Faltan solo unos días para la boda.
Cada mañana despierto con el corazón agitado, una mezcla de nervios y placer que me atraviesa el cuerpo. Me miro al espejo y veo a una mujer, a Janine; a mí misma. Mis labios suaves, mis curvas definidas y la suavidad en mi entrepierna me recuerdan que ya no soy un hombre. Y a veces, entre respiraciones, me pregunto si de verdad merezco esta felicidad.
Laura aceptó ser mi dama de honor. Le insistí porque, a pesar de que me convirtió en mujer, sigue siendo la única persona que conoce toda mi historia. Y es lo más cercano que tengo a una amiga. No tengo amigas; apenas estoy aprendiendo a ser una mujer.
Cuando se lo pedí, ella sonrió con esa calma suya tan misteriosa y dijo:
—Por supuesto, pero te tengo una pequeña sorpresa.
No imaginé lo que eso significaba hasta que, al día siguiente, apareció en la casa con cuatro mujeres más.
Las reconocí al instante.
Todas habían sido mis exnovias… de cuando aún era hombre, a todas les fui infiel.
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Cada una me miraba con una mezcla de burla y curiosidad. Laura solo se cruzó de brazos, disfrutando del espectáculo.
—Bueno, chicas —dijo—, les presento oficialmente a Janine, o tal vez ustedes la conocieron como Jairo.
Las risas no se hicieron esperar.
—Con razón no podías ser fiel —bromeó una, con un guiño—. Ninguna mujer te iba a ser suficiente, tú necesitabas un hombre
—Mira que luces mejor con falda que con pantalones, ese trasero tuyo es precioso, seguro que Andrés no te lo deja de tocar—añadió otra, recorriéndome de arriba abajo.
—Quién diría que del hombre que me hacia gemir ahora es una mujercita que está por llegar al altar vestida de novia —murmuró la tercera, divertida.
Yo solo sonreí con nervios. Cada palabra dolía, pero en el fondo sabía que tenían razón. No era inocente. Les fallé a todas, jugué con sus sentimientos… y ahora el destino me había puesto de rodillas, maquillada y en tacones, preparándome para casarme con un hombre.
El ambiente se volvió más ligero, entre risas y copas de vino. Las burlas seguían, pero había algo de complicidad, como si ya no quedara rencor. Hasta que una de ellas, la más atrevida, soltó la pregunta que me hizo quedarme helada:
—A ver, Janine… ¿qué se siente mejor? ¿El sexo como hombre o como mujer?
El silencio fue inmediato.
Sentí que me ardían las mejillas. Laura me miraba con una sonrisa de medio lado, esperando mi respuesta.
—Vamos, confiesa —insistió otra—. Nos morimos de curiosidad.
Tragué saliva.
Mi voz salió baja, temblorosa, pero sincera:
—El sexo como mujer… es mil veces mejor.
Las cinco estallaron en carcajadas. Yo también terminé riendo, aunque por dentro sentí un estremecimiento. Porque era verdad. No había comparación. Cada vez que él me tocaba, cada gemido, cada temblor, cada entrega, me hacían sentir viva de una forma que jamás conocí antes.
Laura me abrazó por la espalda, con una sonrisa casi maternal.
—Entonces, querida —susurró en mi oído—, parece que el hechizo funcionó mejor de lo que imaginaba.
No respondí. Solo bajé la mirada y sonreí.
Porque, aunque me doliera admitirlo, tenía razón.


No hay comentarios:
Publicar un comentario