domingo, 17 de noviembre de 2024

Ya quiero andar de novia con un buen hombre.

 


Sé que fui un hombre durante 18 años. Sé que nunca tuve deseos de ser mujer. Sé que solo me convertí en mujer porque en el centro de salud me dieron una píldora rosa en lugar de una píldora para el resfriado...



Pero nada de eso cambia el hecho de que ahora soy mujer. Y ya quiero andar de novia con un buen hombre.





jueves, 14 de noviembre de 2024

Una voz Angelical (Parte 1)




Parte 1: De Ángel a Angélica

 –Vamos, Ángel, concéntrate...

El reclamo del profesor López, seguido de un insensible acorde en el piano, me estremeció. Yo no podía quitar mi atención del alboroto fuera de la casa. Me fascinaba el futbol –de forma inevitable–, y los rítmicos golpes de los balonazos, entremezclados con los hechizantes gritos de entusiasmo de mis vecinos, se me volvían un torturante llamado al juego.

Karen, mi madre, que, recostada en el sofá, fingía leer, intervino de inmediato:

–Si no muestras respeto por la clase, olvídate de salir hoy a la calle...

Suspiré.

–Sí, Karen...

López, el disciplinadísimo e inconmovible director de un famoso coro infantil, sonrió.

–Perdóneme, maestro –agregué...

–Otra vez, desde arriba, entonces...

Reinicié la escala, tratando de que mi voz sonara más definida, más cristalina...

Estaba yo, entonces, a dos semanas de mi doceavo cumpleaños: era un niño ordinario, lleno de vitalidad, pese a las excentricidades de mi madre. Ella, blanca, rubia, guapísima, me había tenido a los quince, fruto de un romance fugaz que prefería no mencionar, y era una actriz fracasada.

Hasta un año antes, mi madre sólo se dedicaba a dos cosas en la vida: a presentarse en castings –buscando el papel que, al fin, la condujera al estrellato– y a complacer a su amante en turno. Desafortunadamente, su falta de talento actuaba en contra. Conseguía, sí, esporádicas apariciones en anuncios televisivos (donde su voz podía ser doblada); y mayormente participaba como edecán de una compañía cervecera. Esto último, sin embargo, la conflictuaba un poco.

–Soy una actriz de carácter –me repetía, mientras se colocaba la minúscula ropa, antes de algún evento–, y tengo que perder el tiempo en esto para que comamos, en lugar de ir por mi estelar...

De apariencia juvenil, no representaba sus 27 años: con el cuerpo escultural, macizo, y una piel de porcelana, bien podía pensarse que apenas había rebasado la adolescencia. Lo entallado y lo justo le quedaban, pues, de maravilla: sabía portar ropa provocativa, y lucir tanto sus impresionantes curvas como sus enormes y firmes senos.

–Las mujeres tenemos esta ventaja –me subrayaba, acariciándose las nalgas–. Lástima que naciste hombre: nunca sabrás todo lo que se puede obtener con esto...

En esta lógica, no era raro que se fuera a la cama de productores anodinos o de directores de segunda, para abrirse paso en el "medio artístico"; o que los recibiera en la propia. Al menos una vez a la semana, la veía subir a su cuarto, acompañada.

–Es Ángel, mi hermanito –le decía a su "pareja" del momento, señalándome, y yo me limitaba a sonreír estúpidamente.

Sin embargo, su fama de irresponsable y sus nulas capacidades eran más fuertes: nadie la tomaba en serio. Se la fornicaban con gusto; nunca la respaldaban.

No es necesario decir que nuestra situación económica era malísima. Ciertamente habíamos conocido tiempos mejores, mucho mejores: mis abuelos, de hecho, habían sido ricos (¡cómo extrañaba las Navidades a su lado, llenas de juguetes, luces, pavos y jamones importados; las fiestas que me organizaban, con golosinas a pasto, magos, payasos y globos; las vacaciones en Houston, en Los Ángeles o en alguna playa maravillosa!); e incluso tras su muerte (en un dramático accidente automovilístico), nos habían dejado protegidos. Lamentablemente, la fatua e irreflexiva actitud de mi madre había dado al traste con la herencia: despilfarro tras despilfarro, había reducido el cuantioso legado a una pequeña casa, en una colonia de clase media, y a un viejo Volkswagen. Nuestro refrigerador se mantenía ya prácticamente vacío y, día tras día, se amontonaban las deudas. El único testimonio de nuestro pasado lujoso era una habitación rosada, donde mi madre amontonaba sus muñecas y sus fotografías de niña mimada.

Pese al futuro poco alentador, yo trataba de pasarla lo mejor posible, y de no amargarme por las carencias. Iba bien en la escuela, jugaba futbol en un parquecillo frente a la casa, contaba amigos por montones, y me empeñaba en no ilusionarme por los lujos que me estaban vetados (¡hasta mi Xbox y mi Game Cube habían terminado en una casa de empeño!). En tal sentido, aprendí a amar los pequeños regalos cotidianos de la vida: disfrutaba intensamente, por ejemplo, los paseos dominicales en el pequeño auto, de color verde escandaloso (al que me refería siempre como "nuestro limón"), que finalizaban en algún pueblito cercano, donde comíamos fruta barata; o las escapadas vespertinas a los bazares, para localizar "joyas" entre la piratería (CD’s y DVD’s incluidos).

Sin embargo, una tarde, mientras limpiábamos la casa, mi mamá insistió en que interpretara con ella un tema que estaba preparando para audicionar en una comedia musical. Jamás lo había hecho, y, de inmediato, se manifestó la perfección de mi voz.

–Tú tienes un don que a mí no me concedieron –me dijo, estupefacta, interrumpiendo las tareas–: con esa voz podrás llegar a donde yo siempre he soñado...

A partir de entonces, toda la dinámica cambió. Para decirlo claramente, mi madre se obsesionó por canalizar en mí sus metas frustradas: contra mi voluntad, el canto se me volvió centro de vida.

De entrada, me anotó en una academia mediocre (cuya colegiatura pagó con favores sexuales).

–Es un principio –sentenció.

Después, cuando conoció, por casualidad, al profesor López, no descansó hasta seducirlo, primero, y convencerlo, más tarde, de que me diera clases particulares. Para ello, vendió el Volkswagen y compró un desgastado piano de marca regular. ¡Se habían acabado las salidas dominicales!

–Tu hermano sería una maravilla en el coro –le decía él–. Como soprano, tiene coloratura, agilidad, brillantez... Que asista, Karen. No te cobraré.

–Para nada –reviraba mi madre–: Ángel debe brillar por sí mismo. ¿No es capaz de gran virtuosismo? Tú lo has dicho...

–Sí, pero...

–Nada... Lo que es, es...

Obvio: el futbol resultaba una amenaza, porque, según mi madre, me distraía del canto. Y jamás respondió a mis súplicas de incorporarme formalmente a un equipo.

–No, Ángel –gimoteaba–... Te desenfocas...

A veces, ella recurría al llanto abierto:

–No seas egoísta... Después de todo lo que he hecho por ti, apóyame con esto...

Yo aprovechaba cualquier oportunidad para marcharme al parquecillo, a fin de perderme temporalmente en la convivencia con mis amigos, en la pelota, en el extenuante ejercicio, en el envolvente y tibio aire.

"No quiero dedicarme al canto", pensaba. "¡Seré futbolista!".

Y le ponía empeño al juego, en serio, mostrando un talento natural que sorprendía a mis vecinos. Pero la perfección de mi voz era una maldición. De cualquier manera, terminaba por sentirme culpable, y regresaba a la casa, bajo una especie de obscura desesperanza.

–¡Hola, vocecita! –me recibía mi madre– ¡De aquí, al éxito!

Lo único que me permitió fue dejarme el cabello largo, para mostrar mi admiración por David Beckham, y eso debido a que, en su opinión, me veía "más guapo" y "más tierno".

–Tienes mi mismo tono rubio, mi piel nívea y mis ojos azules... Agradéceme eso... No eres feo y prietito como esos nacos con los que pierdes el tiempo, pateando la pelota...

Una tarde, mientras comíamos-cenábamos sándwiches de mayonesa frente al televisor, oímos el anunció que cambió mi vida.

–El objetivo del reality show "Cantar y jugar" –explicaba en pantalla Yves Chassier, un famoso productor de origen francés– es encontrar a las nuevas estrellas infantiles. No buscamos sólo belleza física, sino talento... Cantantes, verdaderos cantantes...

Mi madre saltó del sillón.

–¡Ángel! ¡Nuestra oportunidad llegó!

La mañana siguiente, no salió del cibercafé. Fumando, nerviosa, buscó, leyó y releyó las bases del show; se aprendió de memoria los requisitos, y cuidó que los llenara a detalle; ubicó la hora y el lugar del casting de los niños; e hizo varias impresiones de los formatos para entrega.

–Llevaré copias –me decía–... Una nunca sabe...

Justo el día de mi cumpleaños, ataviados con la mejor ropa que nos quedaba, tomamos un colectivo y, después, un autobús, para llegar a los estudios de la televisora. Mi madre me había ordenado interpretar para los jueces el Avemaría de Schubert (cuya partitura llevaba en su bolsa de mano), y todo el camino me fue dando indicaciones para, como decía ella, "deslumbrarlos con majestuosa presencia escénica". Lamentablemente, nos retrasó un grupo de manifestantes que se dirigía al centro de la ciudad (profesores de primaria y militantes izquierdistas, procedentes de un estado del sur del país): el autobús se vio atrapado justo encima del puente vehicular más alto de la ciudad.

–¡Demonios! ¡Demonios! –gruñía.

–Respira, Karen –trataba de sosegarla...

–¡Si al menos pudiéramos bajarnos!...

Arribamos a la televisora con dos horas de retraso, y la fila de aspirantes, en el estudio "A" era enorme. Ahí nos mantuvimos. Mi madre buscaba, de rato en rato, alguna cara conocido (alguno de los productores con los que se había acostado): el único que vio, fingió no conocerla.

Cuando faltaban unos cinco chicos para que entrara yo, Yves Chassier en persona se apersonó ante nosotros.

–Gracias por venir, pero el casting está completo...

Mi madre corrió tras él:

–Señor Chassier, yo...

–El casting está completo –repitió–... Lástima...

Recuerdo la patética escena de mi madre: paralizada, con un rostro de decepción, furia y espanto. La tomé de la mano, con todo el cariño que pude:

–Regresemos a casa –le susurré...

No me escuchó. En cambio, giró los ojos hacia el cartel, descollante: "Jugar y cantar. Reality show. Casting para niños: estudio "A", de 7-13. Casting para niñas: estudio "C", de 15-21". De pronto, se le iluminó el rostro.

–Tenemos poco tiempo...

Con una energía increíble, mi madre se echó a correr hacia una plaza comercial cercana. La seguí, con sensaciones de absurdez. "¿Poco tiempo?", pensé. "¿De qué habla?". No tardé en emparejármele:

–¿Qué onda? –le pregunté, jadeante– ¿Adónde vamos?

Por respuesta, mi madre atravesó como bólido el estacionamiento dela plaza, y me guio hacia una tienda departamental. Luego, sin titubear, se encaminó hacia la sección de niñas. Yo la seguí, en estupefacción. De pronto, se detuvo y tomó un vestido de gasa de algodón, con estampado de corazones. Lo colocó a mi lado, y me lo arrojó.

–Vamos a que te lo pruebes...

La vi, con total incredulidad.

–¿Estás loca, Karen? ¡Ésta es ropa de mujer!

Me soltó una bofetada. La primera en toda mi vida.

–¡Obedece! ¡No podemos dejar que la oportunidad se escape! ¡El tiempo es oro!

Mientras me arrastraba a los vestidores, supe plenamente cuál era su plan: ¡me haría concursar como chica en el reality show!

–Mi hermanita va a medirse esta prenda –le señaló a la encargada...

–¿Perdón? –fue la respuesta...

La encargada no era estúpida: no había una niña frente a ella, sino un niño.

–Nos urge, por favor –insistió mi madre.

Con incredulidad, la encargada nos dio acceso. No ocultaba, sin embargo, su turbación.

Una vez solos, mi madre fue directa, casi ejecutiva.

–Quítate el pantalón y la playera...

Lo hice. Mi madre me contempló con horror.

–¿Qué rayos es eso?

Me vi.

–No entiendo...

–¿Por qué te pusiste ese bóxer tan horrible? ¡Evidentemente, es de niño!

–¡Porque soy niño, Karen!

–¡Se te marcará!

–¡Ya, mamá! ¡No voy a hacer esto!

–¡Harás lo que te diga, pinche mocoso!... Retírate el bóxer también, las calcetas y los tenis, y mídete el chingado vestido, que ya regreso... ¡Y no me digas mamá ahorita!

Una vez que quedé en cueros, tomó toda mi ropa y se la llevó. No me quedó más remedio que ponerme el vestido. Lo recuerdo bien: me quedaba casi diez centímetros por encima de la rodilla, y tenía tirantes finos ajustables, cuello V con lazo de fantasía, costura con volante bajo el pecho, fruncidos en la parte superior trasera, cintura elástica con cinturón a contraste (para anudar bajo trabillas) y pespuntes tono sobre tono. Me vi al espejo: gracias al cabello largo, el reflejo era idéntico al de las fotos infantiles de mi madre. Quiero decir: no vi a Ángel, sino a Karen-niña: las mismas piernas, torneadas, resplandecientes; las mismas nalgas, firmes, en forma de pera. Se me despertaron sensaciones raras, de golpe, y tuve una erección. Justo en ese momento, entró la encargada, así que me senté en el banquito y apreté los muslos...

–¿Estás bien? –averiguó, suspicaz.

–Sí –respondí–. Por supuesto...

–¿Quién es esa chica?

–Mi hermana...

–Esto que te voy a preguntar es delicado. Dime la verdad...

–Claro...

–¿Eres niña o...?

–¡Es niña! –nos llegó una voz tajante...

Mi madre había regresado. La encargada titubeó.

–Señora, yo...

–Dile tú –me ordeno–. Dile lo que eres...

Las ganas de gritar y de salir corriendo estuvieron a punto de rebasarme. Pero no pude desobedecer:

–Soy niña...

–Desafortunadamente, mi hermanita es un poco machorra para vestir –siseó Karen–. Tenemos una fiesta, y nuestra mamá me pidió que viniera a comprarle algo... A ella no le gusta que parezca niño... ¿Verdad?...

–Así es –coincidí, notando tanto la horrenda presión del momento como el malestar que me brotaba por tener que hablar de mí en un género que no me pertenecía–... Sólo somos dos hermanas, de compras...

La encargada salió. Mi madre se sacó algo, que traía escondido bajo la blusa, y me lo lanzó.

–Ten...

Era una pantaletita de Hello Kitty, color rosa chicle...

–Karen, ¿qué onda?

–Son tus calzoncitos... ¿Qué más?... Me los acabo de robar... Úsalos...

Me alcé el vestido sin quitármelo, y, comencé a deslizarme la pieza, notando en mi piel el etéreo frote de los ribetes satinados: nunca había imaginado que la textura de los atavíos íntimos femeninos fuera así: tan sutil y acariciante.

–Quiero que se lleve la ropa puesta –le dijo mi madre a la encargada, cuando salimos–. ¿Dónde puedo pagar?

La encargada nos escoltó a una caja.

–¿Irá descalza la niña? –deslizó, con sarcasmo.

–Ya pasaremos a zapatería –respondió, seca, mi madre.

Y en efecto: de la caja (donde mi madre usó una tarjeta de crédito casi en el límite), fuimos por calzado: unas sandalias espartanas plateadas, con tiras con hebillas de fantasía y broches verdaderos ajustables en el tobillo... Abandonamos la tienda, contando las pocas monedas en efectivo que nos restaban...

–Ahora –me ordenó–, trata de imitarme al caminar. No abras tanto las piernas, al dar el paso... No... Así no... Con delicadeza... Como niña...

–Karen... Me siento mal...

–Que te calles... Manteen los hombros hacia atrás y la pelvis ligeramente inclinada...

Traté de darle gusto.

–Mucho mejor –persistió–... Ahora, asienta la punta del pie primero... Bien... Con firmeza... Mantén el balance del peso allí...

–¿Así?...

–Más o menos... Apóyate menos en el talón... Eso... Sí... Sí...

–Ésta no es una buena idea, mamá...

–Que no me digas mamá... Avanza... Coloca un pie delante del otro... Excelente... Consérvalos en el centro de tu cuerpo... ¿Ves cuán fácil es?... ¡Ya estás caminando como chica!... Sólo cuida que tus dedos "vean" siempre al frente...

–Pero...

–Todo esto es por nuestro futuro... Recuérdalo

–¡Ay, Karen!...

–Sigue... Sigue... Comienza a balancear tus bracitos con delicadeza, poco a poco... Con feminidad... Piensa que eres niña... Repítelo mentalmente: "soy niña, soy niña"...

Seguí caminado, en confusión total, ¡tratando de imaginarme y de sentirme de un sexo distinto al mío!... De pronto, mi madre pareció inconforme:

–¿Qué pasa, Karen? –averigüé– ¿Te convenciste de lo ridículo del plan?

–Algo te falta... Sí pareces mujercita, pero...

Ante sus palabras, tuve otra erección...

–¡Demonios! –se interrumpió– ¡También necesitamos controlar eso!

Con dos empujones, mi mamá me dirigió al supermercado. Ahí, compró una paleta helada y una manzana; luego, tomó de la sección de regalos una diadema para el pelo, en tonos plateados, forrada en listones de popotillo y de satín. Finalmente, en la farmacia, pidió una inyección, alcohol y cinta adhesiva. Entonces, nos dirigimos a uno de los baños de mujeres de la plaza, checó que estuviera vacío, entramos y cerró la puerta.

–Ve a orinar –indicó, severa.

Fui a un retrete, y me coloqué frente a él... Me interrumpió:

–¡Como hombre, no!...

Por primera vez en mi vida, comencé a levantarme un vestido y a bajarme una pantaleta, para sentarme y descargar mi vejiga. Mi erección era inmensa. En cuanto el chorro dejó de sonar, mi madre se arrodilló frente a mí.

–Párate...

Lo hice. En ese momento, me tomó con violencia el pene, lo jaló entre mis piernas, y comenzó a asegurarlo, con la cinta adhesiva, en esa posición. Se me retrajo...

–¡Duele!...

–¡Cállate!...

Terminó de ocultar mi masculinidad en un santiamén, dejándome plano el vientre. Ella misma me subió la pantaleta, y me acomodó el vestido.

–Estoy incómodo...

–Desde este momento, comienza a hablar en femenino... No podemos arriesgarnos...

–¿A qué te refieres?

–Di: "estoy incómoda"...

–Estoy incómoda...

–Aguántate, ya te acostumbrarás...

Salimos del retrete hacia los lavabos, y me hizo recargar el estómago en uno de ellos.

–Respira, y déjame hacer...

Primero, dejándole el empaque, me puso la paleta en el lóbulo de la oreja derecha, hasta que éste se me adormeció. Después, puso la manzana tras de él, cogió sólo la aguja de la inyección ¡y me lo atravesó! Oí el crujido de mi piel, seguido por el golpe acuoso de la fruta. La sangre manó, pero me enjuagó con agua y con alcohol.

–¡Arde! –me quejé...

–¡Aguanta!

Procedió a quitarse uno de sus aretes y a colocármelo. Después, repitió la operación en mi otra oreja.

–Te ves mejor... Ya casi acabo...

Fue por papel higiénico a uno de los retretes y, tras secarme bien, me acomodó un poco el pelo, con raya al lado, y me embonó la diadema. Por último, sacó un gloss de su bolsa de mano, y me delineó los labios, empapándome de sabor a fresa.

–¿Qué opinas? –disparó...

Alcé los ojos: la feminización era sorprendente: frente a mí, había una chiquilla guapísima, de ojos grandes y boca almibarada: ¡una versión actualizada de Karen-niña!

–Siento que no soy yo –respondí con lentitud...

–Vayamos de regreso a la televisora...

Durante el camino de regreso, me fue marcando otros detalles de mi caminar y de mis gestos. Poco a poco, la sensación de tirantez en la entrepierna comenzó a resultarme dolorosa, pero no me atreví a expresarlo.

–Te queda mucho por aprender... Lo importante, ahora, es que pases el casting y entres al reality show... Ya iremos trabajando...

–Karen, tengo miedo... Se darán cuenta de que soy niño...

–¡Que hables en femenino!... Y no creo... Así vestida, eres un vivo retrato de mí a tu edad... ¡Nunca me había dado cuenta que tienes piernas de mujer! ¡Tan gorditas y tan redondeadas!...

–¡Karen!

–¿Sabes? No interpretarás el Avemaría... ¿Te acuerdas del cd de "El Sueño de Morfeo", que compré en el bazar?

–¡Llevas semanas torturándome con él, Karen! ¡Me he aprendido las letras!

–¡Perfecto!... Cantarás "Ésta soy yo"...

Caminé en silencio, repentinamente consciente de dos cosas: de que ahora mi vientre estaba adormecido y ya no había en él dolor, y de que estaba a punto de interpretar una canción que decididamente no era para un chico.

Llegamos a tiempo al casting. Las niñas comenzaban a apretujarse en el estudio "C" (creando un mar de falditas; de aromas delicados, dulces), pero mi madre estaba decidida a todo. Reubicó al tipo que se había acostado con ella, y fue directa:

–Deja de hacerte pendejo... Me habías prometido un chingo de cosas por cogerme, y no has cumplido...

Armando, el tipo, trató de escabullirse:

–Señora, perdóneme pero no la conozco...

–Pero yo sí me acuerdo de ti y de tu eyaculación precoz... ¿Quieres que lo grite?

Para mala fortuna de Armando, una chica del equipo se acercó.

–Te habla Yves, mi amor... Pregunta dónde dejaste el vino tinto para los jueces...

Armando contestó de manera conciliadora:

–Iba por las botellas a mi coche, bombón, pero me detuvo esta amiga... Karen: ella es Fanny, mi novia...

–¡Hola! –pescó mi madre, al vuelo– ¿Así que tú eres la famosa Fanny? Armando habla mucho de ti...

–Lo sé –sonrió–... Estamos súper-enamorados... ¿Traes a alguien al reality?

–A mi hermanita –contestó, jalándome...

Armando abrió los ojos como platos:

–¿No tenías un hermano? –cuestionó.

–Sí –explicó mi madre, con sangre fría–, pero sólo sirve para jugar futbol... El talento artístico de la familia está en nosotras, las mujeres...

–¡Vaya! –me vio Fanny, con complacencia– ¡Y también la belleza!

–Gracias –respondí, intentando no temblar.

–Armando –sentenció Fanny–, dale un pase vip a... ¿cuál es tu nombre?

Quedé en silencio cinco segundos: no supe qué responder. Mi madre intervino:

–Angélica... Se llama Angélica...

–Sí –completé–... Para servirles...

–Pues un pase para Angélica: que sea de las primeras. Es del estilo de chicas que le gusta a Yves...

Pálido, Armando sacó un gafete de cartón:

–Serás la segunda en el casting...

–Gracias –siseó mi madre, guiñándole un ojo...

A las 15 horas en punto, sintiendo el sofoco de un montón de luces, mi madre y yo esperábamos en la primera fila de un teatro estudio. Los jueces eran tres: Thea, una famosa cantante; Jaime Rocha, un compositor y celebrado pianista; y Gabriel Jarrell, un insoportable crítico de música.

La primera concursante fue Carolina, una chica de facciones marcadamente indígenas a la que no le permitieron, siquiera, entonar una estrofa completa. Ante mi horror, la descalificaron con aridez y crueldad.

–Número dos –gritó Gabriel Jarrell...

Subí al escenario con pánico absoluto, sintiendo la boca tan seca como un pedazo de adobe y lamentándome de no haberle pedido agua a mi madre. Suspiré. Por los reflectores, no podía distinguir a quienes llenaban el auditorio, pero los ojos de los jueces eran suficientes para perforarme. Suspiré audiblemente, y comencé a cantar a capela:

–Dicen que soy un libro sin argumento / Que no se si vengo o voy / Que me pierdo entre mis sueños. / Dicen que soy una foto en blanco y negro / Que tengo que dormir mas / Que me puede mi mal genio. / Dicen que soy una chica normal / con pequeñas manías que hacen desesperar / que no se bien donde esta el bien y el mal / donde esta mi lugar. / y esta soy yo asustada y decidida / una especie en extinción / tan real como la vida / y esta soy yo ahora llega mi momento / no pienso renunciar / no quiero perder el tiempo / y esta soy yo, y esta soy yo…

–Tienes una voz maravillosa –me interrumpió Thea...

–Y un estilo completamente natural –agregó Jaime...

Gabriel Jarrell permaneció en silencio.

–Voto a favor –siguió Thea...

Jaime sonrió:

–¿Qué opinas tú, Gabriel?

Jarrell suspiró. Tomó su copa de vino y la olió...

–Opine lo que opine, estás pensando en votar a favor... ¿Cierto?

–Cierto –dijo Jaime...

Jarrell se encogió de hombros:

–Entonces omitiré mis comentarios acerca de lo ruda que se ve esta nena...

–Un poco, sí –argumentó Jaime–... Pero lindísima... Con todo para conquistar al público masculino, y para una carrera larga... Imagínatela en dos o tres años...

Temblé, ostensiblemente.

–¿Cómo te llamas? –se dirigió Thea a mí.

–Angélica –respondí.

–Pues, felicidades, Angélica... Bienvenida a "Jugar y cantar"...

En aturdimiento total, quise regresar a los sillones, pero un asistente me condujo tras bambalinas. Sin esperármelo, de pronto me vi frente a una cámara. Don, un conductor televisivo, me colocó un micrófono frente a la cara.

–Angélica, eres la primera niña seleccionada para el reality show. ¿Cómo te sientes?

Titubeé.

–Muy... contenta...

No atinaba a decir más. Un pensamiento me golpeaba la cabeza: "han creído que soy mujer, han creído que soy mujer, han creído que soy mujer". Para bien y para mal, Karen se colocó a mi lado...

–Mi hermanita está cumpliendo su sueño... Apóyenla, por favor...

Don agradeció la entrevista, justo cuando un tipo con acento extranjero se acercó:

–Soy Pierrick, asistente ejecutivo del señor Yves Chassier. Por favor, acompáñenme.

Fuimos con él a una oficina, donde mi mamá entregó los formatos que llevaba listos, firmó una especie de contrato, y recibió tanto un paquete informativo ¡como un cheque!

–Al recibir este pago –explicó Pierrick–, Angélica y usted, como su apoderada legal, oficializan una exclusividad con la televisora...

–Lo entiendo

–La exclusividad se mantendrá, en tanto ella permanezca dentro del reality show... Así que nada de entrevistas a medios de comunicación no autorizados...

–De acuerdo...

–Calendarizaré una sesión de fotos con Angélica, y alguien de mi oficina se comunicará con ustedes... De momento, las espero el viernes... Traigan ropa para un fin de semana... Gracias... ¡Buena suerte!

Cuando salimos de la televisora, mi madre casi volaba.

–¡Por fin, por fin! –remachaba, jubilosa.

Yo, en cambio, avanzaba con la cabeza baja.

–Karen, yo...

–¿No estás feliz?

–¡No!... Quedé en el reality, pero como alguien que no soy yo...

–Sí, y tendrás que seguirlo siendo...

–Pero, ¿no estamos cometiendo una especie de estafa?

Mi madre lanzó una carcajada:

–Serénate... Deja todo en mis manos... Tu transformación apenas ha comenzado...

Quedé de una pieza...

–¿Transformación? ¿en qué?

Karen sonrió:

–¿En qué?... Obvio, tontita: en niña...

lunes, 11 de noviembre de 2024

Me sigue gustando el futbol

A medida que progresó mi feminización, muchos de mis antiguos intereses masculinos comenzaron a desaparecer. Otros cambiaron pero se mantuvieron. Por ejemplo, mis amigos pensaban que ahora que soy niña ya no me gustaría ver fútbol. Pero, todavía me encanta, por diferentes razones, por supuesto, es increíble ver a los chicos atractivos con pantalones ajustados y músculos abultados. Ah, y me encanta usar una camiseta con una minifalda y pantimedias o sin falda para ver como "se levantan" todos mis amigos.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Disciplina del lápiz labial (Parte 10 FINAL DE TEMPORADA)

 



Más cambios

Cuando llegamos a casa, mamá me envío a mi habitación con mis compras, me dio la instrucción de guardar todo. Mientras caminaba por la sala de estar con mis bolsas de compras, Dave me miró con gran curiosidad, pero no dijo una palabra. Se limitó a tirar del lóbulo de la oreja y sonrió.

Probablemente terminé de guardar todo en mi habitación una hora antes de que mi madre viniera a ver cómo estaba. Le mostré dónde había puesto mis cosas y ella hizo algunos ajustes, como combinar mis calcetines y mi ropa interior de niño en el mismo cajón para hacer espacio para mis cosas nuevas de niña. También revisó mi armario y se aseguró de que los vestidos estuvieran colgados correctamente y a la vista al abrir la puerta.

"Así es como quiero que las cosas en tu habitación de ahora en adelante, ordenadas y organizadas", dijo. "Lo mismo ocurre con tus otras cosas. Si encuentro alguna de tus ropas de niño tirada o en el suelo, irá a la basura, no me importa lo que sea. Sin preguntas. ¿Me entiendes?

Asentí con la cabeza. En medio de todo lo que estaba sucediendo, esto no sonaba bien.

"Ah, toma también estos, quiero que te los pruebes y veas si te quedan. Son algunos artículos de segunda mano de tu querida y anciana madre, de cuando era una simple niña. Probablemente te queden un poco sueltos, pero creo que podrás llevarlos por toda la casa".

Cogí el paquete de ropa que me entregó y suspiré. Una rápida mirada a través de ellos desencadenó una sensación de náuseas en lo profundo de la boca del estómago. Había dos vestidos más, uno de un naranja horrible y el otro de un rosa suave; también había un minivestido de seda color aguamarina con escote escotado y mangas largas y onduladas de gasa; y, por último, una bata corta acolchada de satén azul empolvado y un par de zapatillas de tacón alto peludas.

Mamá insistió en que me probara mis nuevos zapatos de segunda mano. Observé con frustración cómo se acomodaba en el borde de mi cama y me hacía un gesto para que me desnudara. Todavía recuerdo la sonrisa en su rostro cuando me paré frente a ella con mi sostén, faja, medias y tacones; Era una mirada de cruel diversión... y también un poco de orgullo. A medida que me ponía y me quitaba los vestidos, de vez en cuando me arreglaba o acomodaba la ropa nueva, hacía algún comentario cursi y me decía que me desnudara de nuevo. Era obvio que ella disfrutaba de mi desfile en ropa interior de niña tanto como yo lo despreciaba. Incluso me obligó a seguirla a su habitación para buscar más ropa, yo vestida solo con mi lencería.

Bueno, todo encajaba, más o menos, y descubrí que mi armario se llenaba de cosas que no quería tener. Estaba tan disgustado con este giro de los acontecimientos que me olvidé de mí mismo por un momento.

"Demonios, esto apesta", me lamenté mientras empujaba mi uniforme de béisbol al fondo del armario para dejar espacio a mis últimas incorporaciones femeninas. No pude evitar soltar un agudo "¡Ow-ow-ow-ow!" cuando sentí que me tiraban del pelo no muy suavemente, lo que me obligó a ponerme de puntillas frente a mi madre.

"¡No lo puedo creer!", gritó. "Después de todo lo que has pasado hoy, creo que al menos empezarías a entender el mensaje. No voy a tolerar en absoluto —y escuche esto con mucha atención por última vez, señorita— más ese tipo de expresiones.



"Pero, mamá, no soy una señorita", me quejé. Miré mi sostén acolchado y mis piernas cubiertas de lycra. Había tenido suficiente humillación y ridículo por un día y decidí hacerle saber a mamá cómo me sentía. 

—Soy un niño, y esto apesta...

¡¡¡BOFETADA!!!

La única razón por la que sé que mi madre me abofeteó dos veces fue después de que pude ver que ambos lados de mi cara estaban rojos con la huella de su mano. Sonó, y se sintió, como un solo golpe, era tan rápida. Estaba tan aturdido que casi pierdo el equilibrio.

"¡Cuida tu tono conmigo, señorita! ¡Y no me digas lo que eres! Tú no haces las reglas por aquí, ¿me entiendes? Yo hago las reglas. . . y harás cualquier cosa y todo lo que te diga. ¡Y me refiero a todo! ¿Me explico?

Asentí lo mejor que pude con el puño de mi madre todavía apretando un mechón de pelo. Las lágrimas me quemaban los ojos y podía sentir algo salado y pegajoso que corría desde mi nariz hasta mis labios.

"Yo... Lo siento, mamá... No era mi intención". La agonía de que me tiraran del pelo me atravesó la cabeza como una púa afilada.

La expresión en el rostro de mi madre era de disgusto. "Oh, claro. No lo decías en serio, de acuerdo. Los niños dicen cosas como "apesta" todo el tiempo y nunca se dan cuenta de lo repugnante que es para todos los demás. No tienes ni idea de lo que estás diciendo cuando usas palabras como esas, ¿verdad? Negué con la cabeza. "Bueno, será mejor que lo pienses dos veces antes de volver a decir algo así. ¿Me entiendes? No vas a volver a decir eso. La próxima vez voy a... Bueno, digamos que será mejor que no haya una próxima vez".

Un cruel golpe en medio de mi pecho con una uña afilada reforzó las palabras de mi madre. Pero no fue tanto el dolor físico lo que me afectó como su expresión. El brillo de sus ojos me asustó; parecía como si realmente disfrutara gritándome, y eso me molestaba más que cualquier otra cosa.

De pie, impotente en mi ropa interior de niña, rápidamente retrocedí y repetí mi disculpa, prometiendo entre lágrimas que me comportaría lo mejor posible a partir de ese momento. Mamá sonrió y se encogió de hombros como diciendo: "Ya veremos".

Ante la insistencia de mi madre, me puse el sujetador y la faja y me puse la bata corta y las zapatillas que me había regalado. Luego fui al baño para lavarme la cara y volver a maquillarme antes de seguirla escaleras abajo hasta la cocina. Dave me miraba con una sonrisa mientras yo me movía con los tacones blancos y peludos y luchaba por mantener mi modestia bajo la diminuta bata mientras preparaba la cena. Tenía ganas de darle un puñetazo en la nariz, pero con mamá siguiéndome y corrigiendo cada uno de mis movimientos, había pocas posibilidades de que eso sucediera.

Para cenar esa noche tuve que ponerme un vestido. Estaba horrorizada, especialmente con mi hermano pequeño allí para disfrutar de mi sufrimiento, pero mi madre estaba resuelta. "Escoge algo que te guste y póntelo. Y no te tardes", ordenó. "Si tienes problemas para elegir algo, elegiré por ti".

Me tomó más tiempo decidirme que vestirme. No importaba lo que eligiera, sabía que iba a parecer un completo idiota. Sin ninguna razón en particular, terminé usando el vestid amarillo. Supongo que pensé que me haría parecer menos estúpido que las otras cosas entre las que tenía que elegir. Me equivoqué. Sin mangas y con un dobladillo corto, se ceñía a mi cuerpo y dejaba ver las curvas formadas por la lencería femenina que llevaba debajo.



Mamá sonrió cuando me vio bajar las escaleras. Dave tuvo que taparse la boca para no reírse. Me sorprendió, ¡y secretamente me complació! — cuando fue regañado por "burlarse de su hermana".

—Creo que será mejor que te calles, joven. No te costaría mucho encontrarte en una situación similar, ¿sabes?

Dave rápidamente cambió su sonrisa por una mirada de total inocencia. El brillo en sus ojos, sin embargo, fue suficiente para hacerme sonrojar de pies a cabeza.

Sin embargo, supongo que hice algo bien por una vez, a juzgar por la expresión de la cara de mi madre. Ella me elogió por lo bien que me quedaba mi nuevo vestido. Sin embargo, me mandó a subir para que me pusiera los tacones blancos en lugar de los zapatos planos negros.

"Aprenderás", me dijo cuando le pregunté qué diferencia había entre unos zapatos y otros. "Algunas chicas nunca aprenden, pero tú sí lo harás... incluso si me toma toda la vida enseñarte".

Mientras regresaba, también me dijo que me quitara el vestido y me pusiera un brassier con relleno. Un collar de perlas y un brazalete de perlas a juego completaron mi atuendo para la noche.

Se sentía raro estar sentado a la mesa con un vestido. El dobladillo era corto y el ajuste era ceñido, casi demasiado apretado, y tiré y tiré del material en un intento de mantener las cosas rectas. Después de recibir una mirada severa de mamá, me di por vencido. Eso no me hizo más feliz cuando el dobladillo subió por mis muslos, exponiendo el margen de mi slip y la parte superior de mi media.

"Ahora luces mucho mejor", dijo mamá mientras nos sentábamos y comíamos en el comedor. La televisión estaba apagada y Dave había puesto uno de los discos de la big band de nuestra madre en el estéreo. "La casa es mucho más tranquila así. Podría acostumbrarme a tener una hija bonita ayudando en la casa. Demasiados chicos significa que habrá muchos problemas".

En lugar de decir nada, seguí masticando. Mi faja me estaba matando y uno de mis aretes no dejaba de hacerme cosquillas en el costado del cuello. Peor aún, Dave no dejaba de sonreírme, haciéndome sonrojar aún más que antes. Juré en ese mismo momento que iba a vengarme de él... Simplemente no sabía cómo.

Después de una larga y tediosa comida, limpié la cocina y luego pasé el resto de la noche lavando la ropa. Debo haber lavado cinco cargas, incluidas dos de las batas de enfermera de mi madre. Además, me dieron una extensa lección sobre cómo planchar sus uniformes y vestidos correctamente, después de lo cual me dejó para practicar mi nueva habilidad. En realidad, eso no era tan malo como parecía; planchar puede ser un poco divertido (¡aunque ningún chico lo preferiría sobre leer cómics, por supuesto!) y una vez que entendí como hacerlo, el tiempo pasó bastante rápido, aunque la pila de ropa por hacer siguió creciendo.

La peor parte de todo fue tener que estar de pie con ese estúpido y ridículo vestido y mi ropa interior femenina. Bueno, ¡eso y esos malditos tacones altos! Oh, cómo me dolían los pies... Cuando no estás acostumbrado a usar zapatos así, un par de horas con ellos puede parecer paralizante. Y esa estúpida faja y sujetador; No puedo decirte cuántas veces tuve que ajustar mi cintura o una correa del sostén para evitar que el elástico cortara mi piel. Fue tortuoso hasta ese punto que me encontré llorando en silencio de frustración por mi dilema.

A pesar de lo miserable que era, no me atrevía a pensar en cambiarme de ropa por miedo a que me volvieran a gritar; Estaba demasiado asustado para quejarme de la más mínima cosa. No después de la última paliza que recibí. Seguí planchando y preocupándome por lo que iba a pasar después.

Media docena de uniformes, diez blusas y cinco vestidos después, mi madre me apartó de la tabla de planchar para prepararme para ir a la cama.

"Has tenido un muy buen comienzo, 'Pamela'", dijo con una sonrisa. Estaba sentada en el borde de mi cama, observando atentamente mientras me desvestía. "Simplemente no sabes lo que significa para mí tener a alguien que me ayude con la ropa y la cocina. Debería haber hecho esto hace mucho tiempo".

Solo gruñí mientras colgaba mi vestido y lo volvía a colocar en mi armario. Después de zafarme del vestido, comencé a desabrocharme el sostén. Para mi sorpresa, mamá me detuvo.

—No, déjatelos puestos —dijo con firmeza—. "Déjate puestos tu sostén y tu faja, especialmente tu faja. Durante los próximos días quiero que los uses todo el día, incluso mientras duermes. Tal vez eso evite que manches tu cama esta noche.

Estaba cabizbajo.  ¿Usar esa estúpida faja... para dormir? Después de todo lo que había pasado, tenía que quedarme con la única cosa que había estado deseando quitarme durante todo el día. ¡Simplemente no era justo!

—Pero, mamá... Empecé a quejarme.

"¡No quiero escuchar nada más! ¿No recuerdas qué fue lo que te metió en eso para empezar? ¿Qué te pasa? ¿Tienes un problema de memoria o algo así?"

Negué con la cabeza, con cuidado de no decir nada que pudiera molestar a mi madre.

"Déjate el sostén y la faja puestos, 'Pamela', hasta que te diga lo contrario. Tienes que acostumbrarte a usar un sostén, además no voy a permitir que juegues con esa cosita sucia tuya en mis sábanas buenas . Tu faja debería detenerte. Mañana por la mañana puedes ponerte ropa interior fresca y nosotros la pondremos en remojo. ¿Tienes algún problema con algo de esto?"

Negué con la cabeza, demasiado avergonzado para siquiera levantar la vista.

"Muy bien. Y más vale que no haya ningún accidente esta noche, ¿me oyes? Te estaré revisando por la mañana, así que ten cuidado con lo que digo".

—Sí, señora.    

"Ahora, vete a la cama".

Y así me deslicé entre las sábanas esa noche, mi cuerpo todavía envuelto en lycra, satén y elástico. Hervía de ira y frustración mientras yacía allí, preocupándome por lo ridículo de mi situación. ¿Cómo podría irme a dormir? Un chico de mi edad, vistiéndose y actuando como un mariquita... ¡Fue simplemente estúpido! ¡Y tampoco era justo! Todo lo que había hecho era escabullirme de la casa por un rato, solo para divertirme un poco. Ah, bueno, claro, y estaba esa cosa con esas revistas escondidas debajo de mi cama...

¡Chico, estaba enojado! El problema era que no estaba seguro de con quién estaba más enojado: con mi madre por hacerme disfrazarme y hacer cosas tan tontas... o a mí mismo por dejar que se saliera con la suya.

Había otro problema. Uno bastante serio. Por mucho que odiara admitirlo, había algo en usar cosas de chicas que me parecía emocionante, la forma en que me hacían sentir y la forma en que tenía que actuar cuando las usaba. . . no importa lo humillante que sea. Y aunque no podía sentirlo, o casi ni siquiera encontrarlo, por lo demás, mi virilidad se despertó. ¡Debajo de la capa dura y elástica de satén y encaje tuve la erección más dolorosa de mi vida! Traté de ignorarlo, pero estaba apretado, una llama de placer ardiendo en la oscuridad, a punto de explotar.

Agotado y confundido, me dejé caer en un sueño intermitente, uno con sueños llenos de rostros sonrientes y lazos de seda. Cuando me desperté a la mañana siguiente me di cuenta de que no había escapado; de hecho, me sentí atraído aún más profundamente que antes.

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Aquí termina la primera temporada, que trata sobre como Greg terminó usando ropa de niña. La segunda temporada es sobre Greg explorando su feminidad. La traeré a este blog, muy pronto.



martes, 5 de noviembre de 2024

No todos los niños...


No todos los niños crecen y se vuelven hombres, de algunos florece una linda, delicada y muy femenina señorita. Obviamente la píldora rosa ayuda mucho.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Disciplina del lápiz labial (Parte 9)

 


Capítulo 9: El viaje de compras

El resto del viaje estuvimos en silencio. Nos detuvimos en el mismo Sears en el que habíamos hecho mis compras anteriores, estacionamos y luego nos dirigimos a la puerta. Me latía la cabeza cuando salí del auto y caminé junto a mi madre. Me sentí tan estúpido, tan obviamente ridículo, vestido con mis pantalones y mi blusa de niña y con la cara pintada como una de esas chicas remilgadas de mi clase. Con mis pantalones ajustados y balanceando mi bolso sin poder hacer nada, tenía cuidado de no caminar demasiado o encorvarme. Mamá no pareció darse cuenta, pero yo no quería echar gasolina a las brasas que aún pudieran estar ardiendo.

Al entrar, nos dirigimos directamente al departamento de adolescentes y esta vez no necesitó preguntar donde estaba. Primero fuimos al departamento de lencería, donde observé con horror cómo seleccionaba cuatro paquetes de bragas blancas. Junto a las bragas estaba la exhibición de panti-fajas, ya saben bragas de niña que tienen faja integrada. Se me secó la boca cuando ella escogió tres pares de fajas con acabado en braga y tres más con un pequeño short. A continuación, se pasó al mostrador de sujetadores y pidió cuatro sujetadores nuevos, eligiendo de nuevo sujetadores de entrenamiento con las copas ya acolchadas. Luego, justo al final del pasillo, recogió seis paquetes, cada uno de medias de color neutro y café.

¿Qué pasa? Pensé, presa del pánico. ¡Eso es suficiente para tres chicas! Ella no espera que pase todo el verano usando esa basura, ¿verdad?

Me dio a cargar las compras recién hechas. Luego se dirigió hacia los percheros de vestidos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mi estómago se sintió revuelto. Traté de no prestar atención a lo que ella eligió.

Mamá me miró y sonrió. "Por supuesto, sabes que vas a tener que probarte algunos de estos para ver si te quedan bien. No voy a gastar dinero en ropa que no te quede bien".

Mientras nos dirigíamos a la dependienta, se me ocurrió que estaba haciendo que pareciera que comprar ropa de niña era idea mía. Genial, pensé con tristeza. Ni siquiera quiero estar aquí en primer lugar.

"Quiero pagar por estos, y mi hija", dijo mamá mientras me entregaba el puñado de vestidos, "quiere probárselos".

La empleada era otra diferente a la de mi primera visita, pero era igual de dulce y servicial. "Oh, Dios mío, ¿no eres una chica afortunada? Debes haber hecho algo especial para que tu madre gastara tanto dinero en ti".

No podía decidir si me sentía aliviada o molesta por el hecho de que ella parecía pensar que yo era realmente una niña. La ironía de mi situación no me hizo sentir mejor.

Con los brazos llenos de ropa, seguí a mi madre hasta el reducido espacio del vestidor para probarme algunos de los vestidos. Una vez dentro, me hizo quitarme la blusa, los pantalones, la ropa interior y los calcetines.

Llegados a este punto, creo que tengo que decir algo. Sé lo que probablemente estés pensando. "¡Guau, estabas desnudo en el departamento de chicas! ¡Genial!" Bueno, déjame decirte que estaba absolutamente aterrorizado. Absolutamente. No había nada sexy en ello. Al menos no en ese momento.

En retrospectiva, tengo que admitir que ahora pienso a menudo en mi situación y en todo lo que sucedió como resultado de ella. Pero en ese mismo momento, de pie allí con nada más que ese estúpido sostén, con mis manos cubriendo mi vergüenza juvenil y llorando desconsoladamente, me sentí miserable. No tenía idea de lo que iba a pasar después, solo que estaba bastante seguro de que iba a ser horrible.

Mamá se tomó su tiempo para decidir qué quería que me pusiera primero. Mientras estaba desnudo y temblando ante ella, me regañó, diciendo que esto me enseñaría a ser más reflexivo sobre mis acciones.

"No puedo creer que te hayas estado masturbando con fotos de esas chicas así. ¡Es casi criminal! ¿Quieres ir a la cárcel por ser un pervertido? ¿Sabes lo que le hacen a gente como tú en la cárcel, 'Pamela'? ¿Una chica guapo como tú? Me señaló con el dedo. "Te tratarían igual que tratas a esas pobres chicas en esa pequeña y sucia mente tuya, eso es lo que te harían. ¿Es eso lo que quieres?"

Lo único que podía hacer era llorar; Estaba tan avergonzado de mí mismo. Al oírla decir eso, me sentí tan enfermo como ellos. Negué con la cabeza y traté de no llorar más de lo que ya estaba.

"Oh, deja de lloriquear. Vas a tener que volver a hacerte el rímel cuando terminemos". La sonrisa en su rostro era más suave que unos momentos antes.

Después de revisar sus compras, mi madre finalmente se decidió y me entregó un par de bragas con adornos de encaje de plumas para que me las pusiera. Por extraño que parezca, no me importaba ponérmelos, ya que, a mi modo de ver, al menos llevaría algo. Imagínense mi sorpresa cuando, después de deslizarlos por mis piernas y ajustar el elástico alrededor de mi cintura, me sentí aún más desnuda que cuando no tenía nada puesto. Miré hacia abajo y vi el material de gasa hinchándose como algodón de azúcar.

Luego vino una prenda que realmente aprendería a odiar: ¡la panti faja! Cuando mamá me entregó una de las que terminan en short, me dijo que me la pusiera, estuve a punto de quejarme. Qué prenda de vestir tan ridícula. Me sentí tan estúpido sosteniéndola y me sentí aún más estúpido cuando me señalaron que me la estaba poniendo al revés. Al darle la vuelta, pensé que la cosa debía ser una o dos tallas demasiado pequeña, ya que no podía pasarla más allá de mis caderas.

"Mamá, te equivocaste de talla", me quejé mansamente. "Esto es demasiado pequeño".




"El tamaño es el correcto. Se supone que debe estar apretado. ¿No lo sabías por leer tus revistas de chicas? Me dirigió una mirada cómplice. "Solo agradece que te haya comprado uno hecho de lycra en lugar de goma. Los que tuve que aprender a usar me apretaban tanto que luchaba mucho para ponermelos, y una vez puestos, no querían salirse. Te acostumbrarás después de haberlo usado por un tiempo".

¿Un rato? ¿Cuánto tiempo será? Me pregunté.

Tiré y tiré hasta que finalmente lo conseguí más allá de mis caderas y sobre mi barriga. Me di cuenta de que tenía un panel frontal liso y brillante que ocultaba eficazmente cualquier bulto juvenil y me daba una apariencia plana contorneada. Mientras pasaba los dedos por él, pude sentir un escalofrío que me recorría; si se siente como si . . . bueno, ¡como si no hubiera nada allí! Quiero decir, podía sentir mis dedos deslizándose sobre mis partes íntimas, pero no podía sentir mis partes íntimas con mis dedos. Me miré a mí mismo y me di cuenta de que me veía tan plano como las chicas de mis revistas. Entonces miré a mi madre, que sonrió de la manera más satisfecha. Ella sabía exactamente lo que me preocupaba y se deleitaba con mi horror.

Lo siguiente que salió del paquete fueron las medias de nylon. Mamá me dijo que me sentara. Luego me mostró cómo agrupar las medias dejando solo el área de los dedos para deslizar mi pie. No pude evitar sonrojarme cuando la media me recorrió  la pierna. Sujetó las medias con unos ganchos incluidos en la faja.

"¿Viste cómo lo hice?" Asentí con la cabeza. "Muy bien. Ahora te toca a ti". Me hizo repetir el proceso con la otra media. "Ahora, comienza desde abajo y súbela con suavidad. Vas a tener que mantener las uñas de los pies en mejor forma o vas a rasgar tus medias", aconsejó. "Si eso sucede, te compraré otras medias con tu mesada".

Hice lo que me dijo y, sorprendentemente, no cometí ningún error. No pude evitar temblar mientras pasaba las yemas de los dedos por mis piernas vestidas de seda; si la sensación de la parte delantera lisa de la faja me daba escalofríos; Las medias me dieron un escalofrío doble.

"Ahora, quiero que mires algo". Mi madre me agarró por los hombros y me giró para que mirara el espejo del tocador de triple cristal. —¿Te resulta familiar?

Lo que vi ante mí me hizo quedarme boquiabierto. ¡Literalmente! Greg Parker, de trece años, se había ido y en su lugar había una chica de rostro triste en lencería. Con la cara maquillada con lápiz labial y rímel, el pelo recogido en mechones y el cuerpo atado con sujetador, faja y medias, me parecía casi exactamente a cualquiera de las modelos de las revistas que había coleccionado. A pesar de lo asustada y asqueada que me sentía, no podía apartar los ojos de la imagen que tenía delante.

—Eso debería darte algo con lo que masturbarte —dijo mamá, con la voz agria por el sarcasmo—. "De hecho, tal vez a tus amigos les gustaría verte de esta manera. Apuesto a que se alegrarían al ver a una 'chica' como tú con ropa interior tan bonita".

"Mamá, por favor..." Por alguna razón tenía problemas para respirar y me sentía mal del estómago.

"¿Ves lo que se siente ahora, 'Pamela'? ¿Entiendes por fin de lo que estoy hablando? Esto es lo que pasan las chicas cada vez que se visten. ¿No es lo suficientemente malo sin saber que algún chico los está mirando y teniendo pensamientos enfermizos? Imagínate cómo te sentirías si tuvieras que pasar por esto todos los días". La expresión en el rostro de mi madre era de triunfo. "Imagínate lo que sería saber que todos los chicos que conoces te desnudan con los ojos. No es demasiado agradable, ¿verdad?

Echando un vistazo a la imagen que tenía ante mí, negué con la cabeza. —No, señora.

No habíamos terminado, por supuesto. Con las manos por encima de la cabeza, mamá colocó uno de los calzoncillos en su lugar. Lo apretado de mi faja y mis medias contrastaban con lo suave que se sentía todo al tacto, enviándome  una confusión que fue extremadamente inquietante, por decir lo menos. Probablemente fue la sensación más maravillosa que jamás había experimentado; La caricia fresca de tanta seda y nailon contra mi piel era adictiva, y mi mente adolescente se imprimía rápidamente en este sentimiento vergonzosamente maravilloso. Mirando mi reflejo en el espejo, apenas podía reconocerme a través de las lágrimas en mis ojos; lo que sí vi fue una forma blanca y femenina que se balanceaba de un lado a otro como si estuviera en un sueño.

Finalmente llegó el momento del primer vestido, en el que entré por debajo y que mi madre abotonó por detrás. Era una funda estampada amarilla, con una cintura estrecha y una falda ajustada que me llegaba justo por encima de las rodillas, lo que me obligaba a caminar con pasos cortos y delicados. Me sentí tan tonto mientras me quedaba allí mirándome a mí mismo; entre los mechones de rímel que corrían por mis mejillas y mi figura juvenil de trece años envuelta en flores amarillas y encaje, supongo que tenía motivos de sobra.

"Quiero que dejes de lloriquear", dijo mi madre mientras tiraba de mi vestido. "Te lo buscaste a ti mismo y lo sabes, así que no sirve de nada ser un bebé. Solo aguanta y haz lo que te diga y tal vez las cosas no sean tan malas como crees".

"Pero no quiero ser una niña", resoplé.

"No, preferirías ser un chico desagradable que tiene pensamientos sucios y se masturba todo el tiempo". Sus palabras me golpearon el alma como un martillo de bola. "Además, no te halagues a ti mismo. No te voy a convertir en una niña. Al menos, todavía no. Solo quiero que veas por lo que tienen que pasar las chicas con las que te masturbas para verse tan bonitas. Tal vez vestirte como una chica te dé una apreciación de lo que tienen que soportar".

Mientras aseguraba los botones en la parte posterior de mi vestido, mamá me recordó que parte de ser una niña era la voluntad de aceptar la ayuda de los demás con tareas que no podía manejar por mi cuenta. La impotencia parecía una virtud tan femenina. Cuando tuvo el vestido en su lugar, tiró de él y lo volvió a colocar para determinar si el ajuste era el adecuado.

Cuando tomó su decisión, pasamos a los otros vestidos de mi nuevo armario. Además del vestido pegado con estampado amarillo, había uno en estilo camisa de lunares de corte completo, o un "vestido de casa", como lo llamaba mamá, un vestido corto de flores y uno rojo brillante bastante corto y ajustado y una chaqueta de manga corta a juego. También había un par de faldas, una plisada blanca y la otra una cruzada rosa. Ambas eran muy cortas y escasas, apenas lo suficientemente largos como para ocultar la parte inferior de mi faja. La sola idea de tener que usar uno era suficiente para marearme.

Mamá sabía lo mucho que odiaba probarme ropa, pero ese día no iba a tomar ningún atajo para acomodarse a mis sentimientos; Se aseguró de que todo estuviera perfecto, desde el cuello hasta el busto y el dobladillo, pinchándome y pinchándome por todas partes mientras medía el ajuste. Para cuando terminó, yo era un manojo de nervios, así como... ¡ejem! —  la orgullosa propietaria de un armario completamente nuevo.

Cuando terminamos, me hizo quitarme el último vestido y el último pantalón, pero me hizo dejar la faja y las medias.

—¿Quieres ponerte una de estas —dijo, levantando el par de falditas—, o tus Capris? Hace tanto calor que la falda podría estar más fresca".

Tragué saliva nerviosamente al darme cuenta de lo que me estaba sugiriendo. No había forma de que estuviera dispuesto a salir voluntariamente en público con una falda o un vestido. "Uh, me quedaré con los pantalones, mamá".

"¿Estás seguro? Incluso te dejaré usar el vestido de verano si quieres. A mí no me importa".

La idea de salir en público sin pantalones no era exactamente algo para lo que estuviera preparada. Con los ojos muy abiertos y desesperado, sacudí la cabeza. Mi madre se encogió de hombros y empezó a recoger nuestras compras.

Me puse de nuevo la blusa, los capris y los zapatos. Mis pantalones se sentían diferentes con la faja y las medias tirando una contra la otra debajo del material delgado. Mi nueva lencería también me hizo ver diferente, incluso con esos estúpidos pantalones verde lima; podría haber sido mi imaginación, pero mientras estudiaba mi reflejo en el espejo del tocador sentí que mi trasero y mis piernas se veían, bueno, más redondas, más curvas... más aniñado.

Además, una inspección más cercana reveló que las pestañas se podían sentir fácilmente, si no se visualizaban fácilmente, justo debajo del material delgado de mi Capris. Las lengüetas de la liga de mi faja se convirtieron en sensaciones distintas en la parte delantera y externa de mis muslos. No podía decir si se veían o no desde atrás, pero supuse que sí.

Había algo más. Me mortifiqué al descubrir que la parte superior de mi faja se asomaba por la parte superior de mi Capris que abrazaba la cadera, dejando al descubierto una delgada línea de encaje alrededor de mi cintura. Bien. Se me veían las bragas. Otro recordatorio de lo cuidadoso que tenía que ser con esa ropa.

Antes de salir del camerino me dijeron que me arreglara el maquillaje. Era desconcertante verme en el espejo, con mi llamativo traje rosa y verde, sosteniendo mi compacto y la gorra a mi rímel tan femeninamente, pintándome las pestañas con tanto cuidado. Quise destrozar la imagen que tenía delante, pero me limité a suspirar e hice lo que se esperaba. Por encima de mi hombro, mi madre sonrió triunfal.

Mamá hizo las compras del vestido y me acompañó hacia el departamento de zapatos. Ahora, cuando estaba caminando, un leve sonido provenía de la fricción entre el Capris y las medias, además del tirón elástico de mi cinturón.

Cuando entramos en el departamento de zapatos, un vendedor se acercó y preguntó si podía ayudar. Mamá dijo que necesitaba unos tacones bajos y un par de zapatos planos para su hija. Nos mostró una exhibición y ella eligió dos pares de cada uno para que me los probara, dos en negro y los otros dos en blanco. Los que tenían tacones tenían elevaciones de dos pulgadas. Me tomó las medidas y luego se fue, regresando con cuatro cajas. Me probé cada par, teniendo que caminar para ver cómo me quedaban y evaluar su comodidad. Mamá me preguntó cuál me gustaba y, como sabía que iba a comprar un par de cada uno, hice lo que fue una selección honesta basada en la comodidad después de unos pocos pasos en cada uno. Acordamos un par de zapatos planos negros y un par de tacones blancos y negros.

Mamá le entregó al vendedor mis opciones y le dijo: "A él le gustan esos". Al darse cuenta de su error, me miró tontamente y se río. "Tomaremos los dos pares, pero mi hija aquí usará los tacones blancos", logró corregirse.

No me atreví a decir ni a hacer nada. No podía creer que pudiera cometer ese tipo de error frente a alguien. Si se dio cuenta o no, realmente no lo sabía. No pareció cambiar su expresión cuando se giró para llamar a la compra. Pero si me hubiera mirado, lo habría sospechado, ya que podía sentir que me sonrojaba y me ponía carmesí.

Cuando salimos del departamento de zapatos, no solo podía sentir el roce de las medias de nailon contra mis Capris, sino que ahora yo era la fuente de ese eco distintivo de chasquido que solo hacen los tacones de las mujeres cuando cruzan un piso duro. En ese momento, ciertamente estaba dando pasos más cortos que cuando salí de la casa esa mañana.

Pensé que habíamos terminado cuando mamá se dirigía hacia las puertas por las que habíamos entrado. Sin embargo, cuando se detuvo frente al mostrador de la joyería, mi corazón se hundió. Sabía lo que venía.

"Por favor, mamá, no-o-o-o..." —susurré desesperadamente—.

Mamá ignoró mi lamentable súplica. "Nos gustaría conseguir un par de aretes perforados para mi hija y ella va a necesitar que tú también hagas el piercing. Ahora escojamos un par". Se volvió hacia mí y me guiñó un ojo y sonrió. Fue la primera señal de que tal vez parte de su ira estaba empezando a disiparse. Aun así, había una insinuación de "¡Te lo dije!" en su rostro.

Hojeó la pantalla y finalmente eligió un par de aros dorados de tamaño mediano. "Estos funcionarán muy bien para empezar, cariño". —dijo—. Con eso se los entregó a la vendedora y pagó los aros. "Por favor, incluya el coste de la perforación con eso", le ordenó a la niña.

Con las rodillas débiles por el miedo, toqué a mi madre en el codo. – No me va a hacer un agujero en la oreja, ¿verdad?

"Oh, no te preocupes, cariño. No dolerá... demasiado". La expresión en la cara de mi mamá me enfermó. "Ahora, esto es solo para el verano, así que no digas una palabra, ¿entiendes? Te dije que ganaría eventualmente, y ahora vas a hacer lo que te digo. Es mejor que te sientes y lo disfrutes".

Una vez terminada la transacción, mi madre señaló el asiento y el empleado me limpió los lóbulos de las orejas con una solución de alcohol isopropílico. Sentí como si estuvieran a punto de operarme, estaba muy molesta. La expresión de miedo en mi rostro incluso preocupó al empleado, quien me dedicó una sonrisa tranquilizadora.

"No te preocupes, cariño. Dolerá solo por un minuto. Piensa en lo bonita que te vas a ver cuando terminemos".

Eso es lo que me preocupaba, obviamente.

Sentí un hormigueo humillante entre mis piernas cuando el frío metal de la pistola perforadora se colocó sobre el lóbulo de mi oreja, y escuché un fuerte chasquido justo sentí una sensación de escozor. A continuación, se insertó el pendiente y se colocó en su lugar. Luego, la niña caminó hacia el lado opuesto y repitió la operación. La mayoría de la gente piensa en las inyecciones en el médico cuando huelen el olor del alcohol isopropílico, pero me acuerdo de ese día justo antes de que me marcaran permanentemente por mi feminidad. También me acuerdo de la erección que tuve.

Finalmente, con aros dorados en ambas orejas, se me permitió seguir a mi madre de regreso al auto, la reverberación de mis zapatos nuevos resonando dentro de mis orejas recién adornadas.

—¿Te lo pasaste bien? —preguntó mamá mientras subíamos al coche. Solo le di una mirada de puchero y olfateé. Eso no afectó su entusiasmo en absoluto. "Bueno, puedes ser una llorona si quieres, pero yo me lo pasé muy bien. Ahora vámonos a casa y divirtámonos de verdad".


miércoles, 30 de octubre de 2024

Es gracioso, ahora si me gustan las cosas de niños

Desde pequeño me gustaban mucho las cosas de niñas. Todos los adultos me regañaban y me decían que a mi deberían gustarme las cosas de niños.



Cuando crecí pude tomar una píldora rosa y convertirme en mujer. Es gracioso, ahora si me gustan las cosas de los niños. Como sus penes.







lunes, 28 de octubre de 2024

Disciplina del lápiz labial (Parte 8)


Capítulo 8. Mi secreto es descubierto.

La escuela terminó unas semanas más tarde y el verano entre los grados octavo y noveno iniciaron sin nada especial. Mamá iba a trabajar todos los días y yo hacía algunas tareas en la casa y ayudaba a mantener las cosas ordenadas y me aseguraba de que Dave no se metiera en problemas. Mamá insinuaba que en mi tiempo libre podría probarme algo de mi ropa de niña, pero no iba a hacerlo voluntariamente; Actuó decepcionada, pero iba a hacer falta mucho más que una cara de cachorro y algunos pucheros para que volviera a pasar por todo eso. En lo que a mí respecta, "Pamela" era historia antigua.

Y entonces sucedió.

Todo comenzó el día que regresé de pasar el rato con algunos de los chicos de la calle. Mamá estaba en el trabajo y yo estaba a cargo, por así decirlo. Lo sé, lo sé, no debería haber salido de casa porque mi hermano pequeño estaba allí solo. Y yo tenía órdenes estrictas de nunca dejarlo solo. Está bien, sí, me equivoqué, pero ya sabes cómo son los chicos; Solo quería ver qué estaba pasando y me estaba costando bastante encajar tal y como estaba, así que no vi nada malo en ello. Además, solo estuve fuera unos minutos, ¿de acuerdo?

Supe que estaba en serios problemas cuando vi el auto en el camino de entrada. Como si eso no fuera suficiente, mamá estaba parada en la puerta principal, con la cara tan roja como un camión de bomberos.

"¿Dónde has estado?", me gritó mientras entraba en el vestíbulo. Antes de que pudiera decir una palabra, ¡SLAP!! — Me encontré sentado en el suelo con estrellas ante mis ojos.

"¡Te dije que nunca, nunca salieras de casa sin permiso! Dejaste a tu hermano aquí solo, y sabes que eso es peligroso, ¿verdad!! Aquí estás, con casi catorce años, y te vas a quién sabe dónde haciendo quién sabe qué, dejando que tu hermanito se lastime o queme la casa. Bueno, te lo advertí, ¿no?, pero no me escuchaste. Nunca escuchas. ¡Eso, pequeño señor, le va a costar!

—Lo siento —gimoteé—. Me froté la cara y luché contra las lágrimas que me quemaban los ojos. De repente, mi estómago no se sentía muy bien.

A pesar de lo enojada que estaba, mi madre apenas estaba comenzando. "Hay algo más. Ven conmigo ahora mismo. ¡Tienes que dar muchas explicaciones!"

No me habían hecho marchar a ninguna parte por tener la oreja torcida desde que era pequeño. Pero esa mañana fue exactamente así como me llevaron a mi habitación. Mamá estaba aún más enojada de lo que pensaba. El problema fue que cuando llegó a casa a almorzar y me encontró desaparecido, aprovechó para registrar mi habitación en busca de contrabando. En el proceso, descubrió mi alijo de fotos especiales que había escondido en el centro de mi colchón. Sabía que cambiaba las sábanas con regularidad, pero por lo general quitaba las viejas y metía las frescas sin perturbar mucho las cosas. Mi escondite había permanecido oculto durante más de un año y me sentía seguro. ¡¡¡Estaba equivocado!!!

Mientras miraba la evidencia que se exhibía en mi cama cuidadosamente hecha, supe que realmente me esperaba. A estas alturas mi estómago estaba haciendo chanclas.

—¿Y qué es esto joven? —preguntó mi madre, que sabía muy bien de qué se trataba.

Antes de continuar, tengo que explicar algo. Si hubiera tenido una opción principal en el asunto, habría comprado Playboy sin lugar a dudas. Sin embargo, había un pequeño problema en la ciudad donde vivía. Playboy y otras revistas similares se consideraban "pornográficas" y no se vendían a niños de mi edad. Solo podían ser comprados en licorerías y por personas mayores de dieciocho años, y en ese momento no tenía ningún amigo que me la pudiera conseguir.

Así que, como sustituto, había encontrado que "Seventeen Magazine", que podía comprar en la farmacia, ofrecía una alternativa razonable. Para mí, las chicas eran tan deseables, si no más, que las de Playboy, solo que se vestían un poco más vestidas de lo que yo hubiera preferido personalmente. Pero tendían a ser más de mi edad. Lo curioso es que también disfruté leyendo algunas de las historias, pero nunca se lo admitiría a nadie.

Así que cuando mamá decidió que era hora de tirar mi habitación, ¿adivina lo que encontró? Estaba el número actual de Seventeen, junto con fotos de números anteriores que había arrancado y escondido con él. Tengo que adivinar que ella sabía lo que estaban haciendo allí porque cuando los encontró, me dio otra bofetada.

Mi segundo error, fue decirle que no tenía ni idea de lo que era.

"¿Quieres quedarte ahí y mentirme diciéndome que este no es tu escondite?", le preguntó. Palidecí al oírla usar ese lenguaje; Fue tan impactante para mí como aterrador. "Oh, no me mires así. No soy estúpido, ¿sabes? Lo sé todo sobre los chicos y las cosas que hacen. Al fin y al cabo, soy enfermera".

La mirada que me dedicó fue fría y oscura. De repente sentí que tenía que ir al baño.

"¿Y ahora me vas a mirar a los ojos e insultar mi inteligencia? ¿No te enseñó algo tu pequeña experiencia mintiendo sobre la tarea?"

—Por favor, mamá... Le supliqué. Ella estaba trabajando a toda máquina y yo sabía por experiencia que si se enojaba mucho, yo iba a sufrir miserablemente. "Yo sólo... lo lamento...".

"¡Oh, cállate!"

Ni siquiera se detuvo a escuchar mi respuesta o incluso para hacer efecto, estaba muy molesta. Levantó un anuncio en el que aparecía una adolescente con poco más que sujetador y bragas y negó con la cabeza.

"¡Esto es simplemente maravilloso! He criado a un pervertido de trece años que no puede apartar las manos de entre las piernas, y mucho menos diferenciar entre la verdad y una mentira descarada. ¿Qué crees que debería hacer al respecto? ¿No tienes vergüenza? ¡Me das asco!" Y siguió hasta que se hizo un silencio sepulcral.

"Ve al baño y métete en la bañera. Cuando termines, vístete con tu ropa de niña porque nos vamos de compras".

Esto no era bueno, para nada. Sabía que si no decía algo, ella iría demasiado lejos... y tenía demasiado en juego como para callarme. Es decir, tenía casi catorce años. ¡Ella no podía hacerme eso!

—No, mamá, por favor...

Recibí tres bofetadas en la cara como respuesta.

"¡No me contestes! Tú eres el que quería esto, ¿entiendes? Ya que estás tan interesado en lo que hay en esas páginas de Seventeen, ¡entonces estás a punto de aprender de primera mano, señorita! Dicho esto, me dejó sola en mi habitación para que cuidara mi orgullo herido.

Ahí termino el intento de conservar mi virilidad.

Me metí en la bañera, que por supuesto estaba llena de baño de burbujas y aceites, me metí bajo el agua y me quedé allí preocupándome por lo que iba a pasar después. Desde la otra habitación podía oír a mi madre haciendo un par de llamadas telefónicas. Una de ellas fue a la clínica diciendo que se tomaría el resto del día libre debido a un problema familiar. De repente tuve un claro presentimiento de que mi vida, que había ido tan bien, estaba dando un giro abrupto.

Después de unos diez minutos salí, me sequé y volví a mi habitación. Abrí mi cajón especial y saqué uno de los sujetadores y el jersey rosa. Enganché el sujetador detrás de mí lo mejor que pude después de no haber practicado durante varias semanas y luego deslicé la parte superior sobre él. Un escalofrío me recorrió mientras hurgaba en las selecciones de pantalones que tenía para elegir. Decidida a arriesgarme, elegí un par de jeans y me los puse.

Luego entré en la cocina donde mamá estaba esperando. Cuando vio que no llevaba maquillaje, se puso furiosa. Volvió a agarrarme de la oreja y me llevó de vuelta al baño, solo para recordar que guardaba mi maquillaje en el bolso que tenía junto a mi ropa. Ella me soltó para recuperarlo junto con mi collar y regresar de inmediato. Hice lo que se me indicó y cuando me dijeron que "me hiciera la cara". Metí la mano en mi bolso y saqué el tubo de color verde que contenía mi labial rosa claro.

"No uses ese hoy, 'Pamela'. Usa el otro". Dijo con voz enojada.

Saqué el estuche blanco con el tono rosa más oscuro y luego lo apliqué. No tuve que esperar a que me dijeran que me pusiera el rímel y luego el collar de hadas. Cuando terminé mi tarea, ella agarró su cepillo y me recogió el cabello en ese estilo tonto de "coletas" que tanto le gustaba, usando un par de coleteros rosas para asegurar cada pequeña cola de caballo.

Solo quería acostarme y morir.

"Y toma, quítate esos jeans feos y ponte estos", ordenó. Miré hacia mi cama y vi los pantalones Capri verde lima que tanto odiaba. Los tenis blancos y los calcetines rosas yacían junto a ellos. "Después de que te vistas, súbete al auto y espérame".



Mientras me dirigía al auto, ella gritó: "¿Quieres caminar como un soldado, 'Pamela'? ¿Crees que eres duro? Bueno, tengo una manera de ocuparme de eso, ¡y lo haré!"

El viaje transcurrió en silencio hasta que mamá rompió la tranquilidad preguntándome cuánto tiempo llevaba acumulando las revistas. Decidí jugar con franqueza y se lo dije durante aproximadamente un año. Luego me preguntó con qué frecuencia me masturbaba. Con la cara enrojecida susurré que promediaba una vez al día.

La expresión en el rostro de mi madre era de divertido asombro. "¿Una vez al día? ¿Todos los días? ¡Tienes que estar bromeando!" Sacudió la cabeza como si hubiera olido algo malo. "Bueno, vamos a poner fin a eso a partir de hoy. ¿Dónde lo haces? Espero que no en tu habitación, sobre mis sábanas buenas.

Mi cara estaba roja mientras trataba de pensar en qué decir. Que descubrieran mi secreto más vergonzoso ya era bastante malo, pero verme obligado a discutirlo era una pesadilla. "Uh, no, señora. Principalmente... en su mayoría...". Respiré hondo. "Supongo que sobre todo en el baño".

"¿En mi baño? ¡Eso es tan desagradable!" Hizo una mueca repulsiva y negó con la cabeza. La había visto enojada antes, pero esto era algo diferente. Era como si ella realmente estuviera disgustada conmigo, total e irrevocablemente disgustada.

"Esos chicos con los que andas con ellos... No lo has hecho con ninguno de ellos, ¿verdad? Sería como si tú y tus sucios amiguitos se masturbaran el uno con el otro".

¡¡Ewww!! No podía creer que mi propia madre estuviera diciendo cosas así. "Por favor, mamá, no... No es así. Yo... Yo... Solo lo hago a veces, cuando estoy solo". Luché por controlar mis lágrimas. "No lo haré más, lo prometo".

Nunca me sentí tan avergonzado en toda mi vida.

"Bueno, eso es mentira. Ya he escuchado muchas mentiras de ti.", dijo. "Como dije, sé cómo son los niños, los niños pequeños y sus pequeños juegos. No te puedes las manos de encima, ¿verdad? ¿Cómo puedes soportar hacer algo tan desagradable?" Pensé que mi corazón iba a estallar; Era tan fuerte escuchar a mi propia madre hablar así. "Algo está a punto de cambiar. Hay formas de controlar esto. Y créeme, ¡vamos a controlar tu entrepierna!".

No sabía exactamente de qué estaba hablando... pero sabía que tampoco quería averiguarlo.

 


jueves, 24 de octubre de 2024

Serás una buena esposa


"Mamá, ¿qué está pasando? ¿Por qué me estás vistiendo de novia?"

"Vamos querida, sabes muy bien por qué. Tú y tu mejor amigo Alberto eran unos desobligados. Siempre habéis estado juntos, ni siquiera tiene novias, solo les gusta jugar con las mujeres. Como Alberto tiene 25 años y tú 22. La tía de Alberto y yo decidimos usar este hechizo".

"¡Pero soy un chico, no puedo casarme con él!"

"Bueno, ¿crees que sigues siendo un hombre? Mírate. Cuerpo suave, senos redondos, caderas anchas y esa suavidad entre tus piernas. Ahora eres una verdadera niña, como yo y otras mujeres".

"¿Pero por qué me convertiste en mujer?"

El hechizo te eligió, probablemente por ser mejor que Alberto, o tal vez porque él era el líder y tú solo lo seguías. Ahora serás una mujer para siempre. Pero no te preocupes, el hechizo te ha convertido en una mujer heterosexual. Ahora, sólo los hombres serán atractivos para ti.". "Vas a amar a tu marido. Serás una buena esposa. Y empezarás a ovular hoy. Tengo muchas ganas de ver a tu nuevo marido tomar tu virginidad y darte mi primer nieto".