sábado, 13 de diciembre de 2025

Bajo la tormenta (10)

 


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Capítulo 10: Bajo la tormenta

Los días siguientes fueron más llevaderos para Karina.

El juguete —ese pequeño secreto que compartía con Tania y con nadie más— le ayudaba a liberar tensión física, y con ello parecía recuperar cierta calma emocional. Aunque sus pensamientos de culpa eran más pesados. ¿Cómo podría disfrutar tanto de un consolador cuando hace unos meses había sido un hombre? Por qué tenía sentimientos femeninos y tan fuertes por Ricardo—a veces bastaba con verlo levantar una caja o reírse con Eliot para que su estómago se revolviera— pero al menos, por ahora, lo tenía bajo control.

La oficina volvía a sentirse como un espacio seguro.

Esa tarde, sin embargo, algo alteró la rutina.

Llegó un grupo de turistas extranjeros, entusiastas, cargados con mochilas y cámaras, buscando una caminata por los senderos del cerro. Eran alrededor de las dos de la tarde. El cielo estaba despejado, pero Karina sabía que el pronóstico era incierto: se esperaba una posible tormenta eléctrica.

—¿Seguro quieren subir hoy? —preguntó en inglés, con una sonrisa diplomática—. Hay posibilidad de tormenta más tarde. Podrían hacer la ruta corta mañana temprano...

—Nos vamos mañana del país —respondió uno de los turistas—. Es ahora o nunca.

Insistieron tanto que Karina cedió. El pronostico era de tormentas ligeras, se podía regresar si el agua no venía con fuerza, pensó. Estaba a punto de calzarse las botas para guiar el grupo ella misma cuando Ricardo se adelantó.

—Yo me encargo —dijo él, ya preparándose. 

Tenía una cara de determinación que Karina había visto antes. Confiaba mucho en él, era su mejor elemento así que decidió dejarle esa tarea.

—Está bien —dijo, con un tono serio—. Pero nada de paradas largas. Diez minutos máximo en cada punto. Y si ves que el cielo se pone feo, bajan de inmediato.

—Entendido, jefa.

Ricardo salió con el grupo, y Karina se quedó en la oficina. Por un rato, todo estuvo en calma.

Hasta que dejó de estarlo.

La tormenta no anunció su llegada. Simplemente cayó del cielo con una violencia repentina. El viento se arremolinó como un látigo, las primeras gotas fueron gruesas y frías, y al cabo de minutos la montaña estaba sumida en una oscuridad prematura, como si el día hubiera saltado directamente a la noche.

Karina y Joana intentaron comunicarse por radio con Ricardo.

Nada.

La interferencia era total.

Pasó más de una hora así. El cielo rugía, y los rayos partían la lejanía como espinas de luz blanca. Las palmas de Karina sudaban, aunque hacía frío. Caminaba de un lado a otro sin decir nada. Eliot intentó hacerla reír con un par de comentarios, pero ni siquiera lo escuchó.

Finalmente, cerca de las cinco, una señal rompió el silencio estático del radio.

—Jefa, encontré un refugio, estamos todos bien... —La voz de Ricardo sonó entrecortada, seguida por un zumbido de interferencia. No pudieron escuchar el resto.

Karina apretó el transmisor, pero no hubo respuesta. Solo ruido blanco.

Otra hora pasó. Luego otra más. Afuera la lluvia ya era solo un murmullo, y el cielo empezaba a aclarar tímidamente. El radio volvió a hacer un crujido.

—Jefa, seguimos bien. Comenzaremos el descenso.

Fue todo lo que dijo.

Karina soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta. No sabía si debía llorar, gritar o simplemente sentarse. Pero lo importante era que estaban bien. Al menos eso parecía.

Eran cerca de las ocho de la noche cuando por fin llegaron.

Empapados, con el barro pegado a las botas y los rostros demacrados por el cansancio, pero vivos. A salvo. Karina los esperaba en la recepción con toallas limpias, termos con té caliente y unos bocadillos que Joana había preparado.

Ricardo fue el último en entrar, cerrando la puerta detrás de todos. Su camiseta deportiva estaba completamente pegada al torso, revelando cada fibra de sus músculos tensos por el esfuerzo. Karina lo miró sin poder evitarlo. Sus ojos recorrieron sus hombros, su pecho, la línea que marcaba sus abdominales a través de la tela mojada. Cuando Ricardo notó la mirada, le sonrió con esa tranquilidad que solo él podía tener, como si todo estuviera bien porque simplemente él estaba allí.

Karina apartó la vista, sonrojada.

Ya más secos y sentados con los bocadillos en la mano, los turistas comenzaron a contar lo que habían vivido. Uno de ellos relató cómo Ricardo mantuvo la calma incluso cuando el cielo parecía romperse sobre ellos.

—Encontró una cueva y la revisó con su linterna antes de dejarnos entrar —dijo un joven de acento australiano.

—Nos hizo reír con historias absurdas para que no pensáramos en los truenos —agregó una chica francesa—. Fue como... nuestro guía y terapeuta al mismo tiempo.

—Me lo quiero llevar conmigo de vuelta a casa —bromeó otra, tocándole el bíceps a Ricardo, que rió con modestia.

Karina sintió un nudo en el estómago.

Era celos, lo sabía. Celos puros, primitivos, irreprimibles. Apretó las manos bajo la mesa y se obligó a sonreír como si nada pasara.

Poco después, el grupo se despidió. Agradecieron mil veces, se tomaron fotos con Ricardo y prometieron dejar buenas reseñas. La tormenta había quedado atrás, al igual que la tensión.

Ya solo quedaban ellos dos en la oficina. Afuera el viento había menguado. Solo se escuchaba el murmullo de las hojas mojadas y el goteo constante del techo.

Ricardo se acercó a ella con una expresión seria, casi vulnerable.

—Karina… —comenzó, bajando la voz—. Mientras estaba allá arriba, llegué a pensar que no lograríamos bajar. El cerro se estaba deslavando en algunas partes. Una de las veces… fue demasiado cerca.

Ella lo miró, sin decir nada.

—Pensé que no volvería a verte —añadió, tomándole la mano.

Karina tragó saliva. Su corazón latía con fuerza.

—Lo curioso es que, a pesar del miedo, solo me arrepentía de una cosa —dijo Ricardo.

Guardó silencio. Karina contuvo el aliento.

—¿Aceptarías una cita conmigo?

El tiempo pareció detenerse.

Ella lo miró a los ojos, y todo se quebró dentro de ella. El control, las dudas, la resistencia que había intentado mantener durante semanas.

Se lanzó a sus brazos y, sin más palabras, se fundieron en un beso.

Un beso cálido, húmedo, lleno de todo lo que habían callado. El alivio de saber que estaban vivos. El deseo acumulado. La verdad que ya no podían seguir negando.

En ese momento no le importó antes haber sido Daniel. No le importaban sus pensamientos confusos. Solo le importó que Ricardo volvió sano y salvo; y que ahora estaban juntos fundidos en un beso. 

viernes, 12 de diciembre de 2025

El juguete (9)


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Capítulo 9: El juguete

Evité a Ricardo durante los días siguientes. Siempre tenía una excusa: que debía revisar cuentas, que tenía llamadas pendientes, que no me sentía bien. Pero por dentro, sabía que lo evitaba por miedo. A lo que pudiera decir. A lo que pudiera hacer. A lo que yo pudiera sentir. A la confusión que me provocaba que hace menos de medio año yo era un hombre con novia y ahora era una mujer caliente por él. 

Las pocas veces que nos cruzábamos, algo dentro de mí vibraba. Sin quererlo —o quizás sí—, lo observaba. Me descubría mirando sus brazos fuertes, el pecho firme bajo la camiseta ajustada, incluso… el bulto entre sus pantalones. Y cada vez que lo hacía, me sentía sucia. Confundida. Humana.

Los sueños húmedos no ayudaban.

En uno de ellos, estaba en mi oficina, revisando documentos, cuando Ricardo entraba sin camisa, su piel bronceada brillando con el sudor de la caminata. Yo me lanzaba a sus brazos, él me alzaba con facilidad y mis piernas se enroscaban alrededor de su cintura. Nos besábamos con desesperación. Intentaba no pensar en lo que pasaba después en el sueño, pero mi cuerpo sí lo recordaba. Lo recordaba demasiado bien.

En otro sueño, Ricardo me rescataba. Yo era quien estaba atrapada en la zanja. Ricardo bajaba por mí, me tomaba en sus brazos, me cargaba con fuerza y me sacaba a la superficie. Al llegar arriba, me abrazaba y me besaba con fiereza. Luego comenzábamos a tocarnos… pero antes de que el sueño siguiera, me desperté exaltada, con el corazón latiéndome en la garganta.

Todo eso me tenía al borde de un ataque de nervios.

Para colmo, también evitaba —hasta cierto punto— a Joana. Agradecía su silencio, pero la sensación de haber sido descubierta me generaba una incomodidad constante. El trabajo, que antes era mi refugio, se había convertido en un campo minado. Evitaba a dos de mis tres empleados. Solo podía hablar con Eliot con naturalidad.

Harta del nudo constante en el estómago, decidí llamar a mi hermana. Necesitaba hablar con alguien que realmente me conociera.

Tania estudiaba psiquiatría en el extranjero. Atendió la videollamada con su rostro fresco y una taza de café en la mano.

—¿Todo bien? —preguntó de inmediato, notando la tensión en mi cara.

Solté un suspiro largo y le conté todo. Primero, que Joana descubrió mi secreto. Descubrió que soy Daniel. Que me convertí en mujer de alguna manera pero soy yo. 

—Sentirse expuesta en algo tan íntimo y secreto siempre genera shock —me dijo Tania con suavidad—. Pero si crees que Joana no va a decir nada, entonces relájate. El peor escenario ya pasó. Y sigues ahí, viva.

Asentí, pero había más.

—Ok… hay otra cosa que quiero contarte.

Y entonces le relaté todo lo que había pasado desde el rescate de Ricardo. Cómo me había salvado, cómo me había cargado, la forma en que me miraba, y cómo desde ese día no podía dejar de pensar en él. Cómo lo observaba, lo deseaba, lo soñaba. Todo.

Tania escuchó sin interrumpir. Luego sonrió, como si ya lo hubiera imaginado.

—Tiene sentido —dijo con tono profesional, aunque con una chispa divertida en los ojos—. Tu cuerpo es femenino ahora, Karina. Y es completamente normal sentir atracción por un macho que ha demostrado fuerza y confiabilidad. Es un instinto primitivo. Básico. Está codificado en nuestro cerebro desde hace miles de años. Las mujeres lo sentimos porque garantiza que nuestra pareja será alguien que podrá protegernos y cuidar de nosotras y de nuestros hijos.

Puse los ojos en blanco.

—No me hables de bebés, por favor.

Tania rió.

—Lo digo en términos evolutivos, tranquila. Solo te digo que lo que sientes no es raro. No es perverso. Es biología.

Suspiré.

—No lo entiendo. Yo soy… era… Daniel. ¿Cómo puede mi cuerpo estar reaccionando así?

—Porque tu cuerpo es distinto ahora —dijo Tania—. Pero también porque estás viviendo cosas nuevas, emociones nuevas. Y te estás permitiendo sentirlas.

Se hizo un silencio. Entonces Tania lo soltó, con una sonrisa pícara:

—Deberías dártelo.

—¡¿Qué?! —exclamé, casi atragantándome.

—A Ricardo. Tiene todo el perfil de buen amante. Y parece que a ti ya te tiene loca.

—No puedo hacer eso, Tania —respondí, visiblemente exaltada.

—¿Por qué no?

—Porque… no lo sé. Porque todavía me estoy descubriendo. Porque no sé lo que quiero. Porque... no sé si soy yo la que lo quiere. O si es este cuerpo.

Tania se quedó pensativa un momento y luego dijo:

—Entonces empieza por entender lo que sientes. Sin miedo. No te juzgues por tener deseo. Eres humana. Y además, mujer. No hay nada malo en desear a alguien que te hace sentir protegida.

Bajé la mirada, en silencio.

Sabía que mi hermana tenía razón. Pero eso no hacía que fuera más fácil.

Tania sonrió de nuevo, y supe que esa expresión no auguraba nada inocente.

—Te voy a mandar algo. Tal vez te ayude —dijo mientras tecleaba algo en su computadora—. Es un juguete.

Arqueé una ceja, intrigada. Instantes después, me llegó un mensaje con un enlace de Amazon. Al abrirlo, mis mejillas se encendieron de inmediato.

—¡¿Tania?! —exclamé, bajando la voz como si alguien pudiera oírme.

—¿Qué? Llevas casi medio año en ese cuerpo. Seguro que imaginas la manera de usarlo —dijo Tania con toda naturalidad, como si hablara de una crema facial.

Estaba completamente roja. Sentía que el calor me subía por el cuello y me hervía en las orejas.

—No puedo creer que me estés recomendando esto…

—Piensa en ello como terapia física —agregó Tania, aún divertida—. Tal vez no estás enamorada. Tal vez solo tienes ganas, y quitártelas hace que dejes de pensar en Ricardo todo el día. A veces el cuerpo solo necesita una vía de escape.

Desvié la mirada, incómoda. Pero no podía negar que mi hermana tenía un punto. Si aquello podía ayudarme a sacarme de la cabeza —o del cuerpo— esa ansiedad que me consumía, tal vez valía la pena intentarlo.

Suspiré.

—Voy a pensarlo.

—Cómpralo ahora, ya me agradecerás después—dijo Tania con una risita, antes de despedirse.

Cerré la videollamada y me quedé sola, mirando el link.

Tal vez tenía razón. Tal vez valía la pena hacer la prueba.

El paquete llegó esa misma tarde.

Me sobresalté al oír el timbre. Me asomé por la ventana y vi al repartidor alejándose. El paquete estaba en la puerta, discreto, sin logos visibles. Lo tomé con rapidez, como si alguien pudiera descubrirme.

Pasé el resto del día evitándolo. Lo dejé sobre la cama, sin abrirlo, caminando a su alrededor como si fuera una bomba. Pero al llegar la noche, después de la ducha, en el silencio de mi habitación, decidí enfrentarlo.

Con manos temblorosas, rasgué el empaque.

Allí estaba.

Lo sostuve entre mis dedos, lo miré de todos lados. Me sentí ridícula por un momento. Pero también... curiosamente humana. Como si fuera parte de un rito que muchas mujeres habían hecho alguna vez.

Me acosté, respiré profundo y dejé que la curiosidad venciera a la vergüenza.

Al principio fue torpe. No sabía exactamente cómo meterlo, cómo moverme, cómo guiar mi propio cuerpo. Pero poco a poco, algo dentro de mí comenzó a despertar. Mi respiración se agitó, mis muslos se tensaron, mi espalda se arqueó.

Y en el momento cúlmine, justo cuando sentía que el mundo desaparecía, una imagen apareció con fuerza en mi mente.

Ricardo.

Ricardo sobre mí, dentro de mí. Su cuerpo, su fuerza, su respiración contra la mía. Era él quien me estaba llenando, era él quien me hacía estremecerme.

Me vine con un gemido ahogado y los ojos cerrados. Una calma infinita me envolvió, como si por fin hubiera liberado algo que me tenía atrapada desde hacía semanas.

Me quedé en la cama, respirando lento, con las sábanas enredadas entre mis piernas.

Pero Ricardo seguía ahí, en mi mente. No se había ido.

Tal vez no había funcionado del todo.

Pero al menos, pensé mientras me tapaba con la colcha, había sido un respiro en medio de mi vida sofocante.

jueves, 11 de diciembre de 2025

Cambios inevitables (8)

 


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Capítulo 8: Cambios inevitables

El día siguiente al rescate fue, sin dudas, uno de los más difíciles para mí.

Me desperté con el corazón acelerado, el cuerpo tibio y una sensación extraña entre las piernas. Tardé unos segundos en recordar el sueño que me había dejado así.

Estaba en la playa, vestida con un vestido blanco que se agitaba con la brisa marina. A mi lado caminaba Ricardo, descalzo, tomando mi mano con ternura. La arena estaba tibia, el cielo anaranjado por el atardecer.

—¿Dónde estuviste toda mi vida? —me decía él, mirándome como si fuera la única persona en el mundo.

—Haciendo unos cambios en mí —respondía yo con una sonrisa tímida.

Y luego nos besábamos. Un beso lento, profundo, dulce… tan real que al despertar podía recordar el sabor salado de sus labios.

Me senté de golpe en la cama, aún respirando agitada. El sueño me había aterrado, no solo por lo vívido, sino por lo que despertaba en mí. ¿Estaba enamorándome? ¿Era eso posible? ¿O era solo la confusión de tantas emociones cruzadas?

Y lo peor: una parte de mí deseaba volver a soñarlo.

Sacudí la cabeza, tratando de sacarme la imagen de Ricardo de la mente. Tenía un tour programado ese día. Necesitaba enfocarme. Me duché y me preparé como siempre, aunque algo seguía revolviéndose en mi estómago.

Ya en las instalaciones, fui al vestidor a cambiarme de ropa. Al bajar los pantalones sentí algo raro. Una humedad inusual.

Miré mi ropa interior.

Sangre.

Mi mente tardó unos segundos en procesarlo. Toqué el tejido, lo olí. No había duda. Era sangre.

Sentí que el mundo se detenía.

La cabeza me dio vueltas. Me apoyé contra la pared, tratando de respirar. Estaba sola en el vestidor y no sabía qué hacer.

Con las manos temblorosas, tomé el celular y le escribí a Joana:

¿Puedes venir al vestidor? Es urgente. Estoy… no sé. Estoy mal.

Joana llegó en menos de un minuto, algo alarmada.

—¿Qué pasó? —preguntó al entrar.

Yo solo levanté la vista, con el rostro pálido.

—Estoy… sangrando. Ahí abajo.

Joana me miró perpleja por un segundo. Luego parpadeó.

—¿Es en serio? ¿Nunca habías tenido tu periodo?

Negué con la cabeza, apretando los labios. Sabía que era un periodo pero al ver sangre en mi entrepierna no pensé en eso como primera opción, ni siquiera estaba en las veinte opciones que consideré.

—Nunca. Es la primera vez.

Joana asimiló la información, tragó saliva y recuperó su tono práctico.

—Ok. Está bien. No pasa nada. Te voy a ayudar.

Sacó su teléfono y le escribió rápidamente a Eliot y a Ricardo. Luego me miró.

—Le pedí a Ricardo que dé el tour. Y Eliot se queda en la oficina por si llega alguien. Yo me voy a encargar de ti.

Asentí, sintiendo cómo la presión en el pecho se aflojaba apenas. No estaba sola.

Joana buscó en su bolso un par de toallas femeninas, me las pasó con cuidado y comenzó a explicarme todo como si se tratara de una adolescente atravesando la pubertad.

—También vas a tener que aprender a usar tampones —añadió con delicadeza—. Con la ropa ajustada que usamos para las caminatas, la toalla se marca demasiado.

La miré, horrorizada.

—¿Tampones? ¿También eso?

Joana sonrió apenas, comprensiva.

—No ahora, tranquila. Ya es demasiado con todo lo que estás pasando.

Fruncí el ceño.

—¿Todo lo que estoy pasando?

Joana suspiró. Bajó la voz. Se sentó a mi lado en la banca del vestidor.

—Sí. Tal vez me estoy volviendo loca, pero todo encaja. Lo resolví… Eres Daniel.

Sentí que el mundo se me venía encima. Una cosa era haberle contado mi secreto a Tania, mi hermana, pero otra muy distinta era verme descubierta así, sin control, sin red.

—¿Cómo te diste cuenta? —pregunté con voz apenas audible.

Joana me miró con ternura y firmeza.

—No sabes nada sobre ser mujer. Tuve que ayudarte a elegir ropa y maquillarte para el encuentro con el alcalde. También noté que nunca habías usado tacones hasta ese día… todo me parecía raro. Pero lo de hoy lo confirmó todo. Ninguna mujer tiene su primer periodo a tu edad. A menos que haya empezado a ser mujer hace poco.

Se detuvo un momento, dándome tiempo para procesar.

—Además, conoces demasiado bien el negocio. Nadie aprende a manejar esto en semanas. Es imposible saber todo lo que tú sabes… a menos que lo hayas hecho durante años. Como Daniel.

Estaba en shock. Mi rostro empalideció, sentí la sangre zumbando en mis oídos. No había forma de negar nada. Todo tenía sentido. Demasiado sentido.

—No te preocupes —agregó Joana rápidamente—. No le diré a nadie. Además, nadie me creería.

Asentí, vencida.

—Gracias —dije apenas—. Creo que… me voy a tomar el resto del día. Tengo muchas cosas que pensar.

Joana me abrazó brevemente, con esa calidez callada que no necesitaba palabras. Luego salió, dejándome sola en el vestidor.

El resto del día lo pasé en casa, viendo el tiempo pasar desde la ventana.

Había contratado a un detective hacía unos meses, con la esperanza de dar con el paradero de Elena. Pero hasta ahora, nada. Ni una pista. Ni una señal.

No parecía que podría volver a ser Daniel pronto. Y esa tarde, por primera vez, no deseaba otra cosa.

O eso creí.

Porque en medio del silencio, la imagen de Ricardo apareció en mi mente. Su sonrisa. Sus brazos. La forma en que me había mirado en el sueño.

Un pensamiento fugaz me cruzó:

Quisiera estar en sus brazos ahora mismo.

Y al darme cuenta de lo que acababa de pensar, rompí a llorar.

Lloré por Daniel. Por Karina. Por todo lo que había perdido. Y por todo lo que, quizás, empezaba a querer sin entender por qué.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

El vestido blanco

 


El día amaneció sin una nube. La luz que se filtraba por las cortinas de la suite nupcial era dorada, prometedora. Yo estaba mirándome en el espejo, definitivamente ya no era Jairo, ahora era Janine... y pronto me volvería una esposa.

Las chicas llegaron temprano, cargando bolsas, risas y una energía contagiosa.

“¡Vamos, novia, que el tiempo vuela! Debes vestirte de inmediato” dijo Carla, a quién engañé con su mejor amiga cuando fui un hombre.

El vestido colgaba de la puerta del armario, una obra de encaje y seda. Era más pesado de lo que imaginaba. La primera gran batalla fue con el corsé interior.

“Respira hondo… y ahora suelta el aire,” instruyó Valeria, quien se había arrodillado detrás de mí mientras yo me aferraba a un poste de la cama. Sentí las cintas apretarse, moldeando mi cintura, levantando mi busto. Una sensación de contención y, a la vez, de una feminidad exquisitamente definida. Jadeé un poco.

“Duele un poco,” admití, con una risa nerviosa.

“Es la belleza, querida. Duele por unos minutos pero vale la pena” dijo Sofía, ajustando un tirante con manos expertas. “Además, cuando veas la expresión de Andrés, se te olvidará todo.”

Entre las cuatro, con paciencia y un par de bromas para distraerme, lograron cerrar el corsé. Luego vino el vestido en sí, un suave y pesado manto que levantaron con reverencia y deslizaron sobre mi cuerpo. Cuando lo abrocharon, sentí un escalofrío. El encaje rozaba mi piel, la cola se extendía detrás de mí con majestuosidad. Era real.

Los tacones fueron el siguiente desafío. Altos, delgados, elegantes. Como hombre, jamás habría imaginado el equilibrio y la fortaleza que requerían.

“Acostúmbrate a caminar con ellos antes de la ceremonia,” sugirió Laura, observándome desde la puerta con una expresión que no lograba descifrar: era orgullo, nostalgia y algo más…

Di mis primeros pasos vacilantes. Una de ellas me ofreció su brazo, otra arreglaba el ruedo de mi vestido. Sentí la red sólida y cálida de la amistad femenina. Me estaban guiando, no por venganza, sino por mi felicidad.

“Estás radiante, Janine,” murmuró Carla. Las demás asintieron. El perdón y la aceptación se habían sellado en ese instante, entre risas, consejos picantes y la ayuda con los broches complicados.

Llegó el momento. La música comenzó a sonar a lo lejos, el murmullo de los invitados se convertía en un susurro expectante. Mi padre, me esperaba al final del pasillo. Había sido un dolor convencerlo de que su su hijo ahora era su hija pero cuando lo entendió estuvo feliz de llevarme al altar.

Antes de salir, Laura se acercó y me tomó de las manos.

“Él te quiere, Janine,” dijo, su voz seria y clara. “Lo que empezó como mi venganza… se convirtió en algo verdadero. Sé feliz.” Su apretón fue fuerte. Ya no era la hechicera vengativa, sino mi amiga que, de la forma más retorcida posible, me había dado el mayor regalo: a mí misma.

La caminata por el pasillo fue un sueño. Las miradas de los invitados, las sonrisas, el mar de rostros borrosos. Pero al fondo, bajo un arco de flores blancas, estaba él. Andrés. Su traje color vino hacía resaltar su sonrisa, ancha y desarmada. Sus ojos, llenos de una admiración tan profunda que me hizo olvidar el peso del vestido y el pinchazo de los tacones. Solo existía él.

Ese día me casé, lo hice sin ningún arrepentimiento, ya no era más Jairo en lo absoluto, solo existía la mujer que nació de él. La mujer a la que le encanta tener relaciones con su novio, la que aceptó su propuesta de matrimonio y está en el altar a punto de casarse. La mujer que soy: Janine.



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Esta Caption es parte de una Serie

Parte 1: Ayuda
Parte 2: Las Damas

martes, 9 de diciembre de 2025

ÍNDICE DE CONTENIDO

📌 ÍNDICE DE CAPTIONS

🔹 CAPTIONS
¿No te interesan los relatos largos y solo quieres ver captions? Puedes encontrarlas todas [aquí]

🔹 CAPTIONS SERIALIZADAS
Si te gustan las captions pero prefieres que tengan continuidad, en esta sección encontrarás algunas que se desarrollan como una historia. Puedes empezar a leerlas [aquí]

🔹 CLÍNICA VENUS
¿Te atrae la temática de transformación total? En esta sección encontrarás captions ambientadas en la Clínica Venus, una empresa que se dedica profesionalmente a convertir hombres en mujeres. Puedes explorarlas [aquí].

🔹 TOP
Lo mejor de lo mejor. Aquí están recopiladas las captions que han logrado destacar en los tops semestrales o anuales del blog. Si quieres empezar por las favoritas del público, puedes hacerlo [aquí]

📌 ÍNDICE DE RELATOS


🔹 EL DETECTIVE CON FALDAS (EN PUBLICACIÓN)
Tony es un niño muy inteligente… aunque un poco bajito para su edad. Cuando su prima Shirley ve a una misteriosa niña encerrada en el anexo de una casa, decide investigar. Consigue que la inviten junto a un grupo de amigas, pero para no levantar sospechas, le pide a Tony que se una a ellas... como Antonia, otra "niña" del grupo.
Ese es solo el comienzo de las aventuras del Detective con faldas, que resolverá más de un misterio armado con ingenio, vestidos y lápiz labial.
Puedes comenzar a leer su historia [aquí]

🔹 DISCIPLINA DEL LÁPIZ LABIAL (EN PUBLICACIÓN)
Greg se está volviendo un chico difícil: miente, engaña y rompe las reglas. Su madre, decidida a corregir su conducta, toma medidas drásticas.
Pronto, Greg se verá transformado en Pamela, la hija ejemplar que mamá siempre quiso. El mal comportamiento quedará atrás, y en su lugar llegará una nueva vida: amistades inesperadas… y hasta algún beso con otro chico. Puedes leer su historia [aquí]

🔹 LA NOVIA DE MI MEJOR AMIGO (15 PARTES)
Esta historia sigue a Daniel, un chico común cuya vida cambia para siempre tras recibir la misteriosa luz de un meteorito. Al despertar, descubre que ahora es Daniela. Solo su mejor amigo —¿o se volverá algo más?— Guille conoce la verdad. Juntos, buscarán una solución al "problema", mientras los sentimientos entre ellos comienzan a cambiar. Puedes comenzar a leerla [aquí]



🔹 ENAMORADO DE MI MEJOR AMIGA L (7 PARTES)
Carlos está enamorado de Paola, pero hay un pequeño detalle: ella es lesbiana. Desesperado por tener una oportunidad, decide tomar una misteriosa pastilla rosa que lo transforma en Carolina. Lo que comienza como un intento por acercarse a ella, se convierte en un viaje inesperado de descubrimiento personal y nuevos sentimientos. Puedes leer la historia completa [aquí]

🔹 CONEJITA EN PATINES
Esteban es el asistente del entrenador de las Roller Rabbids, un equipo femenil de hockey sobre asfalto, cuando la jugadora estrella es lesionada en un juego. El coach y la doctora del equipo le proponen a Esteban usar el "Protocolo: Afrodita" para que pueda convertirse en mujer y ser parte del equipo. Por desgracia, o fortuna, esto implicará nuevas aventuras y emociones femeninas para Esteban o mejor dicho para Dulce. Puedes leer la historia completa [aquí]


🔹 LA AVENTURA DE KARINA
Daniel es el dueño de un exitoso negocio de ecoturismo pero cuando engaña a Elena, ella lo castiga convirtiéndolo en mujer. Ahora Daniel, convertido en Karina tendrá que mantener su negocio a flote mientras se acostumbra a su nuevo cuerpo. Al poco tiempo uno de sus empleados le comienza a parecer atractivo y se verá envuelta en un nuevo mundo de emociones femeninas. Puedes leer la historia completa [aquí]






Contrato



Mi jefe me llamó justo cuando llegué al trabajo. Cuando llegué a su oficina, mi jefe me dio un contrato. Lo leí y pensé que era algún tipo de broma. Yo era nuevo aquí y era mi primer trabajo, pero el contrato me ofrecía dinero más allá de mi imaginación, un coche de lujo y una villa donde podía vivir. Fui lo suficientemente ingenuo para creerlo. Sin leer hasta el final, firmé, sellando así mi destino.



Ha pasado un año y todavía tengo dudas. Por supuesto que obtuve las riquezas prometidas, pero también perdí algo: mi dignidad y hombría, ya que tuve que convertirme en la esposa trofeo de mi jefe, satisfaciendo todas sus necesidades. Tan pronto como me inscribí me vi obligada a pasar por una transición que me convirtió en mujer. Luego conseguí una nueva identidad y me casé con mi jefe. 



Aunque no tengo que preocuparme por el dinero o el trabajo, prefería renunciar a todo y volver a mi antigua vida en pantalones. Pero ya es demasiado tarde, el contrato era de por vida y además todos los días mi esposo me toma sin protección. Es cuestión de tiempo para convertirme en madre de nuestro primer hijo. Supongo que es cuestión de tiempo para aceptar que pasaré el resto de mi vida en vestido y medias. 

lunes, 8 de diciembre de 2025

INDICE. DISCIPLINA DEL LÁPIZ LABIAL.




Crearé esta entrada para que puedan tener una lectura más fácil de la saga de la disciplina del lápiz labial. 


EL NACIMIENTO DE PAMELA

El nacimiento de Pamela incluye los capítulos que explican porque Greg comenzó a usar ropa de niña hasta ser bautizado Pamela y sus primeras aventuras en público.

Capítulo 1: Los primeros años

Capítulo 2: El nuevo sabor del jabón

Capítulo 3: Mentiras rosas

Capítulo 4: Charlas de chicas

Capítulo 5: Mi secreto es descubierto

Capítulo 6: Más cambios

Capítulo 7: Un día muy extraño.

Capítulo 8. Una tarde más extraña

Capítulo 9: Un nuevo régimen


PAMELA LA NIÑA

Los capítulos siguientes hablan de la introducción de Pamela a los rituales femeninos desde su primer limpieza femenina, hasta su primer cumpleaños como chica, su primera cita en vestido, sus primeros sueños húmedos femeninos y su primer trabajo en vestido y tacones.

Capítulo 10: Juegos Secretos

Capítulo 11: Fantasías de una madre y su hija

Capítulo 12: La cumpleañera

Capítulo 13. Fiesta para una debutante

Capítulo 14. Diversión en verano.

Capítulo 15. Atrapado en un bikini..

Capítulo 16: La prueba

Capítulo 17. El Día de Sadie Hawkins

Capítulo 18: La primera cita de Greg

Capítulo 19: Una noche de sorpresas

Capítulo 20: Una novia agradecida

Capítulo 21: Víctima de las circunstancias

Capítulo 22: Dama de Servicio

Capítulo 23: Desventuras en braguitas

Capítulo 24: Pamela, la maid

Capítulo 25: Un nuevo trabajo


DANI, LA AMIGA DE PAMELA

Estos capítulos compilan la historia de cómo Greg/ Pamela conoció a un chico con el mismo gusto por la ropa femenina que él/ ella. Primero comienzan a convivir en la escuela como chicos, pero pronto terminan usando ropa provocativa en público y besando a un chico que iba pasando en el lugar y momento indicado.

Capítulo 26: Un nuevo amigo

Capítulo 27: Intercambiando Secretos

Capítulo 28: Novios o novias

Capítulo 29: Las cosas se complican

Capítulo 30: Pamela Sale a la Luz

Capítulo 31: Que desastre

Capítulo 32: Las chicas se preparan.

Capítulo 33: Noche de chicas

Capítulo 34: Una chica y sus amigas

Capítulo 35: Confesiones

Capítulo 36: Un estado de confusión


domingo, 7 de diciembre de 2025

INDICE: LA AVENTURA DE KARINA

 


Daniel es el dueño de un exitoso negocio de ecoturismo pero cuando engaña a Elena, ella lo castiga convirtiéndolo en mujer. Ahora Daniel, convertido en Karina tendrá que mantener su negocio a flote mientras se acostumbra a su nuevo cuerpo. Al poco tiempo uno de sus empleados le comienza a parecer atractivo y se verá envuelta en un nuevo mundo de emociones femeninas.


Capítulo 1: Despertar

Capítulo 2: Primer día en el cuerpo equivocado

Capítulo 3: Tacones y Consecuencias

Capítulo 4: Clic Clac

Capítulo 5: Lo que queda en pie

Capítulo 6: Cambio de Imagen

Clínica Venus: Consecuencias de una apuesta


Caminaba descalza por el piso pulido, sintiendo la suave tela de mi vestido rojo rozar mi piel. Me encantaba su delicado contacto. Me había puesto las botas porque a Rodrigo —mi antiguo amigo, ahora mi dueño y pareja— le encantaba vérselas puestas. Él había insistido en que usara este color porque, según decía, me hacía ver "suave y apetecible". A mí me encantaba obedecerle.

El aroma a vainilla y canela flotaba en el aire, un perfume que Rodrigo elegía personalmente para nuestra casa. Todo estaba en silencio, excepto por la música suave que salía del altavoz. Era la lista de reproducción que Rodrigo ponía para hacer el amor: “Para cuando estás sola y quiero que me pienses”. Yo la ponía todos los días, como si fuera una orden grabada en lo más profundo de mi ser, y recordaba a Rodrigo dentro de mí mientras realizaba mis labores domésticas.

Me acerqué al espejo del pasillo y retoqué mi gloss con cuidado. Rodrigo odiaba que se me borrara. Con una sonrisa que me nació naturalmente, me alisé el cabello largo y sedoso que ahora cuidaba con verdadera devoción. No por vanidad, sino por él, solo por él.

A las 6:30 en punto, escuché el sonido de las llaves en la puerta, ese sonido que siempre hacía que mi corazón latiera más rápido.

Corrí a la cocina, serví el vino y encendí la última vela justo a tiempo. Rodrigo entró con su traje ligeramente desordenado y con esa expresión de satisfacción que siempre me hacía temblar por dentro.

—Buenas tardes, muñeca.

Bajé la mirada y sonreí como me había enseñado la terapeuta de la clínica: ni demasiado tímida, ni demasiado confiada. El equilibrio perfecto de devoción.

—Buenas tardes, mi amor. ¿Cómo estuvo el trabajo?

—Largo. Pero pensé todo el día en esto —dijo mientras me jalaba por la cintura y me besaba, lento, dominante.

Me fundí en sus brazos como si fuera de papel, entregándome por completo. Cuando él terminó el beso, susurré:

—¿Te parezco linda?

Rodrigo me acarició el cuello y me abrió lentamente la bata, sin decir una palabra.

—Mucho. Pero aún no es hora de hablar —me dijo con una sonrisa que me encantaba.

—Entonces... ¿qué deseas que haga, mi amor?

—Ponte tu body negro, unas medias de red y tacones. Y espérame en la sala, arrodillada. Quiero que esta noche recuerdes quién ganó aquella apuesta.

Obedecí sin dudar, con una felicidad que me llenaba por completo. Porque lo mejor que me había pasado... fue perder.




sábado, 6 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Mi nueva mamá


La transformación de papá en mujer, de Santiago a Sandra, fue inmediata gracias al Gran Cambio. Pero el cambio en su psique había sido gradual. Primero se había sentido extraña en su nuevo cuerpo, luego humillada la primera vez que usó una falda. Había sido una transición muy lenta. Pero esa noche en el restaurante ella, mi papá, lucia elegante, con su vestido de cóctel; y su mano tomada de la de Jacobo, sentí que presenciaba la consagración de Sandra. 

Yo iba con mi mejor vestido, y sentía que algo importante se cernía sobre nosotros. Jacobo nos esperaba en la mesa, impecable con su traje. La conversación fluyó con liviandad, hablando del trabajo, del clima, de cualquier cosa menos de lo que todos sentíamos latir en el aire entre los platillos y la suave música.

Fue entonces cuando Sandra dejó su copa de agua mineral. Sus ojos, ahora expertos en delinearse, me miraron con una mezcla de amor y nerviosismo.

"Tenemos algo que contarte", dijo, y su voz, tan afinada y suave, tembló ligeramente.

Jacobo tomó su mano, enlazando sus dedos con los de ella. Un gesto de apoyo, de unidad. "Nos vamos a casar", anunció él, con una sonrisa que le iluminaba el rostro. "Hemos encontrado algo muy especial el uno en el otro."

La noticia me golpeó, pero con una ola cálida. Lo vi venir. Lo que no esperaba era lo siguiente.

"Y hay algo más", añadió mi papá, llevando su mano libre hacia su vientre, todavía plano bajo la tela del vestido. "Estoy embarazada. De casi dos meses."

El mundo se detuvo. Yo iba a tener hermano. Mi papá... iba a ser madre. Santiago iba a ser mamá. Mi mente, por un instante, trató de encajar las piezas imposibles de la biología y el destino, pero se rindió ante la evidencia de la felicidad radiante que emanaba de ellos. 

Antes de que pudiera articular una palabra, una sombra de duda cruzó el rostro de Sandra. "Hay una última cosa", murmuró, bajando la mirada a sus manos unidas con Jacobo antes de volver a alzarla con determinación. "Seré mamá pronto. Y ambos creemos que será raro para el bebé oírte llamarme 'papá'." Hizo una pausa, conteniendo la emoción. "Me gustaría... que empieces a referirte a mí como 'mamá'."

El silencio que siguió fue más estruendoso que cualquier palabra. "Mamá". Esa palabra le pertenecía a otra, a la mujer cuyo perfume aún a veces creía percibir en un armario. Miré a Sandra, a su impecable maquillaje, a la curva de su vientre que empezaba a cambiar, a la forma en que Jacobo la miraba con una mezcla de devoción y posesividad que me dejaba pocas dudas sobre la naturaleza plena y satisfactoria de su intimidad.

En ese instante, con un dolor agridulce que me oprimió el pecho, entendí que Santiago, el hombre que me enseñó a montar en bicicleta, ya no existía. No quedaba nada de él. En su lugar estaba Sandra, completamente, irrevocablemente. Una mujer enamorada de un hombre, embarazada, que encontraba su realización en los vestidos, los tacones y la promesa de una nueva familia.

Las lágrimas nublaron mi vista, pero no eran solo de pérdida. Eran de aceptación. Tomé su mano, la misma que años atrás me aseguraba al cruzar la calle, y asentí.

"Lo que tú necesites... mamá."




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viernes, 5 de diciembre de 2025

Recuerda, ahora eres una mujer




¡Qué femenina te ves! ¡Qué buena chica! ¡Qué obediente eres conmigo! —me elogió Andrés—. Cuando mis amigos vengan a la fiesta esta noche, querida, quiero que recuerdes que eres mi esposa. Nada de miradas de disgusto. ¡Eso sería una falta de respeto! ¡Y tú nunca le faltarías el respeto a tu esposo!


Ya no te enfades, mi amor, llevarás este vestido rosa y mostrarás las piernas. Sí, cariño, ¡desde hoy presumirás tus piernas todo el tiempo! ¡Ya basta! Quiero que esta noche me demuestres amor de todas las maneras posibles. Mis amigos y sus esposas tienen que ver tus miradas amorosas dirigidas a mí. Te sentarás en mi regazo y responderás a mis besos. Todos mis amigos tienen hijos y cuando alguna de sus esposas te pregunte si quieres ser madre, dirás que estamos trabajando en ello todas las noches.



Recuerda siempre que ahora eres una mujer. Ya no eres un hombre. Y yo soy tu amado esposo...

jueves, 4 de diciembre de 2025

El Gran Cambio: Sumisa ante mi alumno


Ha pasado casi un año desde que el gran cambio me convirtió en mujer. Y algunos meses desde aquella tarde en mi departamento, desde que Mauricio volvió a tomarme como si nunca hubiéramos dejado de ser los mismos: el alumno travieso y la profesora que ahora era suya. Dejé de luchar contra lo evidente: que yo ya no era Diego, el maestro respetado, sino Danna, la mujer que él moldeó con sus manos, sus palabras y su fuerza.

Lo nuestro nunca fue un noviazgo común. Mauricio disfruta recordarme quién fui. En la intimidad, aún me llama “profe”, con esa sonrisa insolente. La primera vez que lo hizo pensé que me moriría de vergüenza… pero luego descubrí que me excitaba. Me encantaba que él no me permitiera olvidar mi origen, que me redujera a su fantasía y me hiciera gemir como su mujer.

Esa noche, después de cenar, me ordenó:
—Ponte la lencería roja. Y los tacones.

Obedecí. Cuando regresé al cuarto, él estaba sentado en la orilla de la cama, mirándome como un depredador.
—De rodillas, profe Diego. —La forma en que lo dijo me quemó por dentro.

Me arrodillé frente a él, el encaje apretando mis pechos, sintiéndome expuesta. Sonrió mientras me acariciaba el rostro.
—Nunca imaginé ver al profe Diego así… con medias, tacones y a punto de servirme.

Sentí el rubor en mis mejillas, una mezcla de humillación y deseo que me abría más a él. Mientras lo liberaba de su pantalón, no pude evitar susurrar, temblorosa:
—Dime… ¿cuando era el profe Diego… la tenía más grande que tú?

Él soltó una carcajada baja, cruel y excitante.
—Tal vez sí… pero ahora no tienes nada ahí. —Me sujetó del cabello y acercó mi boca a él—. No te preocupes por ya no tener pene, profe… yo te presto el mío cuando quieras.

Su miembro duro rozó mis labios y gemí de pura necesidad. Lo tomé en mi boca, obediente, saboreando esa mezcla de humillación y entrega que me volvía adicta. Cada vez que él me recordaba quién había sido, mi cuerpo respondía con más fuerza, como si quisiera borrar al viejo Diego a base de placer.

Luego me levantó de un tirón, me giró y me inclinó sobre la mesa. Su mano marcó mi piel con una nalgada sonora antes de entrar en mí con fuerza.
—Dime quién eres ahora.

—Soy tuya… solo tuya —jadeé, aferrándome al borde mientras sus embestidas me partían en dos.

El orgasmo me atravesó como una descarga eléctrica, dejándome temblando, consciente de que ya no podía vivir sin esa mezcla de ternura y dominio, de humillación y adoración que él me daba.

Después, mientras cocinaba aún en lencería, lo escuché detrás de mí:
—Me encanta que me atiendas después de que te hice mía.

Y yo, con la voz rota pero sincera, respondí:
—Soy Danna… soy tu mujer.

A veces me pregunto qué pensaría aquel joven profesor si pudiera verme ahora. Tal vez se horrorizaría… pero yo sé la verdad: el Gran Cambio no me robó nada. Me liberó.







miércoles, 3 de diciembre de 2025

Un estado de confusión (36)

 


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Capítulo 36. Un estado de confusión.

Mi madre me tenía en la palma de su mano después de mis desventuras con Danny y su hermana. Reiteró su insistencia en que pasara todo el tiempo, después de la escuela, en tacones y vestidos. Incluso salió a comprarme un nuevo disfraz de sirvienta. Digo "disfraz" porque ninguna sirvienta habría usado algo tan diminuto. La falda era tan corta y ajustada que apenas cubría la parte superior de mis medias, lo cual me resultaba muy molesto. Pero mamá decía que me hacía ver linda e insistió en que la usara para hacer los deberes, mis trabajos de limpieza en casa de los Johnston y mis fines de semana trabajando para la señora McCuddy.

Un día, al llegar a casa de la escuela, vi las fotos de Christine colgadas en la repisa de la chimenea del salón. Mamá les compró marcos a todas y las tenía expuestas donde todos podían verlas. Ya era bastante malo que fueran fotos de Danny y yo actuando como dos niñas con nuestros atuendos femeninos, pero la foto mía besando a Gary Lowe me ponía mal físicamente.

—¡Mamá! —grité avergonzado—. ¡Por favor, quítalas!

—Oh, cállate, 'Pamela'. Me parecen lindas —Mi madre se encogió de hombros con total indiferencia—. No sé cuál es tu problema, señorita. Tú eras la que andaba por ahí persiguiendo chicos. Se nota que te lo estabas pasando bien. ¿Puedes negarlo?

A juzgar por las fotos, mi madre tenía razón. Todas las fotos me mostraban sonriendo. Excepto en la que estaba besando a Gary. Un caleidoscopio de emociones me recorrió el cuerpo...

Hundí el pie en la alfombra e intenté pensar.

—Ese no es el punto. Sí, nos estábamos divirtiendo, pero eso no significa...

—¡Ves, es justo como me lo esperaba! —espetó—. Eres una hipócrita, 'Pamela'. Te quejas de que te estoy convirtiendo en una niña. Pero, cuando me doy la vuelta, te vistes como una colegiala y te besas con unos chicos.

—¡Mamá, eso no fue lo que pasó!

Una mirada fría me hizo callar.

—¡No te atrevas a mentir!

—Lo siento, mami —susurré.

Mi madre sonrió. Luego ordenó la colección de fotos, colocando la mía besando a Gary de forma destacada delante.

—Estas fotos se quedarán aquí. Son un recordatorio de lo que le gusta hacer a mi hijo, el macho, cuando está con sus amigos.

—Mami, por favor... ¡noooooo...!

—Ay, no vengas llorando, 'Pamela'. Tus acciones hablan más que tus palabras, cariño.

Mis tareas domésticas incluían limpiar el polvo, lo que significaba que tenía que quitar todas esas fotos tontas y pasarles el trapo. Se sentía extraño estar allí de pie con mi vestidito negro de sirvienta y ese delantal ridículo, mirando los recuerdos de ese día tan raro y reavivando una oleada de incomodidad en mi interior.

—¡Greg besó a un chico! ¡Greg besó a un chico! —gritaba mi hermano pequeño Dave una y otra vez cada vez que me veía limpiando las fotos—. ¡Greg tiene novio! ¡Greg es una niña con trasero gordo!

—¡Mamá, que pare! ¡Está siendo malo! —me quejé.

—¡Dave, eso no está bien! Tu hermano no es una niña con trasero gordo —Me miró y sonrió—. Solo tiene mejillas grandes.

Recuerdo que me ardían los ojos mientras mi hermanito bailaba y reía como un loco.

—¡Greg tiene novio! ¡Greg tiene novio!

—Mamá, por favor, haz que pare —supliqué en voz baja.

Mi madre se encogió de hombros.

—Solo está diciendo la verdad. Es más de lo que recibo de ti la mayoría de las veces, 'Pamela'.

...

Con el paso de los días, las oportunidades de usar ropa de chico disminuían. Salvo para ir a la escuela, nunca me ponía pantalones. Mamá insistía en que me cambiara en cuanto llegaba a casa, aunque ella no estuviera. No me atrevía a desobedecer. Simplemente asentía con la cabeza y me ponía las faldas y los vestidos.

Hice todo lo posible por asegurarle que estaba cooperando, pero siempre actuaba como si pensara que mentía. Incluso en esos raros momentos que pasaba solo en mi habitación, me vestía de "Pamela". Quizás solo llevaba puesto mi sostén y bragas, ¡y una generosa capa de lápiz labial y maquillaje, por supuesto!, mientras realizaba mi lectura nocturna asignada de revistas de moda y novelas románticas.

No pude callarme, por supuesto, y tuve que quejarme.

—Mamá, ya tengo catorce años. Ya no soy un niño pequeño. Los chicos no hacen estas cosas. ¿Puedo parar?

—No me mientas, 'Pamela'. Todavía eres una niña y, sí, los chicos hacen estas cosas. Conozco al menos a dos: tú y tu noviecito, Dani.

Respiré hondo.

—¡No me refería a eso! ¡Odio tener que estar encerrado en casa vestido como una niña todo el tiempo! ¡No hay nada que hacer!

Pensé que mi mamá se enojaría, pero solo sonrió.

—Si te aburres, 'Pamela', puedo darte algo constructivo que hacer —fue su respuesta—. Podemos hacer como antes. Todavía tengo un armario lleno de ropa que necesita planchado. O si quieres salir de casa, puedes ponerte tu disfraz de sirvienta y ayudar a la Sra. McCuddy con sus costuras. Le encantaría la compañía y sé que te vendría bien el dinero. Podemos encontrar la manera de mantenerte ocupada.

—No me refería a eso —dije con lágrimas en los ojos—. Solo quiero salir de casa de vez en cuando.

Mi madre levantó una ceja y sonrió.

—Bueno, no dejes que te detenga. ¿Por qué no das una vuelta por la manzana? Hace buen tiempo. Con gusto iré contigo si quieres. Puedes ir tal como estás.

—No importa, estoy bien —respondí.

Me ajusté el tirante del sujetador y suspiré.

—Creo que quizá debería reacomodar mis labiales o algo así.

Mamá sonrió.

—¡Qué idea tan maravillosa! Eres tan inteligente como guapa.

En ese momento de mi vida, simplemente no sabía qué pensar. "Greg" se me escapaba y "Pamela" se apoderaba cada vez más de todo. Y eso me asustaba. Se acabaron los partidos de béisbol, salir con "los chicos" y hacer cosas de chicos. Estaba atrapado en una rutina que habría aterrorizado a cualquier niño de mi edad.

Para complicar aún más las cosas, Danny ya formaba parte de mi vida. Debo admitir que disfrutaba tener un amigo "chico" con quien hablar en el colegio, aunque fuera un poco raro. Su reputación era respetable, a diferencia de la mía. Todos en el colegio pensaban que era un chico tranquilo que estudiaba mucho, era educado y nunca causaba problemas. A diferencia de mí, era prácticamente un macho a ojos de nuestros compañeros.

Cuando estábamos solos o fuera del alcance de los demás estudiantes, el lado secreto de Danny salía a la luz. Le encantaba la "charla de chicas". Me ponía nervioso oírlo hablar sin parar sobre el vestido nuevo que le había comprado su tía o sobre qué tipo de sujetador le gustaba más.

Además, le encantaba demostrar su cariño por mí y se comportaba como un enamorado. Se convirtió en un problema, sobre todo cuando estábamos solos. Me gustaba mucho besarlo. Pero no quería que nadie nos viera.

—Le gustas mucho a la tía Marlene —me dijo un día durante la clase de estudio—. Ella cree que formamos un equipo estupendo. ¿Recuerdas que hablamos de mudarnos juntos después del instituto y abrir una peluquería, yo peinando y tú maquillando? Christine se lo contó todo y la tía cree que deberíamos hacerlo. Dijo que me ayudaría a ir a la escuela de belleza si quería. Seguro que a tu madre le gustaría, ¿verdad?

—No lo sé. Puede ser —No me entusiasmaba la idea de hacer nada femenino después del instituto. Quería jugar en un equipo de béisbol o quizá ser piloto de carreras. ¡Cualquier cosa que no tuviera que llevar pintalabios y faldas!

Danny se rió.

—¡Anda ya! ¡Sería genial! Podríamos disfrazarnos de chicas todo el tiempo y decirle a todo el mundo que somos hermanas o algo así —Su sonrisa casi daba miedo mientras seguía con su plan—. Si alquiláramos un apartamento juntos, podríamos divertirnos tanto como quisiéramos. ¡Sé que te gustaría! Y si alguna vez nos aburriéramos, ¡hasta podríamos tener un par de novios de verdad con los que jugar! ¿No suena divertido?

—No me parece buena idea —susurré débilmente.

No podía permitirme que mi madre se enterara de la idea de Danny. Me la imaginaba arruinándolo todo obligándome a ir a la escuela de belleza.

—¿Prométeme que lo pensarás? —suplicó Danny.

Me retorcí cuando se acercó y me dio un apretón juguetón en el muslo. Empecé a decirle que parara cuando se inclinó y me dio un beso en los labios. Menos mal que nadie nos vio.

—¿Lo prometes?

—Lo pensaré —dije en voz baja.

martes, 2 de diciembre de 2025

Confesiones (35)

 


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Capítulo 35. Confesiones.

Mi mamá se quedó parada y me observó mientras comenzaba a quitarme todas las cosas que me hacían sentir como Pamela, empezando por las cintas que ataban mi cabello.

—Muy bien, señorito, cuénteme qué pasó —dijo, dándome una palmadita en el trasero.

Me costó mirarla a los ojos, por supuesto.

—Mm, no sé por dónde empezar.

Le conté paso a paso lo que había sucedido esa tarde, desde el momento en que entré en la casa de Danny hasta que puse un pie en la mía. Todavía no sé cómo lo hizo, pero mi madre era capaz de hacerme hablar de casi todo. Ella siempre tuvo ese poder sobre mí. Omití algunos detalles, como los besos de esa noche.

—Parece que lo pasaste muy bien, cariño —dijo de una manera cálida y encantadora—. Sólo tengo un par de preguntas…

Luego vino el interrogatorio. Ella hacía eso: preguntando y volviendo a preguntar una y otra vez hasta que me pillaba mintiendo. Había sucedido cuando era pequeña y estaba sucediendo ahora. Cuanto más hablaba, más estúpido me sentía. Fue como si el mundo se derrumbara a mi alrededor y no tuviera dónde esconderme.

—Te ves muy linda con la linda ropa de tu novio —dijo mamá—. Lo apruebo, por supuesto. El único problema que tengo es por qué me mentiste.

—Pero yo… yo… yo no mentí. —Intenté tragar, pero me dolió demasiado la garganta—. ¡Te lo prometo!

—¡Ni una palabra más, jovencita! Quiero que lo pienses bien antes de decir nada más. ¡Te conozco mejor que tú misma y sé que no me estás contando todo lo que pasó esta noche!

Mis ojos comenzaron a arder y resistí la tentación de arreglarme el maquillaje.

—Bueno, quizá no te conté todo —susurré—. Pero no estaba mintiendo…

—¡Pamela! Sabes muy bien que mentir por omisión es mentir —dijo mi madre—. Déjame ver qué hay en tu bolso.

Con manos temblorosas, cogí el bolso que Danny me había dado. Observé atentamente mientras mi madre revisaba el contenido; su sonrisa se hacía cada vez más grande a lo largo del proceso.

—Tampones, compresas, lápiz labial... Mmm, ¿no robaste nada de esto, verdad?

—No, mamá… Danny me dio todo eso. Te lo prometo.

—Me pregunto por qué haría eso. Deben ser muy cercanos.

Me encogí de hombros.

—¿Qué acabo de decir sobre mentir? —dijo con furia.

Parpadeé y luego asentí.

—Sí, señora. Somos… amigas.

Mamá sacó el sobre con las fotos. Me puse pálido mientras ella las hojeaba.

—Mira, esto es exactamente de lo que hablo. He intentado que salgas vestida de 'Pamela' y lo único que consigo es un "¡No puedo hacer eso!" "¡Soy un chico!" y mira lo que pasa cuando te dejo sola.

Lágrimas de frustración comenzaron a correr por mi cara. Estaba tan confundido, tan desconcertado por toda la situación, que no podía pensar en nada inteligente que decir. Lo único que se me ocurrió fue: «Lo siento, mamá. No fue idea mía...».

—¡Ni se te ocurra echarle la culpa a otro, Pamela! Se nota que lo estabas pasando genial. ¡Tengo fotos que lo demuestran! ¡Mira qué sonrisa tienes!

Lo pensé por un momento y asentí. En la fotografía estaba sonriendo. Me gustó esa imagen, aunque en ese momento estaba muerto de miedo. Me aclaré la garganta para hablar.

—Mamá, mira... Era una especie de broma para ese chico. No sabía que no éramos chicas... solo nos estábamos divirtiendo un poco.

Mamá me dedicó una mirada gélida.

—¡Escúchame bien, Pamela! ¡No quiero volver a oírte quejarte de que te he convertido en una mariquita! ¡Mira lo que haces cuando sales con tus amigos!

Fueron palabras duras, pero sabía que las merecía. Me había dejado caer en una trampa llena de tentaciones y fantasías, y ahora estaba pagando por ello.

—Sin duda has tenido una gran aventura hoy, ¿verdad, cariño?

Asentí y las lágrimas corrieron por mis mejillas.

—Sí, señora —dije sollozando.

—Creo que pasarás más tiempo con tu tía Marlene y las niñas. Parecen tener una influencia positiva en ti. Danny es, sin duda, el tipo de chico con el que creo que deberías estar. Y esa Christine es una jovencita inteligente. Me recuerda un poco a mí misma a esa edad.

Asentí en silencio.

Mordiéndome el labio, me limpié las lágrimas con la mano y asentí de nuevo.

—Lo estoy intentando, mamá. De verdad. No quise mentirte. Lo haré mejor, te lo prometo. Te lo contaré todo. De verdad.

—Esa es mi chica.

Mi mamá asintió con la cabeza y pensó por un momento. De repente sonrió y me guiñó un ojo.

—Te diré algo, Pamela. ¿Por qué no te lavas la cara y te das una ducha refrescante y caliente mientras voy a prepararnos un chocolate caliente? Cuando termines, puedes ponerte un camisón bonito y volver a contarle a mamá todo sobre tus nuevos novios.

Me llené de pavor cuando mi madre me condujo al baño. Allí rebuscó en el armario y sacó una caja de cartón.

—Mira, te acabo de comprar un nuevo kit de higiene femenina. Te va a encantar. ¡La nueva bolsa de ducha viene con una boquilla extragrande que le va a dar un cosquilleo a mi pequeña! Ah, y compré tampones nuevos.

Ignoré las cajas de tampones y toallitas que tenía en mis manos. En cambio, sentí que mi corazón se aceleraba mientras mi madre blandía una bombilla y una boquilla nuevas de color rosa a pocos centímetros de mi cara. Entonces vi la enorme bolsa de goma y la enorme boquilla color marfil. Ella tenía razón; ¡era gigantesco! Mi trasero se estremeció mientras trataba de imaginar cómo se sentiría algo así dentro de mí.

—Parece tan grande —susurré, completamente asombrado por el tamaño de la boquilla fálica.

Mamá sonrió.

—Bueno, ya eres mayorcita, así que debía comprarte algo más apropiado para tu edad. No seas tan asustadiza. Funciona igual que el que tenías antes. Me lo agradecerás después. Créeme.

Respiré hondo y asentí.

—Supongo que sí...

Y, por mucho que me cueste admitirlo, ella tenía razón: esa nueva boquilla más grande era más placentera.



lunes, 1 de diciembre de 2025

Una chica y sus amigas (34)

 


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Capítulo 34: Una chica y sus amigas

No sé cómo ni por qué, pero hice todo automáticamente, como si fuera lo correcto. Ahí estaba yo, vestida como una colegiala besando a un chico. En un momento, abrí la boca y ahí fue cuando la cosa se puso fea. Ese hormigueo familiar me golpeó entre las piernas y mi respiración se alteró. Gary también abrió la boca, desatando su lengua adolescente para mezclarla con la mía. Nos besamos durante, bueno, un par de minutos, supongo. Luego me fallaron las rodillas y casi me voy de espaldas sobre mis bragas.

"¿Estás bien?"

El chico, sobresaltado, parecía preocupado mientras me agarraba por la cintura y me sostenía. No pude evitar notar que su mano se deslizó por debajo de mi falda y me rozó el trasero mucho más tiempo del necesario. Me miró con culpa y me puso ambas manos alrededor de la cintura para evitar que volviera a caer.

Asentí. "Claro. Sí. Supongo. Solo me mareé, supongo". Estaba muy avergonzada. “Creo que debería irme.”

Gary parecía decepcionado. “Pero… acabamos de empezar.”

Christine intervino rápidamente: “¡Oh, está bien! ¡Lo hiciste tan bien que también puedes darle una lección de besos a mi hermana!”.

Danny parecía un ciervo deslumbrado. Christine rió y lo empujó hacia Gary, que sonreía con una sonrisa, y él estaba encantado. Me quedé allí, mirando. Fue como un accidente de coche. Sabía que alguien iba a salir herido, pero no podía apartar la mirada.

Gary parecía como si hubiera ganado la lotería o lo hubieran coronado rey del mundo. Lo observé, desconcertado, mientras abrazaba a mi amigo travestido. Danny me miró rápidamente y esbozó una tímida sonrisa, apenas un poquito. No pude apartar la vista de la escena mientras los dos chicos juntaban sus bocas y se besaban durante un par de segundos. Una vez que terminaron, volvieron a juntar sus bocas y se besaron durante un buen rato. Me impresionó tanto la capacidad de Danny para contener la respiración como el hecho de que estuviera besando a otro chico allí mismo, ante mis ojos. Debo admitir que me puse un poco celoso pero no supe si por Gary o por Danny.

Para cuando terminó,ambos chicos  tenían caras de estupefacción. Danny retrocedió un paso y me tomó la mano en silencio. Gary se quedó de pie, mudo, con la boca sonriente manchada de pintalabios y, por mucho que me cueste admitirlo, la parte delantera de sus pantalones formando una pequeña tienda de campaña. Obviamente, tenía una erección brutal. Y, a su vez, sentí ese temido cosquilleo entre mis piernas.

El chico, sonrojado, miró a Christine. ¿Y tú? ¿Quieres practicar besar también?

La chica se rió. "No. No me gustan los chicos", dijo con orgullo.

Al separarnos, Christine volvió a verme. Seguí su mirada hacia Gary y me di cuenta de que ella también había notado el bulto en sus pantalones. Con los ojos muy abiertos, la miré a ella y luego a Danny. Ambos rieron, me agarraron de las muñecas y me arrastraron calle abajo hacia nuestro destino.

"¡Eso fue lo máximo!", rió Christine mientras caminábamos por la acera tan rápido como nos permitían nuestros tacones. "¡No puedo creer que lo hayan besado!"

Danny también rió. Igual que su hermana. "¡Oye, no fui la única! Aquí estaba sintiendo lástima por 'Pamela' esta noche, después de que se comportara con timidez y lágrimas. ¡Y de repente se besó con un chico que conoció en la calle! ¡Guau... te subestimé de verdad!"

Me enfadé un poco con lo que insinuaba. Pero no sabía que responder.

La hermana de Danny se reía histéricamente. "¡No pensé que ninguno de los dos lo haría, tontos! Pensé que 'Pamela' se pondría a llorar de nuevo. ¡Lo dejaste darte un beso frances y tocarte el trasero!"

Sentí que me ponía rojo,

Danny sonrió. "Yo me alegro, quería besar un chico, sé que hoy bese a Greg, pero él es más chica que chico."

Avergonzada y un poco enfadada, me bajé el dobladillo de la falda. 

Llegamos a la heladería sin más incidentes y fuimos directos al baño a maquillarnos. Llevaba un bolso prestado de la habitación de Judy y dentro tenía algunos labiales, rímel y otros artículos esenciales que ella había tomado prestados. 

Disfrutamos de un helado cada uno y paseamos un rato por la tienda, pasando la mayor parte del tiempo examinando los cosméticos y hojeando revistas de moda. Nos veíamos y actuábamos como tres típicas adolescentes saliendo un viernes por la noche. Menos mal que éramos los únicos en la tienda. No quería encontrarme a nadie más.

Antes de irme, Christine pasó por el mostrador de fotografía. Había dejado un rollo de película mientras Danny y yo estábamos en el baño. Me quedé más que sorprendido al ver varias fotos mías haciendo payasadas con ropa de niña y haciendo tonterías. Incluso había un par de Danny y yo besándonos y varias de los dos besándonos con Gary Lowe, lo cual me pareció extrañamente fascinante. No tenía ni idea de que las había sacado, pero en parte me alegré. Christine las revisó y me dio algunas, que guardé rápidamente en mi bolso. No lo habría admitido en ese momento, pero en el fondo estaba contento y me preguntaba dónde podría escondérselas de mi madre.

"Un pequeño recuerdo para esas noches de insomnio", dijo con una risita.

Eran casi las nueve cuando por fin llegamos a casa. Me acerqué a la escalera de entrada con inquietud, con las manos temblorosas y la boca tan seca como el cemento.

"¡Bienvenidas!", dijo mi madre más gracia y encanto. "¡Me alegra tanto que hayan podido venir, chicas!".

Y así fue. Mamá derrochó carisma esa noche, halagando a Christine y Danny con cada palabra y llamándome alternativamente "Greg" y "Pamela", lo que fuera más inapropiado en ese momento.

"¡Gregory Parker, te ves tan adorable con tu disfraz de niña! Pareces una niña de película adolescente, ¿verdad, chicas?".

Danny y Christine asintieron al unísono.

"Claro que sí, Sra. Parker", dijeron ambos.

"¡Le encanta disfrazarse de 'Pamela'! A veces tengo que recordarle que es un chico."

Mi madre insistió en hacer el recorrido completo. E invitó a mis amigos a pasar a mi dormitorio. Danny y Christine parecían asombrados de lo femenino que se veía, aunque disimulaban bastante bien su emoción cuando ella abrió mis cajones y armario y les mostró la colección de mi lencería y cosas femeninas.

"¡Guau! Nunca pensé que el dormitorio de Greg se vería así", dijo Christine asombrada.

Danny permaneció  allado.

Casi me ahogo al darme cuenta de que ambas estaban mirando ese estúpido póster de "Hot Buns" que Rita me había regalado por mi cumpleaños. Intenté actuar con indiferencia, pero estoy bastante seguro de que no engañaba a nadie.

"¡Ay, esa cosa horrible!", dijo mi madre con fingido disgusto. "Odio esa foto fea, pero 'Pamela' le encanta. Le gustan mucho los chicos2

Sentí que me ardían las mejillas mientras intentaba pensar en algo que decir.

Christine miró a mi madre y luego a mí. "Oh, creo que debería dejarlo ahí, Sra. Parker. Apuesto a que a 'Pamela' le encanta mirarlo todas las noches antes de dormir".

La sala se llenó de risas. Me sentí tan estúpido mientras todos me miraban. Mi mamá, Christine e incluso Danny se deleitaron con mi vergüenza. Hablaron y charlaron un buen rato mientras yo me quedaba allí de pie como un maniquí, preguntándome si así sería el infierno.

"¡Mejor nos vamos, Sra. Parker!", dijo Christine finalmente. "Gracias de nuevo por dejar que Pamela viniera a visitarnos. ¡Lo pasamos genial!"

Danny sonrió. "Yo también, Sra. Parker. ¡Usted también es muy genial!"