De gamer sin vida social a convertirme en la mujer deseada… nunca pensé que mi vida daría un giro así, pero todo comenzó gracias a la pastilla rosa.
Me llamaba Carlos. Tenía 20 años y lo único que hacía era jugar. Pasaba días y noches pegado a la pantalla, peleando por medallas virtuales, mientras mi cuerpo se iba a pique. Vivía de comida rápida, mi piel era pálida, mi figura desordenada y mi vida sexual… inexistente. A veces ni yo me sentía hombre. Era un fantasma con control en mano.
Hasta que encontré la Clínica Venus.
Me ofrecieron algo único: cambiar mi vida, no solo mi cuerpo. Me dieron la pastilla rosa y me sumergieron en un proceso del que jamás volví a salir siendo el mismo.
Cada noche, mientras dormía, escuchaba audios que se colaban en mi mente:
— “No eres solo un jugador, eres una diosa de placer.”
— “Deja de competir en juegos. En la vida real, eres la ganadora.”
— “Tu cuerpo está hecho para ser admirado. Cada curva es una victoria.”
Al principio me reía, pero pronto dejé de hacerlo. Mis manos eran más finas, mis gestos delicados, mi voz suave. Y un día frente al espejo… dejé de ver a Carlos.
Vi a Valentina.
Recuerdo la primera vez que me toqué de verdad como mujer. Mi piel estaba suave como seda, mis caderas más anchas, mis senos firmes y sensibles. Me exploré con timidez, pero pronto fue imposible no gemir al sentir lo distinto, lo intenso, lo nuevo. Mis dedos se hundieron en mi propia humedad y comprendí que todo lo que había vivido antes… se quedaba corto. Ya no quería volver atrás.
Y entonces apareció Eduardo. Alto, fuerte, seguro de sí mismo. El tipo de hombre que antes me intimidaba… y que ahora me hacía temblar de deseo.
La primera noche juntos no la olvidaré jamás.
Me llevó a su cama como si siempre hubiera sido suya. Me besó con hambre, me desnudó con calma, me admiró como si yo fuera un premio. Cuando me penetró, un grito escapó de mis labios. No de dolor, sino de un placer tan abrumador que me hizo arquear la espalda y pedir más. Cada embestida era un recordatorio de que ya no era Carlos, de que ahora era Valentina, una mujer gimiendo bajo un hombre.
Lo sentí en cada fibra de mi ser: mi cuerpo reaccionaba con una intensidad que jamás había conocido. La humedad me delataba, mis uñas arañaban su espalda, mi voz se volvía un canto desesperado. Terminé estremeciéndome bajo él, jadeando, rendida.
Eduardo me abrazó después, sonriendo satisfecho, y yo supe que no quería volver a las madrugadas frente a la consola.
Ahora mis noches son de vino, caricias y sexo real.
Ya no me importa ganar partidas… porque cada vez que Eduardo me hace suya, yo me siento la verdadera ganadora.


No hay comentarios:
Publicar un comentario