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Capítulo 3: Las vacaciones comienzan
La mañana del viaje a América comienza con emoción y nerviosismo. Frente al edificio que sirve como escuela de ballet, Tony y Shirley se encontraron con el autobús que los llevará al aeropuerto. La estructura, una extensión de la casa de Madame, está llena de actividad. Tony, ansioso y un poco incómodo, se encuentra rodeado de figuras nuevas y peculiares: las simpáticas gemelas Madge y May, quienes ayudan a Madame con la música y la organización; Cheryl y Barbara, exalumnas que ahora colaboran como asistentes; y finalmente, la imponente Madame, que irradia una autoridad majestuosa.
“Qué bien, han llegado a tiempo”, les dice con una sonrisa encantadora. Al ver a Tony le dijo: “Esta debe ser tu prima, Antonia. ¡Es una cosita tan bonita!”
Tony, incómodo con la atención, respondió apenas, deseando desaparecer.
Antes de subir al autobús, Shirley le entregó su muñeca. Aunque Tony frunció el ceño, aceptó el gesto sin protestar. Ya dentro, se acomodaron en la última fila, mientras una niña conocida —Gwen— los saludó cordialmente.
La conversación gira rápidamente en torno a Melanie, una misteriosa alumna de reciente ingreso. Shirley y Gwen describen a la niña como distante, torpe y sin carisma, pero favorecida por Madame, al parecer gracias a las generosas donaciones de su madre. Justo entonces, Melanie llega en un lujoso coche, escoltada por su madre severa. La niña sube al autobús y se aísla de inmediato, vestida con un atuendo que Shirley no puede evitar criticar.
“Lo siento”, le dice a Tony, al notar que el vestido de Melanie se parece mucho al que él mismo está usando. “Pero debes admitir que ella es demasiado grande para ese estilo.”
Tony solo asiente, sintiendo cierta empatía por la chica enigmática. Mientras el autobús parte hacia el aeropuerto, Cheryl se une a los niños en la parte trasera, saludando efusivamente a Tony.
“Eres muy bonita. ¡Ah, también has traído tu muñeca! ¡Qué dulce!”
Sonrojado, Tony responde con timidez. Cheryl revela que "ella", Shirley, Melanie, Madame y ella misma se alojarán en la casa de Mimi, directora de la escuela de ballet estadounidense.
Durante el vuelo, Tony se maravilla con el avión y logra finalmente entablar conversación con Melanie, compartiendo un interés genuino por la aeronáutica. Por un momento, cree haber superado la barrera que la niña ha construido a su alrededor, pero su intento por cambiar de tema hacia la ropa hace que Melanie se cierre de nuevo.
“Oh, Melanie, ¡me gusta mucho tu vestido! El mío es casi igual, solo que rojo.”
“Eso es lindo”, responde ella, volviendo a su libro con un suspiro.
Confundido, Tony se siente aún más intrigado por la actitud distante de su compañera. Algo no encaja, y su instinto le dice que hay un misterio escondido tras la aparente apatía de Melanie.
Finalmente aterrizan en Tampa, donde Mimi los recibe con calidez. La escuela americana resulta ser más informal y acogedora que la inglesa. Mimi les presenta un programa intenso de actividades, clases y espectáculos, pero también recalca que lo importante es disfrutar.
Tony empieza a notar las diferencias culturales, y también la incomodidad física de estar vestido con ropa inadecuada para el clima. En la casa de Mimi, Shirley lo ayuda a cambiarse por un vestido más ligero, aunque aún con los infaltables detalles infantiles: enaguas, bragas con volantes y zapatos de charol.
A regañadientes —pero con una secreta complacencia— Tony se deja vestir nuevamente como una muñeca. Shirley luce más madura con su maquillaje y perfume, contrastando con la apariencia de niña pequeña que insiste en imponerle a su primo.
Melanie los espera en la sala, igual de retraída y vestida casi idéntica a Tony. Pero el ambiente cambia con la llegada de Cheryl, siempre luminosa y chispeante.
“¡Hola, chicas! ¿Están acomodándose bien?”, pregunta alegremente. Al ver el lazo suelto en el vestido de Tony, se acerca para arreglarlo, lo elogia efusivamente, y sugiere con entusiasmo: “¡Tienes la figura perfecta para el ballet! Apuesto a que te verías adorable con un tutú”.
Tony, avergonzado, no puede protestar. Su cuerpo respondió con una excitación involuntaria que lo confunde y perturba, justo cuando Mimi y Madame regresan para llevarlos a cenar.
Mientras se dirigen a la enorme cocina, el joven protagonista siente que algo está cambiando dentro de él. Ya no tiene escapatoria ni un refugio seguro donde recuperar su identidad. Se encuentra atrapado en un mundo donde las apariencias y los papeles sociales son tan estrictos como las posiciones de ballet. Pero por primera vez en mucho tiempo, también se siente intrigado, vivo… y quizás, un poco esperanzado.