viernes, 29 de noviembre de 2024

Recomendación de Manga: Nyotai-ka Yankee Gakuen: Ore no Hajimete, Nerawaretemasu!

Continuaré recomendándoles mangas de temática gender bender y crossdressing que me gustan mucho esta vez toca el turno de:  Nyotai-ka Yankee Gakuen: Ore no Hajimete, Nerawaretemasu!

Durante 54 tomos veremos la historia de Torao, un adolescente de 16 años que va a una escuela de chicos problemáticos o "delincuentes". 




Torao tiene una rivalidad con Ryohei un chico de su misma edad y en su último enfrentamiento recibió una paliza de él, por lo cuál entrenó muy fuertemente para conseguir vencerlo en su revancha.



Pero para mala suerte de Torao el día de su nuevo enfrentamiento con Ryohei recibe una bebida de transformación en mujer y se la toma sin saber para que sirve. 



Torao sabe para que servía el jugo después de beberlo, convertido en mujer decide ir a su encuentro con Ryohei de todos modos... pero las cosas no salen como lo esperaba.



Ryohei lo secuestra y lo lleva a su departamento, donde tienen relaciones. En este punto hay que tener un poco de discreción, la primera relación entre ellos si podría considerarse v10lac1*n. Pero a partir del segundo capítulo el sexo es consensuado y poco a poco irán enamorándose.

Mi capítulo favorito es donde Ryohei ayuda a estudiar a Torao, me muero de risa cada vez que lo leo.

De nuevo, solo pongo cuatro páginas para mi mini reseña para que no me tiren el post. La historia solo está en inglés en la página donde leo manga.

Acá están los primeros 52 capítulos: Nyotai-ka Yankee Gakuen: Ore no Hajimete, Nerawaretemasu !(Official) Manga

Los últimos dos capítulos están en otro post de la misma página: Nyotaika Yanki Gakuen Ore no Hajimete Nerawarete masu Manga

martes, 26 de noviembre de 2024

Una voz angelical (Parte 3)




Edecan.

Al principio, sospeché que mi madre había perdido totalmente la razón. Sin embargo, cuando tomó una especie de lapicito de sombras y comenzó a rayarme sutilmente en el abdomen, primero, y entre los pectorales y sobre ellos, después, creí haberlo confirmado.

–Karen, ¿qué rayos haces?

–Recurrir a todas las trampas de las edecanes... Para que aprendas a ser sexy y coqueta, necesitas verte hoy mucho más exuberante...

Suspiré. Ella había dedicado un montón de tiempo a recogerme el pelo (envolviéndomelo en una redecilla), a ponerme uñas postizas y pupilentes verdes, a probarme aretes, a maquillarme. El famoso motociclista de la empresa cervecera le había entregado el paquete (con los dos equipos de ropa) cerca de una hora y media antes. ¡Y ahora parecía tan entretenida!

–Esto ya quedó...

Yo permanecía en una silla, a media sala, en desnudez total y sin poder verme. No obstante, percibía con claridad la sensación de los cosméticos en mi rostro y, especialmente, tanto el peso y la dureza del rímel en mis pestañas como el ahora cremoso sabor de mis labios. Mi madre tomó la cinta adhesiva.

–Levántate y alza las brazos...

Obedecí. Entonces, pegó el extremo de la cinta en mi espalda, poco más o menos a la altura del ángulo inferior de mi omóplato, y comenzó a rodearme, apretando con fuerza, como tratando de unir mis pectorales, hasta que formó un hueco entre ellos. Después, con una esponja, me aplicó ahí polvos oscuros, retocando lo previamente trazado con el lapicito. Para finalizar, me untó en todo el cuerpo, especialmente en brazos y piernas, una perfumada crema en la que había disueltas micro-partículas iridiscentes de efectos metálicos.

–Se llama glitters –me comentó–... Te fascinarán...

No había fascinación en mí, desde luego, sino terror. Pero no quería volver a despertar la ira de mi madre.

–Sólo falta vestirte –sonrió.

Me encogí de hombros. Mi madre fue a su cuarto y regresó con una caja:

–Lo que son las cosas –prosiguió, divertida–... Un coordinador de edecanes nos regaló éstos a todas, por si algún días los necesitábamos... Debido al cuerpazo que Dios me dio, los despreciaba... Jamás pensé quién los estrenaría...

Abrió la caja: contenía seis artefactos de gel de silicón purísimo. Me pasó uno: la cobertura (después supe que se trataba de un elastómero de poliuretano de alta resistencia a la ruptura) lo hacía paradójicamente suave y consistente.

–¿Qué es esto? –pregunté...

–Explantes...

–¿O sea?

–Son como los implantes que se usan en cirugía, pero van por fuera...

Rasgó el paquete de la cervecera, y extendió la ropa frente a mí: un mini bustier blanco sin tirantes; un culotte rojo; un juego de micro falda, guantes y tirantes en vinil amarillo (con los logotipos de la empresa); un casco industrial; y unas botas de caña alta con tacones de aguja de 12 centímetros y medio... "No voy a poder caminar", deduje.

Mi madre me puso en la entrepierna una nueva capa de cinta adhesiva y, luego, se asomó a la caja de los explantes. Sonrió:

–Te digo que la suerte está de nuestro lado...

De la dicha caja, sacó cuatro delicadas pantaletas, todas de elastano/poliamída: una, color carne; otra, negra; la tercera, blanca; y la última, del mismo rojo del culotte. Apartó ésta, y me la mostró por dentro: ocultaba sutilísimas bolsas, cuatro en total, en las que comenzó a depositar explantes: uno para cada una. En cuanto terminó, me hizo entrar en la prenda, que, de tan justa, borró las fronteras entre el silicón y mi propia carne.

–¡Extraordinario! –proclamó.

De inmediato, me vistió la micro falda, terriblemente apretada, y me ciñó el mini bustier, deslizándole un explante en cada copa y vigilando la posición de mis pectorales. Por último, me aseguró la micro falda con los tirantes, me colocó los guantes y me calzó las botas.

–¡No hubiera desperdiciado uñas postizas! –se lamentó.

Tragué saliva... Eran casi las nueve de la noche... "Quizá a este paso, no alcancemos a llegar al famoso evento", me consolé.

–Karen –pregunté, buscando alguna táctica dilatoria y recordando la redecilla en mi cabeza–, ¿vas a peinarme?

–No, hermanita... Tengo una sorpresa... Pero antes, debo arreglarme... Espérame... Quedaré lista en menos de lo que canta un gallo... ¡No te muevas!

"No quiero moverme en toda la noche", pensé, recargándome en la silla. Tampoco quería verme al espejo...

Para mi estupefacción, mi madre se desnudó por completo delante de mí, y me expresó con júbilo:

–¡Es maravilloso que ahora seamos dos mujeres en casa!...

Cerré los ojos, tratando de bloquear emociones, y fui cayendo en un sopor absurdo. Creo, incluso, haber dormitado un poco. Hasta que un escalofrío me hizo reaccionar. Nadie había en la sala...

–¿Karen? –llamé...

–Ya voy, impaciente...

Mi madre salió de su cuarto, completamente arreglada, aunque con una redecilla en la cabeza también. En las manos, llevaba dos pelucas (redondas, atrevidas pelirrojas, con flequillos maravillosos): hechas de pelo natural, carísimas, se las había robado tras su participación en un anuncio de televisión.

–¡Me alegro de no haberlas vendido!

En un santiamén, cada quien tuvo puesta la suya...

–Vamos a tu cuarto, Angeliquita... Párate...

–Me da miedo caerme –respondí, con sinceridad descarnada–... Estos tacones son una grosería...

Mi madre rió.

–Si caminas exactamente como te enseñé, no tendrás dificultades... ¿Recuerdas lo que te dije acerca de apoyarte en las puntas de tus pies?

Me tendió la mano y me incorporé lentamente, con inseguridad. Di dos pasos.

–¡Esto es horrible! –gemí...

–¡Para nada! ¡Estás moviéndote exactamente como debes! Sólo trata de pisar con mucha firmeza... Balancea más las caderas, a todo lo que te den...

Descubrí de inmediato que me era fácil dominar los tacones si exageraba el andar femenino. No tuve, pues, más remedio que imponérmelo. Llegué al cuarto rosa sin complicaciones, aunque plenamente consciente de que tal acción era opuesta, por completo, a mi masculinidad.

Sin embargo, nada me había preparado para lo que el espejo de cuerpo entero me devolvió: ¡mi madre y yo lucíamos como un par de esculturales gemelas pelirrojas! Antes de que pudiera yo reaccionar de otra forma, se me escaparon dos palabras:

–¡No mames!

–Prodigioso, ¿no?

Me contemplé de abajo hacia arriba. Los tacones no sólo me daban altura: hacían más largas y estilizadas mis piernas, me obligaban a mantener una posición erguida, y me formaban un arco en la espalda (que hacía sobresalir mi pecho y empinaba mi vientre ligeramente hacia atrás). La micro falda (que iniciaba debajo de mis caderas, dejando por fuera el delgado inicio de la pantaleta, y terminaba apenas cubriéndome el pubis) estaba por reventar: si naturalmente mis nalgas de niño, con su volumen y su forma de pera, eran ya notables bajo un vestido, los postizos sobre ellas y alrededor de mi cadera, me proporcionaban una figura curvilínea, idéntica a la de mi madre. Gracias a las trazos marcados (entendía, al fin, su propósito), mi abdomen se veía planísimo, atlético. Pero lo más interesante para mí, en ese momento, fue el efecto de mis pectorales unidos por la cinta adhesiva: debido al hueco formado entre ellos (más evidente por el oscurecimiento artificial), simulaban realmente el inicio de los explantes, como si éstos formaran parte de mi cuerpo.

–¡Senos! –se me escapó– ¡Dios mío!

Mi madre rió, complacida, y lanzó un comentario que no capté plenamente:

–¡Imagínate cuando, de verdad, tengas los tuyos!

–¡Me has transformado por completo! ¡Luzco mayor!

Dada la fuerza y la temperatura del maquillaje (ojos superdelineados, enmarcados por intensas sombras marrón; pestañas formidables; labios de un sensual rojo Burdeos), ¡incluso mi rostro era el de una jovencita! Los glitters esparcidos en mi cuerpo otorgaban una extraordinaria apariencia a mi piel desnuda. Muslos, abdomen, cintura, espalda, brazos, el inicio de mis pectorales, hombros, cuello: todo refulgía, en sedosidad, invitando a las caricias.

–¿Cómo te sientes?

–No lo sé...

–Yo sí... Aunque lo niegues, te sientes mujer... Una que está bien buena, por cierto...

–¡Karen!

–Ya tienes la feminidad en ti... Sólo déjala que fluya...

Mi madre fue por dos bolsas de mano, por dos abrigos, por un frasco de Princess (de Vera Wang) y por una cajita. De ésta, tomó un paquetito de laminillas mentoladas para el aliento; después, me perfumó con cuidado

–La edecanes no sólo debemos vernos bien –me explicó, mientras me retocaba la pintura de labios–: es obligatorio oler siempre rico.

Me ayudó a vestirme uno de los abrigos, dejándolo intencionalmente abierto. Luego, hizo lo propio con el suyo. Sacó de la cajita un minúsculo envuelto con pastillas; lo depositó, junto con el perfume, en una de las bolsas, y me entregó la otra.

–Cada una llevará su casco –indicó...

Antes de salir, fue a la cocina, tomó la escoba y la dejó en la sala, a un lado de la puerta.

–¿Y eso? –averigüé, con auténtica intriga...

–Es lo que te reventaré en la cabeza y en la espalda, cuando regresemos, si no cumples con mis expectativas...

Salimos a la noche. Yo estaba en shock, balanceándome en los tacones y con una bolsa en el brazo. "Voy de mujer", pensé. "Y tengo la obligación de comportarme como tal, si no quiero recibir una golpiza". Apenas mi madre se asomaba hacia la calle, buscando algún taxi, cuando una voz conocida me sacudió.

–Doña Karen, buenas noches...

¡Era César!

–¿Cómo estás, César?

–Bien, señora. ¿Está Ángel en casa?

–No, su profesor de canto lo llamó para un ensayo...

–Entonces, por favor, dígale que me marque al celular, en cuanto regrese...

Yo no quería voltear. ¡No quería! ¡Fingía vigilar la calle! ¡Trataba de disimular!... Desafortunadamente, mi madre no tardó en intervenir:

–¿Ya conoces a mi sobrina?

"¡Dios mío!". Oí las pasos de César yendo en mi busca ¡Cuántas veces habíamos jugado al futbol y compartido aventuras! ¡Él era mi amigo! "¡Va a reconocerme!", temí. Para mi sorpresa, ya frente a frente, su reacción fue distinta: sus ojos, ávidos, carbones encendidos, iban, sin tregua, de "mis senos" a mi vientre, de mi vientre a mis piernas, de mis piernas a "mis senos"... Por primera vez, de cerca, supe como ve un hombre a una mujer cuando la desea...

–Mucho gusto, señorita...

Nada pude articular.

–Disculpa que Karla no te responda –intervino mi madre–, pasó una semana en la playa, con el novio, y regresó con la garganta inflamadísima... Pero, César, no le hables de usted a esta chamaca... Tiene la misma edad que tú, ¿verdad, Karla?

Asentí, percibiendo la creciente sequedad de mi boca, mientras me brotaban, desde el fondo del cerebro, una palabras oídas el día anterior: "está bien buena la vieja", "está bien buena la vieja", "está bien buena la vieja"... De manera automática, sin proponérmelo, vi la entrepierna de César y descubrí su pene en erección, mucho más grande que el mío... "Lo excito", confirmé en fascinación morbosa. "Se le para la verga conmigo, como con la modelo del playboy"...

–¿Quieren taxi? –preguntó César...

–Sí, tenemos un evento y vamos retrasadas...

–Para que no esperen mucho, yo puedo ir a la avenida y traerles uno...

–¿Nos harías ese favor?

–Por supuesto...

César se echó a correr. Suspiré audiblemente.

–Karen, ¡vas a matarme! –reclamé...

–Tranquila, hermanita... César ya es tu admirador...

–¿Por qué le dijiste que tengo novio y que me fui con él a la playa?

–Para mayor efecto... Además, imaginará que ya te han cogido, y te le apetecerás más...

–¡Parecía querer desnudarme con los ojos!...

–Ten la seguridad de que lo hizo, en su mente... ¿Por qué crees que se le levantó esa chingadera?

–¡Karen!

–No te hagas pendeja: se la viste...

Mentí:

–¡Qué le voy a estar viendo!

–¡La verga!

Guardé silencio, buscando justificarme. Opté por cambiar el tema:

–¿Por qué le dijiste que me llamo Karla?

–Fue el primer nombre que se me ocurrió... Además, de alguna manera te tendré que presentar con Marcos, en el evento... Pero ya, en buen plan: ¿qué sientes, como hembrita, al excitar a un macho?

Para mi buena fortuna, no tuve que responder: un taxi, guiado por César en plan de copiloto, avanzaba por la calle. En cuanto se detuvo frente a la casa, traté de subirme. Mi madre me detuvo.

–Despídete de César, Karlita... Fue muy amable con nosotras...

César bajó del auto. Yo le extendí la mano, pero él, al tomármela, me jaló, forzándome a inclinarme, ¡y me dio un beso en la mejilla, lo más cerca que pudo de la boca!

–¡Que te vaya bien, linda! –me susurró...

Una vez en el taxi, mi mamá no paraba de reír.

–El naquete debe estar presumiéndole a tus otros amigos que ya te conoció, y que lo calientas...

Permanecí en silencio.

–Es el efecto que las mujeres causamos en los hombres –agregó mi madre...

–¡Ya! –la interrumpí...

Ella me vio. Había una chispa de picardía en sus ojos:

–Sé honesta: lo de la viborita de César, ¿te incomodó o te gustó?

–¡Fue muy raro! ¡Punto!

–¡Pues, chica, prepárate! ¡Estarás parando vergas toda la noche!

Pensé en el taxista, y me avergoncé.

–¡Deja de ser vulgar, Karen!

Sin embargo, el taxista nada oía: estaba más al pendiente de vernos las piernas, a través de los espejos, que de nuestra conversación... ¡O de la carretera!

Llegamos a la empresa cervecera justo a tiempo. El guardia del acceso, un tipo moreno, rudo, de muy mala pinta, evidentemente conocía a mi madre:

–¡Dichosos los ojos que la ven, reinita!

–Buenas noches, poli...

–Me dijo el licenciado Marcos que en cuanto usted llegara, yo le marcara a él... Para que usted no tenga que subir... Pase a la sala de espera...

–Gracias...

–¿Y esta chulada que la acompaña?

–Karla, una prima...

De nuevo quedé bajo un escrutinio varonil implacable: "¿acaso los hombres somos tan poco cuidadosos al admirar una mujer?", pensé.

–¡Que envidia me da el licenciado! ¡Me cae! –siseó el guardia.

–¿De veras, poli? –acicateó mi madre...

–¡Ay, reinita! ¡Pues cómo no! –me evaluó el vientre y los muslos, y se dirigió a mí, sin decoro– Con perdón, señito Karla: ¡está usted bien rica!

Me sonrojé. El tipo viró hacia mi madre:

–¡A ver cuando me acepta la invitación al cine, Karencita: ¡se la reitero!

–Es usted casado...

–Pero mi vieja no es celosa...

Mi madre fingió reír.

–Vamos a la sala de espera...

–¡Con confianza! ¡Está usted en su casa!

Cuando iba yo a sentarme, mi madre retomó el tono ejecutivo que me asustaba:

–¡Acomódate con cuidado, como si temieras enseñar los calzones!...

–Karen, la falda está cortísima y apretada: es imposible que no se me vean...

–Lo sé... Pero es una cuestión de actitud...

Acaté la instrucción.

–¿Así?

–Estás perfecta... Ahora, permanece derechita... ¡Que no se te olvide!...

–De acuerdo...

–Ahora, cruza tus piernas: la derecha sobre la izquierda... Apriétalas más para subrayar su redondez...

–¡Rayos!

Mi madre verificó mi posición. Suspiró y retomó el hilo:

–Esta noche serás el centro de atención de muchos hombres... Trata de mostrarte siempre de buen humor; ríe, con discreción pero con intensidad... Celebra los chistes que te hagan, como si fueran ingeniosísimos... Y cuando te coqueteen, tú coquetea también... Sé sexy...

–¡Karen, no sé coquetear! ¡Mucho menos ser sexy!

Un taconeo nos hizo voltear hacia la puerta:

–Ya te lo dije: tendrás a las mejores maestras...

Tres edecanes entraron: voluptuosas, de rostros divinos, con ropa idéntica a la que mi madre y yo usábamos. Destilaban seguridad.

–¡Karen! –chilló la primera...

–¡Alyssa! –saludó mi madre...

Se saludaron de beso y abrazo... Las otras dos me vieron, ¡interesadas en mi pelo y en mi maquillaje!

–¿Y esta bebé? –preguntaron ambas, como saludo, casi al mismo tiempo...

–Es Karla, mi prima... Karla, te presento a Aki y a Selena...

Las recién llegadas me saludaron de beso.

–¿Saben quiénes más vienen? –preguntó Alyssa.

–Ni idea –respondió mi madre–. No sé ni de qué pinche evento se trata...

Una voz masculina nos informó:

–Es la fiesta privada de una constructora...

Marcos, el Gerente de Relaciones Públicas de la empresa estaba saliendo del elevador, escoltado por cuatro edecanes más.

–¡Vaya! –se admiró Aki– ¡Valeria, Paloma, Mago y Estefanía! ¿Sólo las top, Marquitos?

–El pinche dueño de la constructora nos avisó apenas hoy –explicó–... Una importadora de licores le falló, y optó por cedernos el evento en exclusiva... ¡Nos llevaremos un dineral!... La única condición: diez edecanes de lujo...

–Pues, somos ocho tripe-A –contó Selena......

–Nueve –lanzó con entusiasmo otra edecán más, mientras atravesaba la puerta...

–¡Nora! –se entusiasmó Paloma, y corrió a recibirla.

Yo permanecía en congelamiento: no sabía qué decir o cómo reaccionar. Marcos lo notó:

–¿Por qué tan callada, guapa?

Marcos no pasaba de 40 años, y tenía la típica apariencia de los devotos del gimnasio: bajo su carísimo traje, se adivinaba un físico cultivado con exigencia y con precisión. Se acercó a mí, y me saludó de beso.

–Karen me dio tu nombre por teléfono, amor, pero soy distraído. ¿Me lo puedes repetir?

Recordé la escoba, junto a la puerta.

–Karla –susurré...

Con movimientos suaves, me despojó del abrigo, y se lo entregó a Paloma. Luego, me tomó la mano derecha, me levantó el brazo y me hizo girar.

–¡Espectacular! –afirmó...

Mi madre no disimuló su orgullo:

–Te lo dije, Marcos...

–Te quedaste corta... Podemos decir que tenemos diez edecanes triple-A...

–¡Salgamos, entonces! –invitó Nora, quitándose una preciosa gabardina...

Fuimos hacia el estacionamiento de la empresa, donde nos esperaban tres camionetas Suburban. Los choferes tomaron los abrigos, las gabardinas y las bolsas, y las acomodaron atrás. Luego, se dispusieron para apoyarnos a trepar.

–Karen –sugirió Marcos–, supongo que tú y tu prima irán conmigo...

–No –respondió mi madre–. Deja que Karla se aclimate con sus compañeras. Prefiero que Aki, Estafanía y Alyssa la vayan poniendo al tanto de lo que hacemos...

Me brotó el miedo, otra vez.

–¿Estás segura, Karen? –titubee.

–Totalmente...

Mi madre se acercó a mí, fingió acomodarme un arete y me ofreció una laminilla de menta:

–Imítalas en todo –me secreteó–... Te moverás como ellas, hablarás como ellas, reaccionarás como ellas... Un solo error, y te madreo... ¿Entendiste?...

–Sí –temblé.

Estefanía se nos unió.

–Para no regar el tepache con mis comentarios: tu prima se ve peque... ¿Tiene experiencia?

Mi madre me dio una nalgada:

–Desquintaron a esta cabrona en la secundaria, y no ha parado... Su actual novio es 17 años mayor que ella, casado, y se la lleva de viaje a cada rato... Acaba de regresar, con él, de la playa...

No podía más. Subí a la camioneta, sintiéndome en una pesadilla de la que no podía despertar.

Por fin, las Suburban salieron a la noche. Aki me examinó.

–¿Nerviosa?...

–Mucho...

–Tranquila –se rió Alyssa, poniendo su mano en mi muslo–: con el cuerpazo y con la carita que te cargas, la mitad de tu chamba está hecha... ¿En serio es tu primera vez como edecan?

–Sí...

Traté de no pensar más, y me concentré en las ademanes de las tres vampiresas: su estilo de acomodarse el pelo, su posición recta al sentarse (ostentando sus pechos), sus movimientos de manos, su entonación de voz... Con una seguridad impresionante, en todo momento dejaban la sensación de saberse ricas; y cada centímetro de su cuerpo parecía gritar: "sí, mírenme, soy real"... De esta manera, el tiempo me resultó insuficiente: ¡eran tantos los sutiles detalles del comportamiento femenino!... No obstante, cuando nos apeamos, yo estaba mucho más en mi papel.

La realización del evento está programada en un lujoso salón, ubicado justo en el último piso del hotel más exclusivo de la ciudad. Obvio: el elevador privado estaba a nuestra disposición.

–Tenemos que hablar –le dije a mi madre.

–Lo supuse –rió.

Pese a que el evento aún no comenzaba, el salón bullía por los últimos preparativos: en la entrada, unos técnicos inflaban una gigantesca cerveza confeccionada en hule; a la izquierda, un ejército de meseros terminaba de montar un pantagruélico bufet; a la derecha, un grupo musical alistaba sus instrumentos; al fondo, bajo un descomunal logotipo de la constructora, un discjockey probaba el sonido.

–Pónganse los cascos y colóquense alrededor de la cerveza –ordenó Marcos–... Yo les iré dando indicaciones...

–Vamos al baño, antes –avisó mi madre, y me tomó del brazo...

Fuimos, en efecto, al baño... Pero no a orinar...

–¡Te pasas, Karen! ¿Por qué le dijiste a Estefanía que estoy cogiendo desde la secundaria?

Mi madre hizo una cara simpática.

–Corrección: que te están cogiendo...

–¡Peor!

–Para que corra la voz, y todas te acepten... No tienes ideas de lo competitivas que son algunas edecanes, especialmente con las nuevas... Ahora te ven no como a una joven ansiosa por escalar posiciones, sino como a una simple putita...

–¡Karen, por favor! ¡No soy mujer! ¡Mucho menos una puta!

Mi madre me guiñó el ojo, me roció un poco de perfume y me metió a la boca una laminilla mentolada más.

–Pues les copiaste los moditos muy bien...

–¡Karen!

–Ya sabes: continúa así... O mañana tendremos que comprar una escoba nueva para la casa...

A punto de llorar de impotencia, salí del baño. Los primeros invitados estaban llegando.

–¡A tu posición, Karla! –me gritó Marcos...

La siguiente hora fue atroz. Mi madre sabía perfectamente con quien me había encaminado. Todas las edecanes eran excitantes, sí, pero tanto ella como Aki, Estefanía y Alyssa tenían una peculiar manera de acercarse a los hombres: no había gesticulación suya que careciera de sensualidad. Pronto, con pavor genuino ante la posibilidad de una tunda, me dediqué a calcarlas, pero en automatismo. Actuaba con coquetería femenina, sí, pero dentro de una especie de bache negro: sin atender a los rostros, a las voces o a la música de reguetón. Hasta que un tono ronco, viril, me sacó del trance:

–¿Puedo tomarme una foto contigo, muñeca?

Era el hijo del dueño de la constructora: un joven extremadamente bien parecido, alto y pulcro.

–Sí –balbucee con timidez.

Por respuesta, el joven sonrió, extrajo una pequeña cámara digital de su chaqueta, y le pidió a uno de sus amigos que nos retratara. Me abrazó, entonces, por la cintura y me atrajo hacia él. No pude dejar de notar su aroma: olía riquísimo.

–Gracias –me dijo, dándome un suave beso en la mejilla, tras el flashazo–... Eres la más guapa de las diez...

Entonces, la evidencia me cayó de golpe: ¡a los ojos de todo, yo ya era no una edecán más! ¡Me distinguía del resto por mi aspecto paradójico, de lolita: provocador y sexy, a la vez que ingenuo y juvenil! En un santiamén, comencé a distinguir las quemantes miradas masculinas sobre mi piel. ¡Contra mi voluntad, me había transformado en un objeto erótico para mi propio género! ¡Los hombres me admiraban, me deseaban! ¡Yo estaba cautivando su atención, como una flor que atrae una colmena de abejas! ¡De hecho, pronto la mayoría de los invitados parecía querer insertar su aguijón entre mis tallos y polinizarme!

–Te estás robando el evento –me dijo Marcos, complacido.

Con júbilo evidente, mi madre se me acercó también.

–Cuando te abracen para las fotografías –aconsejó–, recárgateles en el pecho a los cabrones; abrázalos... Finge que te sientes afortunada de que te tomen en cuenta...

–Entiendo...

–Pero, bueno... Creo que es el momento...

–¿De qué?

–De rehidratarte... ¿Tienes sed?

–Más o menos...

Tras decirle algo a Marcos, mi madre fue hacia el bufet y regresó con una botella de agua abierta. Me la dio.

–Bébela toda –indicó–... Tu pintura de labios es waterproof... No se correrá...

Apuré el contenido en un respiro: aunque ligeramente amarga al principio, me resultó refrescante. A partir de ahí, no deje de posar: me entró un bienestar general y mi ansiedad se disminuyó por completo. Así, creyendo que estaba yo más en sosiego, obedecí los consejos de mi madre... Pero no contaba con los desequilibrios emocionales de ella; tampoco con el destino...

De repente, experimenté calor, tanto físico como emocional, y me sentí a gusto en el evento, muy a gusto... Luego, mi percepción sensorial se exaltó: comencé a captar olores fascinantes (a distinguir los rudos toques de las lociones masculinas, incluso), mientras mi corazón parecía acompasarse al ritmo de la música. Justo en ese momento, un gerente de la constructora, con algunos tragos de más, se me acercó para una fotografía, y me musitó libidinosamente al oído:

–Estás bien buena, mija...

Recordé a César, y me entró el morbo de una manera desbordada. De hecho, comencé a sentirme sexual, terriblemente sexual, sin autocontrol...

–Gracias –balbucee...

El gerente sonrió y, fingiendo abrazarme para despedirse, se me recargó:

–Mira como me tienes...

El contacto de su pene erecto, enorme, me alteró: tenía yo la piel hipersensible, y cada roce sobre ella empezó a arrancarme sensaciones inesperadas, disfrutables todas... "¡Dios! ¡No puede estar gozando con esto!", pensé... Traté, sin éxito, de poner la mente en blanco, pero la voz de mi madre comenzó a retumbar en mi mente: "estarás parando vergas toda la noche", "estarás parando vergas toda la noche", "estarás parando vergas toda la noche"...

–Me gustaría invitarte, un día de éstos, a tomar una copa –agregó el tipo–... ¿Estás libre?...

Me sorprendió oír mi propia voz:

–Soy casada...

–¿Cómo se llama tu marido?

–César...

–¿Y te atiende bien tu marido?

–Mucho...

De golpe, para mi estupefacción, deseaba no sólo que ese macho siguiera pensando en mí como mujer, ¡sino que me imaginara, en tal sexo, teniendo relaciones!... No buscaba yo contacto alguno con él, ¡ni por equivocación! Pero me excitaba el hecho de pasar tan plenamente por hembra...

–Mi marido me coge delicioso todas las noches –le secretee...

–Dichoso él –me respondió, introduciéndome su tarjeta de negocios en el bustier, cerrándome un ojo y avanzando a la fiesta...

Pronto, me sumí en una desinhibición total...Traté de enfocar los ojos en un solo punto y no pude, así que deslicé mi mirada de entrepierna en entrepierna. ¡Sólo podía pensar en comportarme como mujer y en estimular a los machos!

–¡Prepárense! –nos alertó Marcos...

Las luces se apagaron, y el discjockey anunció:

–Es medianoche... La hora sexy de la fiesta...

Mi madre se puso junto a mí, y me cuchicheó:

–Cuando oigas tu nombre, avanza a la pista...

El discjockey principió una letanía, con un tono deliberadamente varonil:

–Ellas son el sueño erótico de la noche... Nuestras edecanes: Aki... Estefanía... Karen... Valeria... Paloma...

Comenzaron a sonar, a todo volumen y sin descanso, las notas de una canción de Daddy Yankee: "El ritmo no perdona"... Y cada edecán avanzó, bailando sexualmente...

"Oh / A que te pego. Ponlo ahí / A que te pego. Sigue ahí / A que te pego. Ahí, ahí / A que te pego. Yo. Oh / A que te pego. Ponlo ahí / A que te pego. Sigue ahí / A que te pego. Ahí, ahí / A que te pego. Yo. Oh".

–Karla...

Para ese momento, mi excitación estaba al máximo... Avancé, pues, hacia la pista, con movimientos lentos y precisos, y me arranqué a bailar, como jamás lo había hecho.

"A que te pego. Ponlo ahí / A que te pego. Ma, sigue ahí / A que te pego. Ahí, ahí / A que te pego. Yo. Oh / A que te pego. A que te pego / A que te pego. A que te pego / A que te pego. Tú, sigue el juego / A que te pego. Yo / Persíguelo. Persíguelo. Persíguelo aquí en la zona / Persíguelo. Persíguelo. Persíguelo, juguetona / Persíguelo, que el ritmo no perdona /

Qué. No perdona. Qué No perdona".

Mi cuerpo fluía solo, sin ataduras, enviando mensajes sexuales a todos los varones... Yo notaba el frenético meneo de mi vientre, el desafío abierto en que se había convertido... De pronto, distinguí al hijo del dueño de la constructora, en el borde de la pista, y, sin pensar, me le acerqué, hasta rozar mis piernas con las suyas. Entonces, cientos de voces masculinas iniciaron un coro inesperado:

–¡Karla! ¡Karla! ¡Karla!

No pude pensar: le di la espalda al chico y, voluptuosamente, me incliné hacia delante: mis nalgas quedaron frente a él, contundentes, a la altura de su pene. Entonces, con exaltación, con sensualidad, me tomó desde atrás, y me recargó el pubis. "Sí", me complací, al notar la erección. "Lo he calentado, como a César". Perfectamente sincronizados, ambos comenzamos a mover las caderas de derecha a izquierda...

–Perrea, nena –me dijo–... Perrea...

Sin previo aviso, me sentí convulsionar por dentro. Me incorporé un poco, giré hacia él y lo vi a los ojos; justo en ese momento, comencé a eyacular: pese a estar atrapado, mi pene se convulsionó, llenando de esperma la cinta adhesiva... Gemí un poco, mas no me detuve... Me separé del chico y seguí bailando...

"Ponle bajo y que azote la batería / Ritmo bestial que te pone bien al día / Suena el timbal. Ra, ca, ca, ca, tan, tan / Cuerpo chamboneando. Ra, pa, pa, pa, pan, pan / Al alma porque esta pendía la azotea / Fuego a la jijotea pa’que suelte a Dorotea / El fuego del caribe no hay quien lo esquive / El mundo entere el reguetón se vive. No pare / Prende. Prende. Prende. Prende. Prende ese mahon / Prende. Prende. Prende. Prende. Prende, préndelo / Échale pique, échale pique / Doctor Daddy tiene la cura, si tú quieres que te medique, may / Échale pique, échale pique / Hasta abajo, guayando hebilla / Esto es sencillo. No te compliques".

No necesito decir que, al término del evento. Marcos me ofreció continuar como edecán. Pero mi madre me disculpó:

–Esto fue sólo por ayudarte –le dijo...

–¡Pero no podemos desperdiciar a tu prima! ¡Es una bomba, la cabrona!

–Lo siento...

Desperté sintiéndome mal, con muchísima sed y con una extraña conmoción depresiva: estaba en la cama del cuarto rosa, sí, pero con el traje de edecán aún puesto. Contemplé los explantes que sobresalían de mi pecho, mis piernas (redondas, esplendorosas aún de glitters), mi vientre plano. Me retiré los guantes, y jugué con el reflejo del sol en las uñas postizas, larguísimas, lustrosas... Sin poder evitarlo, me lamenté de no haber nacido chica, y supe que no deseaba regresar a la ropa de niño.

Me incorporé un poco... Mi madre, divertida, me observaba desde la puerta, con el envuelto de pastillas en la mano:

–Mira qué madreada te dejó el éxtasis... Pero valió la pena, ¿no?

Sí: mi madre me había drogado. ¡Con una dosis de mdma disuelta en agua había logrado no sólo que me gustara usar ropa de mujer, sino que tal cosa me excitara! Casi pude oír cómo se fracturaba la primera capa de mi masculinidad.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Recomendación de Manga: Sekainohate de Aimashou

Hoy haré una entrada diferente a las habituales. Se trata de un manga llamado: Sekainohate de Aimashou

Es la historia de Ryouma, un chico delgado y un poco débil que al intentar salvar  a un extraño muere.



El extraño era el príncipe de otra dimensión y decide revivirlo pero convirtiéndolo en chica para hacerlo su esposa. Ryouma despierta en el otro reino y de inmediato comienzan a "prepararlo" para encontrarse con el príncipe.



La obra es una comedia, así que es muy ligera de leer.



No pondré más páginas por miedo a que me bajen el post pero se pueden leer 24 capítulos en este link:


Y la historia completa (en inglés) está aquí:

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Una voz angelical (Parte 2)

 



Parte 2: "Está bien buena la vieja".

–Creo que estás llevando esto muy lejos, Karen...

Mi madre sonrió:

–Sólo hasta donde sea necesario...

Repentinamente, ante el sesgo bizarro de la situación, comencé a asustarme y mi cerebro pareció arder: necesitaba yo discurrir con frialdad, con lógica... Razonar...

–Pero, Karen –dije más para mí mismo que para ella–, entregaste los formatos que tenías preparados, y en todos aparezco como niño...

Por respuesta, mi madre me guiñó un ojo. Luego, se detuvo y viró hacia mí, dándose tiempo para arreglarme la diadema:

–¿Recuerdas que llevaba copias, amor?... Como te dije, una nunca sabe... Así que, mientras audicionabas, hice las correcciones: ¡sólo necesité cambiar la primera hoja, para que quedaras registrada como mi hermanita!... Aunque aún me falta un ajuste, es cierto, pero...

Reiniciamos la marcha, mientras yo me hundía en el silencio. "¿Cómo salgo de esto?", me preguntaba. Sin embargo, mis cavilaciones no tardaron en detenerse, ante una perspectiva complicada mucho más próxima: el regreso a casa.

–Karen –rogué, con toda convicción, sintiendo nuevamente la boca seca–, por favor, detengámonos en algún lugar para que pueda cambiarme...

–¿Estás loca? –me respondió– No vamos a correr riesgos... Alguien puede verte...

–Precisamente –argumenté–: ¿pretendes que pase así, de vestidito, frente al parque, ante todos mis amigos?

–¡Esa bola de nacos me tiene sin la menor preocupación!

–¿Y yo te preocupo, acaso?

–¡Por supuesto! ¡Hago esto por ti!...

–¡Karen! ¡Te lo suplico!

–Además, me deshice de tu otra ropa; la tiré... Si te quitas el vestido, tendrás que regresar en calzoncitos rosas o desnuda...

–¡Cómo pudiste!...

–Entiéndelo: ¡nuestro futuro depende de ti!... ¡A partir de hoy, eres mujer: te comportarás como mujer y vivirás como mujer!

Viajar de regreso, fue atroz. Al principio, porque temía que se dieran cuenta de mi disfraz; después, exactamente por lo contrario: primero, en el autobús, un joven me cedió su asiento; luego, un tipo me extendió la mano para ayudarme a bajar; en la combi, el chofer me dedicó un "cuidado con la puerta, señorita"; y cuando un pequeño de tres años se me quedó viendo y, alegremente, se me recargó en la pierna, su mamá colocó la cereza en el pastel:

–Disculpa a mi Martincito, hija. ¡Es un coqueto con las chicas bonitas!

El parque frente a la casa, como suponía, estaba lleno. Traté de apurar el paso, pero mi madre me inmovilizó, asiéndome la mano...

–Camina lentamente o te moleré a golpes...

–Ya, Karen... ¡Mis amigos me verán así!

–¡Que te vean!

–¡Karen!

–En serio, Angélica: ¡si dejas de ser femenina un solo momento, te daré una madriza que no olvidarás!...

Entre el miedo y la impotencia, se me vino un amago de vómito.

–¡Vamos! –ordenó mi madre, sin darme tiempo a pensar– ¡Muévete como te enseñé! ¡Un pie delante del otro; deditos al frente!

Reinicié la marcha, oyendo tanto las voces de mis amigos en el parquecito como los rebotes del balón de futbol, e intuyendo las miradas. Sin querer volver el rostro, traté de bloquear mis pensamientos catastróficos. Podía notar el acompasado movimiento de mis caderas, el roce casi aéreo de mi vestido, la caricia del aire entre mis muslos, el tenue balanceo de mis aretes. Sudaba frío. Cuando alcancé el umbral de la casa, faltaba poco para que la humedad en mis ojos se desbordara...

–¿Ya ves, miedosa?... Nadie te reconoció... Los únicos que voltearon se enfocaron en tus piernas y en tus nalgas...

Apenas entrando, comencé a sollozar: sólo quería ir a mi cama y olvidarme del mundo. Pero, de nuevo, mi madre intervino: con una fuerza inusitada, me empujó al cuarto rosa de las muñecas y me encerró ahí.

–Éste es tu nuevo espacio, Angeliquita –me informó–. Acostúmbrate a él...

–¡Sácame! –grité, rompiendo en llanto, y golpeando la puerta–... ¡No tienes derecho a hacerme esto!...

No obtuve respuesta. Seguí chillando, en desesperación, y me fui extinguiendo en ánimo y en anhelos, hasta que me derrumbé en el piso. Era muy tarde cuando mi madre, maquiavélica, sonriente, abrió por fin.

–Vamos a cenar algo –me dijo, fingiendo amabilidad.

La seguí. Pero no pude evitar el vistazo a mi habitación, en el momento de pasar enfrente: sólo quedaba el tambor de la cama. Tragué saliva. Mis juguetes, mi ropa, mis balones, mis cómics, mis tenis, mis pantuflitas, mi colchón, mis libros, mis cuadernos, mi mochila, mis fotografías: ¡todo había desaparecido!

–¡Apúrate! –me indicó.

Entramos en la cocina, y me acomodé a la mesa, ante un tazón de leche y cereal. No tardé en percibir un exiguo olor a humo. Volteé la cabeza y encontré un fuerte resplandor en el patiecillo trasero.

–¡Grandísimo Dios! –aullé, adivinando de golpe, y emprendiendo la carrera.

Sí: una enorme hoguera estaba devorando mis propiedades. Nada era ya rescatable. Desde atrás, mi madre me abrazó y me dijo al oído:

–¡Cuánta basura! ¿No?

Impotente, con un codazo, me separé de ella.

–Voy a dormirme –le informé–. No tengo hambre...

Mi madre suspiró dulcemente.

–Como quieras...

Caminé hacia mi habitación, en silencio total. Pero antes de que llegara a ella, mi madre ya estaba tras de mí. Llevaba dos prendas, dobladas, en las manos.

–Ahórrame el trabajo de sacarte a golpes de ahí...

–¡Karen, yo no quiero seguir con esto! ¡Soy niño!

Me interrumpió el timbre del teléfono. Mi madre fue a la sala y respondió, aunque oprimiendo el altavoz con el objetivo de no perderme de vista:

–Diga...

–¿Doña Karen?

–Sí...

–Soy César, su vecino, uno de los amigos de Ángel...

Advertí en ella un incuestionable gesto de desagrado. César, una especie de líder natural, vivía a tres casas de la nuestra, tenía dieciséis años y era el más activo futbolista de la colonia.

–Te recuerdo, César... Dime...

–¿Está Ángel?

Con un atrevimiento que me sorprendió, antes de que mi madre pudiera efectuar algo (especialmente oprimir el botón para hacer personal la llamada), corrí junto a mi madre y alcé la voz:

–Hola...

–Ángel, ¿qué onda? No te hemos visto hoy y nos sabíamos si estabas en casa...

Mi madre me lanzó una mirada amenazadora.

–Es que... Tengo mucha tarea....

–No hay pedo... Bueno, al chile... Queremos preguntarte algo...

–¿Tú y quiénes?

–Bobbie, el Pedro, Rolo, Canelo y Juan... La flota... Estamos en mi casa...

–¿Y eso?

–Te digo, güey... La curiosidad...

–Explícame...

–Es que hace rato tu mamá llegó con un morra...

Temblé...

–¿Ajá?...

–¿Quién es?

Me sentí descubierto.

–¿A qué te refieres?

–No te hagas, pendejo...

–No, César... Es que...

–Ya, güey, en buen plan... La vimos de lejitos, pero está bien buena la vieja...

Me quedé de una pieza.

–¿Cómo?

–Sí, güey... Preséntala, no seas culero... ¡Nos pasó un chingo!...

Mi madre intervino, fingiendo un grito lejano:

–Cuelga, Ángel... Dice tu prima que quiere usar el teléfono...

Oí la risa de César:

–¡Ah, pinche ojete!... Así que es tu prima…

–César, yo...

–Algo así supusimos... Con todo respeto, cuando el Rolo la vio dijo: "no mames, ha de ser de la familia, porque tiene la misma cinturita y el mismo tipo de nalgas que la mamá del Ángel"...

–Tengo que colgar...

–Va... Pero si no nos presentas a tu prima...

Terminé la llamada, con un manazo desganado. Mi madre me vio, triunfal, divertida.

–¿Qué decías? ¿Qué eres qué? Aquí no hay niños... Yo, al igual que tus naquetes amigos, sólo veo dos mujeres: tú y yo...

Agaché la cabeza:

–No es posible...

–Tan lo es, hermanita, que les gustaste... Conozco a los hombres: estarán pensando quien gana en hacerte su novia...

–¡Karen!

–Es que no te das cuenta lo distinta que luces de vestido: como te estiliza la figura, dejándotela completamente femenina... Para usar palabras de César: "te ves bien buena"...

–¡Dejemos esto, por favor!

–¿Te cuesta trabajo oírlo? Acostúmbrate, hermanita... ¡Porque a esos nopales con los que jugabas ya no les interesas para el futbol! ¡Ahora quieren cogerte!

No podía más. Enfilé al cuarto rosa, con tal de lograr un rato de soledad.

–¡Buenas noches! –corté.

–Desnúdate, antes –me atajó mi madre.

Obedecí. ¿Qué remedio? Pronto, sólo lucía un montón de cinta adhesiva en la entrepierna, e hice el amago de despegarla.

–Déjatela –fue categórica mi madre...

–¡Pero quiero orinar! –pretexté...

–Mejor... De cualquier manera, como ya te lo dije, sólo puedes hacerlo sentada...

Fui al retrete bajo su vigilancia, sintiendo una humillación total. Cuando apenas regresaba yo al cuarto rosa, mi madre me arrojó las prendas: era un antiguo juego de pijama suyo marca Emily Strange, unitalla, integrado por un topcito (en el cual Emily y dos gatitos dormían colgados de una especie de tendedero) y un cachetero (delicadamente ornado con estrellas): ¡más ropa de niña!

–¡Karen, no inventes!...

El bofetón que recibí estuvo a punto de proyectarme al suelo...

–¡Con una chingada! ¿Vas a usar la puta ropa, sí o no?

–Sí –bisbisé...

Me vestí a toda prisa, y arrojándome a la cama, me envolví en una finas sábanas de Barbie. Mi madre se limitó a apagar la luz y a cerrar la puerta con llave.

Seguí llorando, hasta que el agotamiento me hizo dormir.

Me despertó un rayo de luz, filtrado entre las cortinas de la ventana. Yo me estiré, con descanso, en paz, hasta que sentí la textura de la pijama: pequeña, elástica... La conciencia de lo vivido me aporreó. "No fue una pesadilla", concluí, en pánico, y me levanté de un salto. Fui hasta el espejo de cuerpo entero (adherido a una de las paredes): por la androginia de mi edad, descubiertos mi firme abdomen y el inicio de mis caderas, planísimo mi vientre, parecía más mujer aún, una jovencita de hecho. Giré: el cachetero dejaba al aire casi la mitad de mis nalgas.

Fui a la puerta:

–¡Karen! –grité– ¡Sácame de aquí!

No hubo respuesta: mi madre había salido de casa. Vi el reloj (una delicada trama de flores y princesas de Disney), acomodado en el buró, al lado de una delicada cajita de pañuelos desechables: 12:49.

En un arranque de furia, me quité la pijama, y comencé a liberar mis genitales. "Soy un hombre", pensé. "Y como tal debo comportarme". De entrada, actué premeditadamente rudo, con gestos masculinos excesivos; después, decidí masturbarme (como lo había hecho ya en un par de ocasiones). Para mi horror, mi pene estaba adormecido, insensible.

Traté de calmarme, y dejé que mi mente vagara entre imágenes de compañeras de la escuela (que me gustaban) y fantasías un tanto ingenuas (pero estimulantes para mí, en aquella época)... Recordé, incluso, las Playboy que había yo hojeado con el resto de chicos de la colonia. Traje la escena: estábamos en casa de Rolo, y Bobbie había llegado con las revistas; Canelo había hecho chistes muy vulgares, y César se había limitado a aseverar, frente a la fotografía de una rubia californiana: "está bien buena la vieja; ya se me paró la verga". Me detuve, tragando saliva. "Es el mismo comentario que hizo de mí; hasta usó el mismo tono".

Se me despertó una extraña fogosidad y mi pene comenzó a erectarse. Quise enfocarme en el recuerdo de la playmate, de cuerpo prodigioso, y me froté con energía... No pude, sin embargo, sacarme la voz de César, sus matices lúbricos: "está bien buena la vieja", "está bien buena la vieja", "está bien buena la vieja"... "Creyó que soy mujer y que estoy buena", pensé, con morbo. "Quizá lo excité. ¿Se le habrá parado también la verga conmigo, como con la modelo?"... Evoqué a mi madre: "¡A esos nopales con los que jugabas ya no les interesas para el futbol! ¡Ahora quieren cogerte!"... Y me mordí los labios... "¡Basta!"... Volví a las chicas de la escuela. Pero César siguió en mí: "está bien buena la vieja", "está bien buena la vieja", "está bien buena la vieja"... ¡Dios! ¿Qué estaba experimentando? Se me despertó un placer angustioso, distinto, y comencé a eyacular entre culpa, vergüenza y miedo...

Apenas un instante después, oí los pasos de mi madre: ¡estaba de regreso!

–¡Arriba, floja! –se anunció.

Tomé unos cuantos pañuelos desechables, y me limpié apresuradamente. Después, volví a ponerme el top y el cachetero, y me senté en la cama.

–Métete a bañar, que ya es tardísimo –indicó mi madre, abriendo la puerta del cuarto rosa.

Para mi buena fortuna, no se detuvo: regreso a la sala, dándole a la cháchara y sin notar los brillantes goterones de semen sobre la alfombra, junto a un amasijo de cinta adhesiva. Limpié con cuidado, y la seguí, ocultando en mi mano tanto los pañuelos usados como el dicho amasijo...

–¡Esta mañana resultó de maravilla! –explicaba mi madre, imparable– ¡La circulación estaba fluida por completo, y había poca gente en el transporte! ¡Pude ir en chinga al centro, cambiar el cheque, hacerte un acta, pasar al súper y darme una vuelta por los puestos de ropa!...

–¿Hacerme un acta? –interrumpí...

–Sí –sonrió–... ¡Pero apúrate, hermanita!... ¡Dame la pijama, y entra al agua!... ¡Yo te pasaré las toallas!

Me desnudé y entré al baño. No me asombró que hubieran desaparecido mi champú y mis jabones; sí que en el pequeño e improvisado tendedero de la ropa interior de mi madre colgara mi pantaletita de Hello Kitty, secándose, entre dos sexys tangas. Arrojé la basura al retrete, defequé y oriné. De inmediato, me alisté a la ducha; obvio: tuve que usar los productos de mi mamá (frutales, unos; florales, otros; cremosos, todos), y salí oliendo como ella, a ella.

–Te ayudaré –me dijo, con dos toallas en las manos.

Con una, me ciñó el cuerpo desde el pecho; con otra, me envolvió la cabeza. Luego, me condujo al cuarto rosa. Ahí, me secó y volvió a atarme los genitales con cinta adhesiva; me puso una pantaleta de algodón gris (con dibujo de la Pantera Rosa en la parte de atrás y detalle de lacito en la parte delantera), un entallado vestido de punto ligero (a rayas en tonos grises y rosas también, con escote en V y bolsillo canguro), y unos femeninos tenis a juego; me peinó y me perfumó.

–¡Lista! ¡Quedaste hermosa!

No quise verme al espejo; sentía miedo de escuchar la voz de César.

–Bien –dijo mi madre–... Te tengo algo rico para comer...

En efecto: fuimos a la cocina, y por primera vez en el día me sentí feliz: había una bolsa de comida china en la mesa. Disfruté los fideos, el arroz, los camarones y los trocitos de pollo. Atacábamos el postre, cuando sonó el timbre. Era Fanny.

–Temía equivocarme de casa –saludó, al entrar en nuestra sala–. ¿Cómo están?

–Bien –respondió mi madre, plena de sincera alegría–. ¡Es un gusto verte!

–Te dará más gusto en un minuto –sonrió Fanny, sacando su teléfono celular–. Sí, señor –habló al aparto–. Es aquí...

Oímos los inconfundibles sonidos de las portezuelas de un coche y, un instante después, Yves Chassier atravesó el umbral.

–Buenas tardes –su acento francés resultaba inconfundible.

Mi madre ofreció los asientos, y me hizo sentarme a su lado, en el sofá.

–Derechita, piernas cerradas, muy femenina –me secreteó al oído...

Yves Chassier, dueño del contexto, un hombre completamente seguro de sí mismo, extrajo una elegante cigarrera y se despachó una especie de puro delgadísimo, aromático. Le hizo una seña a Fanny.

–Hemos calendarizado para mañana la sesión de fotografías de Angélica –inició ella–. Pero en lugar de llamarlas por teléfono, el señor Yves Chassier prefirió venir aquí e informárselos personalmente. Además, tiene mucho interés en este caso...

Quedé en estupefacción:

–¿Puedo preguntar por qué? –deslicé; mi madre me pellizcó discretamente

Chassier sonrió:

–Tengo un talento especial para descubrir estrellas...

–Ajá...

–Hay madera en ti, Angélica, mucha... Y grandes posibilidades de planear a futuro...

Fue mi madre quien intervino:

–¿A qué se refiere, señor Chassier?

–Aunque incluye hombres, "Jugar y Cantar" en realidad no funciona para ellos: sólo son parte de la mercadotecnia...

–Porque pueden cantar precioso de niños –comentó Fanny, muy directa–, pero nada nos garantiza que, tras la pubertad, conserven la buena voz...

–Daré un solo ejemplo, muy claro –prosiguió Chassier–: mientras en la pubertad los repliegues vocales de las mujeres sólo crecen de tres a cuatro milímetros, en los varones llegan al centímetro...

–Por eso les sale la manzana de Adán –terció Fanny...

–La voz femenina sólo muta alrededor de una tercia mayor –completó Chassier–; la varonil, en cambio, alrededor de una octava... Entonces, no puedo planear carreras largas para chamaquitos... ¡Y yo quiero empezar a trabajar con las luminarias del mañana!...

–Entiendo –suspiró mi madre...

Chassier me vio:

–Tú, Angélica, no sólo cantas increíblemente: eres muy guapa y estás en la edad ideal para pulirte...

–Gracias –balbucí...

–¿Qué quiere que hagamos, señor Chassier? –curioseó mi madre.

–Sólo que se dejen guiar...

–Lo haremos...

Chassier sacó su celular y dio instrucciones en francés. En un santiamén, seis personas más (cinco hombres y una mujer), con sendos portafolios y expedientes, estaban en nuestra sala... Fanny hizo las presentaciones:

–Ramiro Bretón, diseñador de imagen; Bill Sáenz, médico, especialista en nutrición y bariatra; Ramón Borrero, director de orquesta y coros; Jean de Saint-Aymour, coreógrafo; Louise Cavaliere, profesora de etiqueta; y Agustín Trejo, entrenador profesional...

–¿Vieron ya el video? –intervino Ramiro.

–No –contestó Chassier...

Ramiro extrajo una laptop, y la abrió.

–Acérquense, por favor –pidió.

Comenzó a mostrar el video de mi casting. Casi me desplomo

–Te robaste la cámara –dijo Chassier.

–¡Se te nota presencia de estrella! –rió Fanny.

¡Era increíble la forma en que lucía la despampanante chica de la pantalla, pese a que, ligeramente tímida, casi no se movía! A su voz cristalina, hechizante, se aunaban las luces del escenario que se estrellaban en su piel perfecta, generando un maravilloso tono caramelo; sus ojos profundos, azulísimos, resultaban un verdadero imán para el espectador. Chassier me extrajo del shock.

–Ahora bien, Angélica, y sin pretender ser ofensivo: es evidente que estás en camino de tener un cuerpo tan escultural como el de tu hermana... Quiero aprovechar tu perfil: ese atractivo que emana de ti...

–¿De qué forma? –me extrañé.

–Los reality shows tienen una dinámica extraña... Pretenden mostrar la vida misma, pero en realidad son como una telenovela: simples melodramas... En este sentido, requieren personajes bien definidos, héroes, villanos, que la gente acepte como posibles para que, identificándose con ellos o no, los amen o los odien...

Mi perplejidad evidente motivó una explicación de Fanny:

–Lo que el señor Chassier te está explicando es que, en este momento, a partir del casting, estamos construyendo una posible trama para el show... Y asignando papeles a los concursantes más notables...

–Es decir –concluí–, que el reality no es tan reality...

Todos rieron.

–Diste en el clavo –asintió Ramiro...

Fanny se inclinó hacia mí:

–Lo importante es que el señor Chassier te ha asignado uno de esos papeles... Si lo aceptas, desde luego...

El productor disparó:

–Quiero que seas la niña coqueta y sexy del reality, la rubia de la que todos se enamoran... Ese será el punto de partida de tu futura carrera artística...

–Una guapísima y despabilada chica fresa –secundó Fanny...

–Una especie de Paris Hilton –terció Ramiro–, pero en inteligente y talentosa...

Enmudecí, en pánico total. "¿Niña coqueta y sexy? ¿Chica fresa?"... Mi mamá, en cambio, se sacudió sin manifestar sentimientos:

–Intuyo algo, señor Chassier... Sea claro, por favor...

Chassier dio una fumada lenta a su puro:

–Señorita Karen, sin importar si ganara o perdiera, con esto su hermana ya tendría un lugar garantizado en el medio...

No es necesario decir que mi madre no titubeó. Para nada valieron mis discretos jalones a su blusa.

–¡Claro que aceptamos!... Nos ponemos en sus manos...

Chassier aún no estaba satisfecho.

–¿Entiende que tendremos que desarrollar la imagen de Angélica, tal y como la necesitamos? –preguntó.

–Lo entiendo –respondió mi madre...

–¿Me respaldará para que, después del reality show, Angélica se convierta en la cantante juvenil de pop más exitosa?

–¡Claro!

Chassier se alegró:

–El trabajo comenzará mañana, propiamente, con el estudio fotográfico. Pero podemos adelantar un poco... Recuerden que todos, aquí, estamos comprometidos con el futuro de Angélica...

–De entrada, Karen –se inmiscuyó Fanny–, te olvidaste de entregar ayer el acta de nacimiento de Angélica...

Mi madre sonrió, y fingió revolver algunos papeles.

–¡Pero qué tonta soy!

¡El acta! ¡Entendí las prisas matutinas de mi madre! Más tarde supe que había ido a un barrio de la ciudad, famoso por sus imprentas y por sus falsificaciones de documentos, para ampararme en una nueva identidad ¡no sólo teniendo a mis abuelos como padres, sino con un sexo distinto!

Mientras tanto, con una actitud mesurada y profesional, el doctor Sáenz comenzó a averiguar mi estado de salud y mis hábitos alimenticios. Después, tuve que coordinarme con el director de orquesta y coros, con el coreógrafo, con la profesora de etiqueta y con el entrenador personal, hasta organizar el horario de mis próximos días. Intuía un infierno. Justo en ese momento, mi madre apartó al médico; sólo oí su primera pregunta, como si la hubiera dirigido a mí:

–¿Cree que Angélica necesite tomar vitaminas?

Eran casi las seis de la tarde cuando concluyó la reunión. Al levantarse del sillón, Chassier estaba exultante:

–Han tomado la decisión correcta, señoritas... Será un placer seguirnos viendo...

Fanny lo atajó.

–Señor, ¿cree que este barrio sea el adecuado para la imagen de Angélica?

Se detuvo:

–Buena observación –dedicó unos segundos a pensar; luego, volteó hacia el diseñador de imagen–: Ramiro...

–Señor Chassier...

–¿Ya terminaron de arreglar el departamento plata?

–Sí, señor... En cuanto Sonia viajó a Europa, me hice cargo...

–Entrégueselo a ellas –nos vio–. Que se muden de inmediato...

–Mañana, en el set, les daré las llaves...

Fanny nos guiñó un ojo.

–Hasta mañana, entonces –se despidió Chassier–... Les enviaré un auto a las cuatro de la tarde...

Fanny dijo que se quedaría para terminar de llenar unas formas. Y así fue. Aunque la intención tenía que ver, también, con darnos cierta información:

–Me cayeron muy bien –confesó–. Por eso hice la sugerencia. Les encantará el departamento plata...

–Explícanos –rió mi madre...

–La televisora posee algunos inmuebles para sus artistas consentidos... Yves Chassier maneja varios, para nuevas estrellas... Y no es justo que alguien con la voz de Angélica permanezca en este barrio tan horrible... Sobre todo con el papel que le han asignado en el reality...

Cuando Fanny se marchó, mi madre me regaló un abrazo fuerte, cálido.

–¡Vamos bien, hermanita! ¡Vamos bien!

Iba a reclamarle, cuando sonó el teléfono. Volvió a usar el altavoz:

–Diga...

–¡Hola, bombón! Soy Marcos...

Era el gerente de relaciones públicas de la compañía cervecera para la que mi madre servía como edecan.

–¿Qué carajo se te perdió?

–Tengo un evento de última hora... Échame la mano...

–Lo siento, Marcos... No cuentes más conmigo...

–No mames, bombón. Te necesito... Sólo un par de horas...

Colgó. Y me hizo una cara simpática.

–Que Marcos se vaya a la chingada...

No soportaba más el remolino de emociones que me devoraba. Y exploté:

–No quiero seguir con esto, Karen...

–¿Qué?

–Ya me oíste....

–¿Y de qué carajos piensas que vamos a vivir? ¿De la caridad?

–Si tú no puedes con tus responsabilidades de mamá, no te preocupes: buscaré trabajo en el súper, empacando cosas. O lavaré coches... ¡Pero no pienso seguir fingiendo!

El rostro de mi madre cambió: se volvió frío, despiadado. Supe, en ese momento, que era capaz de cualquier cosa. ¡Sentí más miedo de su reacción que de mi situación!

–Fuiste un error en mi vida, y debí abortarte como me sugirieron tus abuelos... ¡Así estaría libre y no habría tenido que sacrificarme por ti! –me asió por el cuello y comenzó a ejercer una sutil aunque creciente presión–... ¿Así que cree que aún no eres lo suficientemente mujercita?

Me llegó la asfixia.

–Suéltame, por favor...

–¡Te haré ahora lo que debí hacerte en mi vientre!...

Apelé a la compasión:

–Perdóname, mami... Te quiero...

–Si me quieres, demuéstralo...

–Te lo demostraré...

–¿Obedecerás sin chistar?

Ya no podía hablar. Sólo asentí con la cabeza... Mi madre aflojó la mano...

–¿Estás segura? –preguntó.

Mi voz sonó débil, casi apagada:

–Sí...

–Tú me apoyas, yo te apoyo...

Me derrumbé en el sofá.

–Es que, Karen, no puedo ser niña de la noche a la mañana...

Mi madre repitió:

–Tú me apoyas, yo te apoyo...

Entonces, se le iluminaron los ojos... Y agregó:

–Aparte de mí, tendrás a las mejores maestras...

Fue al teléfono. Conectó el altavoz y marcó a toda velocidad.

–Bueno –respondieron...

–¿Marcos?

–Sí, Karen... Un Marcos preocupado, que ya te echa de menos...

–Sólo por hoy, cuenta conmigo... Será mi último trabajo para la cervecera...

–Eres un primor... Te pagaré el doble...

–El triple, más bien: una prima me acompañará...

–¿En serio? ¿También es edecán?

–Está comenzando...

–¿Está buena la vieja?

¡De nuevo esas palabras! Mi madre se carcajeó:

–Eso dicen todos sus amigos... Ya la verás...

–Me ahorras chamba, bombón, y te adoro... Las zapatillas para tu prima, ¿de qué número te las mando? No tengo muchas disponibles...

Mi madre comparó mis pies con los suyos.

–Del mío le vendrán bien...

–Perfecto... Con los uniformes, no hay bronca: son unitalla...

–Va que va...

–En unos minutos, un motociclista te entregará los dos equipos... ¿Pueden estar, las dos, en mi oficina, a las 9:30?... El evento empieza a las 10...

–Por supuesto...

–Gracias, Karen...

–Bye, Marcos...

Mi madre colgó y me vio a los ojos... Luego, sentenció:

–Aprenderás mucho, hermanita... Dentro de unas horas, serás la más coqueta y sexy de las edecanes...

domingo, 17 de noviembre de 2024

Ya quiero andar de novia con un buen hombre.

 


Sé que fui un hombre durante 18 años. Sé que nunca tuve deseos de ser mujer. Sé que solo me convertí en mujer porque en el centro de salud me dieron una píldora rosa en lugar de una píldora para el resfriado...



Pero nada de eso cambia el hecho de que ahora soy mujer. Y ya quiero andar de novia con un buen hombre.





jueves, 14 de noviembre de 2024

Una voz Angelical (Parte 1)




Parte 1: De Ángel a Angélica

 –Vamos, Ángel, concéntrate...

El reclamo del profesor López, seguido de un insensible acorde en el piano, me estremeció. Yo no podía quitar mi atención del alboroto fuera de la casa. Me fascinaba el futbol –de forma inevitable–, y los rítmicos golpes de los balonazos, entremezclados con los hechizantes gritos de entusiasmo de mis vecinos, se me volvían un torturante llamado al juego.

Karen, mi madre, que, recostada en el sofá, fingía leer, intervino de inmediato:

–Si no muestras respeto por la clase, olvídate de salir hoy a la calle...

Suspiré.

–Sí, Karen...

López, el disciplinadísimo e inconmovible director de un famoso coro infantil, sonrió.

–Perdóneme, maestro –agregué...

–Otra vez, desde arriba, entonces...

Reinicié la escala, tratando de que mi voz sonara más definida, más cristalina...

Estaba yo, entonces, a dos semanas de mi doceavo cumpleaños: era un niño ordinario, lleno de vitalidad, pese a las excentricidades de mi madre. Ella, blanca, rubia, guapísima, me había tenido a los quince, fruto de un romance fugaz que prefería no mencionar, y era una actriz fracasada.

Hasta un año antes, mi madre sólo se dedicaba a dos cosas en la vida: a presentarse en castings –buscando el papel que, al fin, la condujera al estrellato– y a complacer a su amante en turno. Desafortunadamente, su falta de talento actuaba en contra. Conseguía, sí, esporádicas apariciones en anuncios televisivos (donde su voz podía ser doblada); y mayormente participaba como edecán de una compañía cervecera. Esto último, sin embargo, la conflictuaba un poco.

–Soy una actriz de carácter –me repetía, mientras se colocaba la minúscula ropa, antes de algún evento–, y tengo que perder el tiempo en esto para que comamos, en lugar de ir por mi estelar...

De apariencia juvenil, no representaba sus 27 años: con el cuerpo escultural, macizo, y una piel de porcelana, bien podía pensarse que apenas había rebasado la adolescencia. Lo entallado y lo justo le quedaban, pues, de maravilla: sabía portar ropa provocativa, y lucir tanto sus impresionantes curvas como sus enormes y firmes senos.

–Las mujeres tenemos esta ventaja –me subrayaba, acariciándose las nalgas–. Lástima que naciste hombre: nunca sabrás todo lo que se puede obtener con esto...

En esta lógica, no era raro que se fuera a la cama de productores anodinos o de directores de segunda, para abrirse paso en el "medio artístico"; o que los recibiera en la propia. Al menos una vez a la semana, la veía subir a su cuarto, acompañada.

–Es Ángel, mi hermanito –le decía a su "pareja" del momento, señalándome, y yo me limitaba a sonreír estúpidamente.

Sin embargo, su fama de irresponsable y sus nulas capacidades eran más fuertes: nadie la tomaba en serio. Se la fornicaban con gusto; nunca la respaldaban.

No es necesario decir que nuestra situación económica era malísima. Ciertamente habíamos conocido tiempos mejores, mucho mejores: mis abuelos, de hecho, habían sido ricos (¡cómo extrañaba las Navidades a su lado, llenas de juguetes, luces, pavos y jamones importados; las fiestas que me organizaban, con golosinas a pasto, magos, payasos y globos; las vacaciones en Houston, en Los Ángeles o en alguna playa maravillosa!); e incluso tras su muerte (en un dramático accidente automovilístico), nos habían dejado protegidos. Lamentablemente, la fatua e irreflexiva actitud de mi madre había dado al traste con la herencia: despilfarro tras despilfarro, había reducido el cuantioso legado a una pequeña casa, en una colonia de clase media, y a un viejo Volkswagen. Nuestro refrigerador se mantenía ya prácticamente vacío y, día tras día, se amontonaban las deudas. El único testimonio de nuestro pasado lujoso era una habitación rosada, donde mi madre amontonaba sus muñecas y sus fotografías de niña mimada.

Pese al futuro poco alentador, yo trataba de pasarla lo mejor posible, y de no amargarme por las carencias. Iba bien en la escuela, jugaba futbol en un parquecillo frente a la casa, contaba amigos por montones, y me empeñaba en no ilusionarme por los lujos que me estaban vetados (¡hasta mi Xbox y mi Game Cube habían terminado en una casa de empeño!). En tal sentido, aprendí a amar los pequeños regalos cotidianos de la vida: disfrutaba intensamente, por ejemplo, los paseos dominicales en el pequeño auto, de color verde escandaloso (al que me refería siempre como "nuestro limón"), que finalizaban en algún pueblito cercano, donde comíamos fruta barata; o las escapadas vespertinas a los bazares, para localizar "joyas" entre la piratería (CD’s y DVD’s incluidos).

Sin embargo, una tarde, mientras limpiábamos la casa, mi mamá insistió en que interpretara con ella un tema que estaba preparando para audicionar en una comedia musical. Jamás lo había hecho, y, de inmediato, se manifestó la perfección de mi voz.

–Tú tienes un don que a mí no me concedieron –me dijo, estupefacta, interrumpiendo las tareas–: con esa voz podrás llegar a donde yo siempre he soñado...

A partir de entonces, toda la dinámica cambió. Para decirlo claramente, mi madre se obsesionó por canalizar en mí sus metas frustradas: contra mi voluntad, el canto se me volvió centro de vida.

De entrada, me anotó en una academia mediocre (cuya colegiatura pagó con favores sexuales).

–Es un principio –sentenció.

Después, cuando conoció, por casualidad, al profesor López, no descansó hasta seducirlo, primero, y convencerlo, más tarde, de que me diera clases particulares. Para ello, vendió el Volkswagen y compró un desgastado piano de marca regular. ¡Se habían acabado las salidas dominicales!

–Tu hermano sería una maravilla en el coro –le decía él–. Como soprano, tiene coloratura, agilidad, brillantez... Que asista, Karen. No te cobraré.

–Para nada –reviraba mi madre–: Ángel debe brillar por sí mismo. ¿No es capaz de gran virtuosismo? Tú lo has dicho...

–Sí, pero...

–Nada... Lo que es, es...

Obvio: el futbol resultaba una amenaza, porque, según mi madre, me distraía del canto. Y jamás respondió a mis súplicas de incorporarme formalmente a un equipo.

–No, Ángel –gimoteaba–... Te desenfocas...

A veces, ella recurría al llanto abierto:

–No seas egoísta... Después de todo lo que he hecho por ti, apóyame con esto...

Yo aprovechaba cualquier oportunidad para marcharme al parquecillo, a fin de perderme temporalmente en la convivencia con mis amigos, en la pelota, en el extenuante ejercicio, en el envolvente y tibio aire.

"No quiero dedicarme al canto", pensaba. "¡Seré futbolista!".

Y le ponía empeño al juego, en serio, mostrando un talento natural que sorprendía a mis vecinos. Pero la perfección de mi voz era una maldición. De cualquier manera, terminaba por sentirme culpable, y regresaba a la casa, bajo una especie de obscura desesperanza.

–¡Hola, vocecita! –me recibía mi madre– ¡De aquí, al éxito!

Lo único que me permitió fue dejarme el cabello largo, para mostrar mi admiración por David Beckham, y eso debido a que, en su opinión, me veía "más guapo" y "más tierno".

–Tienes mi mismo tono rubio, mi piel nívea y mis ojos azules... Agradéceme eso... No eres feo y prietito como esos nacos con los que pierdes el tiempo, pateando la pelota...

Una tarde, mientras comíamos-cenábamos sándwiches de mayonesa frente al televisor, oímos el anunció que cambió mi vida.

–El objetivo del reality show "Cantar y jugar" –explicaba en pantalla Yves Chassier, un famoso productor de origen francés– es encontrar a las nuevas estrellas infantiles. No buscamos sólo belleza física, sino talento... Cantantes, verdaderos cantantes...

Mi madre saltó del sillón.

–¡Ángel! ¡Nuestra oportunidad llegó!

La mañana siguiente, no salió del cibercafé. Fumando, nerviosa, buscó, leyó y releyó las bases del show; se aprendió de memoria los requisitos, y cuidó que los llenara a detalle; ubicó la hora y el lugar del casting de los niños; e hizo varias impresiones de los formatos para entrega.

–Llevaré copias –me decía–... Una nunca sabe...

Justo el día de mi cumpleaños, ataviados con la mejor ropa que nos quedaba, tomamos un colectivo y, después, un autobús, para llegar a los estudios de la televisora. Mi madre me había ordenado interpretar para los jueces el Avemaría de Schubert (cuya partitura llevaba en su bolsa de mano), y todo el camino me fue dando indicaciones para, como decía ella, "deslumbrarlos con majestuosa presencia escénica". Lamentablemente, nos retrasó un grupo de manifestantes que se dirigía al centro de la ciudad (profesores de primaria y militantes izquierdistas, procedentes de un estado del sur del país): el autobús se vio atrapado justo encima del puente vehicular más alto de la ciudad.

–¡Demonios! ¡Demonios! –gruñía.

–Respira, Karen –trataba de sosegarla...

–¡Si al menos pudiéramos bajarnos!...

Arribamos a la televisora con dos horas de retraso, y la fila de aspirantes, en el estudio "A" era enorme. Ahí nos mantuvimos. Mi madre buscaba, de rato en rato, alguna cara conocido (alguno de los productores con los que se había acostado): el único que vio, fingió no conocerla.

Cuando faltaban unos cinco chicos para que entrara yo, Yves Chassier en persona se apersonó ante nosotros.

–Gracias por venir, pero el casting está completo...

Mi madre corrió tras él:

–Señor Chassier, yo...

–El casting está completo –repitió–... Lástima...

Recuerdo la patética escena de mi madre: paralizada, con un rostro de decepción, furia y espanto. La tomé de la mano, con todo el cariño que pude:

–Regresemos a casa –le susurré...

No me escuchó. En cambio, giró los ojos hacia el cartel, descollante: "Jugar y cantar. Reality show. Casting para niños: estudio "A", de 7-13. Casting para niñas: estudio "C", de 15-21". De pronto, se le iluminó el rostro.

–Tenemos poco tiempo...

Con una energía increíble, mi madre se echó a correr hacia una plaza comercial cercana. La seguí, con sensaciones de absurdez. "¿Poco tiempo?", pensé. "¿De qué habla?". No tardé en emparejármele:

–¿Qué onda? –le pregunté, jadeante– ¿Adónde vamos?

Por respuesta, mi madre atravesó como bólido el estacionamiento dela plaza, y me guio hacia una tienda departamental. Luego, sin titubear, se encaminó hacia la sección de niñas. Yo la seguí, en estupefacción. De pronto, se detuvo y tomó un vestido de gasa de algodón, con estampado de corazones. Lo colocó a mi lado, y me lo arrojó.

–Vamos a que te lo pruebes...

La vi, con total incredulidad.

–¿Estás loca, Karen? ¡Ésta es ropa de mujer!

Me soltó una bofetada. La primera en toda mi vida.

–¡Obedece! ¡No podemos dejar que la oportunidad se escape! ¡El tiempo es oro!

Mientras me arrastraba a los vestidores, supe plenamente cuál era su plan: ¡me haría concursar como chica en el reality show!

–Mi hermanita va a medirse esta prenda –le señaló a la encargada...

–¿Perdón? –fue la respuesta...

La encargada no era estúpida: no había una niña frente a ella, sino un niño.

–Nos urge, por favor –insistió mi madre.

Con incredulidad, la encargada nos dio acceso. No ocultaba, sin embargo, su turbación.

Una vez solos, mi madre fue directa, casi ejecutiva.

–Quítate el pantalón y la playera...

Lo hice. Mi madre me contempló con horror.

–¿Qué rayos es eso?

Me vi.

–No entiendo...

–¿Por qué te pusiste ese bóxer tan horrible? ¡Evidentemente, es de niño!

–¡Porque soy niño, Karen!

–¡Se te marcará!

–¡Ya, mamá! ¡No voy a hacer esto!

–¡Harás lo que te diga, pinche mocoso!... Retírate el bóxer también, las calcetas y los tenis, y mídete el chingado vestido, que ya regreso... ¡Y no me digas mamá ahorita!

Una vez que quedé en cueros, tomó toda mi ropa y se la llevó. No me quedó más remedio que ponerme el vestido. Lo recuerdo bien: me quedaba casi diez centímetros por encima de la rodilla, y tenía tirantes finos ajustables, cuello V con lazo de fantasía, costura con volante bajo el pecho, fruncidos en la parte superior trasera, cintura elástica con cinturón a contraste (para anudar bajo trabillas) y pespuntes tono sobre tono. Me vi al espejo: gracias al cabello largo, el reflejo era idéntico al de las fotos infantiles de mi madre. Quiero decir: no vi a Ángel, sino a Karen-niña: las mismas piernas, torneadas, resplandecientes; las mismas nalgas, firmes, en forma de pera. Se me despertaron sensaciones raras, de golpe, y tuve una erección. Justo en ese momento, entró la encargada, así que me senté en el banquito y apreté los muslos...

–¿Estás bien? –averiguó, suspicaz.

–Sí –respondí–. Por supuesto...

–¿Quién es esa chica?

–Mi hermana...

–Esto que te voy a preguntar es delicado. Dime la verdad...

–Claro...

–¿Eres niña o...?

–¡Es niña! –nos llegó una voz tajante...

Mi madre había regresado. La encargada titubeó.

–Señora, yo...

–Dile tú –me ordeno–. Dile lo que eres...

Las ganas de gritar y de salir corriendo estuvieron a punto de rebasarme. Pero no pude desobedecer:

–Soy niña...

–Desafortunadamente, mi hermanita es un poco machorra para vestir –siseó Karen–. Tenemos una fiesta, y nuestra mamá me pidió que viniera a comprarle algo... A ella no le gusta que parezca niño... ¿Verdad?...

–Así es –coincidí, notando tanto la horrenda presión del momento como el malestar que me brotaba por tener que hablar de mí en un género que no me pertenecía–... Sólo somos dos hermanas, de compras...

La encargada salió. Mi madre se sacó algo, que traía escondido bajo la blusa, y me lo lanzó.

–Ten...

Era una pantaletita de Hello Kitty, color rosa chicle...

–Karen, ¿qué onda?

–Son tus calzoncitos... ¿Qué más?... Me los acabo de robar... Úsalos...

Me alcé el vestido sin quitármelo, y, comencé a deslizarme la pieza, notando en mi piel el etéreo frote de los ribetes satinados: nunca había imaginado que la textura de los atavíos íntimos femeninos fuera así: tan sutil y acariciante.

–Quiero que se lleve la ropa puesta –le dijo mi madre a la encargada, cuando salimos–. ¿Dónde puedo pagar?

La encargada nos escoltó a una caja.

–¿Irá descalza la niña? –deslizó, con sarcasmo.

–Ya pasaremos a zapatería –respondió, seca, mi madre.

Y en efecto: de la caja (donde mi madre usó una tarjeta de crédito casi en el límite), fuimos por calzado: unas sandalias espartanas plateadas, con tiras con hebillas de fantasía y broches verdaderos ajustables en el tobillo... Abandonamos la tienda, contando las pocas monedas en efectivo que nos restaban...

–Ahora –me ordenó–, trata de imitarme al caminar. No abras tanto las piernas, al dar el paso... No... Así no... Con delicadeza... Como niña...

–Karen... Me siento mal...

–Que te calles... Manteen los hombros hacia atrás y la pelvis ligeramente inclinada...

Traté de darle gusto.

–Mucho mejor –persistió–... Ahora, asienta la punta del pie primero... Bien... Con firmeza... Mantén el balance del peso allí...

–¿Así?...

–Más o menos... Apóyate menos en el talón... Eso... Sí... Sí...

–Ésta no es una buena idea, mamá...

–Que no me digas mamá... Avanza... Coloca un pie delante del otro... Excelente... Consérvalos en el centro de tu cuerpo... ¿Ves cuán fácil es?... ¡Ya estás caminando como chica!... Sólo cuida que tus dedos "vean" siempre al frente...

–Pero...

–Todo esto es por nuestro futuro... Recuérdalo

–¡Ay, Karen!...

–Sigue... Sigue... Comienza a balancear tus bracitos con delicadeza, poco a poco... Con feminidad... Piensa que eres niña... Repítelo mentalmente: "soy niña, soy niña"...

Seguí caminado, en confusión total, ¡tratando de imaginarme y de sentirme de un sexo distinto al mío!... De pronto, mi madre pareció inconforme:

–¿Qué pasa, Karen? –averigüé– ¿Te convenciste de lo ridículo del plan?

–Algo te falta... Sí pareces mujercita, pero...

Ante sus palabras, tuve otra erección...

–¡Demonios! –se interrumpió– ¡También necesitamos controlar eso!

Con dos empujones, mi mamá me dirigió al supermercado. Ahí, compró una paleta helada y una manzana; luego, tomó de la sección de regalos una diadema para el pelo, en tonos plateados, forrada en listones de popotillo y de satín. Finalmente, en la farmacia, pidió una inyección, alcohol y cinta adhesiva. Entonces, nos dirigimos a uno de los baños de mujeres de la plaza, checó que estuviera vacío, entramos y cerró la puerta.

–Ve a orinar –indicó, severa.

Fui a un retrete, y me coloqué frente a él... Me interrumpió:

–¡Como hombre, no!...

Por primera vez en mi vida, comencé a levantarme un vestido y a bajarme una pantaleta, para sentarme y descargar mi vejiga. Mi erección era inmensa. En cuanto el chorro dejó de sonar, mi madre se arrodilló frente a mí.

–Párate...

Lo hice. En ese momento, me tomó con violencia el pene, lo jaló entre mis piernas, y comenzó a asegurarlo, con la cinta adhesiva, en esa posición. Se me retrajo...

–¡Duele!...

–¡Cállate!...

Terminó de ocultar mi masculinidad en un santiamén, dejándome plano el vientre. Ella misma me subió la pantaleta, y me acomodó el vestido.

–Estoy incómodo...

–Desde este momento, comienza a hablar en femenino... No podemos arriesgarnos...

–¿A qué te refieres?

–Di: "estoy incómoda"...

–Estoy incómoda...

–Aguántate, ya te acostumbrarás...

Salimos del retrete hacia los lavabos, y me hizo recargar el estómago en uno de ellos.

–Respira, y déjame hacer...

Primero, dejándole el empaque, me puso la paleta en el lóbulo de la oreja derecha, hasta que éste se me adormeció. Después, puso la manzana tras de él, cogió sólo la aguja de la inyección ¡y me lo atravesó! Oí el crujido de mi piel, seguido por el golpe acuoso de la fruta. La sangre manó, pero me enjuagó con agua y con alcohol.

–¡Arde! –me quejé...

–¡Aguanta!

Procedió a quitarse uno de sus aretes y a colocármelo. Después, repitió la operación en mi otra oreja.

–Te ves mejor... Ya casi acabo...

Fue por papel higiénico a uno de los retretes y, tras secarme bien, me acomodó un poco el pelo, con raya al lado, y me embonó la diadema. Por último, sacó un gloss de su bolsa de mano, y me delineó los labios, empapándome de sabor a fresa.

–¿Qué opinas? –disparó...

Alcé los ojos: la feminización era sorprendente: frente a mí, había una chiquilla guapísima, de ojos grandes y boca almibarada: ¡una versión actualizada de Karen-niña!

–Siento que no soy yo –respondí con lentitud...

–Vayamos de regreso a la televisora...

Durante el camino de regreso, me fue marcando otros detalles de mi caminar y de mis gestos. Poco a poco, la sensación de tirantez en la entrepierna comenzó a resultarme dolorosa, pero no me atreví a expresarlo.

–Te queda mucho por aprender... Lo importante, ahora, es que pases el casting y entres al reality show... Ya iremos trabajando...

–Karen, tengo miedo... Se darán cuenta de que soy niño...

–¡Que hables en femenino!... Y no creo... Así vestida, eres un vivo retrato de mí a tu edad... ¡Nunca me había dado cuenta que tienes piernas de mujer! ¡Tan gorditas y tan redondeadas!...

–¡Karen!

–¿Sabes? No interpretarás el Avemaría... ¿Te acuerdas del cd de "El Sueño de Morfeo", que compré en el bazar?

–¡Llevas semanas torturándome con él, Karen! ¡Me he aprendido las letras!

–¡Perfecto!... Cantarás "Ésta soy yo"...

Caminé en silencio, repentinamente consciente de dos cosas: de que ahora mi vientre estaba adormecido y ya no había en él dolor, y de que estaba a punto de interpretar una canción que decididamente no era para un chico.

Llegamos a tiempo al casting. Las niñas comenzaban a apretujarse en el estudio "C" (creando un mar de falditas; de aromas delicados, dulces), pero mi madre estaba decidida a todo. Reubicó al tipo que se había acostado con ella, y fue directa:

–Deja de hacerte pendejo... Me habías prometido un chingo de cosas por cogerme, y no has cumplido...

Armando, el tipo, trató de escabullirse:

–Señora, perdóneme pero no la conozco...

–Pero yo sí me acuerdo de ti y de tu eyaculación precoz... ¿Quieres que lo grite?

Para mala fortuna de Armando, una chica del equipo se acercó.

–Te habla Yves, mi amor... Pregunta dónde dejaste el vino tinto para los jueces...

Armando contestó de manera conciliadora:

–Iba por las botellas a mi coche, bombón, pero me detuvo esta amiga... Karen: ella es Fanny, mi novia...

–¡Hola! –pescó mi madre, al vuelo– ¿Así que tú eres la famosa Fanny? Armando habla mucho de ti...

–Lo sé –sonrió–... Estamos súper-enamorados... ¿Traes a alguien al reality?

–A mi hermanita –contestó, jalándome...

Armando abrió los ojos como platos:

–¿No tenías un hermano? –cuestionó.

–Sí –explicó mi madre, con sangre fría–, pero sólo sirve para jugar futbol... El talento artístico de la familia está en nosotras, las mujeres...

–¡Vaya! –me vio Fanny, con complacencia– ¡Y también la belleza!

–Gracias –respondí, intentando no temblar.

–Armando –sentenció Fanny–, dale un pase vip a... ¿cuál es tu nombre?

Quedé en silencio cinco segundos: no supe qué responder. Mi madre intervino:

–Angélica... Se llama Angélica...

–Sí –completé–... Para servirles...

–Pues un pase para Angélica: que sea de las primeras. Es del estilo de chicas que le gusta a Yves...

Pálido, Armando sacó un gafete de cartón:

–Serás la segunda en el casting...

–Gracias –siseó mi madre, guiñándole un ojo...

A las 15 horas en punto, sintiendo el sofoco de un montón de luces, mi madre y yo esperábamos en la primera fila de un teatro estudio. Los jueces eran tres: Thea, una famosa cantante; Jaime Rocha, un compositor y celebrado pianista; y Gabriel Jarrell, un insoportable crítico de música.

La primera concursante fue Carolina, una chica de facciones marcadamente indígenas a la que no le permitieron, siquiera, entonar una estrofa completa. Ante mi horror, la descalificaron con aridez y crueldad.

–Número dos –gritó Gabriel Jarrell...

Subí al escenario con pánico absoluto, sintiendo la boca tan seca como un pedazo de adobe y lamentándome de no haberle pedido agua a mi madre. Suspiré. Por los reflectores, no podía distinguir a quienes llenaban el auditorio, pero los ojos de los jueces eran suficientes para perforarme. Suspiré audiblemente, y comencé a cantar a capela:

–Dicen que soy un libro sin argumento / Que no se si vengo o voy / Que me pierdo entre mis sueños. / Dicen que soy una foto en blanco y negro / Que tengo que dormir mas / Que me puede mi mal genio. / Dicen que soy una chica normal / con pequeñas manías que hacen desesperar / que no se bien donde esta el bien y el mal / donde esta mi lugar. / y esta soy yo asustada y decidida / una especie en extinción / tan real como la vida / y esta soy yo ahora llega mi momento / no pienso renunciar / no quiero perder el tiempo / y esta soy yo, y esta soy yo…

–Tienes una voz maravillosa –me interrumpió Thea...

–Y un estilo completamente natural –agregó Jaime...

Gabriel Jarrell permaneció en silencio.

–Voto a favor –siguió Thea...

Jaime sonrió:

–¿Qué opinas tú, Gabriel?

Jarrell suspiró. Tomó su copa de vino y la olió...

–Opine lo que opine, estás pensando en votar a favor... ¿Cierto?

–Cierto –dijo Jaime...

Jarrell se encogió de hombros:

–Entonces omitiré mis comentarios acerca de lo ruda que se ve esta nena...

–Un poco, sí –argumentó Jaime–... Pero lindísima... Con todo para conquistar al público masculino, y para una carrera larga... Imagínatela en dos o tres años...

Temblé, ostensiblemente.

–¿Cómo te llamas? –se dirigió Thea a mí.

–Angélica –respondí.

–Pues, felicidades, Angélica... Bienvenida a "Jugar y cantar"...

En aturdimiento total, quise regresar a los sillones, pero un asistente me condujo tras bambalinas. Sin esperármelo, de pronto me vi frente a una cámara. Don, un conductor televisivo, me colocó un micrófono frente a la cara.

–Angélica, eres la primera niña seleccionada para el reality show. ¿Cómo te sientes?

Titubeé.

–Muy... contenta...

No atinaba a decir más. Un pensamiento me golpeaba la cabeza: "han creído que soy mujer, han creído que soy mujer, han creído que soy mujer". Para bien y para mal, Karen se colocó a mi lado...

–Mi hermanita está cumpliendo su sueño... Apóyenla, por favor...

Don agradeció la entrevista, justo cuando un tipo con acento extranjero se acercó:

–Soy Pierrick, asistente ejecutivo del señor Yves Chassier. Por favor, acompáñenme.

Fuimos con él a una oficina, donde mi mamá entregó los formatos que llevaba listos, firmó una especie de contrato, y recibió tanto un paquete informativo ¡como un cheque!

–Al recibir este pago –explicó Pierrick–, Angélica y usted, como su apoderada legal, oficializan una exclusividad con la televisora...

–Lo entiendo

–La exclusividad se mantendrá, en tanto ella permanezca dentro del reality show... Así que nada de entrevistas a medios de comunicación no autorizados...

–De acuerdo...

–Calendarizaré una sesión de fotos con Angélica, y alguien de mi oficina se comunicará con ustedes... De momento, las espero el viernes... Traigan ropa para un fin de semana... Gracias... ¡Buena suerte!

Cuando salimos de la televisora, mi madre casi volaba.

–¡Por fin, por fin! –remachaba, jubilosa.

Yo, en cambio, avanzaba con la cabeza baja.

–Karen, yo...

–¿No estás feliz?

–¡No!... Quedé en el reality, pero como alguien que no soy yo...

–Sí, y tendrás que seguirlo siendo...

–Pero, ¿no estamos cometiendo una especie de estafa?

Mi madre lanzó una carcajada:

–Serénate... Deja todo en mis manos... Tu transformación apenas ha comenzado...

Quedé de una pieza...

–¿Transformación? ¿en qué?

Karen sonrió:

–¿En qué?... Obvio, tontita: en niña...