó como tu hermana y tú dijiste que Daniel era tu primo. ¿Qué está pasando?

El silencio cayó como una piedra entre ellos. Karina sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. Tania se había presentado como su hermana sin pensar en la historia que Karina había construido cuidadosamente.

Acorralada, Karina supo que ya no podía seguir ocultándolo.

—Está bien —dijo, sentándose en el borde del sofá—. Te voy a contar todo.

Y lo hizo.

Le habló de la mañana en que despertó siendo otra persona. De la carta de Elena. De los primeros días de caos, miedo, y rabia. De cómo había inventado a Karina para sobrevivir. Del trabajo, los empleados, los errores, los tropiezos. Y luego, de él. De lo que Ricardo había significado en su nueva vida. De los sentimientos, los momentos, el amor que había florecido sin planearlo.

Cuando terminó, Ricardo estaba sentado frente a ella, los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas, la mirada baja.

—¿No pensabas decírmelo jamás? —preguntó, sin levantar los ojos.

—Lo consideré muchas veces —respondió Karina—. Pero no es fácil decirle a tu novio que hace ocho meses tenías pene. Y que, además, eras su jefe.

Ricardo soltó una risa seca, mezcla de ironía y incredulidad.

—Todo este tiempo… yo pensando que te estaba conociendo. Que había encontrado a alguien con quien construir algo real.

—Todo lo que viví contigo fue real —insistió Karina—. Mis sentimientos son reales. No elegí que me pasara esto. Solo… me convertí en alguien que no esperaba ser y me enamoré de ti.

Él guardó silencio por un largo rato.

—Necesito tiempo para pensar.

Karina asintió. Se levantó con lentitud, como si su cuerpo pesara el doble. Caminó hacia la puerta, la abrió, y antes de salir, se volvió hacia él.

—Lo que hagas con lo que sabes ahora es tu decisión. Pero lo que viví contigo… para mí, fue lo más verdadero que he sentido en toda mi vida.

Y se fue.


lunes, 15 de diciembre de 2025

La cita pendiente (12)


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Capítulo 12: La cita pendiente

Karina despertó con una sonrisa. La luz entraba tímidamente por la ventana y, por primera vez en mucho tiempo, no sintió ese nudo en el pecho con el que había estado viviendo desde que despertó en ese cuerpo femenino que ahora reconocía como suyo. Se estiró como un gato y se sentó en la cama. Todavía podía sentir el peso de los brazos de Ricardo alrededor de su cuerpo, el calor de su aliento en su cuello, la ternura de sus besos.

Se levantó con energía y decidió ponerse un vestido. Uno sencillo, de tela ligera, pero que marcaba su silueta de forma suave. No era algo que usara a menudo en el trabajo, pero ese día quería sentirse guapa. Quería que Ricardo la viera. Que la deseara como la noche anterior.

Mientras manejaba hacia el centro ecoturístico, su celular vibró. Era un mensaje de Ricardo.

"Buenos días, Karina. Oye, ¿cómo debemos actuar respecto a lo de anoche en la oficina?"

Karina sonrió, sintiendo una mezcla de nervios y complicidad.

"Mantengamos las cosas normales, al menos un tiempo. Como si nada hubiera pasado."

La respuesta no tardó en llegar.

"Entendido, jefa. ¿Si estamos a solas te puedo besar?"

Karina soltó una carcajada. Ese hombre tenía una mezcla perfecta de ternura y atrevimiento que la desarmaba.

"Si no hay nadie cerca, podemos ponernos cariñosos, sí."

Llegó al centro con la sonrisa todavía en los labios. Eliot fue el primero en aparecer y la ayudó a abrir. Poco después llegó Joana, siempre puntual. Ricardo fue el último, con el cabello húmedo como si se hubiera duchado rápido y mal. Le lanzó una mirada cómplice que solo ella entendió. Karina sintió un calor en las mejillas que no tuvo que ver con el clima.

El día transcurrió con normalidad. Ella revisó algunas reservas, respondió correos, y al mediodía se cambió el vestido por ropa deportiva. Ese día le tocaba guiar un grupo pequeño en una caminata por el cerro. Aunque sudó y terminó agotada, no podía borrar la sonrisa de su rostro. Se sentía liviana, conectada con su entorno. Y consigo misma.

Al regresar, Joana la recibió en la recepción.

—Eliot está con un grupo en bicicleta —le informó—. Y Ricardo está en la parte de atrás, dándole mantenimiento a los kayaks.

—Perfecto, gracias —respondió Karina, aún jadeante, secándose el sudor con una toalla.

Fue a su oficina a tomar agua y revisó el celular. Un nuevo mensaje brillaba en la pantalla.

"Tenemos una cita pendiente. ¿El viernes te parece bien?"

Karina sintió mariposas en el estómago. No era común en ella. O en él. Pero ahí estaban, revoloteando como adolescentes.

"Claro. ¿A dónde vamos?"

"Es sorpresa. Pero ven con vestido bonito."

Karina se mordió el labio inferior y apoyó la cabeza contra el respaldo de la silla. Cerró los ojos un momento. La cita del viernes la esperaba como una promesa. Pero más allá de eso, algo dentro de ella había cambiado. Ya no estaba sobreviviendo. Estaba viviendo.

Y le estaba gustando.

. . . 

El viernes llegó más rápido de lo que Karina esperaba. Durante el día estuvo inquieta, distraída. Revisó dos veces su mochila de caminata, aunque no iba a usarla. Hasta Joana se dio cuenta.

—¿Tienes plan esta noche, jefa? —preguntó con una sonrisa cómplice.

Karina solo le respondió con una mirada traviesa y un “tal vez” antes de encerrarse en la oficina. A las cinco, se fue a casa para ducharse y prepararse. Eligió un vestido sencillo, de tela ligera, que dejaba sus hombros descubiertos. Se soltó el cabello y se puso un poco de perfume, el que casi nunca usaba.

A las siete en punto, su teléfono vibró.

—Estoy afuera —decía el mensaje de Ricardo.

Karina bajó con el corazón acelerado. Cuando abrió la puerta, lo vio recargado en su coche, con una camisa azul clara y el cabello aún húmedo. Sostenía una pequeña caja de cartón.

—¿Lista? —preguntó, ofreciéndole su mano.

—Más que lista —respondió ella, sonriendo.

Condujeron durante veinte minutos, saliendo del pueblo y subiendo por un camino de tierra hasta una zona que Karina reconoció: un mirador natural en la ladera del cerro, donde alguna vez había llevado un grupo al atardecer. Pero esa noche, todo era diferente.

Ricardo había colocado una mesa rústica de madera, un par de sillas plegables, una manta en el suelo con cojines y pequeñas luces colgantes entre los árboles. Sobre la mesa había una botella de vino tinto, dos copas y una cesta de picnic con pan, queso, frutas y algo más que no alcanzó a ver. También había velas encendidas, protegidas por frascos de vidrio.

Karina se llevó la mano al pecho, sorprendida.

—¿Hiciste todo esto tú?

—Con un poco de ayuda de Eliot. Pero sí. Quería que fuera especial —respondió él, bajando del coche y acercándose.

—Lo es —dijo ella, mirándolo a los ojos.

Se sentaron, brindaron por “una noche sin tormentas”, y comieron entre risas y silencios cómodos. La comida era sencilla pero deliciosa, y el vino ayudó a que Karina se relajara. El cielo se iba oscureciendo poco a poco, y las estrellas comenzaron a encenderse una a una.

—¿Sabes? —dijo Ricardo, después de un rato—. No había planeado sentir esto por ti.

Karina lo miró, con una mezcla de ternura y precaución.

Ella bajó la mirada, tocando el borde de su copa. Su corazón latía fuerte.

—Yo tampoco planeé nada de esto —dijo—. Es como si... la vida me hubiera obligado a parar y mirar desde otro ángulo. Y te vi a ti.

Ricardo se acercó. La besó despacio, con una mano en su mejilla. Fue un beso sin urgencia, como si el mundo pudiera quedarse quieto un momento solo para ellos.

Después, se sentaron sobre la manta, ella apoyada en su pecho, él acariciándole el cabello mientras miraban el cielo.

—¿Crees en las segundas oportunidades? —preguntó ella en voz baja.

—Creo que a veces la vida no te da otra cosa más que eso. La primera siempre se va sin más.

Karina cerró los ojos. No sabía cuánto duraría esa nueva versión de su vida. No sabía si el hechizo —fuera cual fuera— que la había convertido en Karina tenía fecha de caducidad. Pero por esa noche, no quería pensar en nada, solo quería estar con Ricardo. Ser una mujer acompañada de su hombre. 


Pensó en la ironía que hace poco menos de un año hubiera deseado ser el hombre en una escena así. Pero había encontrado la felicidad en su nueva vida. Y Solo podía pensar en la brisa tibia. En las estrellas. Y en el cuerpo cálido a su lado.

domingo, 14 de diciembre de 2025

Después de la tormenta (11)


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Capítulo 11: Después de la tormenta

El beso se prolongó durante un par de minutos. Luego vino otro. Y otro. A los besos siguieron las caricias, como si de pronto todo lo que habíamos contenido durante semanas, incluso meses, estuviera explotando sin control.

Sentí las manos de Ricardo en mi cintura, en mi espalda, en mis nalgas. Me dejé llevar, respirando entrecortadamente. Antes de darme cuenta, me estaba quitando la sudadera y el top. Quedé desnuda en la parte superior del cuerpo, con el pecho agitado y la piel caliente, húmeda por la reciente tormenta y por algo más profundo.

Entonces, como si al mismo tiempo hubiéramos recordado dónde estábamos, ambos nos detuvimos. Nos miramos con los labios entreabiertos, respirando con fuerza. La oficina no era el lugar para lo que nuestros cuerpos y emociones nos pedían.

Yo fui la primera en romper el silencio.

—Ven conmigo —le dije, tomándolo de la mano, me dió un poco de pudor y cubri mis senos con mi brazo. 

Cruzamos el pasillo en silencio, todavía con la adrenalina latiendo en las venas, y entramos al vestidor de hombres. Busqué una de las bancas de madera largas y limpias, coloqué una toalla encima y me senté ahí, con las piernas ligeramente abiertas, mirándolo.

—¿En qué estábamos? —susurré, con una sonrisa ladeada, antes de jalar a Ricardo hacia mí.

Entonces todo sucedió sin palabras.

Entre caricias, nuestros cuerpos fueron quedando al descubierto, piel contra piel. Yo, con mi nuevo cuerpo de apenas un metro cincuenta y cuarenta y cinco kilos, me sentí diminuta frente a Ricardo. Él medía casi uno noventa, sus músculos definidos como esculpidos a mano le daban un peso de casi cien kilos. Sentía su fuerza en cada movimiento, en cómo podía moverme, acomodarme, tomarme en sus brazos como si fuera pluma.

Y, sin embargo, no sentí miedo. Al contrario. Me sentí viva.

Me dejé hacer, con los ojos cerrados y el corazón latiéndome en todo el cuerpo. En esa extraña y poderosa vulnerabilidad encontré una forma de libertad que no había conocido antes. Antes de que pudiera sobrepensarlo, Ricardo ya estaba dentro de mí. Fue intenso, fue dulce, fue salvaje.

Cuando todo terminó, quedamos en silencio, respirando juntos, compartiendo el calor de nuestros cuerpos. Luego, poco a poco, fuimos vistiéndonos. La realidad volvió con suavidad, como una canción bajando el volumen.

—Te llevaré a casa —dije.

Ricardo asintió. No discutió.

Durante el trayecto en auto, la ciudad seguía húmeda y silenciosa. En un momento, la mano de Ricardo se posó sobre mi muslo. Yo no la aparté. Solo sonreí.

Frente a su casa, Ricardo me besó de nuevo. Esta vez fue un beso distinto. No tenía prisa. Era un beso con promesas. Con ternura. Con una verdad que ya no podíamos negar.

—Buenas noches —dijo él, antes de bajarse.

Lo vi entrar a su casa y luego retomé mi camino de regreso, con una sonrisa que no pude —ni quise— esconder.

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, dormí sin pensar en el pasado. Sin pensar en lo que había perdido. Sin pensar en quién fui antes. Sin pensar en Daniel. Solo pensé en quién era yo ahora. Por primera vez, solo existí Karina.

sábado, 13 de diciembre de 2025

Bajo la tormenta (10)

 


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Capítulo 10: Bajo la tormenta

Los días siguientes fueron más llevaderos para Karina.

El juguete —ese pequeño secreto que compartía con Tania y con nadie más— le ayudaba a liberar tensión física, y con ello parecía recuperar cierta calma emocional. Aunque sus pensamientos de culpa eran más pesados. ¿Cómo podría disfrutar tanto de un consolador cuando hace unos meses había sido un hombre? Por qué tenía sentimientos femeninos y tan fuertes por Ricardo—a veces bastaba con verlo levantar una caja o reírse con Eliot para que su estómago se revolviera— pero al menos, por ahora, lo tenía bajo control.

La oficina volvía a sentirse como un espacio seguro.

Esa tarde, sin embargo, algo alteró la rutina.

Llegó un grupo de turistas extranjeros, entusiastas, cargados con mochilas y cámaras, buscando una caminata por los senderos del cerro. Eran alrededor de las dos de la tarde. El cielo estaba despejado, pero Karina sabía que el pronóstico era incierto: se esperaba una posible tormenta eléctrica.

—¿Seguro quieren subir hoy? —preguntó en inglés, con una sonrisa diplomática—. Hay posibilidad de tormenta más tarde. Podrían hacer la ruta corta mañana temprano...

—Nos vamos mañana del país —respondió uno de los turistas—. Es ahora o nunca.

Insistieron tanto que Karina cedió. El pronostico era de tormentas ligeras, se podía regresar si el agua no venía con fuerza, pensó. Estaba a punto de calzarse las botas para guiar el grupo ella misma cuando Ricardo se adelantó.

—Yo me encargo —dijo él, ya preparándose. 

Tenía una cara de determinación que Karina había visto antes. Confiaba mucho en él, era su mejor elemento así que decidió dejarle esa tarea.

—Está bien —dijo, con un tono serio—. Pero nada de paradas largas. Diez minutos máximo en cada punto. Y si ves que el cielo se pone feo, bajan de inmediato.

—Entendido, jefa.

Ricardo salió con el grupo, y Karina se quedó en la oficina. Por un rato, todo estuvo en calma.

Hasta que dejó de estarlo.

La tormenta no anunció su llegada. Simplemente cayó del cielo con una violencia repentina. El viento se arremolinó como un látigo, las primeras gotas fueron gruesas y frías, y al cabo de minutos la montaña estaba sumida en una oscuridad prematura, como si el día hubiera saltado directamente a la noche.

Karina y Joana intentaron comunicarse por radio con Ricardo.

Nada.

La interferencia era total.

Pasó más de una hora así. El cielo rugía, y los rayos partían la lejanía como espinas de luz blanca. Las palmas de Karina sudaban, aunque hacía frío. Caminaba de un lado a otro sin decir nada. Eliot intentó hacerla reír con un par de comentarios, pero ni siquiera lo escuchó.

Finalmente, cerca de las cinco, una señal rompió el silencio estático del radio.

—Jefa, encontré un refugio, estamos todos bien... —La voz de Ricardo sonó entrecortada, seguida por un zumbido de interferencia. No pudieron escuchar el resto.

Karina apretó el transmisor, pero no hubo respuesta. Solo ruido blanco.

Otra hora pasó. Luego otra más. Afuera la lluvia ya era solo un murmullo, y el cielo empezaba a aclarar tímidamente. El radio volvió a hacer un crujido.

—Jefa, seguimos bien. Comenzaremos el descenso.

Fue todo lo que dijo.

Karina soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta. No sabía si debía llorar, gritar o simplemente sentarse. Pero lo importante era que estaban bien. Al menos eso parecía.

Eran cerca de las ocho de la noche cuando por fin llegaron.

Empapados, con el barro pegado a las botas y los rostros demacrados por el cansancio, pero vivos. A salvo. Karina los esperaba en la recepción con toallas limpias, termos con té caliente y unos bocadillos que Joana había preparado.

Ricardo fue el último en entrar, cerrando la puerta detrás de todos. Su camiseta deportiva estaba completamente pegada al torso, revelando cada fibra de sus músculos tensos por el esfuerzo. Karina lo miró sin poder evitarlo. Sus ojos recorrieron sus hombros, su pecho, la línea que marcaba sus abdominales a través de la tela mojada. Cuando Ricardo notó la mirada, le sonrió con esa tranquilidad que solo él podía tener, como si todo estuviera bien porque simplemente él estaba allí.

Karina apartó la vista, sonrojada.

Ya más secos y sentados con los bocadillos en la mano, los turistas comenzaron a contar lo que habían vivido. Uno de ellos relató cómo Ricardo mantuvo la calma incluso cuando el cielo parecía romperse sobre ellos.

—Encontró una cueva y la revisó con su linterna antes de dejarnos entrar —dijo un joven de acento australiano.

—Nos hizo reír con historias absurdas para que no pensáramos en los truenos —agregó una chica francesa—. Fue como... nuestro guía y terapeuta al mismo tiempo.

—Me lo quiero llevar conmigo de vuelta a casa —bromeó otra, tocándole el bíceps a Ricardo, que rió con modestia.

Karina sintió un nudo en el estómago.

Era celos, lo sabía. Celos puros, primitivos, irreprimibles. Apretó las manos bajo la mesa y se obligó a sonreír como si nada pasara.

Poco después, el grupo se despidió. Agradecieron mil veces, se tomaron fotos con Ricardo y prometieron dejar buenas reseñas. La tormenta había quedado atrás, al igual que la tensión.

Ya solo quedaban ellos dos en la oficina. Afuera el viento había menguado. Solo se escuchaba el murmullo de las hojas mojadas y el goteo constante del techo.

Ricardo se acercó a ella con una expresión seria, casi vulnerable.

—Karina… —comenzó, bajando la voz—. Mientras estaba allá arriba, llegué a pensar que no lograríamos bajar. El cerro se estaba deslavando en algunas partes. Una de las veces… fue demasiado cerca.

Ella lo miró, sin decir nada.

—Pensé que no volvería a verte —añadió, tomándole la mano.

Karina tragó saliva. Su corazón latía con fuerza.

—Lo curioso es que, a pesar del miedo, solo me arrepentía de una cosa —dijo Ricardo.

Guardó silencio. Karina contuvo el aliento.

—¿Aceptarías una cita conmigo?

El tiempo pareció detenerse.

Ella lo miró a los ojos, y todo se quebró dentro de ella. El control, las dudas, la resistencia que había intentado mantener durante semanas.

Se lanzó a sus brazos y, sin más palabras, se fundieron en un beso.

Un beso cálido, húmedo, lleno de todo lo que habían callado. El alivio de saber que estaban vivos. El deseo acumulado. La verdad que ya no podían seguir negando.

En ese momento no le importó antes haber sido Daniel. No le importaban sus pensamientos confusos. Solo le importó que Ricardo volvió sano y salvo; y que ahora estaban juntos fundidos en un beso. 

viernes, 12 de diciembre de 2025

El juguete (9)


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Capítulo 9: El juguete

Evité a Ricardo durante los días siguientes. Siempre tenía una excusa: que debía revisar cuentas, que tenía llamadas pendientes, que no me sentía bien. Pero por dentro, sabía que lo evitaba por miedo. A lo que pudiera decir. A lo que pudiera hacer. A lo que yo pudiera sentir. A la confusión que me provocaba que hace menos de medio año yo era un hombre con novia y ahora era una mujer caliente por él. 

Las pocas veces que nos cruzábamos, algo dentro de mí vibraba. Sin quererlo —o quizás sí—, lo observaba. Me descubría mirando sus brazos fuertes, el pecho firme bajo la camiseta ajustada, incluso… el bulto entre sus pantalones. Y cada vez que lo hacía, me sentía sucia. Confundida. Humana.

Los sueños húmedos no ayudaban.

En uno de ellos, estaba en mi oficina, revisando documentos, cuando Ricardo entraba sin camisa, su piel bronceada brillando con el sudor de la caminata. Yo me lanzaba a sus brazos, él me alzaba con facilidad y mis piernas se enroscaban alrededor de su cintura. Nos besábamos con desesperación. Intentaba no pensar en lo que pasaba después en el sueño, pero mi cuerpo sí lo recordaba. Lo recordaba demasiado bien.

En otro sueño, Ricardo me rescataba. Yo era quien estaba atrapada en la zanja. Ricardo bajaba por mí, me tomaba en sus brazos, me cargaba con fuerza y me sacaba a la superficie. Al llegar arriba, me abrazaba y me besaba con fiereza. Luego comenzábamos a tocarnos… pero antes de que el sueño siguiera, me desperté exaltada, con el corazón latiéndome en la garganta.

Todo eso me tenía al borde de un ataque de nervios.

Para colmo, también evitaba —hasta cierto punto— a Joana. Agradecía su silencio, pero la sensación de haber sido descubierta me generaba una incomodidad constante. El trabajo, que antes era mi refugio, se había convertido en un campo minado. Evitaba a dos de mis tres empleados. Solo podía hablar con Eliot con naturalidad.

Harta del nudo constante en el estómago, decidí llamar a mi hermana. Necesitaba hablar con alguien que realmente me conociera.

Tania estudiaba psiquiatría en el extranjero. Atendió la videollamada con su rostro fresco y una taza de café en la mano.

—¿Todo bien? —preguntó de inmediato, notando la tensión en mi cara.

Solté un suspiro largo y le conté todo. Primero, que Joana descubrió mi secreto. Descubrió que soy Daniel. Que me convertí en mujer de alguna manera pero soy yo. 

—Sentirse expuesta en algo tan íntimo y secreto siempre genera shock —me dijo Tania con suavidad—. Pero si crees que Joana no va a decir nada, entonces relájate. El peor escenario ya pasó. Y sigues ahí, viva.

Asentí, pero había más.

—Ok… hay otra cosa que quiero contarte.

Y entonces le relaté todo lo que había pasado desde el rescate de Ricardo. Cómo me había salvado, cómo me había cargado, la forma en que me miraba, y cómo desde ese día no podía dejar de pensar en él. Cómo lo observaba, lo deseaba, lo soñaba. Todo.

Tania escuchó sin interrumpir. Luego sonrió, como si ya lo hubiera imaginado.

—Tiene sentido —dijo con tono profesional, aunque con una chispa divertida en los ojos—. Tu cuerpo es femenino ahora, Karina. Y es completamente normal sentir atracción por un macho que ha demostrado fuerza y confiabilidad. Es un instinto primitivo. Básico. Está codificado en nuestro cerebro desde hace miles de años. Las mujeres lo sentimos porque garantiza que nuestra pareja será alguien que podrá protegernos y cuidar de nosotras y de nuestros hijos.

Puse los ojos en blanco.

—No me hables de bebés, por favor.

Tania rió.

—Lo digo en términos evolutivos, tranquila. Solo te digo que lo que sientes no es raro. No es perverso. Es biología.

Suspiré.

—No lo entiendo. Yo soy… era… Daniel. ¿Cómo puede mi cuerpo estar reaccionando así?

—Porque tu cuerpo es distinto ahora —dijo Tania—. Pero también porque estás viviendo cosas nuevas, emociones nuevas. Y te estás permitiendo sentirlas.

Se hizo un silencio. Entonces Tania lo soltó, con una sonrisa pícara:

—Deberías dártelo.

—¡¿Qué?! —exclamé, casi atragantándome.

—A Ricardo. Tiene todo el perfil de buen amante. Y parece que a ti ya te tiene loca.

—No puedo hacer eso, Tania —respondí, visiblemente exaltada.

—¿Por qué no?

—Porque… no lo sé. Porque todavía me estoy descubriendo. Porque no sé lo que quiero. Porque... no sé si soy yo la que lo quiere. O si es este cuerpo.

Tania se quedó pensativa un momento y luego dijo:

—Entonces empieza por entender lo que sientes. Sin miedo. No te juzgues por tener deseo. Eres humana. Y además, mujer. No hay nada malo en desear a alguien que te hace sentir protegida.

Bajé la mirada, en silencio.

Sabía que mi hermana tenía razón. Pero eso no hacía que fuera más fácil.

Tania sonrió de nuevo, y supe que esa expresión no auguraba nada inocente.

—Te voy a mandar algo. Tal vez te ayude —dijo mientras tecleaba algo en su computadora—. Es un juguete.

Arqueé una ceja, intrigada. Instantes después, me llegó un mensaje con un enlace de Amazon. Al abrirlo, mis mejillas se encendieron de inmediato.

—¡¿Tania?! —exclamé, bajando la voz como si alguien pudiera oírme.

—¿Qué? Llevas casi medio año en ese cuerpo. Seguro que imaginas la manera de usarlo —dijo Tania con toda naturalidad, como si hablara de una crema facial.

Estaba completamente roja. Sentía que el calor me subía por el cuello y me hervía en las orejas.

—No puedo creer que me estés recomendando esto…

—Piensa en ello como terapia física —agregó Tania, aún divertida—. Tal vez no estás enamorada. Tal vez solo tienes ganas, y quitártelas hace que dejes de pensar en Ricardo todo el día. A veces el cuerpo solo necesita una vía de escape.

Desvié la mirada, incómoda. Pero no podía negar que mi hermana tenía un punto. Si aquello podía ayudarme a sacarme de la cabeza —o del cuerpo— esa ansiedad que me consumía, tal vez valía la pena intentarlo.

Suspiré.

—Voy a pensarlo.

—Cómpralo ahora, ya me agradecerás después—dijo Tania con una risita, antes de despedirse.

Cerré la videollamada y me quedé sola, mirando el link.

Tal vez tenía razón. Tal vez valía la pena hacer la prueba.

El paquete llegó esa misma tarde.

Me sobresalté al oír el timbre. Me asomé por la ventana y vi al repartidor alejándose. El paquete estaba en la puerta, discreto, sin logos visibles. Lo tomé con rapidez, como si alguien pudiera descubrirme.

Pasé el resto del día evitándolo. Lo dejé sobre la cama, sin abrirlo, caminando a su alrededor como si fuera una bomba. Pero al llegar la noche, después de la ducha, en el silencio de mi habitación, decidí enfrentarlo.

Con manos temblorosas, rasgué el empaque.

Allí estaba.

Lo sostuve entre mis dedos, lo miré de todos lados. Me sentí ridícula por un momento. Pero también... curiosamente humana. Como si fuera parte de un rito que muchas mujeres habían hecho alguna vez.

Me acosté, respiré profundo y dejé que la curiosidad venciera a la vergüenza.

Al principio fue torpe. No sabía exactamente cómo meterlo, cómo moverme, cómo guiar mi propio cuerpo. Pero poco a poco, algo dentro de mí comenzó a despertar. Mi respiración se agitó, mis muslos se tensaron, mi espalda se arqueó.

Y en el momento cúlmine, justo cuando sentía que el mundo desaparecía, una imagen apareció con fuerza en mi mente.

Ricardo.

Ricardo sobre mí, dentro de mí. Su cuerpo, su fuerza, su respiración contra la mía. Era él quien me estaba llenando, era él quien me hacía estremecerme.

Me vine con un gemido ahogado y los ojos cerrados. Una calma infinita me envolvió, como si por fin hubiera liberado algo que me tenía atrapada desde hacía semanas.

Me quedé en la cama, respirando lento, con las sábanas enredadas entre mis piernas.

Pero Ricardo seguía ahí, en mi mente. No se había ido.

Tal vez no había funcionado del todo.

Pero al menos, pensé mientras me tapaba con la colcha, había sido un respiro en medio de mi vida sofocante.

jueves, 11 de diciembre de 2025

Cambios inevitables (8)

 


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Capítulo 8: Cambios inevitables

El día siguiente al rescate fue, sin dudas, uno de los más difíciles para mí.

Me desperté con el corazón acelerado, el cuerpo tibio y una sensación extraña entre las piernas. Tardé unos segundos en recordar el sueño que me había dejado así.

Estaba en la playa, vestida con un vestido blanco que se agitaba con la brisa marina. A mi lado caminaba Ricardo, descalzo, tomando mi mano con ternura. La arena estaba tibia, el cielo anaranjado por el atardecer.

—¿Dónde estuviste toda mi vida? —me decía él, mirándome como si fuera la única persona en el mundo.

—Haciendo unos cambios en mí —respondía yo con una sonrisa tímida.

Y luego nos besábamos. Un beso lento, profundo, dulce… tan real que al despertar podía recordar el sabor salado de sus labios.

Me senté de golpe en la cama, aún respirando agitada. El sueño me había aterrado, no solo por lo vívido, sino por lo que despertaba en mí. ¿Estaba enamorándome? ¿Era eso posible? ¿O era solo la confusión de tantas emociones cruzadas?

Y lo peor: una parte de mí deseaba volver a soñarlo.

Sacudí la cabeza, tratando de sacarme la imagen de Ricardo de la mente. Tenía un tour programado ese día. Necesitaba enfocarme. Me duché y me preparé como siempre, aunque algo seguía revolviéndose en mi estómago.

Ya en las instalaciones, fui al vestidor a cambiarme de ropa. Al bajar los pantalones sentí algo raro. Una humedad inusual.

Miré mi ropa interior.

Sangre.

Mi mente tardó unos segundos en procesarlo. Toqué el tejido, lo olí. No había duda. Era sangre.

Sentí que el mundo se detenía.

La cabeza me dio vueltas. Me apoyé contra la pared, tratando de respirar. Estaba sola en el vestidor y no sabía qué hacer.

Con las manos temblorosas, tomé el celular y le escribí a Joana:

¿Puedes venir al vestidor? Es urgente. Estoy… no sé. Estoy mal.

Joana llegó en menos de un minuto, algo alarmada.

—¿Qué pasó? —preguntó al entrar.

Yo solo levanté la vista, con el rostro pálido.

—Estoy… sangrando. Ahí abajo.

Joana me miró perpleja por un segundo. Luego parpadeó.

—¿Es en serio? ¿Nunca habías tenido tu periodo?

Negué con la cabeza, apretando los labios. Sabía que era un periodo pero al ver sangre en mi entrepierna no pensé en eso como primera opción, ni siquiera estaba en las veinte opciones que consideré.

—Nunca. Es la primera vez.

Joana asimiló la información, tragó saliva y recuperó su tono práctico.

—Ok. Está bien. No pasa nada. Te voy a ayudar.

Sacó su teléfono y le escribió rápidamente a Eliot y a Ricardo. Luego me miró.

—Le pedí a Ricardo que dé el tour. Y Eliot se queda en la oficina por si llega alguien. Yo me voy a encargar de ti.

Asentí, sintiendo cómo la presión en el pecho se aflojaba apenas. No estaba sola.

Joana buscó en su bolso un par de toallas femeninas, me las pasó con cuidado y comenzó a explicarme todo como si se tratara de una adolescente atravesando la pubertad.

—También vas a tener que aprender a usar tampones —añadió con delicadeza—. Con la ropa ajustada que usamos para las caminatas, la toalla se marca demasiado.

La miré, horrorizada.

—¿Tampones? ¿También eso?

Joana sonrió apenas, comprensiva.

—No ahora, tranquila. Ya es demasiado con todo lo que estás pasando.

Fruncí el ceño.

—¿Todo lo que estoy pasando?

Joana suspiró. Bajó la voz. Se sentó a mi lado en la banca del vestidor.

—Sí. Tal vez me estoy volviendo loca, pero todo encaja. Lo resolví… Eres Daniel.

Sentí que el mundo se me venía encima. Una cosa era haberle contado mi secreto a Tania, mi hermana, pero otra muy distinta era verme descubierta así, sin control, sin red.

—¿Cómo te diste cuenta? —pregunté con voz apenas audible.

Joana me miró con ternura y firmeza.

—No sabes nada sobre ser mujer. Tuve que ayudarte a elegir ropa y maquillarte para el encuentro con el alcalde. También noté que nunca habías usado tacones hasta ese día… todo me parecía raro. Pero lo de hoy lo confirmó todo. Ninguna mujer tiene su primer periodo a tu edad. A menos que haya empezado a ser mujer hace poco.

Se detuvo un momento, dándome tiempo para procesar.

—Además, conoces demasiado bien el negocio. Nadie aprende a manejar esto en semanas. Es imposible saber todo lo que tú sabes… a menos que lo hayas hecho durante años. Como Daniel.

Estaba en shock. Mi rostro empalideció, sentí la sangre zumbando en mis oídos. No había forma de negar nada. Todo tenía sentido. Demasiado sentido.

—No te preocupes —agregó Joana rápidamente—. No le diré a nadie. Además, nadie me creería.

Asentí, vencida.

—Gracias —dije apenas—. Creo que… me voy a tomar el resto del día. Tengo muchas cosas que pensar.

Joana me abrazó brevemente, con esa calidez callada que no necesitaba palabras. Luego salió, dejándome sola en el vestidor.

El resto del día lo pasé en casa, viendo el tiempo pasar desde la ventana.

Había contratado a un detective hacía unos meses, con la esperanza de dar con el paradero de Elena. Pero hasta ahora, nada. Ni una pista. Ni una señal.

No parecía que podría volver a ser Daniel pronto. Y esa tarde, por primera vez, no deseaba otra cosa.

O eso creí.

Porque en medio del silencio, la imagen de Ricardo apareció en mi mente. Su sonrisa. Sus brazos. La forma en que me había mirado en el sueño.

Un pensamiento fugaz me cruzó:

Quisiera estar en sus brazos ahora mismo.

Y al darme cuenta de lo que acababa de pensar, rompí a llorar.

Lloré por Daniel. Por Karina. Por todo lo que había perdido. Y por todo lo que, quizás, empezaba a querer sin entender por qué.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

El vestido blanco

 


El día amaneció sin una nube. La luz que se filtraba por las cortinas de la suite nupcial era dorada, prometedora. Yo estaba mirándome en el espejo, definitivamente ya no era Jairo, ahora era Janine... y pronto me volvería una esposa.

Las chicas llegaron temprano, cargando bolsas, risas y una energía contagiosa.

“¡Vamos, novia, que el tiempo vuela! Debes vestirte de inmediato” dijo Carla, a quién engañé con su mejor amiga cuando fui un hombre.

El vestido colgaba de la puerta del armario, una obra de encaje y seda. Era más pesado de lo que imaginaba. La primera gran batalla fue con el corsé interior.

“Respira hondo… y ahora suelta el aire,” instruyó Valeria, quien se había arrodillado detrás de mí mientras yo me aferraba a un poste de la cama. Sentí las cintas apretarse, moldeando mi cintura, levantando mi busto. Una sensación de contención y, a la vez, de una feminidad exquisitamente definida. Jadeé un poco.

“Duele un poco,” admití, con una risa nerviosa.

“Es la belleza, querida. Duele por unos minutos pero vale la pena” dijo Sofía, ajustando un tirante con manos expertas. “Además, cuando veas la expresión de Andrés, se te olvidará todo.”

Entre las cuatro, con paciencia y un par de bromas para distraerme, lograron cerrar el corsé. Luego vino el vestido en sí, un suave y pesado manto que levantaron con reverencia y deslizaron sobre mi cuerpo. Cuando lo abrocharon, sentí un escalofrío. El encaje rozaba mi piel, la cola se extendía detrás de mí con majestuosidad. Era real.

Los tacones fueron el siguiente desafío. Altos, delgados, elegantes. Como hombre, jamás habría imaginado el equilibrio y la fortaleza que requerían.

“Acostúmbrate a caminar con ellos antes de la ceremonia,” sugirió Laura, observándome desde la puerta con una expresión que no lograba descifrar: era orgullo, nostalgia y algo más…

Di mis primeros pasos vacilantes. Una de ellas me ofreció su brazo, otra arreglaba el ruedo de mi vestido. Sentí la red sólida y cálida de la amistad femenina. Me estaban guiando, no por venganza, sino por mi felicidad.

“Estás radiante, Janine,” murmuró Carla. Las demás asintieron. El perdón y la aceptación se habían sellado en ese instante, entre risas, consejos picantes y la ayuda con los broches complicados.

Llegó el momento. La música comenzó a sonar a lo lejos, el murmullo de los invitados se convertía en un susurro expectante. Mi padre, me esperaba al final del pasillo. Había sido un dolor convencerlo de que su su hijo ahora era su hija pero cuando lo entendió estuvo feliz de llevarme al altar.

Antes de salir, Laura se acercó y me tomó de las manos.

“Él te quiere, Janine,” dijo, su voz seria y clara. “Lo que empezó como mi venganza… se convirtió en algo verdadero. Sé feliz.” Su apretón fue fuerte. Ya no era la hechicera vengativa, sino mi amiga que, de la forma más retorcida posible, me había dado el mayor regalo: a mí misma.

La caminata por el pasillo fue un sueño. Las miradas de los invitados, las sonrisas, el mar de rostros borrosos. Pero al fondo, bajo un arco de flores blancas, estaba él. Andrés. Su traje color vino hacía resaltar su sonrisa, ancha y desarmada. Sus ojos, llenos de una admiración tan profunda que me hizo olvidar el peso del vestido y el pinchazo de los tacones. Solo existía él.

Ese día me casé, lo hice sin ningún arrepentimiento, ya no era más Jairo en lo absoluto, solo existía la mujer que nació de él. La mujer a la que le encanta tener relaciones con su novio, la que aceptó su propuesta de matrimonio y está en el altar a punto de casarse. La mujer que soy: Janine.



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Esta Caption es parte de una Serie

Parte 1: Ayuda
Parte 2: Las Damas

martes, 9 de diciembre de 2025

ÍNDICE DE CONTENIDO

📌 ÍNDICE DE CAPTIONS

🔹 CAPTIONS
¿No te interesan los relatos largos y solo quieres ver captions? Puedes encontrarlas todas [aquí]

🔹 CAPTIONS SERIALIZADAS
Si te gustan las captions pero prefieres que tengan continuidad, en esta sección encontrarás algunas que se desarrollan como una historia. Puedes empezar a leerlas [aquí]

🔹 CLÍNICA VENUS
¿Te atrae la temática de transformación total? En esta sección encontrarás captions ambientadas en la Clínica Venus, una empresa que se dedica profesionalmente a convertir hombres en mujeres. Puedes explorarlas [aquí].

🔹 TOP
Lo mejor de lo mejor. Aquí están recopiladas las captions que han logrado destacar en los tops semestrales o anuales del blog. Si quieres empezar por las favoritas del público, puedes hacerlo [aquí]

📌 ÍNDICE DE RELATOS


🔹 EL DETECTIVE CON FALDAS (EN PUBLICACIÓN)
Tony es un niño muy inteligente… aunque un poco bajito para su edad. Cuando su prima Shirley ve a una misteriosa niña encerrada en el anexo de una casa, decide investigar. Consigue que la inviten junto a un grupo de amigas, pero para no levantar sospechas, le pide a Tony que se una a ellas... como Antonia, otra "niña" del grupo.
Ese es solo el comienzo de las aventuras del Detective con faldas, que resolverá más de un misterio armado con ingenio, vestidos y lápiz labial.
Puedes comenzar a leer su historia [aquí]

🔹 DISCIPLINA DEL LÁPIZ LABIAL (EN PUBLICACIÓN)
Greg se está volviendo un chico difícil: miente, engaña y rompe las reglas. Su madre, decidida a corregir su conducta, toma medidas drásticas.
Pronto, Greg se verá transformado en Pamela, la hija ejemplar que mamá siempre quiso. El mal comportamiento quedará atrás, y en su lugar llegará una nueva vida: amistades inesperadas… y hasta algún beso con otro chico. Puedes leer su historia [aquí]

🔹 LA NOVIA DE MI MEJOR AMIGO (15 PARTES)
Esta historia sigue a Daniel, un chico común cuya vida cambia para siempre tras recibir la misteriosa luz de un meteorito. Al despertar, descubre que ahora es Daniela. Solo su mejor amigo —¿o se volverá algo más?— Guille conoce la verdad. Juntos, buscarán una solución al "problema", mientras los sentimientos entre ellos comienzan a cambiar. Puedes comenzar a leerla [aquí]



🔹 ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA L (7 PARTES)
Carlos está enamorado de Paola, pero hay un pequeño detalle: ella es lesbiana. Desesperado por tener una oportunidad, decide tomar una misteriosa pastilla rosa que lo transforma en Carolina. Lo que comienza como un intento por acercarse a ella, se convierte en un viaje inesperado de descubrimiento personal y nuevos sentimientos. Puedes leer la historia completa [aquí]

🔹 CONEJITA EN PATINES
Esteban es el asistente del entrenador de las Roller Rabbids, un equipo femenil de hockey sobre asfalto, cuando la jugadora estrella es lesionada en un juego. El coach y la doctora del equipo le proponen a Esteban usar el "Protocolo: Afrodita" para que pueda convertirse en mujer y ser parte del equipo. Por desgracia, o fortuna, esto implicará nuevas aventuras y emociones femeninas para Esteban o mejor dicho para Dulce. Puedes leer la historia completa [aquí]


🔹 LA AVENTURA DE KARINA
Daniel es el dueño de un exitoso negocio de ecoturismo pero cuando engaña a Elena, ella lo castiga convirtiéndolo en mujer. Ahora Daniel, convertido en Karina tendrá que mantener su negocio a flote mientras se acostumbra a su nuevo cuerpo. Al poco tiempo uno de sus empleados le comienza a parecer atractivo y se verá envuelta en un nuevo mundo de emociones femeninas. Puedes leer la historia completa [aquí]






Contrato



Mi jefe me llamó justo cuando llegué al trabajo. Cuando llegué a su oficina, mi jefe me dio un contrato. Lo leí y pensé que era algún tipo de broma. Yo era nuevo aquí y era mi primer trabajo, pero el contrato me ofrecía dinero más allá de mi imaginación, un coche de lujo y una villa donde podía vivir. Fui lo suficientemente ingenuo para creerlo. Sin leer hasta el final, firmé, sellando así mi destino.



Ha pasado un año y todavía tengo dudas. Por supuesto que obtuve las riquezas prometidas, pero también perdí algo: mi dignidad y hombría, ya que tuve que convertirme en la esposa trofeo de mi jefe, satisfaciendo todas sus necesidades. Tan pronto como me inscribí me vi obligada a pasar por una transición que me convirtió en mujer. Luego conseguí una nueva identidad y me casé con mi jefe. 



Aunque no tengo que preocuparme por el dinero o el trabajo, prefería renunciar a todo y volver a mi antigua vida en pantalones. Pero ya es demasiado tarde, el contrato era de por vida y además todos los días mi esposo me toma sin protección. Es cuestión de tiempo para convertirme en madre de nuestro primer hijo. Supongo que es cuestión de tiempo para aceptar que pasaré el resto de mi vida en vestido y medias. 

lunes, 8 de diciembre de 2025

INDICE. DISCIPLINA DEL LÁPIZ LABIAL.




Crearé esta entrada para que puedan tener una lectura más fácil de la saga de la disciplina del lápiz labial. 


EL NACIMIENTO DE PAMELA

El nacimiento de Pamela incluye los capítulos que explican porque Greg comenzó a usar ropa de niña hasta ser bautizado Pamela y sus primeras aventuras en público.

Capítulo 1: Los primeros años

Capítulo 2: El nuevo sabor del jabón

Capítulo 3: Mentiras rosas

Capítulo 4: Charlas de chicas

Capítulo 5: Mi secreto es descubierto

Capítulo 6: Más cambios

Capítulo 7: Un día muy extraño.

Capítulo 8. Una tarde más extraña

Capítulo 9: Un nuevo régimen


PAMELA LA NIÑA

Los capítulos siguientes hablan de la introducción de Pamela a los rituales femeninos desde su primer limpieza femenina, hasta su primer cumpleaños como chica, su primera cita en vestido, sus primeros sueños húmedos femeninos y su primer trabajo en vestido y tacones.

Capítulo 10: Juegos Secretos

Capítulo 11: Fantasías de una madre y su hija

Capítulo 12: La cumpleañera

Capítulo 13. Fiesta para una debutante

Capítulo 14. Diversión en verano.

Capítulo 15. Atrapado en un bikini..

Capítulo 16: La prueba

Capítulo 17. El Día de Sadie Hawkins

Capítulo 18: La primera cita de Greg

Capítulo 19: Una noche de sorpresas

Capítulo 20: Una novia agradecida

Capítulo 21: Víctima de las circunstancias

Capítulo 22: Dama de Servicio

Capítulo 23: Desventuras en braguitas

Capítulo 24: Pamela, la maid

Capítulo 25: Un nuevo trabajo


DANI, LA AMIGA DE PAMELA

Estos capítulos compilan la historia de cómo Greg/ Pamela conoció a un chico con el mismo gusto por la ropa femenina que él/ ella. Primero comienzan a convivir en la escuela como chicos, pero pronto terminan usando ropa provocativa en público y besando a un chico que iba pasando en el lugar y momento indicado.

Capítulo 26: Un nuevo amigo

Capítulo 27: Intercambiando Secretos

Capítulo 28: Novios o novias

Capítulo 29: Las cosas se complican

Capítulo 30: Pamela Sale a la Luz

Capítulo 31: Que desastre

Capítulo 32: Las chicas se preparan.

Capítulo 33: Noche de chicas

Capítulo 34: Una chica y sus amigas

Capítulo 35: Confesiones

Capítulo 36: Un estado de confusión