lunes, 30 de septiembre de 2024
La masculinidad es algo delicado
viernes, 27 de septiembre de 2024
El nuevo sabor del jabón (3)
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Capítulo 3 – El nuevo sabor del jabón
Todo iba bien hasta unos nueve meses después, cuando una discusión con mi hermano terminó en algo que no esperaba. Nos habíamos peleado, y en un momento de furia le grité:
—¡Vete a la mierda!
No sabía que mi madre estaba en la cocina, al otro lado de la casa, y que me había escuchado. Un segundo después, escuché mi nombre con ese tono que no dejaba dudas.
—¡Oh, mierda! —le dije a mi hermano en voz baja—. Voy a ver qué quiere mamá.
Intenté calmarme antes de entrar a la cocina. Estaba de pie con una sartén en la mano. En un intento de parecer tranquilo, solté con sarcasmo:
—Bueno, ¿qué quieres?
Lo siguiente que supe es que estaba en el suelo, mirándola desde abajo.
—¿Con quién diablos crees que estás hablando? —me espetó—. Si fueras más joven, ahora estarías escupiendo pompas de jabón. ¿Me estás escuchando?
Asentí y me disculpé, pero era tarde.
—¡Estoy harta de ti y de tu boca sucia! ¡Ven conmigo!
Me agarró del brazo y me arrastró al baño. Por un momento pensé que iba a lavarme la boca con jabón, como antes. Hubiera preferido eso. Pero esta vez tenía un castigo diferente en mente.
Abrió el cajón de los cosméticos y sacó un tubo de lápiz labial rojo oscuro.
—Tal vez si usas un poco de lápiz labial dejarás de hablar como un niño malcriado —dijo mientras me giraba.
—Mamá, no, por favor… —rogué.
Me respondió con una palmada fuerte.
—¡Cállate y frunce los labios!
No quería hacerla enojar más, así que obedecí. Me pintó los labios con cuidado, luego me dio un pañuelo y me pidió que me los limpiara. Tomó el pañuelo, lo examinó y fue por otro. Esta vez, me hizo hacerlo con más precisión, dejando una marca perfecta de mis labios pintados. Luego, sin aviso, la colgó sobre la chimenea con una etiqueta: “Labios de Greg”.
—Te dejarás los labios pintados hasta nuevo aviso. Y mantén esto contigo —me entregó un pequeño espejo de bolsillo y un tubo nuevo de labial—. Si noto que se desvanece, te lo rehaces tú mismo. Y si te atreves a protestar, te buscaré un bolso para que lleves todo esto.
—Mamá, por favor, no hagas esto… —le supliqué, con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo vas a hacer. Tal vez esto te enseñe a no decir groserías.
Me dejó solo en el baño, con los labios pintados, el sabor del maquillaje mezclado con perfume y vergüenza, y una creciente erección que no comprendía. Me pregunté, confundido:
—¿Qué me está pasando?
Cuando regresé a mi habitación, mi hermano se burló de inmediato:
—Te ves absolutamente deliciosa. ¿Te gustaría usar un vestido?
Las bromas duraron unos quince minutos. Lo más extraño era que no necesitaba verme al espejo para saber que tenía los labios pintados. Lo sentía constantemente: por el aroma, por la textura, por la humillación.
En la cena, comprendí por qué lo llamaban “lápiz labial”. Al primer sorbo de leche, la huella de mis labios quedó marcada en el vaso azul. Me miraba desde el borde del plástico como si se burlara. Cerraba los ojos cada vez que bebía, pero no servía de mucho.
Pensé que con eso acabaría la tortura, pero cuando terminé de comer e intenté levantarme, mamá me detuvo:
—Nosotras las chicas solemos retocarnos el lápiz labial después de cenar. A ver cómo lo haces tú.
Me hizo sacar el espejo, el tubo, y practicar cómo aplicarlo. Tenía que sostener el compacto con la izquierda, quitar la tapa con los dedos y aplicar el labial con precisión. Me corrigió varias veces hasta que quedó satisfecha.
Pensé que al fin había terminado. Me equivoqué.
—Esta noche ayudarás con los platos.
Fue al armario y sacó un delantal nuevo, que parecía más un vestido. Me ayudó a ponérmelo: una falda con vuelo, encaje, tirantes abullonados, flores y mariposas. Cuando protesté, ella simplemente dijo:
—Bueno, te ves muy bien, especialmente con tu lápiz labial. Todo lo que necesitas es arreglarte el cabello y tendría una dulce hija que me haría compañía.
Me sentí idiota, pero me puse a lavar los platos mientras ella secaba. Me tomó una foto con su cámara, luego me ayudó a desatar el delantal y me dijo:
—Cuélgalo junto al mío. Lo compré para una compañera de trabajo, pero ahora es tuyo.
Y así fue como lavar los platos con ese delantal se convirtió en un ritual diario.
Esa noche, antes de dormir, me enseñó cómo quitarme el maquillaje. Aún podía ver un rastro del color en mis labios. Le rogué no repetir la lección, pero su advertencia fue clara:
—La próxima vez saldremos a la calle. ¿Quedó claro?
Asentí, me fui a la cama y revisé la almohada por si había quedado algún rastro. No lo había. Tardé mucho en dormir.
A la mañana siguiente, sobre la chimenea, enmarcado y con letras rojas, estaba el pañuelo con la marca: “Labios de Greg”.
Tardó tres semanas en quitarlo.
martes, 24 de septiembre de 2024
Les daré un consejo a las novatas
Les daré un consejo a las novatas que recién tomaron una píldora rosa. Ahora eres una niña y conforme pasa el tiempo te darás cuenta que eres más femenina que muchas mujeres...
Llegará el punto donde tus gustos cambian, los hombres son tan atractivos y sexys, te pintas las uñas, tu comportamiento irá cambiando hasta ser una mujer solo mírame a mí hace unos años según yo muy machito y mírame vine al partido de mi ex equipo a apoyar a mis amigos, con la esperanza de volverme novia de alguno de ellos.
sábado, 21 de septiembre de 2024
Diez dedos (2)
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Capítulo 2 – Diez dedos
Tenía doce años cuando ocurrió el incidente que cambió para siempre la manera en que mi madre aplicaba la disciplina en casa.
Una noche, al volver del hospital, quiso revisar mi tarea. Le dije que ya la había guardado, pero al buscarla en mi mochila encontró algo más: cuatro paquetes de tarjetas de béisbol sin abrir. Sabía perfectamente que no tenía dinero para comprarlas; esa misma semana le había pedido dinero extra para el almuerzo, alegando que estaba en ceros.
Me preguntó de dónde las había sacado. Mentí. Le dije que mi amigo Jim me había prestado para comprarlas. Pero no me creyó. Me amenazó con llamarlo y, ante el miedo, terminé confesando: las había robado de la tienda de cinco centavos.
No hubo gritos. Me agarró del brazo, me metió a la camioneta y nos dirigimos directamente a la tienda. Una vez allí, le pidió al gerente que viniera y me dejó solo para confesar.
—Las escondí bajo la camisa y salí sin pagar —dije, temblando.
El gerente habló de llamar a la policía.
—Quizá así aprenda la lección —dijo mi madre.
Me puse a llorar, rogué, supliqué. Por suerte, el asunto no pasó a mayores. Devolvimos las tarjetas y me prohibieron la entrada a la tienda durante un mes.
Ya en el coche, me sentía avergonzado, pero algo más ligero. Intenté bromear:
—Supongo que fue un descuento de cinco dedos.
¡Pum! Una bofetada me sacudió la cara. Se detuvo a un lado del camino y comenzó a gritarme que no había entendido nada, que algo más drástico tendría que hacerse. Luego, sin decir más, arrancó y el resto del trayecto fue en completo silencio.
Al llegar, me mandó directo a mi cuarto. Pensé que se limitaría a quitarme la televisión o algo por el estilo. Pero media hora después, entró con decisión.
—Si usas tus dedos para robar, tendrás que verlos toda la semana para recordar que eso no se hace. Ve al baño, lávate bien las manos y vuelve a la sala.
Obedecí. En la sala me esperaba sentada junto a una lima, pañuelos, y una botella de esmalte rojo.
—Dame tu mano —dijo.
—¿Esmalte? Mamá, ¿qué estás diciendo?
—Tus dedos hicieron algo malo, así que ellos pagarán el precio.
Me arrodillé frente a un cojín mientras ella limaba y daba forma a mis uñas. Rogué, lloré, supliqué. Le dije que me arrepentía, que el gerente ya me había perdonado. No sirvió de nada. Agitó la botella, la abrió y el olor me golpeó con fuerza. Con cuidado, comenzó a pintar mis uñas, una por una.
—Presta atención —dijo—. Hoy lo hago yo, pero el resto de la semana espero que las mantengas impecables.
Cuando terminó, esperé con las manos sobre el cojín a que secara la pintura. Luego aplicó una capa brillante. Me hizo posar para una foto.
—Sonríe. Cuanto antes lo hagas, antes terminamos.
Esa noche, mientras veíamos televisión, apenas podía mirar mis manos. Todo resaltaba el rojo de mis uñas: la leche, las galletas, la luz. Me di cuenta de que si al día siguiente iba así a la escuela, todos lo notarían.
Intenté suplicar una vez más por la mañana, pero ya era inútil. Mamá incluso había cosido los bolsillos de mis pantalones para que no pudiera esconder las manos.
—¿Qué les digo si preguntan? —le pregunté.
—Lo que quieras. Diles que te gusta tener uñas bonitas. O invéntate algo. Es tu problema, no el mío.
Fui en bicicleta, sintiendo cómo los pulgares rojos brillaban sobre el manillar.
El día fue un desastre. Los chicos se burlaban: “maricón”, “homo”, “¿te volviste loca?”. Algunos amigos se alejaron. Pero las chicas, en cambio, se divertían.
—¡Qué lindo te ves! —decían unas.
—¿Quieres mi labial para combinar? —bromeó Kathy Wade.
Los profesores no dijeron nada, pero sus miradas lo decían todo. Al llegar a casa, mamá me preguntó cómo me había ido. Dudé entre callar o desahogarme. Elegí lo segundo, con la esperanza de que terminara el castigo.
—Si te portas bien, el domingo lo quitamos —me dijo.
El jueves fue igual, pero con menos intensidad. El viernes, alguien colgó un sujetador en mi casillero. Era blanco, con encaje. Cuando lo toqué con mis uñas rojas, sentí algo extraño… casi familiar. Lo doblé y lo guardé en mi mochila para evitar que lo usaran de nuevo.
Esa noche, al verlo, mamá lo examinó.
—Esto ya se ha usado. Lo lavaré y lo pondré en su sitio.
Y lo colgó sobre la chimenea, junto a otros objetos de castigo. Le añadió una etiqueta: “Sujetador de Greg”.
—Te ayudará a recordar —dijo con firmeza.
Esa noche me quitó el esmalte rojo, pero no fue el final.
—Ve a mi habitación y elige otro color.
Elegí el tono más claro que encontré: rosa perla. Me hizo practicar yo mismo. Si cometía errores, debía repetirlo. Lo hice tantas veces que terminé llorando de frustración. Ella solo sonreía.
—Ahora sí, a dormir.
El domingo por la noche, finalmente me permitió quitarme el esmalte. Pero el sostén se quedó en la repisa. El lunes, en la escuela, aún hubo comentarios, pero con el tiempo fueron disminuyendo. Diez días después, bajó el sostén.
Pensé que con eso terminaban sus nuevas formas de castigo.
Estaba equivocado.
miércoles, 18 de septiembre de 2024
La mujer que siempre debí ser
Todo empezó siendo un niño curioso por la ropa de niña, luego me atreví y me volví una niña travesti. Finalmente logré juntar la cantidad suficiente y conseguí una píldora rosa. Me convertí en una niña de verdad, tuve novio y así finalmente soy la mujer que siempre debí ser.
domingo, 15 de septiembre de 2024
Los primeros años (1)
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Capítulo 1 – Los primeros años
Tenía cuatro o cinco años cuando ocurrió algo que marcó un antes y un después. No recuerdo con certeza si me metí en el cajón de maquillaje de mi madre, arruiné sus cosméticos o simplemente usé su lápiz labial para rayar el lavabo. Lo que sí recuerdo con claridad fue su reacción.
Estaba furiosa. Me arrastró al baño, me regañó a gritos y, para mi horror, me pintó los labios con un rojo chillante. Luché, lloré, intenté escapar. Pero ella insistía:
—¿Querías jugar con mi lápiz labial? ¡Dime cómo te gusta usarlo!
Y cuando me negué a mirarme al espejo, me advirtió:
—No te irás hasta que te mires a ti mismo.
Abrí los ojos entre lágrimas. Mi cara roja, hinchada y con el maquillaje corrido parecía una caricatura grotesca. Flash. Me tomó una foto. Luego me limpió el rostro y me advirtió que podía repetirlo.
Nunca más toqué sus cosas. Jamás.
Después de eso, volvió mi rutina habitual de castigos: sin cena, cara a la esquina, y más adelante, el infame sombrero de bufón que usaba para "reforzar el mensaje". Rojo, amarillo y verde, con una borla en la punta. El objetivo era siempre el mismo: vergüenza.
Tendría unos seis o siete años cuando me hizo probar el jabón por primera vez. Le había dicho a mi hermano "pequeño bastardo", y ella, indignada, me llevó al baño y dijo:
—Parece que estas palabras sucias salen de tu boca... Vamos a limpiarla.
Todavía hoy, el olor del Dove me provoca arcadas.
Otra constante eran los Halloween. Por alguna razón, mi madre siempre insistía en que me disfrazara de personajes femeninos. Mientras fui pequeño, accedí sin cuestionar: Caperucita Roja, una bailarina, una hada. Hay fotos que lo prueban. Pero cuando crecí, me negué una y otra vez. Yo era un chico, carajo, y no pensaba ponerme un vestido, ni siquiera por diversión.
Sin embargo, mamá era terca. Cuando tenía diez años, logró convencer a mi hermano Dave para que fuera de bailarina de los 60, mientras yo me vestí de gánster. Le puso peluca, maquillaje, vestido de cóctel, hasta una pistola en la mano. A ella le encantaba cómo nos veíamos juntos y disfrutó toda la atención que recibimos.
Intentó más de una vez convencerme de seguir su ejemplo:
—Dave lo hizo y no pasó nada —decía con dulzura.
Pero yo me mantenía firme. Por mucho que insistiera, no pensaba vestirme de niña.
Bueno… al menos por un tiempo.
jueves, 12 de septiembre de 2024
Por salvar mi empleo
Estábamos teniendo una mala racha en el negocio. El dueño nos había dicho que tendríamos que cerrar y todos perderíamos el trabajo. Sin embargo me llamó a su oficina y me dijo:
"Tal vez no tengamos que cerrar, podrías salvar el negocio y los trabajos de todos. Si tomas una píldora rosa y haces tu trabajo con ropa atrevida podrían venir más clientes. Por supuesto que tendrías que coquetear con ellos".
Decidí hacerlo y el negocio va mejor que nunca. Si coqueteo con los clientes, pero la verdad nunca llega a nada. Estoy en una relación con mi jefe, solo él puede tocar mi nuevo cuerpo y rellenarlo de amor.
lunes, 9 de septiembre de 2024
La novia de mi mejor amigo (parte 15 FINAL)
La conversación.
Estoy a solas con Guille. Llevo un short diminuto de mezclilla y un top negro. También traía una sudadera pero la deje en un perchero. El maquillaje que traigo hoy es un poco más cargado que el que suelo usar. Labios en rojo y sombras azules, fue difícil no lucir vulgar con esta combinación pero lo logré.
-Me sigue pareciendo raro verte vestido así. - me dice Guille.
-Vestida- lo corrijo.
-Vestida así.
- También es raro estar vestida así, créeme. ¿Me veo mal? -le digo con coquetería, sé que mi maquillaje y mi ropa me hacen lucir muy sensual.
-No quise decir eso -me dice sonrojándose.
Lo beso con pasión. El me toma de la cintura mientras me corresponde el beso.
-Eso también es raro. -dice Guille.
-Pero se siente bien -agrego con una sonrisa.
-Si. Se siente muy bien.
Nos damos otra ronda de besos.
-Eso quiere decir ¿qué somos novios? -Pregunta Guille
-No, creo que debes pedírmelo de forma romántica.
-Pero ya lo hice. -me reclama.
-No cuenta, si lo recuerdo, pero no éramos nosotros.
Reímos un poco pero de pronto Guille se pone serio.
-¿Estás seguro de esto?
-Segura -lo vuelvo a corregir
-Mientras estuviste en coma pude hablar con mi tío. Creemos que sabemos dónde cayó otro meteorito. Tal vez podamos regresarte a la normalidad.
Contemplo la posibilidad un segundo. Pero recuerdo las palabras de Lía: "...eres una jovencita afortunada con mucho que perder. Sospecho que no darás problemas."
Me aterra la posibilidad de poner en peligro a Guille o a mi familia por buscar un meteorito. De repente pienso en algo que podría ser más peligroso en el corto plazo.
-¿Qué le contaste a tu tío?
-No mucho, en realidad, no iba a hablar de ti sin tu permiso.
-Le dije que fui a explorar ese día que encontré el meteorito y que me dio como una resaca. Y que al día siguiente ya no estaba. Nada más.
-Te prohíbo volver a mencionar el tema con él o con nadie - le digo de forma brusca.
-¿Qué?
Le tomo sus manos entre las mías. Es evidente que mis manos ahora son mucho más pequeñas.
-Guille, no quiero que nos arriesguemos otra vez. Casi pierdo la vida en la moto. Me di cuenta de lo afortunada que soy por estar viva. No quiero arriesgar mi vida por un estúpido meteorito que ni siquiera sabemos como funciona y que quizá no podamos encontrar.
Guille se queda en silencio, creo entender lo que tiene.
-Guille, agradezco que te tomaras tantas molestias por mi. Creo que por eso me gustas tanto. Pero ya acepte vivir así. Si, extrañaré mi pene pero creo que me consolaré con el tuyo - digo mientras intento sonar graciosa. Él no se ríe.
-Somos como el meme "antes era mi amigo, ahora es mi novia". -dice él, ahora si reímos los dos.
-Estamos en un hotel -le digo- deja de fingir que no sabes que hacemos aquí, hay muchas cosas que recuerdo pero que nunca he vivido. Y quiero vivir esas experiencias. ¿Trajiste los condones?
-Si. También pague el hotel. ¿Qué trajiste tú?
Me levanto, le doy la espalda y me doy una palmada en las nalgas.
-¿Te parece poco?
-No, siempre supe que te gustaba el pene. -Me dice sonriendo y se pega a mi. Puedo sentir su erección.
Me toca las nalgas sobre el short. Y nos fundimos en otro beso. Solo diré que desde ese día soy suya completamente.
Durante los años siguientes pude vivir todas esas cosas que solo recordaba, las piyamadas, las salidas madre-hija, las hormonas, la menstruación. Ahora soy una mujer de verdad y soy muy feliz. Espero casarme con Guille algún día.
viernes, 6 de septiembre de 2024
Clínica Venus 1
En la clínica Venus, ayudamos a hombres a abandonar su fallida masculinidad y a abrazar una renovada feminidad. Los ayudamos a ser la mujer que siempre debieron ser. Implantamos mensajes subliminales antes y después de convertirlos en mujeres con una píldora rosa. Mensajes como el siguiente:
"Me gustan los hombres, me gusta vestirme coqueta y bonita como a cualquier mujer y por eso uso vestido y tacones "
Otra clienta satisfecha, pasó de ser un patético hombre a una mujer con novio y que tiene sexo todos los días.
martes, 3 de septiembre de 2024
La novia de mi mejor amigo (Parte 14)
La resolución.
Hoy va a venir Guille.
Despierto con esa idea en mi mente, no lo he visto desde hace dos semanas. Mientras estuve en terapia mi mamá no lo dejo visitarme y solo pude hablar con él por teléfono. Estoy emocionada por verlo.
Preparo mi outfit del día. Elijo una minifalda de mezclilla, que me llega 15 centímetros sobre las rodillas, y un top rosa, que deja ver mi ombligo. Me armo de valor para no usar un short debajo de la falda, en su lugar uso unas bragas azules, a juego con la falda. Solo estaré con mi familia y Guille así que no debería tener nada de malo aunque igual me parece un poco temerario. Me pongo unos tenis cómodos de color blanco con unos tines que no son visibles.
Accedo a las memorias de la Dani niña para maquillarme. Recuerdo que aprendí con Annie a maquillarnos juntas, aunque al inicio parecíamos más payasos o geishas que chicas lindas. Era muy divertido. Dejo descansar a mis recuerdos, me pongo una base discreta, un poco de rubor, me pinto los labios de rosa y un poco de sombra en los ojos. Estoy lista.
Salgo a ver a mi familia. Mi abuela dice que definitivamente ya no soy una niña. A mi papá y mi abuelo les parece que llevo muy poca ropa. Pero mamá les dice que estaremos en casa todo el día así que no tiene nada de malo. Me guiñe un ojo, creo que sabe porque me arreglé tanto.
Desayunamos juntos y vemos una película. Aún faltan un par de horas para que llegue Guille.
La película casi termina cuando suena el timbre.
-Voy yo -digo con una sonrisa.
Me levanto con gracia, gracias a mis recuerdos sé moverme con esta ropa tan escasa. Por un momento me parece que fue una mala idea vestirme así pero ya no hay vuelta atrás.
Al abrir la puerta me recibe un Guille boquiabierto, trae un ramo de girasoles en las manos.
-¿Dani?... -dice confundido.
- Si. Soy yo. Casi me mato cayendo de una moto ¿y el que se está quedando ciego eres tú? -le digo sonriendo, mi respuesta lo hace relajarse.
-¿Qué haces vestido así? -logra articular mientras finge no verme.
-Decidí ponerme guapa para un chico tonto - le digo mientras me acerco a él y me pongo de puntillas.
Le doy un beso. Me lo corresponde y me abraza con una mano. Con la otra protege las flores que me va a regalar.
-Te explicaré todo otro día, ahora pasa. -le digo con una sonrisa.
-Son para ti. -Me dice, hay restos de mi lápiz labial en su boca, es una imagen que me gusta.
-Gracias, ven te presentaré a mis abuelos.
Entramos y cerramos la puerta.
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Desde el techo de una casa cercana, Lía observa la escena, ve a Dani, vestida con minifalda y un top muy femeninos darle un beso a Guille. Él le da unas flores a ella y luego entran a la casa. Entonces toma su radio y dice:
-La chica no es una amenaza. Podemos dejarla en paz.
Unos segundos después no hay nadie en la azotea de esa casa.
domingo, 1 de septiembre de 2024
Fuiste un mal hijastro
"¡Mientras me miras, puedes sentir que ahora estás en mi poder! ¿No te sientes débil? Sientes débiles tu rodillas, ¿verdad? ¿Sabes por qué? Porque ahora me perteneces.". me dijo mi madrastra Deborah.
"Has sido un mal chico y un mal hijastro, no voy a aguantar más tu actitud masculina. Siente cómo fluye tu agresividad, mientras reemplazo toda esa testosterona con una píldora rosa. Siente cómo ya no puedes más. Enójate porque te vuelves pasiva y cariñosa. Ahora tienes una actitud femenina . Siente como cambia tu cuerpo
Siente un hormigueo en tu pecho mientras el vello de tu cuerpo se vuelve tan fino que ni siquiera puedes verlo. Sienta sus pezones cuando comiencen a hincharse. Siente cómo tus areolas se ensanchan y se oscurecen a medida que tus senos comienzan a formarse. Así es, ahora tienes senos, ¡y cada vez están más grandes!
Pero no te preocupes por ellos todavía; ¿Has notado que mientras tus senos se estaban formando, tu pene se contrajo dentro de ti? Incluso ahora se está transformando en tu vagina, a medida que tus bolas se están convirtiendo en tus ovarios. Así es; ¡Ahora eres una niña y si tienes relaciones sexuales con un hombre, puedes quedar embarazada! Sé que no quieres hacer eso, pero espera. A los pocos meses de ser niña, empezarás a sentir nuevos deseos. Eres una niña ahora. Eres una de nosotras. Y serás así para siempre. ¡Eres tan bonita! Tan femenina. Eras un mal hijastro y ahora eres mi buena hija".