jueves, 30 de enero de 2025

A veces mi esposo necesita recordarme


A veces, cuando estoy sentada charlando con mi esposo, me olvido de mis modales y me siento como solía hacerlo cuando era hombre.

La mayoría de las veces me doy cuenta sola, pero a veces mi esposo necesita recordarme que me siente como una dama, cruzando mis tobillos.




jueves, 23 de enero de 2025

Lo estoy volviendo una niña buena

Mi hijo, Carlos, era muy machista. Un día vino su novia llorando, me dijo que mi hijo la estaba engañando constantemente. Y que llevaba años haciéndolo. Yo conocía a la niña de hace dos años cuando mi Carlos me la presentó. Me dijo que había pensado en su venganza... pero necesitaba mi ayuda. Me dio una pastilla rosa. Me dijo que se la diera sin que él se diera cuenta. Le dije que lo pensaría.


Esa noche confronté a mi hijo, diciéndole que me había enterado que estaba engañando a su novia. Quedé boquiabierta cuando me dijo: "Ya sabes como es esto, ma. Soy hombre y soy joven. Debo disfrutar la vida". Me di cuenta que mi hijo era una mala persona y como madre tenía que corregirlo.

Un par de semanas después Carlos tuvo un dolor de cabeza, le di la pastilla rosa diciéndole que era un analgésico...



Aquí estoy con mi hijo, ahora hija, un mes después, lo estoy volviendo una niña buena. Aún no se siente cómodo con su nuevo cuerpo. Pero sé que lo haré una mujer de bien, esposa y madre.

miércoles, 15 de enero de 2025

Una voz angelical (Parte 6) (Final de Temporada)



Una mujer habita en Ángel

No podía dejar de ver las páginas de brillante papel couché. Más allá de que hubieran incluido fotos mías en traje de baño ("¿cómo rayos me las tomaron?"), me impactaba la secuencia donde José Manuel y yo aparecíamos bailando en el antro, por tres razones: una, a través de la comparación, se evidenciaba mi cada vez más concluyente ruptura con lo masculino; dos, pese a que el lugar estaba atestado, la perspectiva nos hacía ver comprometedoramente solos; tres, aunque, día tras día, trataba yo de ahogar los recuerdos de esos momentos, su indómita presencia se me imponía.

En la primera imagen, enfocada hasta nuestras cinturas, contrastaban los hombros y los pectorales del chico (su enorme masa muscular, bajo una exigua camisa de lino) con mi espigado tronco. En la segunda, de perfil y de cuerpo entero, la sólida y cuadrada constitución física varonil enfatizaba mi silueta de reloj de arena (el mini vestido, súper ajustado, marcaba mis senos rotundos, mi talle estrecho y la muy pronunciada curva de mis nalgas que se fundía, maravillosamente, en mis largas y bien torneadas piernas). En la tercera, disparada de cerca, mi piel pulcra, mis antebrazos pequeños y mis manos gráciles (con uñas largas, bien pintadas, perfectas) se perdían en la abundante vellosidad, la desmesura y la rudeza de quien me abrazaba. En la cuarta, sólo de rostros, la atrevida cámara me había inoportunamente registrado en un gesto de coquetería, admiración y súplica (casi copiado a mi madre).


Una timbre metálico me hizo girar hacia mi celular (regalo de Chassier, que apenas había yo estrenado). Contesté:

–Diga...

–Sales en todas las revistas de espectáculos del país –era Fanny...

–Estoy viendo la primera –confesé–... Mi madre tuvo la precaución de dejármela, antes de irse con Adiel...

–Te guardaré ejemplares de todas... ¿Cuál tienes?

Le dije el nombre... Y agregué:

–Me sorprende el manejo que le han dado a la información... Es exactamente como el señor Chassier quería... Aunque hay un dato equivocado...

Fanny rió:

–La directora de esa revista es capaz de hacer cualquier cosa por dinero y por exclusivas... Ella asegura que no se vende, pero digamos que nuestro jefecito la alquila de vez en cuando... Cualquier error está calculado: créeme...

Suspiré:

–Te juro, amiga, que esto ya me parece un complot mafioso...

Fanny rió más fuerte:

–The show must go on –recitó–… ¿A qué horas vienes a la televisora?

–No jodas: hoy me tocó descanso... Tengo chequeo con el doctor Sáenz, pero me citó en su consultorio particular...

–Ya, ya... Chassier quiere ultimar pronto lo de tu vestuario... Ramiro ya tiene algunas propuestas... En fin… See you tomorrow...


Apagué al celular y volví a la revista. Ahora entendía los textos que acompañaban las fotos del antro: "Dos de los seleccionados del reality show ‘Jugar y cantar’, Angie y José Manuel, se volvieron inseparables desde el primer momento. Nuestro paparazzo los captó en actitud apasionada. ¿Habrá romance en puerta?". Las de la playa, sin embargo, estaban rodeadas por un misterio: "Los participantes de la nueva producción del exitoso Yves Chassier, gozaron de las playas de Cancún, antes de iniciar las duras jornadas de trabajo. Angie, para regocijo de los varones, se bronceó en un atrevido traje de baño, presumiendo cuerpazo y mostrando que a sus 15 años es ya toda una sexy mujer". Reflexioné en silencio: "¿por qué aparezco con esa edad? Me han puesto casi en el límite señalado por la convocatoria del concurso".

Revisé, por enésima vez, la foto central: la más grande, justo la de los momentos en que le había yo echado los brazos al cuello a José Manuel. "¡Rayos!". Mi inferior estatura (a despecho de mis tacones), mi espalda arqueada, mi pierna derecha despegada del piso y ligeramente doblada hacia atrás, el amplio corte lateral del mini vestido exhibiendo un dorado muslo de ensueño, mi manera de alardear los senos y, en especial, mis ojos entornados, elevándose al anguloso y atlético rostro del chico, me hacían ver no sólo suplicante de protección sino franca hembra en celo. Él, a su vez (firme, seguro, con mirada llena de apetito sexual), cubriendo con sus enormes manos casi la totalidad de mi cintura, se apoyaba sobre mis caderas y las atraía hacia su genitalidad, en un gesto de macho cortejante que se sabe deseado. "Él, hombre; yo, mujer", cavilé... Me brotó el recuerdo, que me había estado torturando: una vez más; lo contuve.

Suspiré, y arrojé la revista a mi cama. Puesto que acababa yo de ducharme, vestía sólo una diminuta y sensual tanga que me encantaba (por sus adornos de pedrería, plata y swarovski), aunque la sentía yo cada vez más ceñida.

Terminé de despintarme las uñas (ya mías, larguísimas, sin necesidad de postizos), y decidí ponerme un suave y holgado conjunto deportivo de Abercrombie & Fitch. Fui, entonces, a la cocina, calenté el plato con mis alimentos (depositado por mi madre en el horno de microondas), y lo comí sosegadamente; incluso, me permití una lata fría de coca-cola light. Luego, me abandoné en el sofá, y estuve jugando con el control remoto, sin decidirme por algún programa, hasta que opté por relajarme con una repetición de caricaturas de la Warner Bros.


Recién había pasado una semana desde nuestro regreso de Cancún (la tarde dominical anterior había sido transmitido el especial grabado allá, que me había negado a ver), y mis actividades continuaban incrementándose. El día de gracia, pues, tras levantarme tarde, me estaba resultando renovador, vigorizante.

Para buena fortuna, mi madre pasaba cada vez más tiempo con Adiel, lo que me otorgaba la posibilidad de mantenerme casi a solas, exceptuando las prácticas coreográficas. De hecho, mi madre parecía únicamente preocupada por administrarme los suplementos alimenticios con puntualidad británica, y por cuidar que no me alejara un ápice de las instrucciones dietéticas del doctor Sáenz, en especial cuando estaba yo fuera de la televisora.

A las cuatro en punto, don Mateo llamó a la puerta.

–Señorita Angie –me saludó–... ¿Está usted lista?...

–Un segundo, don Mat –pedí...


Cambié mi informal atavío por un moderno pantalón de mezclilla. Si bien éste, que ya había yo usado antes, era, de por sí, una prenda sugestiva (por su corte bajo), se me entalló aún más, como todo el resto de mi ropa en los últimos días, evidenciando mi "monte de venus", mi cintura disminuida, mi vientre ya decididamente femenino, mis llamativas nalgas, y el inicio de mi atrevidísima tanga. "¡Carajo!", me dije. "¡Es como si tuviera las caderas más grandes; y las piernas, más gordas!"...

Completé con un brassier sin tirantes, en algodón y lycra (que creí a punto de reventar); con una mini blusa estilo torero, de tela muy fresca (para lucir mi bien trabajado abdomen); y con unas sandalias de plataforma. Me maquillé, me peiné, y elegí unos fantásticos aretes de plata, unos anillos y unas pulseras del mismo metal; incluso, substituí el tradicional piercing de mi ombligo por una cadenita hermosa de la cual pendía un corazón de diamante.

A las cinco, conforme a la cita, estaba en el consultorio. El doctor Sáenz me recibió, con evidente buen humor, me hizo algunas preguntas, me tomó signos vitales, me pesó y, con una cinta especial, me midió busto, cintura y cadera. Me observó, entonces, con sorpresa.

–Desvístete el torso, por favor –me pidió–... Y siéntate en la cama de reconocimiento...


Sentí algo raro.

–¿Me desvisto de arriba, por completo? –pregunté...

–Sí... Espero que no te moleste...


Comencé a quitarme la blusa, y caí en cuenta: muchas veces había estado sin camisa y sin camiseta, frente a mis amigos de la colonia, al jugar futbol; ¡pero mi situación ya era distinta, inimaginable antes! Se me despertó una timidez enteramente nueva. "Muy médico y todo, sí; pero el doctor Sáenz va a ser el primer hombre que me vea los senos desnudos", pensé... Cuando intenté retirarme el brassier, mis manos estaban temblando... Porque al pensar en él, como hombre, había hecho una dicotomía automática que no me agradaba.

–Tranquila, hija –me dijo Sáenz–... Soy profesional...

Tenía la boca seca cuando me mostré, al fin. El doctor Sáenz me vio con cuidado, y volvió a medirme el busto... Noté el efímero y tibio roce de los dedos sobre mi piel... Entonces, de manera súbita, claramente inoportuna, se me erectaron los pezones... Me sonrojé...


–¡Es increíble! –agregó...

–¿Qué? –urgí...


–Nada malo –sonrió el médico–: más allá de la dieta y del ejercicio, te estás desarrollando de manera espectacular...

–¿A qué se refiere?

–Que te comencé a atender como niña, pero ya eres toda una mujer... Al ver tus senos tan abundantes, pensé que traías relleno o alguna prenda especial...

¡Dios!

–No sé que decir –balbucee...


–¿Qué puedes decir? –se encogió de hombros; luego, añadió en tono respetuoso–... No lo tomes a mal, Angie, pero, al fin y al cabo, tienes a tu favor los buenos genes de tu familia: en poco tiempo, podrás pedirle brassieres prestados a tu hermana; incluso, me extrañaría que no llegues a ganarle en medidas...

Confirmé mis sospechas: algo raro le pasaba a mi cuerpo. "¿Yo? ¿Con tetas tan grandes como las de Karen?", medité... Se me ocurrió, de pronto:

–¿Cree que sean los suplementos alimenticios?

–¿Cuáles? –se extrañó el doctor Sáenz...


Decidí ir con cuidado:

–La combinación de alga espirulina y lecitina de soya...

–¿Desde cuándo te la administran? ¿Quién te la prescribió?

Me mordí los labios... Contrario a las informaciones de mi madre, su famoso tratamiento diario no era disposición de Sáenz: ella actuaba, por su cuenta y por su riesgo...

–Mi hermana pensó que era buena idea, para desintoxicarme y para que la dieta me hiciera más efecto...

Sáenz lanzó una sonora carcajada.


–Dile a tu hermana que está pagando los ingredientes de una orina muy cara... No, Angie: simplemente te estás consolidando como cualquier jovencita de tu edad... ¿A los cuántos años comenzaste a menstruar?

Quedé de una pieza, por las morbosas implicaciones del cuestionamiento: "este hombre, en verdad, me piensa como mujer, ¡y con todo el equipo!", pensé. "¡Cree que tengo ovarios, útero, vagina y vulva; y que están andando en mí los mecanismos biológicos necesarios para que me reproduzca!". No supe qué responder; sólo pude articular la primera y muy obvia edad que se me ocurrió:

–A los doce...

–¿Lo ves? Simplemente eres una quinceañera más próspera en todos los aspectos...

Otra vez... "¿Quince años?"... No quise ahondar en la declaración: bastante tenía con mis nuevos descubrimientos... Ya habría tiempo...

En cuanto regresé a casa, fui al cuarto de mi madre y comencé a revisar cajones. No tardé en encontrar los suplementos: un frasco enorme y una caja alargada, rotulados de fábrica: "Alga espirulina. Grageas". "Lecitina de soya. Inyecciones". Memoricé el nombre del laboratorio fabricante, guardé todo y fui a mi computadora. La encendí, y rastree, a través de Google, los teléfonos correspondientes. Llame desde mi celular:

–Productos Farmacéuticos Naturistas de México –me respondió una chica–. ¿En qué puedo servirle?

–Buenas tardes –respondí–... Necesito información respecto a dos de sus productos...

–Permítame, señorita –me cortó, con amabilidad, la telefonista–... La comunicaré con atención a clientes...

Me impresioné... El hecho de que, a la primera y sin verme, alguien me identificara por teléfono como mujer, me confirmó la feminización de mi voz.


–Atención a clientes –surgió un hombre, tras una pequeña cortina musical–... Soy Manuel Rocha. ¿En qué puedo servirle?

–Manuel, disculpe –inicié–, acabo de comprar dos productos de su laboratorio...

–Dígame su nombre, señorita, por favor...

–¿El de los medicamentos?


–El suyo...

–Gisela –mentí–... Gisela Gómez...

–¿Tiene a la mano los productos, señorita Gómez?

–No... Pero son alga espirulina y lecitina de soya...

–¿En grageas, cápsulas o inyecciones?

–En el caso del alga espirulina, grageas; la lecitina de soya viene en inyecciones...

–Perfecto, señorita Gómez... ¿Cuál es su consulta al respecto?

–¿Para qué diablos sirven?


Manuel Rocha sonó divertido...

–¿No sabe para qué sirven, y los compró?


–Bueno... yo...

–Son desintoxicantes, señorita... Con el alga espirulina, usted recibe un cóctel multivitamínico y mineral; resulta saciante, le ayuda a perder peso y le aporta prácticamente todos los nutrientes que necesita... La lecitina de soya le disminuye el colesterol plasmático y le incrementa el colesterol bueno; además mejora su rendimiento atlético...

–Entiendo...


–Si me da un correo electrónico, puedo enviarle un documento completísimo e interesante, en formato digital...

Colgué: el misterio se eternizaba. Justo en ese momento, el ruido de la puerta me avisó de la llegada de Adiel y de mi madre...

–¿Hay alguien en casa? –gritó ella...

–Sí –contesté...


Fui, corriendo, a la sala... Mi madre se había despatarrado en el sofa. Adiel me extendió un paquete...

–Tuve que rogarle a tu hermana, pero al fin me permitió traerte esto...


Lo abrí: ¡el delicioso aroma me hizo saber que tenía una espléndida pasta a la amatriciana en las manos!

–Este cubano manipulador insistió –dijo mi madre–... Según él, un día de descanso sin algo sabroso vale para nada...

–Era consejo de mi abuela, chica –rió Adiel–... Los domingos, siempre se las ingeniaba para darnos el mejor congrí de la isla y una sabrosa masa real de guayaba...


Me acomodé en la barra de la cocina, y devoré la pasta. ¡Dios! ¡El tocino me sabía a gloria! Adiel extrajo una coca clásica del refrigerador, la abrió y la puso frente a mí. Luego, me guiñó el ojo. Escuché, entonces, el timbre del teléfono de casa.

–Es José Manuel –gritó mi madre...


Fui a la extensión, que colgaba a un lado de la alacena, y respondí ahí.

–Hola...

–¿Cómo estás, Angie?

–Bien...


Desde el regreso de Cancún y sin que coincidiéramos en la televisora, el chico me había estado llamando todos los días. Y siempre, para mi mala fortuna, me hacía recordar unos momentos particulares en el antro: los que habían quedado retratados en el centro del reportaje fotográfico, y que yo trataba de bloquear.


–Bailas muy bien –me había dicho, mientras nos movíamos a ritmo de techno...

–Gracias –le había yo respondido...


Repentinamente, sin embargo, se había interrumpido la música electrónica y habían sonado piezas muy calmadas, románticas. Obvio: había yo intentado regresar a la mesa. José Manuel, sin embargo, asiéndome con fuerza por la cintura, me había obligado a permanecer en la pista y a juntar mi cuerpo al suyo...


–Tengo ganas de ir, hoy, a tomar un café contigo –escuché la voz en el teléfono–... ¿Me lo aceptas?... Fanny me dijo que estás libre...


En mi mente volvió a surgir Cancún, el antro, la cercanía de José Manuel, sus manos enormes. ¡Y evoqué no sólo la cálida sensación de su pelvis pegada a la mía, sino el perturbador crecimiento de su pene!... Sí: ¡al chico se le había erectado la verga, y yo había experimentado en mi piel todo el proceso!... Sin poder evitarlo, al igual que en el evento de la constructora, mi cuerpo (mañosamente condicionado por mi madre) había encontrado placer, mucho placer, en el dilatado y rígido contacto sobre mi vientre... Para más perturbación: no había yo reparado ni un solo instante en mi propio pene (dormido; oculto en mi interior, junto a mis testículos, siguiendo la técnica de mi madre), sino en el súbito deseo que me había envuelto de que manos masculinas acariciaran mi nueva anatomía de mujer, y en el copioso lubricante que había yo comenzado a producir, empapando mi tanga... Mis ojos habían girado hacia arriba, entonces, buscando el rostro de José Manuel; le había echado yo los brazos al cuello, y se me había escapado algo muy similar a un gemido... ¡Dios!... ¡Incluso había tenido que morderme los labios para no pedirle: "tócame"!...


–¿Es orden de Chassier? –pregunté...

Hubo un breve silencio en el teléfono.


Por un brevísimo intervalo de la noche caribeña, lo recordaba, el antro había desaparecido de mis referentes... Sólo había experimentado una especie de vértigo: como si hubiese estado al borde de un abismo, en cuyo fondo residiera la hombría de José Manuel, atrayéndome fatalmente... ¡Y yo había querido dejarme caer!... Me había dado miedo mi propio vacío, sin embargo, porque, al igual que en la primera noche de Adiel en el departamento, ¡yo había vuelto a desear como mujer!

–No –completó el chico, al fin...

–Entonces –corté–, prefiero que nos veamos en el reality...

Sí... No podía seguir arriesgándome... José Manuel, Adiel... No daría un paso del cual me arrepintiera más tarde... "Soy hombre"...


Esa noche, dormí mal: al filo de la medianoche, mis senos parecieron repentinamente sensibles, y una hora más tarde me dolían.

Al día siguiente, entre ensayos, pudiendo apenas soportar las molestias, tuve prueba de ropa. De entre todas las opciones de Ramiro, Chassier personalmente me había elegido un conjunto matador, en color blanco: un atrevido top tipo halter, unido al frente por el detalle de una argolla; una sexy micro falda rizada, con cordones a los lados; y unas zapatillas cerradas muy elegantes.


–¡Te ves maravillosa! –exclamó Ramiro–... Pero tendremos que cuidar un detallito...

Con calma, me hizo alzar el brazo: una especie de delicado plumón estaba surgiendo en mis axilas...


–Irás a depilación de inmediato...

Fanny intervino:


–No creo que sea conveniente... Mira lo pálida que está...

Ramiro se preocupó:

–¿Tuviste fiebre?

Fanny rió:


–Nunca entenderías, muchacho... Déjanos solas: esto es entre mujeres...

Me dejé caer en una silla. ¡Dios!

–Creo que necesito un médico –me quejé–... Háblale al doctor Sáenz...

Fanny movió la cabeza en forma negativa.


–Conozco los síntomas... No es la primera vez que a alguien, por la tensión nerviosa, le ocurre esto... ¿Te duele mucho el vientre?


Suspiré:

–Son los senos...

Fanny sacó de su bolsa de mano un frasco de pastillas y una botella de agua Evian...

–A mí me pasa lo mismo... Tómate esto...

Obedecí... Sólo después, pregunté...


–¿Qué es?

–Syncol, para el síndrome premenstrual...

–¿Qué...?

–Te ayudará mucho...

No supe qué hacer... ¡Todo era tan bizarro!... ¡Fanny pensaba que mis malestares tenían que ver con la proximidad de una menstruación!... Como reafirmando su idea, me dio un paquetito.

–Por si las dudas –subrayó...

¡Era una toalla sanitaria!

–¡No la necesito! –clamé...

–¿Traes contigo?

Me sentí en derrota...

–No sé...

–Consérvala; para evitarte apuros... Hay un depósito con más, en el baño general de mujeres, frente a la zona de camerinos, justo debajo de los lavabos... Llévate, también, la caja de Syncol...

–Gracias...

–¡Ah! ¡Y toma esto: no pienso ser tu cargadora!


Fanny me entregó un montón de revistas de espectáculos. En todas, la información sobre el reality show ocupaba lugares destacados, y se insinuaban las implicaciones románticas del "acercamiento" con José Manuel.


Una publicación en especial, famosa por sus manipulaciones y por sus noticias exageradas, me había dedicado la portada, con una foto mía en traje de baño (aparecía yo de espaldas, con el mar Caribe de fondo, girando el torso hacia la derecha, posición que me adelgazaba la cintura y me acentuaban las nalgas), bajo un título en letras muy gruesas: "Adolescente y provocadora. Angie, la nueva ‘lolita’ del mundo del espectáculo". En el interior, había un reportaje con tres imágenes desconcertantes: en la primera, por el ángulo desde el cual estaba enfocada, ¡parecía que José Manuel y yo nos besábamos en la boca!; en la segunda, tomada de algún anuario estudiantil, José Manuel abrazaba a una chica rubia; en la tercera, procedente de mi primer estudio fotográfico, lucía yo el mini-vestido ajustado en color beige.

–¿Qué onda con esto? –pregunté...

–Prensa amarillista –Fanny se encogió de hombros–... Acostúmbrate a ella, cariño...


Leí el reportaje, firmado por una tal Pina Cantú: "Tras la fiesta organizada por el productor Yves Chassier, para festejar el próximo inicio del reality show ‘Jugar y cantar’, fue notoria la actitud atrevida de la concursante Angie. En todo momento y de manera deliberada, la nueva ‘lolita’ de la farándula se mantuvo cerca del concursante más guapo, José Manuel, a quien prácticamente sacó de la disco donde la fiesta se realizaba. Una vez fuera, en un oscuro rincón, los noveles cantantes intercambiaron apasionados besos y atrevidas caricias. Lo escandaloso es que ambos tienen pareja: José Manuel lleva varios meses de novio con Silvia Stevenson, una chica de Nuevo México que fue su compañera de escuela; Angie, a su vez, según una fuente cercana, sostiene una relación con alguien llamado César, que no pertenece al medio artístico pero a quien le estamos siguiendo la pista. El término ‘lolita’ no puede ser más apropiado para la sexy Angie, de 15 años: tomado de una novela de los años cincuenta, en el lenguaje popular designa a adolescentes consideradas muy seductoras. Es una lástima que por estar fuera de control, la descarada ‘lolita’ puede manchar el inicio de su carrera". Me enojé:

–¿Puedes hacerme un favor? –le pedí a Fanny...

–¡Claro!

–Dile al cabrón de Tony que no ande de hocicón...

Fanny reaccionó con sorpresa:

–Pensamos que la revista había inventado todo... ¿En serio tienes novio?

–¡No!

–¿Qué le dijiste a Tony?


Titubee:

–Sólo el nombre de un amigo... Platicaba por platicar...


Fanny suspiró:

–Jamás negaré la capacidad de Tony: es el mejor estilista de la empresa... Pero su tendencia a chismosear cae en lo ridículo... Ten cuidado con lo que le digas...

–Lo haré...

–¿En serio estás sin galán?

–¡Sí!

–¿Por la garrita?

–¡Fanny! No tendría por qué mentirte...


Para la hora de la comida, había terminado de ver las revistas, y ciertamente el dolor se me había esfumado; incluso, notaba mis senos completamente ligeros. Sin embargo, una nueva contrariedad me hizo su presa: estaba yo orinando muchísimo. Fue, justamente, en una de tantas visitas al baño, cuando se fracturó otra capa más de mi masculinidad.

–¡Rayos! –le dije al maestro Borrero, a medio ensayo–... ¡Necesito salir un momento!...

Fanny me vio en el pasillo.

–¿Cómo estás, Angie?

–Mejor –respondí, veloz–... Mucho mejor... Ahorita nos vemos...


Penetré en el baño más cercano (justo en que quedaba frente a camerinos), y me acomodé en uno de los retretes. Tras la puerta, escuché la voz de Fanny:

–Ya te bajó, ¿verdad?


¡Dios! Ése era un término que mi madre usaba, y yo sabía bien a qué se refería: a la regla... No tuve más remedio que seguir el juego:

–Sí –balbucee...

–¿Te manchaste?

–No...

–¿Traes la toalla que te di?

–No, la dejé en mi bolsa de mano...

–Te pasaré otra...


Tras un golpeteo inconfundible en los anaqueles de los lavabos, Fanny me alcanzó una toalla, pasándola por debajo de la puerta.

–Gracias...

–De nada...


La conversación previa con el doctor Sáenz me había hecho surgir ideas, sí; pero las circunstancias en ese instante me trastornaron. De hecho, me excité sexualmente. "¿Cómo será menstruar?", me pregunté... Hubo calor en mí, desde el vientre, pero mi pene no reaccionó; mis senos, en cambio, dentro del brassier parecieron inflamarse, y noté el roce de mis pezones endurecidos con el interior de las copas... Recordé a Adiel, a José Manuel, a César, a los tipos de la constructora... De súbito, por vez primera, surgió en mí una especie de voraz apetito: ya no me bastaba lucir como mujer... "Quiero sentirme hembra", descubrí... Y, sin reflexión alguna, comencé a abrir el pequeño paquete: vi la toalla sanitaria, una always fresh; palpé su textura... Me llegó un aroma delicado, que ya conocía y que me agradaba: lo había captado algunas veces, cuando mi madre me permitía acostarme sobre ella, para ver televisión, y recargaba yo mi cabeza en sus piernas... Desee, entonces, que mi vientre oliera así... Arranqué el papel que protegía los adhesivos de las alas de la toalla, la acomodé en mi pantaleta, la sujeté y me vestí...

–¿Lista? –me preguntó Fanny, al verme salir...


Moví la cabeza afirmativamente y fui a lavarme las manos. Con cada paso, no podía dejar de percibir "mi toalla", apisonando aún más mis genitales ocultos y abriéndome ligeramente las piernas; su roce sobre mi piel desnuda, bajo la femenina tela de mi ropa interior... Me vino a la mente la tarde el día del casting, y oí la voz de mi madre: "Piensa que eres niña... Repítelo mentalmente: ‘soy niña, soy niña’". En aquel momento, me había costado tratar de sentirme en un sexo distinto al mío, pero ahora esa era precisamente mi necesidad, angustiosa, creciente...


Ya en la noche, durante el ensayo con De Saint-Aymour, Adiel me veía con más atención que de costumbre. De hecho, cuando me levantó en la coreografía, apoyando su mano en mi trasero, pareció querer comprobar la presencia de mi "aditamento" y no pudo disimular su estupefacción. Antes de que mi madre llegara, en un descanso, me llevó aparte:

–Traes un kótex –me disparó–, ¿verdad?

–¿Un qué? –pregunté...

–Una toalla de esas para la menstruación... Un pantiprotector...

–¿Les dicen kótex en Cuba?

–En Cuba, no hay... Allá se usan pañitos...

–Gracias por el breviario cultural...

–No finjas conmigo, Angie... ¿Sabes lo mucho que se te marca el caballo, con el leotardo tan entallado que traes?... Además, tengo muchos años de bailarín: hay cosas que no pueden ocultarse, por el enorme contacto que existe...


Comencé a enfadarme:

–Y si me hubiera dado la reputa gana de usar una toallita, ¿a ti qué carajo te importaría?

Adiel sonrió, y me pasó una mano por la mejilla:

–¡Ay, chiquita!...

Giró y regresó a la duela...


Por la noche, en el departamento, mi madre no me dejó siquiera terminar de bajar la bolsa de mano. Estaba de pésimo humor.

–Me dijo Fanny que te está saliendo vello...

–¿Y? –contesté...


–Obvio no podrán depilarte en la televisora, porque te desnudarán... Ese pitito tuyo se nos va volver un estorbo...

–¿Oye? –reclamé...

–¡Cálmate, pendeja! ¡Cómo si esa chingadera te fuera a servir todavía para algo!

–¡No olvides que soy hombre, Karen!

La carcajada de mi madre me resultó hiriente.


–¡Adiel! –le gritó a su amante– ¡Ven!

El cubano salió de la cocina: se había preparado un sándwich...

–¿Qué paso? –inquirió...

–¿Te parece que hay aquí, aparte de ti, otro macho?

–¿De qué hablas? –se extrañó...

–¡Carajo!... Quiero decir: ¿te imaginas a mi hermanita en plan de varón, fornicándose a una chica? ¿O la ubicas, más bien, en cuatro, dándole las nalgas a un cabrón bien dotado?

–¡No seas vulgar con Angie! –me defendió...

–¡Puta madre! ¿Ahora tú, de fino? ¡Si hubieras visto la carita de "cógeme" que le puso al tal José Manuel, en Cancún!... ¡La reinita no tardará en dejar que alguno le meta la verga!...

Adiel movió la cabeza, en franco signo de desaprobación, y regresó a la cocina...


–¿Ya terminaste? –le vociferé–... Porque, la neta, quiero descansar...

Mi madre me vio, con la furia desbordándosele... Al fin, remató:


–Le dije a Chassier que tienes la piel muy delicada... Él mismo me recomendó una clínica de belleza... Tienes cita mañana, a primera hora...

Nada respondí. En silencio, fui a mi cuarto. Ahí, cubierto por mi almohada, hallé un paquete de toallas sanitarias, con una nota de Adiel: "me gusta que seas tan mujer como tu hermana"... Me acosté con sentimientos encontrados... Aún de madrugada, me despertó el dolor de senos. Me tomé un Syncol, y pude dormir otro rato. Sin embargo, mi madre me despertó tempranísimo, para que me bañara a toda prisa. Puso especial cuidado en ocultarme dentro del bajo abdomen mi ya de por sí reducido pene (lo empujó al máximo, como nunca); y, a sugerencia de ella, me limité a vestirme con una mini tanga de hilo dental, una minifalda de mezclilla, una playera y unos tenis...


–No te pongas brassier... Vas a desnudarte, de todos modos...

Llegamos a nuestro destino a las seis de la mañana: una modernísima clínica, dentro del área más exclusiva de un lujoso centro comercial. A esa hora, sólo se distinguía el rumor de un gimnasio vecino... Nos esperaba una chica muy guapa, ataviada con una especie de traje médico...


–Tenemos cita para depilación –dijo mi madre, con tono autoritario...

–Bienvenidas... Usted es Angie, ¿verdad? –me vio–... El señor Chassier nos pidió que la atendiéramos muy bien... Soy Lucía... Pasen...


Fuimos hasta un confortable recinto, saturado de deliciosos olores relajantes: maderas, flores, frutas...

–Prepárese, señorita, por favor –me pidió...

–¿Debe desnudarse por completo? –intervino mi madre, mientras comenzaba a escarbar en su bolsa. Supe que, dependiendo de la respuesta, sacaría la cantidad de dinero que le pareciera suficiente para lograr complicidad...

–¡Por supuesto que no! ¡El señor Chassier no nos indicó depilación brasileña!


Fue audible el suspiro de tranquilidad de mi madre. En un par de minutos, pues, yo quedé en mini tanga, boca arriba, sobre una maravillosa cama, agradable pese a su aspecto quirúrgico...

–De haber sabido –me cuchicheó mi madre–, tu hubieran arreglado en la televisora... ¡El dineral que nos habríamos ahorrado!...

–¿Qué me harán? –pregunté, ignorándola...

–Depilación corporal y facial –me informó Lucía...

–Me dolerá...

–Usted tranquila... Usamos luz intensa pulsada, que alcanza de forma precisa el folículo piloso sin dañar su epidermis...

–¿O sea?

–Deje todo en mis manos...


La chica comenzó a calibrar sus aparatos. Luego, con suavidad, me colocó unos lentes especiales, me separó las piernas, tomó la lamparita del equipo y me la aplicó en las ingles... Nada especial...

–Esto es mucho menos terrible de lo que había imaginado –confesé...


Lucía sonrió. Poco a poco, durante unas tres horas, fue avanzando: tras las ingles, recorrió mis piernas, mis axilas, mis senos, mis brazos... Me hizo sentar, y se enfocó en mi espalda baja... Volvió a acostarme, y trabajó en mi cara...

–Su piel está respondiendo maravillosamente –dijo de pronto–... Jamás había visto algo así...

Al fin, enrolló la lámpara en el generador.

–Permanezca acostada un rato –me ordenó, mientras abandonaba el recinto...

Busqué con los ojos a mi madre... Ella tenía cara de aburrida...

–¡Qué hueva! ¿no? –se limitó a comentarme...

–¿Qué es la depilación brasileña? –me ganó la curiosidad...


Mi madre alzó los ojos al cielo, como manifestando desesperación:

–Lo mismo que te hicieron –explicó, resignada–, pero en los labios vaginales y en la parte de atrás del ano... Según los gustos, te pueden arrasar el vello por completo, o dejarte un pequeño triangulo en el pubis...

–Descartado, para siempre –reí–... Yo no tengo vagina...

Mi madre me vio, haciendo un gesto misterioso...

–Sí, ¿verdad?...


Lucía regresó con un fólder, me ayudó a levantarme y me condujo frente a un espejo: mi piel relucía con un nuevo tono... Me vi los antebrazos, súper delgados... ¡Dios!... ¡Las líneas de mi abdomen y de mi espalda se marcaban claramente femeninas; incluso mis piernas se veían mucho más redondas y firmes!... "¡No puede ser!", reflexioné. "¡El resultado me encanta!"...


–Aunque tenía usted muy poco vello –expuso la chica–, la ausencia total de él, a la que no estamos acostumbradas, nos deja valorar cambios muy interesantes... Desde luego, siempre tenemos cuidado de abarcar las zonas corporales cuya piel es portadora de folículos pilosos primordiales....

–No entiendo –admití...

–Me refiero a las partes que son potencialmente capaces de producir pelo nuevo, aún tras una exhaustiva depilación con láser: sus areolas –puso sus manos sobre mis senos–, su "canalillo" –deslizó la derecha entre ellos–, su línea alba –acarició mi abdomen– y su región lumbar –me tocó suavemente desde el principio de mis nalgas hasta la parte inferior de mi columna...

–Hay cambios –reconocí–... No lo puedo negar...

–Además, las incomodidades del proceso son temporales; pero la depilación es permanente...


Sentí escalofríos...

–¿Perdón?

–Por la respuesta de su piel, le garantizo que hemos eliminando en usted, para siempre, las células germinativas responsables del crecimiento del vello... Sólo necesitará unas cuantas sesiones de refuerzo...

Saber que jamás me volvería a crecer vello en el cuerpo fue una especie de golpe emocional... A través del espejo, vi a mi madre: de pie, tras de mí, mostraba una sonrisa de satisfacción:

–Esto valdrá la que cueste –subrayó...


Sí: tanto ella como yo sabíamos lo que en realidad acaba de ocurrir: yo había dado otro paso, éste sí irreversible, hacia la feminización.

–Aquí está una lista impresa para el cuidado que deberá usted tener, señorita Angie –agregó Lucía, entregándome el fólder–... Es sencillo: use bloqueador solar las dos primeras semanas protector, evite el calor y los productos con alcohol... Y en tres días, no se ponga prendas ajustadas... Permanezca sólo en panti todo el tiempo que pueda...

Comencé a vestirme, notando, de inmediato, los cambios en mi piel: mayor tersura, sensibilidad acrecentada...

–¿Cuánto debemos? –preguntó mi madre...

–Nada –se extrañó Lucía–... El señor Chassier pagó, ya, el tratamiento entero... Nos vemos aquí, en tres semanas –se dirigió a mí–... Podremos continuar, sin problemas, por las características de su piel: no sólo es joven, sino que parece empapada en feminidad, receptiva por completo al tratamiento...


No quise profundizar en el significado de las palabras, pues yo estaba casi en shock... Íbamos saliendo de la clínica, cuando sonó mi celular...

–Diga...

–Angie –escuché a Chassier...

–Señor...

–¿Sigues en la clínica?...

–Estoy saliendo de ella...

–No te muevas de ahí... Estoy por llegar...


En un par de minutos, efectivamente, se estacionó un ostentosísimo lamborghini gris, junto a nuestra hummer rosa. De él, descendió Chassier.

–Mis queridas chicas –saludó–... ¿Han desayunado ya?

–No –respondí, sin dudas; la sed y el hambre comenzaban a hacerme su presa...

–¡Bien! Hay, en este centro comercial, un restaurante que me fascina... Acompáñenme, por favor...


Mi madre se paró en seco, poniendo cara grave:

–Tendrá que disculparme, señor Chassier, pero hice una cita con el dentista –giró hacia mí y, con discreción, me cerró un ojo–... Pero Angie puede acompañarlo...


Chassier vio a don Mateo:

–Por favor, Mateo, lleve a la señorita Karen donde ella le indique...

–Sí, señor...

–Y avise en la televisora que cancelen todas las actividades de la señorita Angie para hoy...


Vi a mi madre marcharse. Chassier me tomó, entonces, por la cintura, invitándome a caminar. Mi piel no sólo notó la cálida rudeza de la mano masculina sino que, hipersensible, la amplificó hasta hacerla abrasadora...

–Quedaste maravillosa –me dijo–... Se te ven unas piernas de campeonato...


Fue extraña la sensación de ir así, por primera vez, con un hombre... No puedo negar que experimenté una protección inédita, sí, pero la actitud del productor me despertó otra cosa: la sospecha de que me exhibía con presuntuosidad. No tardé en confirmarlo: avanzando por los pasillos, sometidos ya ambos al escrutinio de los compradores matutinos, me dejó ir una afirmación tajante:

–Mira cómo me envidian esos pobres pendejos... ¡Es un delito que estés tan buena!...


Desayunamos en silencio. Yo trataba de poner mis ideas en orden, pero mi cuerpo se imponía a mi mente... La masculina sofisticación del productor me apabullaba: su elegancia, su grato aroma, su caballerosidad conmigo... Volvió a surgirme la voz de Cancún: "Él, hombre; yo, mujer"; pero la acallé de inmediato...

Cuando salimos del restaurante, se le ocurrió que entráramos a una tienda departamental...

–Quiero regalarte algo –me susurró–... Pídeme lo que quieras...


Lo que pasó a continuación, me ratificó el dramático cambio que estaba yo viviendo. En la entrada, colocado en exhibición, fulguraba el equipo más moderno para videojuegos, con un montón de opciones: futbol, simuladores de guitarras, batallas... Era mucho más de lo que había perdido, debido a las crisis económicas con mi madre... ¡Pero juro que nada vi!... Mi atención estaba puesta al lado, en el departamento de zapatería: en unas sandalias de Gianfranco Ferré, ¡con tacón de cristal de 15 centímetros! Supe no sólo que combinaban perfectamente con mi atuendo para el reality, sino que debían ser mías...

–Estarían lindas para el domingo –me limité a decir...


Chassier sonrió, pidió a una empleada que me las trajera en mi número, y me condujo hasta un confortable sillón... ¡Sólo hasta que tomé asiento y esperé, con inquietud, el calzado, reparé en los videojuegos! Por mi sexo verdadero, por mi edad, yo me debía haber arrojado sobre las maravillas tecnológicas, pero ya no me importaban...

–Aquí están, señorita –me indicó la empleada, dándome las sandalias. ¡Dios! ¡Eran hermosas!–... ¿Quiere medírselas?...


Sin dimensionar realmente mis palabras, lancé una pregunta atrevidísima, en un tono de niña ingenua:

–¿Puede usted ayudarme, señor Chassier?


Entonces, sin titubear, el poderosísimo productor, el exitoso magnate televisivo, se arrodilló ante mí. Yo le extendí mi pierna derecha, en coqueteo femenil absoluto, y el me asió el tobillo; luego, me retiró el tenis y me calzó la sandalia...

–¿Te viene? –me preguntó...

–Como un guante –respondí...


Repetimos la acción, con mi pierna izquierda, pero Chassier no se levantó: permaneció arrodillado, a mi lado, acariciándome los muslos, en una forma sutil.

–Tienes un ojo excelente –sonrió–... Esas sandalias son perfectas para tu look del domingo...

–Me encantan –confesé, mordiéndome los labios...


Los dedos del productor se habían vuelto descargas eléctricas: toda mi piel parecía alterada, capaz de percibir hasta el más débil roce... Me surgió la voz, otra vez: "Él, hombre; yo, mujer"... Traté de evitarla: ya no pude: "yo, mujer", "yo, mujer", "yo, mujer"... Afortunadamente, Chassier se levantó y fue a la caja... ¡Dios!... Agité la cabeza: "voy a perder la razón", concluí...

En cuanto salimos de la tienda departamental, Chassier me indicó:


–Iremos a Cuernavaca... Quiero que conozcas mi casa de descanso... Comeremos allá, y pasaremos la tarde...

Pronto, el lamborghini avanzaba raudo, hacia la autopista...

–Gracias por las sandalias –le dije...

Chassier volvió a ponerme la mano en el muslo...

–Gracias a ti, por aceptarlas –me susurró–... Y por dejarme medírtelas...


En ese momento, el juicio me volvió: me di cuenta de que el tono del productor indicaba un tipo muy concreto de interés respecto a mí... "No puede darse cuenta de que soy chico, de que tengo pene"... ¿Cómo parar todo?

–¿Por qué no mejor nos quedamos en la ciudad? –sugerí, con incomodidad manifiesta...

–¿Rechazas mi invitación? –me vio; sus ojos ardían de deseo...

–No es eso...


Afortunadamente, una llamada interrumpió nuestro diálogo...

–Diga –pronunció Chassier, accionando el manos libres de su celular...

–Yves, tenemos un patrocinador nuevo para el domingo... Quiere hablar contigo...

–¿Ahora?

–Sí... Exige que tú, personalmente, produzcas sus anuncios...

–¿Justo ahora?... Sacrébleu...

–¿Te arruinamos algo?

–No tienes idea... Sólo por esto, le cobraré al bastardo el doble de lo que tú ya sabes...

–Y algo más...

–¡Rayos! Está el patrocinador contigo y no puedes hablar, ¿cierto?

–Obvio...

–Pero ya le has ajustado una tarifa abusiva y de antología...

–Es correcto...

–Voy para la televisora... ¿Están en tu oficina?

–Alcánzanos en el comedor de ejecutivos...


Chassier me vio.

–Era el presidente... Pospondremos el viaje, linda... Pero tú, tómate la tarde libre...


Llegué al departamento con una absurda sensación de lasitud. Abrí la puerta despacio, muy despacio, y corrí a mi cuarto. Deseaba dormir, sin tener que rendir explicaciones. Punto...

El resto de la semana transcurrió a toda velocidad y sin novedades. El domingo, sin embargo, desperté con un dolor de senos desesperante, que me obligó a tomar dos tabletas de Syncol. En el baño, dejé que el agua tibia envolviera mi cuerpo: en unas cuantas horas, lo sabía, cantaría yo en vivo, y no podía darme el lujo de estar mal...

Comencé a vestirme... Si al sentir muy apretadas las tangas, comencé a caer en desesperación, probarme un pantalón de mezclilla me supo atroz: simplemente, no pude entrar en él... "¡Rayos!"... Intenté otra prenda: lo mismo... ¡Incluso los pants holgados me resultaban justos (salvo de la cintura, donde me nadaban)!... Decidí salir de mi habitación, para buscar a mi madre y pedirle algo prestado, así que quise ponerme un brassier: ¡no me cerró!

–¡Karen! –grité...

Mi madre acudió, sin prisa alguna...

–¿Qué quieres?

–No sé qué me pasa... Nada me viene...


Lanzando un gruñido, mi madre se limitó a ir a su cuarto, y regreso con ropa suya... Una muda interior, desde luego, pero también un short muy sexy y una blusa tejida casi transparente.

–Ten... Cámbiate rápido... Cuida mucho mi tanga: cuando me la pongo, Adiel se vuelve loquito...

Para mi completa estupefacción, ¡mi madre y yo teníamos tallas y estaturas idénticas!... No pude dejar de traer a mi memoria las palabras del doctor Sáenz, unos días antes: "en poco tiempo, podrás pedirle brassieres prestados a tu hermana"... Me vi al espejo: con el atavío, resultaba evidente que lucíamos ya el mismo cuerpo escultural; yo, con una cara más hermosa y una personalidad más refinada, eso sí...

Huelga decir que el conjunto en blanco, elegido días antes para mi presentación, se me adhirió al cuerpo brutalmente, como si lo trajera yo pintado. El top, en especial, me marcaba los senos de manera sexual, acentuando el espacio entre ellos...


–¡Eh, bruta! –me dijo Ramiro–... ¡Cada día estás más exuberante! ¡Con razón traes de un ala al jefe!

Tras bambalinas, yo me tronaba los dedos. "Mi cuerpo ya no es mi cuerpo... Mi madre debe haberme hecho algo... Pero, ¿qué?"... José Manuel notó mi nerviosismo...

–Te ves hermosa, Angie... Suerte...


Me encogí de hombros...

Fanny se me acercó, intercambiando datos con Chassier a través de su diadema.

–Prevenida...


Oí la voz de Don, el conductor...

–Es el turno de una jovencita polémica, a la cual muchos llaman ya el atractivo visual de "Jugar y cantar"... Con ustedes, Angie...

Avancé al escenario, con paso felino. Frente a mí, en una especie de ostentoso presidium, estaban Thea, Jaime Rocha y Gabriel Jarrell.

Respiré... Vi aparecer a mis lados a Adiel y a Leyal, vestidos con entalladísimos trajes negros.

Oí la música. Una especie de inesperada sensualidad comenzó a apoderarse de mí. Luego, me llegó mi propia voz, diáfana, ajena:

–MC, you're the place to be / Oh yeah, oh yeah, oh yeah, oh yeah, oh yeah / Oh yeah, oh yeah, oh yeah, oh yeah / I know that you've been waiting for it / I'm waiting too / In my imagination I'd be all up on you / I know you got that fever for me /Hundred and two / And boy I know I feel the same / My temperature's through the roof…

Sí: había yo empezado a cantar y a moverme, antes de tener conciencia de ello…


Lo supe: una mujer habitaba en Ángel, y estaba decidida a aflorar y a quedarse para siempre... 

martes, 7 de enero de 2025

Una voz angelical (Parte 5)



El resultado del reality


La respuesta de mi madre fue tajante:

–¿Quieres dejar de ser tan dramática?

¡Sentí amargura! ¿Qué tipo de monstruo me había dado a luz?

–Karen, ¿no te bastó con haber logrado que me guste usar ropa de mujer y maquillarme? ¡Soy un hombre! ¡Soy tu hijo! ¡No puedo tener senos!

Mi madre bostezó:

–Me das hueva... En serio...

–¡Karen!

–¡Revisa bien tu computadorcita, niña! ¡Los efectos del Decolette 3D+ y del Suprem’Advance son temporales!

–¿Qué quieres decir?

–Que en unos meses, volverás a tener el pecho plano...


Se me detuvo el llanto...

–¿En serio?

–De verdad... Le compré los productos a Aki: ella los usa... Si quieres, llámala por teléfono y pregúntale...

Hubo un poco de consuelo.


–¿Y por qué no me avisaste?

–Porque te conozco... Te de miedo avanzar como mujer, pero en el fondo te fascina...

No quise entrar en ese tema. Pero sí supliqué:

–Simplemente, deja de ponerme las lociones... Por favor...

–Como gustes... Pero el tratamiento sólo dura cuatro semanas...

–¿Qué?

–Como lo oyes: casi hemos acabado, y los efectos más fuertes ya están en ti...

–¡Ay. Karen!...

Mi madre se encogió de hombros.


–Me habló Fanny por teléfono...

–¿Qué tiene eso que ver? –me extrañé...

–Preguntó si ya estamos listas para irnos a Cancún el fin de semana... ¿Por qué no me habías tú informado del viaje?

Me sacudí... Ante su omisión, sagazmente, mi madre resaltaba la mía...

–Karen... Lo siento... La verdad: con lo que me ha estado sucediendo en el pecho, me disipé... Al principio, aluciné que era desarrollo de niño, pero luego...

Con una carcajada, mi madre me interrumpió:

–No estoy reclamándote... Simplemente, quiero aprovechar para hacerte notar algo...

Mi madre fue a mi vestidor, y regresó con un conjunto para la playa de Victoria’s Secret, que me pareció simple: en nylon/spandex lycra de tono coral...

–¿Qué onda, Karen?

–Desnúdate...

Obedecí. Entonces, mi madre se arrodilló frente a mí, y comenzó a ponerme la parte de abajo, un side-tie scoop bottom, con lazos laterales ajustables, pero sólo me lo dejó hasta las rodillas.

–Se me va a notar la cinta adhesiva –advertí.

Por respuesta, mi madre me liberó la entrepierna. Luego, sentenció:

–Déjate hacer... No quiero quejas...


Tomó, entonces, mi bolsa escrotal, con una mano, tensándola; con la otra, asió mi pene, ubicándole un pulgar sobre la cabeza, y el resto de los dedos alrededor del tronco. Para mi sorpresa, no hubo reacción alguna, ni el más mínimo amago de erección...

–¿Qué rayos...? –gemí.

Con cuidado y paciencia, mi madre fue ejerciendo presión con el pulgar. Aplastándolo hacia dentro, logró que la masa del pene se hundiera, primero, en la piel del mismo, y, después, en mi abdomen... Sentí cómo se me abrían los tejidos, en estremecimientos ardorosos.

–Nada de chillidos –advirtió mi madre...


Sólo pude morderme los labios. Mi madre siguió comprimiendo y comprimiendo, hasta hacer desparecer mi pene, y pasó, entonces, a recoger la masa testicular. Remató, subiéndome el side-tie scoop bottom, que me quedó súper-apretado.

–¡Rayos! –gruñí, al echar una ojeada a mi vientre...

–De aquí, has quedado lista –anunció mi madre.


Imparable, tomó la parte de arriba del conjunto y me la vistió. Se trataba de un brassier halter top push-up miraculous, de copas con varillas y relleno especial, que se ataba al cuello y tenía un cierre trasero en color oro. ¡Era el primero que usaba yo, teniendo ya senos, y el roce de la piel de mis pezones en la parte más profunda de la copa me supo como una caricia!

–Vaya, vaya –sentenció mi madre–... Tienes que verte al espejo...

Fui, de inmediato, y quedé en estupefacción.


Con mi pene y mis testículos disimulados dentro de mi cuerpo (escondidos en la zona de mi abdomen bajo), libre por completo, mi pubis lucía elevado. De hecho, había un espacio perceptible en relación con la cara superior interna de mis muslos, y la sínfisis parecía recubierta con una almohadilla adiposa en forma de triángulo invertido. Sí: tenía entre mis piernas la femenil distinción del monte de Venus o manzana de Eva... A su vez, el brassier levantaba y realzaba, añadiéndome unas dos tallas de copa, lo que me permitía ostentar un escote generoso y, a la vez, disfrutar de una comodidad increíble.

–¿Cómo se te ocurrió esta manera de ocultar los genitales? –articulé, con pasmo auténtico.

–No eres la única con computadora e internet, pequeña –rió mi madre–... Me suscribí a un grupo virtual de travestis, y estoy tomando muy buenos consejos... Tú me apoyas, yo te apoyo...

Analicé mi reflejo... ¡Dios!... Sin la cinta adhesiva, percibía mi cuerpo más auténtico...

–¿O sea que soy travesti?

–¡No, tonta! ¡Te estoy transformando en una sexy mujercita! ¿Te imaginas mostrándote así, en la costa, bajo el penetrante sol del Caribe?


Sin voluntad, mi mano fue hasta mi tronco y palpó las turgencias en desarrollo: era distinto verme al espejo, sabiendo el truco de un par de postizos, a sentir conscientemente la tibieza de mi piel en formas femeninas que ahora me pertenecían.

–Karen, yo... No sé...

–¿Sabes que los senos han recibido más atención erótica de los hombres que cualquier otra parte de nuestro cuerpo? –me interrumpió mi madre; ella notaba mi turbación y la aprovechaba– Con ellos, Angélica, puedes decirle al mundo que eres hembra, y hasta informar de tu estado de ánimo: del rubor, del frío, de la alegría, del miedo, del deseo... ¡Cómo gozarías parando vergas en Cancún!


Mi mente inició una vibración incontenible: "senos"... "senos"... "senos" ... "atención erótica de los hombres"... "atención erótica de los hombres"... "atención erótica de los hombres"... "eres hembra"... "eres hembra"... "eres hembra"... "parando vergas"... "parando vergas"... "parando vergas"

–¡Lástima que quieras dejar las lociones! –agregó mi madre– ¡Si terminamos el tratamiento, los machos no podrán dejar de verte!


¡Sí! ¡Ella sabía despertarme el morbo! Me imaginé, con escote insolente, siendo objeto del escrutinio masculino: en la playa, en la calle, en la televisora, en un restaurante... Aunque suene extraño, me brotó el deseo sincero de fulgurar con senos maravillosos propios, grandes, sin necesidad de rellenos o de explantes...

–¿En serio es temporal el efecto?

Mi madre hizo una señal de la cruz sobre su corazón.

–Te lo juro...

–¿Si sigues con las lociones, me crecerían otro poco..?

–¿Te crecerían qué...?

–Tú lo sabes...

–Dilo...

–Mis senos...

–Búscales otro nombre...

¡Dios!


–Mis tetas...

–Tus senos, tus tetas, tus pechos, tus boobies, tus niñas, tus mamas, tus chichis, tus lolas...

–¡Karen!

–Sí... Te crecerían más...

Tragué saliva...

–De acuerdo... Sigamos con el tratamiento...

–Así me gusta, nena... Ahora, arréglate, que tienes mucho trabajo en la televisora... Tu horario de la semana es una locura...


Justo ese día, inicié tres cosas: primero, el uso necesario y definitivo de brassier; segundo, la preparación de las canciones con Ramón Borrero; tercero, el montaje de las coreografías... Louise Cavaliere estaba satisfecha, y me dejaría descansar...

–El señor Chassier quiere que tengas una presencia más elitista e internacional –me explicó Borrero, acomodándose frente a un maravilloso piano Steinway, en una de las aulas del centro de capacitación artística de la televisora...

–¿Qué significa eso? –averigüé...

–Cantarás en inglés...


No me alarmé: dominaba la lengua, gracias a las previsiones de mis difuntos abuelos. Y no tenía mal acento. Borrero me extendió una partitura: "Touch my body", que interpretaba Mariah Carey.

–Maestro, no sé si sea la mejor opción para mí...

–¿Conoces la canción? ¿La has oído?

–Sí...

Abrió el piano, y movió los dedos...

–¿Entonces?

–Mariah Carey no sólo cubre todas las notas del rango vocal contralto y todas las de una soprano de coloratura; posee, además, la capacidad de cantar altísimo...

–¿Y?

–No creo alcanzarla, francamente... Mi interpretación sonará pálida...

Borrero se rascó la cabeza, en un gesto de nerviosismo, antes de desembuchar:


–¿Sabes que según el Libro Guinness, no hay otra cantante que puede alcanzar una nota más alta que la Carey?

–El dato no me tranquiliza, Maestro...

–Su domino en afinación microtonal es único... Usa los cuartos de tono con destreza magistral, y resulta precisa en pasajes de dificultad inverosímil...

–Por lo mismo, Maestro: prefiero algo menos exigente...

La reacción de Borrero fue inusitada: se echó a reír.

–¿Es tan pobre tu autoestima, Angie?

–Prefiero pensar que tengo los pies en la tierra...

–Comencemos con algo que te convencerá de tus facultades: la receta secreto de la propia Carey... El registro de silbido...


Estuve a punto de caer: tal condición era común en niños menores de nueve años y en muchas mujeres hasta los 30, ¡pero cuando yo me había iniciado en el canto, ya no la tenía! ¡Se trataba de ir más allá del falsete; de cerrar las cuerdas vocales, dejando sólo un pequeño hueco, para producir un sonido parecido al silbido de los labios, más agudo que el do6!

–No podré...

–Estoy seguro de lo contrario: con esa técnica, potenciarás tu rango vocal hasta notas más agudas de las que puede producir un piano estándar...

Decidí intentarlo: sólo para darle gusto a Borrero... Y para que, al desencantarse, buscara una canción distinta... Para mi sorpresa, no sólo alcancé el registro sin problemas, sino que mi voz salió natural, diáfana...

–¡Maravilloso! –clamó Borrero, dando un acorde gustoso al piano...

–Nunca había hecho algo así –reconocí...

–No me extraña... Con cada lección, adquieres tintes nuevos, mágicos incluso...

En silencio, pensé que había algo más, no sólo clases... "¡Estoy cantando como mujer!", concluí.


De camino al restaurante de la televisora, dediqué un rato a pensar en mi situación. Las tetas, según mi madre, eran resultados del Decolette 3D+ y del Suprem’Advance... ¿Pero y la feminización de mi voz? De golpe, caí en cuenta de que ya no tenías erecciones repentinas y de que francamente, poco a poco se me habían ido insensibilizando los genitales. "Quizá me dañaba la cinta adhesiva", teoricé.

Por la tarde, vistiendo ropa deportiva cómoda (un short y un top de lycra, sudadera y tenis), me presenté en la sala de ballet de la televisora, con Jean de Saint-Aymour, el coreógrafo: un francés de casi 60 años, pero rebosante de energía vital cual adolescente...

–Me ha dicho Borrero que cantarás "Touch my body"...

–Así es, Maestro...

–¿Has visto el video de Mariah Carey?

–Sí...

–Es muy sexy... Así que tu coreografía no puede serlo menos...

–Entiendo...

–Bailarás de acuerdo con la personalidad que el señor Chassier quiere para ti…


Antes de que manifestara conformidad, De Saint-Aymour hizo entrar a dos jóvenes morenos y altísimos, ataviados con mallas, camiseta y zapatillas de ballet. De cuerpos musculosos tan varonilmente perfectos, me hicieron caer en una especie de timidez...

–Colóquense junto a Angie –ordenó el coreógrafo–: Leyal, a su derecha; Adiel, a su izquierda...


Me vi a los espejos: por contraste, con la escolta de semejantes especimenes, mi figura aparecía mucho más estilizada y femenina; frágil, al mismo tiempo que atrayente...

–¡Qué fenomenal se ven! –me llegó la voz de Ramiro– ¡Ellos necesitarán ropa muy entallada; y tú, amor, escotes y aberturas para presumir todas tus curvitas!

Giré la cabeza: el diseñador de imagen y mi madre estaban entrando.

–¡Vaya contigo! –me chacoteó ella–... Te dejo sola un rato, y te apartas a los galanes...


Me sonrojé. Leyal mantuvo una actitud seria; Adiel me guiñó un ojo. Su rostro, mucho más suave que el del otro bailarín, parecía tallado a mano.

–Ramiro, señorita Karen –anunció De Saint-Aymour –: ellos serán los bailarines de Angie...

–Buena selección –asintió Ramiro…


Mi madre se acercó a saludar de beso; por su actitud, por el brillo en sus ojos, supe que estaba a la caza de Adiel.

–Ambos son muy profesionales –agregó el francés–... Leyal es egresado de la Escuela Cubana de Ballet... Adiel comenzó la carrera de Enfermería en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, pero el arte lo llevó a la Escuela de Danza Contemporánea de Cuba...

–Y a un par de conflictos con mi Comité de Defensa de la Revolución –intervino Adiel–, porque a algunos miembros les parecí indeciso y poco comprometido...


El acento tropical del bailarín sólo acentuó su masculina voz, deliciosamente abaritonada. Mi madre sonrió con coquetería:

–Así que cubanos...

–De La Habana –informó Leyal...

–Y de San Antonio de los Baños –completó Adiel–... Así que soy el de mejor humor...

–¡Basta de charla! –cortó el coreógrafo–... ¡Preparados!...

A través de los altavoces, sonaron las notas de "Touch my body"... De Saint-Aymour me marcó los primeros pasos: lentos pero vigorosos, profundamente sexuales... El contacto con los bailarines cubanos, sin embargo, hizo que se me dispararan nuevas dudas: al tocarlos, notaba yo sus músculos compactos, duros, insondables; sus manos, en cambio, se hundían con finura en la redondez de mis muslos y de mis caderas: pese a la firmeza de mi carne, parecía yo mucho más suave; con mayor agilidad, incluso. Adiel describió mis impresiones con una palabra exacta

–¡Qué fácil es levantarte, mami! –me dijo, barriéndome de arriba abajo con sus ojos verdes– ¡Pareces toda líquida!


Durante casi dos horas, fuimos construyendo la coreografía. Para satisfacción de De Saint-Aymour, la nueva y voluptuosa flexibilidad de mi cuerpo facilitaba las cosas: ¡me resultaba tan natural dejarme absorber por la música, y mover las caderas y las nalgas con una combinación equilibrada de incitación animal y de sutileza, de ingenuidad de niña y de apetito de puta!

Cuando pude descansar y me dejé caer en el piso de duela, otra evidencia me golpeó: ¡pese a la intensidad del ejercicio físico y a que sentía una liberación mucho más fuerte de calor, había yo transpirado mucho menos que cuando jugaba futbol o que en mis recientes prácticas en el gimnasio; de hecho, mucho menos que en cualquier otra ocasión de mi vida! Los cubanos, en cambio, escurrían sudor literalmente. "¿Qué rayos me está pasando?", me cuestioné. Adiel se despatarró junto a mí, y Leyal le arrojó una botella de agua Evian.

–¡Me encantan las bailarinas como tú, mami! –afirmó Adiel, destapando su botella e interrumpiendo mis reflexiones– ¡Facilitaste el trabajo!


Sólo acerté a decir:

–Gracias...

–¿Eres de esta ciudad o de la provincia? –picó, buscando conversación... Su interés me hizo sentir más calor...

–De aquí –respondí, perfectamente consciente de tragar el anzuelo–... Y tú, ¿por qué lo del buen humor?

Adiel puso rostro de júbilo, y sus pupilas brillaron como carbones encendidos. Bebió un trago.


–Desde los setentas, mi ciudad es sede de la Bienal Internacional del Humor... Tenemos hasta un museo del tema, con miles de caricaturas, único en Latinoamérica...

–¿En serio?

–Mami, nos dicen la Capital del Humor...

–Cuéntame más...

Desafortunadamente, mi madre no tardó en acomodarse junto a nosotros.


–¡Eres maravillosa, hermanita! –disparó, aunque viendo al cubano...

Le quité a Adiel la botella de agua y me levanté:

–Con permiso... Necesito preguntarle algo al Maestro...


No quería quedarme ahí... Siempre me había desagradado la actitud seductora de mi madre; pero en ese momento, percibí algo interno, mucho más raro. No supe bien qué... Fui hasta De Saint-Aymour, quien dialogaba con Ramiro, y, mientras apuraba yo el agua, le hice alguna consulta superficial,...

–Hemos concluido, niña –anunció el coreógrafo, tras responder a mi estupidez–... ¡Pero te quiero aquí, mañana, puntual, con leotardo, mallas y zapatillas de ballet!

Marché, con rapidez, hacia la salida... Mi madre, jugando a las risitas con Adiel, se limitó a contemplarme. Cuando tenía yo un pie fuera, dijo:


–Tienes entrenamiento, ¿verdad?

Asentí en silencio... Luego, seguí mi camino...

Agustín Trejo, consciente del esfuerzo realizado con De Saint-Aymour, bajó un poco el ímpetu de sus rutinas.

–Vas excelente –me felicitó–... Así que hoy podemos ser más recreativos...


Tras una ducha, llegué al restaurante de la televisora en agotamiento total... Cené casi automáticamente, sintiendo que los ojos se me cerraban... Pero no podía dejar de pensar en Adiel... Y en mi madre...

–¿Un día largo? –me sorprendió la voz de Fanny.


–Terrible –balbuceé...

Fanny llevaba una charola con fruta, agua mineral y dos apetitosos flanes. Me dio uno:


–Si develas que recibiste esto de mí –sonrió–, lo negaré por completo...

–¿Estás comiendo dulce? –me extrañé...


–Terminé con Armando –confesó–... Cada vez, estábamos más distanciados... Un poco de consuelo, no cae mal...


Me comí el flan de manera voraz; incluso, lamí el fondo del molde, lleno de delicioso caramelo.

–¿Sabes que es mi primer postre decente desde que estoy en esto? –averigüé...

–Tu régimen es estricto –reconoció–... Pero ha valido la pena... ¡Cada día tienes mejor cuerpo!... ¡Me temo que no tardarás en superar a tu hermana!

–Tu flan me devolvió un poco de energía –suspire–... Gracias…

Fanny dio un sorbo al agua mineral.


–Según Louise Cavaliere, estás hecha una princesita … ¡Qué bueno que no te vio hace un momento!… ¡Parecía que te tragarías el recipiente y el platito en cualquier momento!... Si la oyeras: "es mi mejor alumna, toda delicadeza; ¡y cómo ha aprendido a maquillarse!"...

–Me voy, Fanny –detuve–... Necesito dormir... ¿Sabes dónde está mi hermana?

–Con exactitud, no... Fue con Adiel a cenar... Me pidió que te dijera que no la esperes... Adelántate al departamento... Ella llegará por su cuenta...


Subí a la camioneta con cierto desazón... Don Mateo lo notó:

–¿Y ahora sola, señorita Angie? ¿Dónde dejó a la señorita Karen?

–Ya ve, Don Mat –bisbisé–... Se fue de fiesta sin mi...

Una vez en el departamento, me encerré en mi habitación, y me dispuse a dormir... "Adiel, Adiel"... No tardé en hundirme en un sueño recóndito... Algunos pasos, sin embargo, me despertaron. Vi mi reloj: eran las tres de la mañana... Agucé el oído...


–No hagas tanto ruido –distinguí a mi madre–... Angie ya está dormida...

Siguió un leve portazo; luego, otro. Al fin, el evidente fris-fras de ropas contra cuerpos... Me incorporé levemente...

–Tu hermana es sublime... ¿Ha practicado ballet?

Sí: Adiel estaba en el cuarto de mi madre... Me levanté, tomé un vaso y lo deposité sobre la pared que ella y yo compartíamos, para usarlo como improvisada bocina... Recargué mi oído...

–No –contestó mi madre...

–Pues tiene el cuerpo de una bailarina –aseveró el cubano...

–¿A qué te refieres?

–Está buena, la niña...

–¡Y lo que le falta!

–Pero si ya luce el mismo culito sabroso que tú...

–Créeme: verás a Angélica desarrollar aún más su cuerpo...

–¡Será una bomba!

–Pero deja de hablar de ella... Bésame...


Poco a poco, los sonidos fueron cambiando. Percibí lo que ocurría del otro lado, y me sentí mal... Inexplicablemente, me agradaba saber que yo le gustaba a Adiel, pero me angustiaba pensar que él estaba a punto de cogerse a mi madre...

Volví a la cama. Pero una repentina idea me hizo saltar. "¿Acaso son celos?"... Traté de abstraerme... "No... Claro que no"... Sacudí la cabeza... "Karen puede estar con quien se le pegue la gana... Nunca me ha importado quien se la meta o de la deje de meter..."... Pero no era eso: "¡Dios", reconocí de golpe. "¡No quiero que Adel esté con Karen!".

Justo en ese momento, mi madre comenzó a gemir, ¡como nunca! Y si bien al principio trataba de reprimirse, para no hacer escándalo, pronto le fue imposible y gritó a todo pulmón:


–Así, así... ¡No pares!...

Me tapé los oídos. No sé por cuánto tiempo. De pronto, en mi imaginación, surgió un cuadro morboso, de película pornográfica: Adiel montaba salvajemente a mi madre... El tono abaritonado, en la habitación vecina, puso la frase que faltaba...

–¡Karen! ¡Karen!…

Sufriendo una excitación implacable, quise masturbarme... Sin embargo, a punto de liberar mi pene, una ráfaga de pensamientos me detuvo: no vi en mi mente a Adiel cogiéndose a mi madre, ¡sino cogiéndome a mí!... Con terror, me sepulté entre las sabanas, repitiendo: "Soy hombre, me gustan las mujeres"... "Soy hombre, me gustan las mujeres"... "Soy hombre, me gustan las mujeres"... Sólo así, puede volver a dormir...

No me extraño despertar sin haber descansado en realidad. Me bañé despacio. "Adiel no me gusta", traté de convencerme. "En cuanto esto termine, regresaré a mi identidad de varón. No soy puto".

Salí de mi habitación y fui a la cocina: en la barra, el bailarín disfrutaba un omelet de queso de cabra.


–¡Buenos días! –saludó mi madre, desde la barra...

No contesté.

–¿Dormiste bien, Ángel? –preguntó Adiel...

Quedé de una pieza.

–¿Perdón? –balbucee.

Adiel me guiñó un ojo:

–Quise saber si habías descansado, amiguito...

Vi a mi madre con alarma.

–Tranquila, hermana –sonrió–… Adiel es mi nuevo novio… Y como vivirá aquí, con nosotras, pensé que era mejor que supiera tu secretito...

Me derrumbé en uno de los bancos... De hecho, creí que vomitaría en cualquier momento...¡No supe qué me dolía más: si el enterarme que Adiel y mi madre eran amantes oficialmente, o que él conociera que yo no era mujer en realidad!


–No volveré a hablarte en masculino –subrayó el cubano–... Perdóname... Tú hermana me contó lo que han sufrido... Cómo siempre has querido ser niña, lo del concurso, lo del tratamiento... ¡Todo!...

Mi madre intervino, colocando frente a mí un plato con verdura cocida:

–Desayuna rápido, Angie… Don Mateo ya llegó por ti...

En silencio, sin tocar el plato, me levanté... Pasé el día completo con la mente bloqueada... ¡Ni siquiera pude disfrutar el verme, por primera vez, como una delicada bailarina de ballet!...

Para cuando llegó el fin de semana, yo había tomado la extraña decisión de odiar a Adiel. Lo cierto es que él se mostraba respetuoso, hasta cálido. Pero no podía yo actuar de otra manera.

–Angie, no me trates así –me dijo una tarde–... Te entiendo... Más de lo que crees... Todos tenemos secretos… Alguna vez te contaré lo que viví en el malecón de la Habana y en la Quinta Avenida, hasta que pude salir de Cuba...

–Guarda tus materiales para un productor –lo corté–... Igual, inspiras una telenovela...


El fin de semana en Cancún me resultó reconfortante. De entrada, Chassier no quiso que viajara yo en el avión comercial fletado especialmente, sino que me invitó a su jet privado. Únicamente lo acompañábamos mi madre, Pierrick, Fanny y yo, así que me dejé consentir.

Huelga decir que nos hospedamos en el Ritz Carlton. A mi madre y a mí nos asignaron unas suites maravillosas con vista al mar: la mía, mucho más lujosa y amplia, fue para ella una especie de bofetada...

–¡Vaya! ¡Lo que faltaba! –se quejó–... Creo que el franchute no reconoce mi trabajo contigo...


Me encerré, saboreando de antemano mi tiempo a solas... Sobre la cama, noté una caja larga. Me acerqué: procedía de una exclusiva boutique. A los lados, se desparramaban docenas de mis chocolates favoritos... Había una tarjeta: "Por favor, ocupa esto para el estreno del reality. Yves"... Abrí la caja: guardaba un un mini vestido rojo precioso, sin tirantes, con escote bañera y amplios cortes laterales. Lo completaba una tanga roja con diseño de cuatro tiras y un par de zapatillas de tacón alto, abiertas, también en color rojo... Suspiré...

Fui de inmediato a la primera reunión de trabajo: en una salón del hotel, me esperaban ya los otros once competidores. No me fue difícil ubicar a los papeles principales del "drama televisivo" que estaba por comenzar: José Manuel el guapo, con pinta de fresa; Óscar, el rico creidísimo y fanfarrón; Gabriela, la buena de la historia, toda ternura; Wendy, la intrigosa... Sin embargo, de inmediato me cayó bien Francisca, una humildísima niña de pueblo, gris en su apariencia pero de voz extraordinaria.

–¡Bienvenida, Angie! –saludó Pierrick–... Pasa... Saluda a tus compañeros...


Vi las cámaras discretamente dispuestas, pero grabando los detalles del encuentro. Hice migas naturales con Gabriela y, por supuesto, con Francisca. Reconozco que traté de evitar a José Manuel, sabiendo su rol: "uno de los que se enamorarán de ti", había dicho Chassier.

–¡Todas ustedes son tan bonitas! –nos dijo Francisca, mientras bebíamos cócteles sin alcohol– ¡No sé qué hago yo aquí, ni para qué hice gastar a mi familia tanto dinero!

–Cantas bien, ¿no? –le dije, con sinceridad– ¡De eso trata el concurso; no es Señorita México!

Gabriela se incomodó un poco. Ostensiblemente... Pero manifestó su acuerdo conmigo. Y remató:

–Si fuera por belleza, tú, Angie, nos ganarías a todas...

Me sonrojé.


–No nos vengas con falsas humildades –sentenció Francisca, un poco más relajada; casi divertida–... Te das perfectamente cuenta de lo que tienes, y sabes sacarle partido; aprovecharlo...

–¿A qué te refieres? –pregunté...

Gabriela, juguetona, me arrojó el rabito de su cereza...

–Obvio, niña coqueta: a cómo te sientas, a cómo gesticulas, a cómo te mueves...

–A cómo vistes y a cómo te arreglas –acotó Francisca...


Recordé a mi madre, con atuendo provocador, acariciándose las nalgas: "Las mujeres tenemos esta ventaja. Lástima que naciste hombre: nunca sabrás todo lo que se puede obtener con esto"... ¡Dios! ¡Ya lo estaba sabiendo!

–No digan eso –declaré, con un poco de amargura...

–¡No te atacamos, amiga! –me abrazó Gabriela– ¡Al contrario!

–Pues sí –se encogió Francisca de hombros–: eres mucho más bonita que nosotras, y Dios te dio mejor cuerpo...

–¿Qué podemos hacer contra la herencia? –se rió Gabriela– ¡Tu hermana y tú parecen clones de Barbies perfectas!

De un rápido vistazo, comparé mi cuerpo con el de las mujeres del reality. "¡Rayos!", caí en cuenta. "¡Mis senos son los más desarrollados!".


En efecto, sin interrumpir las aplicaciones de Decolette 3D+ y de Suprem’Advance, mis mamas (¡eso eran ahora!) me habían seguido creciendo, pero no sólo se me habían comenzado a ensanchar también los pezones sino que tenía las areolas más pigmentadas. De hecho, observaba el contorno diferenciado de cada una de estas partes; y notaba ya peso en las copas de mis brassieres, y mayor tensión y ceñidura en sus tirantes.

Mis curvas resultaron mucho más evidentes el domingo por la mañana, en la playa. Vistiendo el conjunto de Victoria’s Secret que mi madre había seleccionado y como ella misma lo había vaticinado, pronto fui objeto de la atención no sólo de los competidores y de la gente de la televisora, sino de algunos cercanos bañistas. Chassier, tranquilamente acomodado en una silla de playa, me mandó llamar.

–Siéntate, Angie –me pidió, señalando otra silla junto a él–... ¿Qué quieres tomar?...

–Un jugo de naranja...

Chassier chasqueó los dedos a un amabilísimo mesero. Luego, me vio.

–¿Te gustó el vestido?

–Es hermoso, señor... Muchas gracias...

–Quiero que luzcas espectacular, hoy, en la primera transmisión del reality... Habrá reporteros de varios medios, invitados especiales... Incluso el Gobernador de Quintana Roo... Tony se encargará de maquillarte y de peinarte...


El mesero llegó con el jugo, dándome tiempo para organizar mis pensamientos. Una duda me carcomía, y preferí externarla:

–¿Puedo preguntarle algo, señor?

–Desde luego...

–¿Ese reality tiene ya un ganador?

Chassier se fue para atrás...

–¿Lo sabes o lo intuyes? –esquivó...


Me levanté de la silla, inclinándome hacia el productor, mostrándole descaradamente el cada vez más marcado inicio de mis senos:

–Sea honesto conmigo, por favor... Usted sabe que soy discreta...

De la mesilla entre nosotros, Chassier tomó su inseparable cigarrera.

–Angie, tu carrera está asegurada... Créeme... Para ti, este reality es sólo el lanzamiento...


Respondí con total honestidad:

–Señor, no me interesa saber si saldré victoriosa o no... Simplemente, algo me dice que la trama va más allá del desarrollo del concurso... Que, incluso, llega a los resultados...

Chassier jugó con la cigarrera, tomó un puro y lo encendió:

–Hay una ganadora, pero no eres tú...

–¿Es Gabriela?


Chassier tosió:

–¿Esa puta te lo dijo?


Reí:

–No... Me fue obvio...

Volví a acomodarme en la silla, y tomé mi vaso de jugo. De forma inexplicable, Chassier inició una letanía de justificaciones:

–Gabriela tiene madera de baladista, pero es insípida... El triunfo le ayudará a colocar más discos... Tú no necesitas eso: brillarás por ti misma...

Vi al productor con ojos falsamente divertidos:


–No me preocupo por mí... Sospecho, por ejemplo, que Francisca no está al tanto de la trama... Ella realmente le está poniendo corazón y esperanzas al reality...

Chassier lanzó una exhalación quejumbrosa.

–A diferencia de Karen, tú tienes escrúpulos... No sé qué tan bueno sea eso para ti... O para mí...


Traveseé, coquetamente pero sutil, acariciándome los labios con el popote... Aparenté casualidad... Porque tenía la seguridad de que estaba a punto de averiguar más...

–Me da la impresión, señor, de que así le gusto a usted...

Chassier lanzó una carcajada...


–¡Demonio de mujercita! –con una seña, ordenó al mesero que le llenaran el vaso con ginebra y agua de coco; bebió un largo trago–... Francisca no tiene maldita idea, en efecto... Es la pobre rancherita con la que millones de televidentes jodidos se identificarán: su presencia nos garantiza un montón de dinero por concepto de llamadas...

–Aunque no le cuenten a su favor...

Chassier me señaló con el vaso:

–No me provoques...

Quedé en silencio... Si yo, como mujer, era una farsa, ¿qué más podía esperarse del maldito concurso? Sin embargo, me dolía el porvenir de Francisca... "Tengo que ayudarla", reflexioné...


Por la noche, en un antro de moda contratado ex profeso, vimos el inicio de las transmisiones del reality: los castings de los doce participantes, más algunos "de relleno" (incluyendo los más ridículos). Conforme a las instrucciones del productor, usaba el mini vestido rojo, y había dejado que Tony me realizara un peinado alto, muy sofisticado, y un maquillaje intenso. Dado que Chassier me había destinado una limosina, mi arribo a la alfombra roja había resultado espectacular: tras asolearme, mis hombros, mi espalda, mis piernas y casi la mitad de mis senos, fulguraban con un saludable tono canela, acentuado por sutiles y hábiles toques de glitters, por lo que los flashazos de las cámaras arrancaban matices tornasolados a mi piel...

De inmediato, me condujeron a la mesa de Chassier: ahí, esperaban ya el Gobernador de Quintana Roo, el presidente municipal de Cancún, Pierrick, Fanny, Francisca ¡y Juan Manuel!

–Te ves preciosa –me saludó Chassier de beso...


Instantes más tardes, mi actuación, en la pantalla, me desconcertó: era yo y no era yo: aunque profundamente femenina y descaradamente sexual, mi figura me parecía mucho menos voluptuosa que la que el espejo me había devuelto al arreglarme... Con un susurro, el productor confirmó mis sospechas:

–¡El ejercicio y la dieta te han sentado bien! ¡Estás mucho más buena y piernuda!


Sentí la boca seca... Y volví los ojos hacia la mesa de mi madre... "A mi cuerpo le está pasando algo muy, muy extraño", concluí...

Algo trabó mis cavilaciones: con discreción, Pierrick me deslizó una tarjeta: "Ya hay fotógrafos y reporteros en la pista. Juan Manuel te va a invitar a bailar. Acepta y sé coqueta"...


En cuanto sonó la música, el chico se puso de pie, fue hacia mí, se inclinó y me tomó de la mano:

–¡Showtime! –me susurró al oído– Debo comenzar a enamorarme de ti...

Vi a Chassier: me guiñó un ojo y sonrió...

Me levanté en confusión. Sólo acerté a decir:

–¿Si?


Juan Manuel se encogió de hombros...

–Sí... Y no será difícil... Créeme...