jueves, 28 de agosto de 2025

Mentes en el juego (6)

 


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CAPÍTULO 6: MENTES EN EL JUEGO

El lunes después de la fiesta, el Coach Ríos llegó al entrenamiento con su habitual voz de mando, silbato al cuello y energía de cafetera industrial.

—¡Bien, bien! —gritó, mientras las chicas aún se desperezaban frente a la cancha—. ¡El fin de semana de celebración se acabó! A partir de hoy, cabeza en el juego.

Se giró hacia Dulce, que estaba ajustándose los patines.

—Dulce, necesito que veas a Carlos después de clases. Tiene que ponerse al día con las estrategias del equipo, jugadas, rotaciones, todo eso. Tú se lo vas a explicar.

—¿Yo? —preguntó ella, sonrojandose. El chico le había gustado y la historia de estar a solas con él le aterraba.

—Sí, tú. Sabes cómo funciona el equipo. Y tienes cabeza para esto, además hasta hace poco tú tenías su posición en el equipo. Enséñale bien, sin quemarle el cerebro. —Y con una palmada en el hombro, se fue a seguir gritando instrucciones.

Dulce se quedó mirándolo un segundo, incrédula, mientras pensaba: Genial. Una sesión de estudio de hockey con el guapo sobrino del coach que me miró las piernas y el culo toda la fiesta. ¿Qué podría salir mal?

... 

Más tarde, ya en una de las salas de juntas del centro deportivo, Dulce se encontraba frente a una pizarra blanca, marcador en mano, libreta con anotaciones sobre la mesa y un vaso de agua. Decidió usar pantalones. Esperando sentirse menos femenina con ellos. Fracaso miserablemente. Los pantalones se le ceñian al cuerpo y dejaban ver sus curvas femeninas, estilizando sus caderas y sus nalgas. "Al menos mis piernas no están desnudas" pensó. 

No sabía bien cómo actuar cuando llegara el chico. ¿Profesional? ¿Relajada? ¿Táctica? ¿O simplemente leerle lo mismo que venía en las hojas impresas?

Carlos entró puntual, con su sonrisa fácil y una bebida energética en la mano.

—¿Tú eres la maestra? —dijo con una media risa, dejándose caer en una de las sillas.

—Solo porque no tengo opción—respondió ella, rodando los ojos pero sin poder evitar sonreír.

Comenzaron con lo básico: las jugadas estándar, los códigos que usaban para los cambios de formación, las estrategias defensivas para equipos con delanteras rápidas. Dulce dibujaba sobre la pizarra mientras Carlos tomaba nota… y, para su sorpresa, hacía preguntas acertadas.

—¿Y si la defensa cierra con presión doble? —preguntó en una jugada de contraataque—. ¿No sería mejor tener una lateral de respaldo aquí?

Dulce se quedó en silencio un segundo.

—Eso… eso no está mal. Aunque habría que ajustar el ritmo del pase. Pero sí. Podría funcionar.

A medida que la sesión avanzaba, la charla se volvía más fluida. Carlos hablaba con pasión, con lógica, y con una especie de intuición natural que le permitía leer la cancha sin siquiera estar en ella. Cada sugerencia que hacía tenía sentido. 


Dulce empezó a verlo con otros ojos, sabía que el chico era agradable y guapo, aunque odiara admitir que notó eso de él, pero ahora también sabía que era inteligente. Pudo sentir cierta humedad en su entrepierna. Y se imaginó besándose con el chico. Ella sentada en sus piernas. Le gustaba su sonrisa y sus hombros marcados debajo de esa sudadera gris. Le miro  el bulto entre las piernas al menos seis veces.  Y comenzó a imaginar cosas más sugerentes que unos simples besos. Ambos hablaban el mismo idioma. Y a ella eso le fascinaba.

Hablaron por más de una hora. Inventaron una jugada nueva, discutieron ajustes a la “Zorra invertida”, se rieron del nombre de “Pantera abierta”, y Carlos hasta improvisó una variante de la “Liebre eléctrica”, la jugada estrella de Juana, que Dulce juró que probarían en la próxima práctica. La tensión entre ambos era evidente, el bulto en los pantalones de él y la humedad en las bragas de ella no mentían. Ambos acercaron mucho sus bocas y cuando estuvieron a punto de besarse... 

Sonó la campana anunciando la próxima clase. Dulce aprovechó el momento para alejarse de Carlos y salvar lo que le quedaba de masculinidad. 

Carlos hojeó su libreta por última vez antes de guardarla y soltó, casi sin pensar:

—Oye, una cosa… ¿cuánto llevas exactamente con el equipo?

Dulce sintió un leve pinchazo de alerta en el pecho. Disimuló con una sonrisa.

—¿Por qué?

Carlos la miró, curioso, sin malicia, pero con genuina sorpresa.

—Porque me estás explicando las jugadas como si las hubieras inventado tú. Y, si no me equivoco, tú entraste apenas hace dos semanas, ¿no?

Dulce parpadeó. No demasiado lento, no demasiado rápido. Solo lo justo para pensar una respuesta convincente.

—He sido rápida para aprender. Me metieron al equipo casi de inmediato, supongo que por eso. Además, las chicas me han ayudado un montón.

Carlos asintió, aún con cierta incredulidad amable en los ojos.

—Ya veo… Pues qué suerte la mía. Me tocó aprender de la mejor.

Ella sonrió. Pero por dentro, las cosqullas habían vuelto. Esa pequeña grieta en su coartada le recordó que todo esto —la cancha, las jugadas, la cercanía con Carlos— era un equilibrio frágil. Uno que podía romperse con una simple pregunta inocente.

Carlos se levantó, estirando los brazos.

—Gracias por el repaso. Me ayudaste más de lo que crees.

—De nada—respondió ella, recordando que casi besó a ese chico. 

Y mientras salían de la sala, caminando juntos como si fueran viejos compañeros de equipo, Dulce no podía sacarse de la cabeza una idea:

Carlos era brillante. Divertido. Apasionado por el deporte. Exactamente el tipo de persona con la que Esteban habría hecho equipo.

Pero Dulce no era Esteban. Y Carlos no la veía como lo hubiera visto a él. Le miraba las caderas, las piernas, el pecho y el culo. La veía como a una mujer. Ella se avergonzó al pensar que le había visto el bulto entre las piernas y que casi le daba un beso. Porque no estaba lista para eso. 

No todavía.

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