miércoles, 24 de septiembre de 2025

Clínica Venus: Camila



Me llamo Camila.
Pero antes… antes era un hombre de 24 años con un título universitario colgado en una pared vacía. Tenía una rutina que me asfixiaba: despertador, tráfico, cubículo, órdenes huecas y un jefe que me trataba como si solo sirviera para producir.

No encajaba. No en los trajes, no en los cafés de oficina, no en las conversaciones sobre rendimiento. Sentía dentro de mí un grito mudo, una súplica por otra vida… una vida donde no tuviera que demostrar nada.

Una madrugada, navegando sin rumbo por internet, encontré un anuncio discreto:

“¿Y si tú no fueras el proveedor… sino la recompensa? Descubre quién eres realmente en Clínica Venus.”

Tardé apenas dos días en decidir. Firmé los documentos de confidencialidad, tomé la pastilla rosa y sin darme cuenta ya había comenzado mi verdadero renacimiento.

Las primeras noches fueron extrañas. Dormía y, en mis sueños, una voz suave se colaba como un susurro en mi cabeza:

“No naciste para competir. Naciste para complacer.”
“No necesitas trabajar. Solo necesitas ser deseada.”
“El mundo es duro para los hombres… pero perfecto para una esposa obediente.”

Al principio me resistía. Pero mi cuerpo empezó a ceder. Las líneas duras se fueron suavizando. Mi piel se volvió tersa, delicada. Mi voluntad también cambió: cada mañana despertaba más femenina, más dócil, más hermosa.

Cuando el proceso terminó, ya no quedaba nada del joven frustrado que fui. Solo estaba yo: Camila. Una mujer delicada y radiante, liberada de todas esas obligaciones que tanto me pesaban.

Rodrigo apareció poco después, en una de las galas privadas de la clínica. Elegante, seguro, con esa mirada que me desarmó de inmediato. Me tomó de la mano y me sentí ligera, como si por fin perteneciera a alguien. Se casó conmigo al mes.

Ahora vivo feliz en una casa de dos pisos, con jardín y cortinas blancas que combinan con mis vestidos de encaje. Me despierto temprano, me maquillo con esmero, y espero a mi esposo con un café caliente y labios brillantes. Por las tardes me pruebo ropa nueva o tomo cursos de cocina erótica, siguiendo al pie de la letra lo que me enseñaron. Y en las noches… cumplo mi deber con una sonrisa satisfecha y un corazón rendido.

Jamás imaginé que la libertad pudiera sentirse así. Nunca me sentí tan libre como desde que dejé de ser yo.

Soy Camila. Y ser mujer es el mejor regalo que me han dado.





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